El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Los Pensamientos y los Caminos de Dios Son

Mucho Más Altos Que los Nuestros

NO. 1387

 

SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 2 DE DICIEMBRE, 1877

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”.

Isaías 55: 8, 9.

 

La gran verdad expresada en este pasaje de la Escritura se ha hecho evidente para toda mente reflexiva muy a menudo. Si bien pensamos y somos de alguna manera semejantes a Dios porque, siendo seres inteligentes, tenemos pensamientos propios, nuestros pensamientos tienen que ser siempre débiles y fragmentarios comparados con Sus pensamientos. Si bien como agentes libres elegimos nuestros caminos, en algunos de los cuales nos movemos con grandes muestras de sabiduría, nuestros caminos están sobre la tierra, y no pueden encontrarse con los caminos del Señor, que están muy por encima de nosotros.

 

Esto es válido respecto a Sus procedimientos en la providencia. Los designios de Dios son vastos y trascendentes, y Sus métodos son frecuentemente extraños e inescrutables, aunque siempre son sabios. Nosotros tenemos pequeños planes que se adaptan a nuestra limitada previsión y escaso poder, pero Sus caminos son inescrutables. Él extrae a menudo una luz sumamente brillante de tinieblas inusualmente densas, y hace que aflicciones extraordinarias engendren goces superiores. Él encausa en infinita sabiduría a las más furiosas tormentas para que vayan a dar a la costa llamada ‘la perla de la paz’. Él es admirable tanto en consejo como en obras y siempre elige aquel camino en el que Su gloria será manifestada con mayor abundancia. Nuestro camino, que por un tiempo considerábamos como el mejor, al ser escrutado por un ojo iluminado, pronto resulta estar tan por debajo del camino de Dios, para lograr el propósito deseado, como la tierra está debajo de los cielos. En comparación con Él, nuestra sabiduría es insensatez y nuestra prudencia locura. Ciertamente no nos podemos comparar con el Señor, pues no hay comparación: si se define como ‘contrastar’, entonces se tiene la palabra apropiada. La Providencia es tan sublime que no la comprendemos; es tan buena que nos llenamos de asombro al ver desplegados sus designios. En ciertos momentos vemos su lado brillante y nos asoleamos bajo su cálida luz y luego adoramos y engrandecemos al Señor. Con todo, nunca hemos conocido ni la mitad de los beneficios ocultos que Él obra a favor nuestro. No nos imaginamos ni siquiera la décima parte del bien que Él nos reserva. En otros momentos hemos experimentado el lado oscuro de la providencia, y nos hemos afligido bajo su gélida sombra; sí, y tal vez hasta nos hayamos rebelado contra ella; y, con todo, en aquel preciso momento los propósitos del Señor han sido divinamente ricos para con nosotros, y la noche ha sido la más selecta temporada de bendición. No tenemos alas de águilas con la cuales remontarnos a las supremas alturas de los tratos del Señor; caminamos en las partes bajas y miramos asombrados a lo alto, así como los hombres contemplan a las estrellas; estamos seguros de estar a salvo bajo el sublime poder que todo lo cubre, pero tenemos igual certeza de que la experiencia más prolongada y el pensamiento más profundo nunca medirán la altura de los pensamientos y de los caminos del Eterno.

 

Las palabras: “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos”, son igualmente válidas respecto a las cosas de la gracia, pues en ellas el Señor de amor ha rebasado por completo nuestros pensamientos. ¿Pudo haber soñado el hombre que era un objeto del amor eterno y que Dios asumiría su naturaleza? ¿Habríamos podido imaginar que el Todopoderoso entregaría a Su Hijo unigénito a la muerte por el hombre culpable? La expiación es un pensamiento que nunca habría cruzado la mente del hombre si no le hubiera sido revelado primero por el grandioso Padre. El procedimiento divino de levantar del polvo al pobre y del muladar al necesitado, por Su gracia abundante, libre y omnipotente, no es del hombre ni es por el hombre. El pensamiento del Señor de escoger lo vil del mundo, y lo que no es, para deshacer lo que es, Sus pensamientos de soberanía y Sus pensamientos de gracia, todos ellos consistentes con Sus pensamientos de justicia, están muy por encima de la invención humana, y fuera del rango del pensamiento del hombre.

 

Aun cuando el Señor nos explica Sus pensamientos y Sus caminos, y los pone al nivel de nuestra comprensión en la medida de lo posible, con todo, no podemos dejar de sorprendernos de su elevación y de su grandeza:

 

“¡Grandioso Dios de maravillas! Todos Tus caminos

Son incomparables, son como Dios, y son divinos”.

 

¿No se han quedado sumidos con frecuencia en un mudo asombro al descubrir alguna nueva bendición del pacto hasta entonces desconocida para ustedes? A semejanza de un minero que extrae otra pepita de oro de la mina y se queda envuelto en un pasmado deleite, así han mezclado ustedes la fe con el asombro. Seguramente han hecho lo mismo que hizo David cuando Natán le trajo las nuevas del pacto del Señor con él: “Y entró el rey David y se puso delante de Jehová, y dijo: Señor Jehová, ¿quién soy yo, y qué es mi casa, para que tú me hayas traído hasta aquí?... ¿Es así como procede el hombre, Señor Jehová?” ¿No han experimentado ustedes ataques de asombro? ¿No han clamado con el apóstol?: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” Cientos de veces desde ahora hasta el cielo se apoderarán de nosotros dichosos asombros, y quizá en el cielo mismo una admiración muy grande será una parte importante de nuestro gozo. Vamos a:

 

“Cantar con asombro y sorpresa

Su misericordia en los cielos”.

 

¿Acaso las huestes victoriosas, en pie sobre el mar de vidrio, con las arpas de Dios, no cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: “Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso”? Incluso en el cielo los pensamientos de Dios serán más altos que nuestros más sublimes pensamientos, e incluso entonces, en lo alto, Sus caminos estarán por encima de nuestros más celestiales caminos. ¡Cuán enaltecido es el Señor! ¡Su gloria es por sobre la tierra y los cielos! ¡Cuán tiernamente nos subyuga con el esplendor de Su bondad! Él es tranquilizador cuando podría confundirnos. ¿Quién como Tú, oh Jehová, en gracia y amor? ¿Quién como Tú, oh Jehová, entre los dioses? El entendimiento flaquea si intenta ascender a Ti. La imaginación, a la cual Tú le has dado una facultad semicreativa, no puede engendrar un pensamiento de igual altura a Tus pensamientos, ni concebir un camino que pudiera soportar una comparación con Tus caminos. ¿Qué otra cosa mejor podemos hacer, grandioso Dios, que inclinar nuestras cabezas y adorar reverentemente?

 

Esta mañana, al intentar discutir nuestro texto, nos esforzaremos por ilustrarlo con su propio contexto. Hay muchas maneras de manejar la Escritura, pero para mí la más directa y la más instructiva es exponerla por medio de los versículos que la rodean. El método utilizado por los niños es seleccionar una ciruela por aquí y otra por allá, pero eso difícilmente satisface a los estudiantes de la Palabra. “No la partamos”, es un consejo sumamente sano con respecto a la Escritura, la cual, en algún sentido, es el manto de Dios. Tomaré la parte central de la rica pieza de seda contenida en este capítulo, y alzaré todo el tejido ante ustedes, pidiéndoles que observen su textura, y que noten cuán maravillosamente ha sido elaborado en toda su extensión. La exposición es siempre nutritiva para el pueblo del Señor, y eso es lo que intentaremos hacer. Creo que hay tres cosas que están muy claras en el texto cuando son consideradas en su contexto: primero, en el texto se administra una reprensión; en segundo lugar, se promueve el arrepentimiento; y en tercer lugar, se genera una expectación.

 

I.   Primero, en el texto SE ADMINISTRA UNA REPRENSIÓN, pues dice así: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos”. ¿No observan ustedes que el énfasis de los cambios está en las palabras “pensamientos” y “caminos”? Esto me demuestra que la conexión está principalmente en este primer punto. El Señor dice: “Abandona tu camino, pues no es mi camino; desecha tus pensamientos, pues no son mis pensamientos. Tu camino debería ser Mi camino; tus pensamientos deberían ser Mis pensamientos hasta donde la debilidad de la condición de la criatura lo permita. Pero no es así; tú te has apartado de Mí; no tienes los pensamientos que yo quisiera que tuvieras ni andas en el camino que yo quisiera que escogieras; por tanto, abandona tus caminos y tus pensamientos, y vuélvete a tu Dios”. Es una reprensión tiernamente administrada, mezclada con una exhortación tan dulce que ningún grado de amargura es perceptible en ella. La reprensión está envuelta en amor, y ha sido convertida en una píldora recubierta de azúcar; la dulce promesa de abundante perdón oculta a la reprensión.

 

Ahora, tomemos la reprensión y notemos, primero, la falla de los pensamientos humanos: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos”. Comparados entre sí, los pensamientos de Dios no son los del hombre, como deberían serlo. Los pensamientos de Dios son amor, piedad, ternura; los nuestros son olvido, ingratitud y dureza de corazón. Él nos considera como considera el pastor a las ovejas perdidas y como el padre considera a su hijo pródigo; pero nuestros pensamientos no son de la misma clase. En su condición errante la oveja no piensa en volver al Pastor, y mientras la gracia de la conversión no se encuentre con el hijo pródigo, éste no siente un afecto recíproco por su Padre. Es triste que el Dios de amor tenga que decir: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos”. Los pensamientos de Dios con respecto a nosotros son pensamientos de amor, pero los nuestros con respecto a Él no lo son. Él está pendiente de nuestro consuelo, pero nosotros no estamos pendientes de Su honor. Él considera nuestros intereses, pero nosotros no pensamos en Su gloria. Él vela por nuestra seguridad, pero nosotros no estamos atentos a guardar Sus estatutos. Él nos colma de beneficios, pero nosotros sólo lo cargamos con nuestros pecados. Él nos ha dado todo lo que tenemos, pero nosotros le damos a cambio un seco agradecimiento. Oh, hombres impíos, a ustedes les encanta vivir sin recordar a Dios. Él no está presente en todos sus pensamientos. Ustedes no tienen consideración por su Hacedor, ni ninguna deferencia por su Preservador, ni ningún cuidado por su mejor Amigo. Él resiente su desconsiderada conducta, pues dice: “Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? Y si soy señor, ¿dónde está mi temor?” Ay, el hombre no devuelve de acuerdo al beneficio que recibe, sino que a menudo devuelve mal por bien. Cuando el Señor se dignó venir a la tierra como el Dios encarnado, los actos del hombre demostraron que sus pensamientos no son los pensamientos de Dios. Los pensamientos de Dios destilaban bondad para los hombres, pero los hombres lo encontraron aquí en forma humana, y sus pensamientos y sus caminos estaban llenos de enemistad y de muerte contra Él; por tanto exclamaron: “¡Crucifícale, crucifícale!” ¡Cuán terriblemente se ha apartado el hombre de su Dios!

 

Tus pensamientos en cuanto a tu conducta no son los pensamientos de Dios. Él considera que las criaturas que Él ha creado deben obedecerle, pero tú juzgas que no importa lo que el hombre haga con respecto a su Hacedor en tanto que sea justo con respecto a sus semejantes. Dios declara que ninguna conducta puede justificar a un hombre a menos que sea absolutamente perfecta, y enteramente conformada a Su ley; pero el hombre imagina que si hace cuanto pueda eso bastará, y que incluso aunque no haga cuanto pueda, una breve profesión de arrepentimiento saldará viejas cuentas, y el ser humano puede quedar autojustificado delante de Dios. El hombre piensa que ha actuado maravillosamente si de vez en cuando presta un poco de atención a una religión externa aun cuando su corazón esté lejos de Dios; pero el Señor mira al corazón, y escudriña los lugares secretos de la mente, y no valora nada excepto lo que es realizado por amor a Él. El hombre desdeña lo interior y sólo considera lo exterior, pues los pensamientos de Dios no son sus pensamientos.

 

Oh, ustedes, que están satisfechos con su propia conducta, y perfectamente contentos porque les va lo suficientemente bien, yo les imploro que recuerden que sus pensamientos auto-adulatorios no son los pensamientos de Dios. Él mira dentro de los secretos del alma, y no se deja engañar por las palabras y las profesiones de quienes se acercan a Él de labios pero continúan en secreto en su iniquidad.

 

Además, los pensamientos de Dios en cuanto a la vida que el hombre necesita para la salvación, son muy diferentes de los pensamientos del hombre. ¿Notaron cómo dice en este capítulo: “Oíd, y vivirá vuestra alma”? Él opina, entonces, que el hombre está muerto mientras no haya oído la palabra de Dios en su alma. El hombre calcula que está lo suficientemente vivo; está perfectamente satisfecho con la vida mental que posee, y no desea una vida espiritual, pues aun no la comprende. ¡Aquí hay una amplia diferencia! Oh, pecador, Dios considera que estás muerto y que has comenzado a descomponerte. Te ve como vemos nosotros un cadáver que nos impulsa a exclamar: “Sepultaré mi muerta de delante de mí”. Pero tú consideras que eres una criatura de hermoso aspecto, llena de belleza, de abundante habilidad, y capaz de realizar a voluntad todos los actos espirituales. Te jactas de gozar de libre albedrío y fuerza de corazón para enderezar todas las cosas en el momento que te agrade, y de tener valor y resolución para erradicar todo mal que pudiera asediarte. En tu propia estima tú eres tan fuerte como Goliat, pero Dios no piensa igual. Su Espíritu eterno sabe que estás muerto y ha venido para darte vida; mira que no la rechaces. No digas en tu corazón: “Tengo suficiente vida y no necesito nada del Altísimo”, pues eso sería tu segura destrucción.

 

Además, los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos respecto a la verdad. Los pensamientos de Dios respecto a la verdad evidentemente no coinciden con los del hombre, pues nada excepto la gracia divina puede inducir al hombre a creer en las doctrinas del Evangelio, o a guardarlo fiel en ellas. Cada generación pareciera producir su propio conjunto de hombres que se oponen firmemente a la verdad de Dios desde alguna nueva perspectiva. Estos escribas y los que llevan el registro de las torres están maravillosamente ocupados precisamente ahora (1). Tenemos entre nosotros a un gran grupo de hombres que han ganado una reputación por atreverse a atacar a la verdad establecida -hombres sabios si aceptamos la opinión que tienen de sí mismos- pues nunca se sienten más cómodos que cuando hacen resonar las alabanzas de su propia cultura y de su amplitud mental. Estos filisteos han invadido el templo bajo la pretensión de despabilar nuestras lamparillas, pero su objetivo es apagarlas. La luz del Evangelio es demasiado clara para ellos, y buscan oscurecerla, y por eso hacen nuevas lecturas de los textos que ya han sido traducidos por mejores eruditos de lo que ellos serán jamás, y ofrecen nuevas interpretaciones sobre las doctrinas que sostuvieron sus padres, interpretaciones que sus progenitores repudiarían indignadamente. En términos generales, estos hombres niegan todo lo que la fe considera valioso, y no obstante, esperan ser considerados cristianos. Ellos suprimen las partes esenciales de toda verdad, y con todo, pretenden creerla. Su avanzado pensamiento, como un vampiro, chupa la sangre de las venas de la verdad, y quien quiera desechar lo execrable es llamado un intolerante y un necio. Estos reverendos infieles han de ser tolerados como nuestros ministros, o si rehusamos reconocerlos como ministros cristianos que gastan todas sus energías en minar al cristianismo, estamos en peligro de ser ridiculizados por el equipo de los sabios que ahora clamorea a oídos públicos. Bien, siempre fue así. El hombre se considera tan sabio y bueno que no le gustan los pensamientos de Dios respecto a él, a su caída, a su culpa, y a su peligro. Trata de repensar la revelación, la trastorna, y luego llama a sus divagaciones “cultura” y pensamiento. Para apartarse de la clara enseñanza de la Escritura parlotea acerca del avance, un avance que consiste en apartarse de la luz, y un avance que nos llevará de regreso a una infidelidad absolutamente evidente a menos que Dios lo impida en Su infinita misericordia. Al hombre no le gustan los pensamientos de Dios. Si Dios considera al hombre depravado, él no lo acepta; siente que es algo vergonzoso hablar así de un ser tan noble como él mismo. Si Dios declara que el hombre está tan caído que tiene que nacer de nuevo, no lo aceptará; rociará unas cuantas gotas de agua sobre la frente del bebé: ¡eh, listo! Ya está hecho. Si Dios piensa que el pecador será arrojado en el infierno, donde el gusano de ellos no muere, los miedos del hombre son apaciguados cuando algún gran teólogo le garantiza que no hay infierno, que no encuentra mención alguna del infierno en la Biblia, y que en el peor de los casos sólo cesará de existir. Así piensan ellos, en oposición al pensamiento divino, pues para siempre es cierto que: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová”.

 

En el asunto de la salvación los pensamientos de Dios no son los pensamientos del hombre, pues Dios piensa que el hombre ha pecado de tal manera que tiene que ser condenado a menos que se encuentre un sustituto. El hombre no piensa así. Dios pone delante de él el perdón libremente presentado por medio de la sangre preciosa; el hombre piensa comprarlo mediante sus devociones, o ganarlo gracias a sus méritos. De aquí el lenguaje que precede a nuestro texto: “¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura. Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma”, y así sucesivamente. Esos versículos contienen la explicación del pensamiento de nuestro texto; “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová”.

 

Noten, entonces, queridos amigos, que este es un llamado al arrepentimiento. Amigo, si piensas rectamente, te someterás a pensar como Dios piensa. Si tus pensamientos fueran lo que deberían ser, no contradirían a los pensamientos de Dios, pues Él sabe más que tú y lo sabe mejor que tú. ¿Acaso el Infinito, el Eterno, ha de ser juzgado por el juicio del hombre? ¿Ha de ser analizado en el laboratorio del químico? ¿Han de ser ridiculizados Sus pensamientos porque son contrarios a la filosofía reinante que probablemente no es más verdadera que las muchas otras formas de ignorancia humana que han venido y se han ido en los siglos pasados? ¿No se derretirá como una niebla el sueño presente de la sabiduría mortal delante del sol de la verdad del Evangelio? ¿Acaso el grandioso sistema de la salvación y de la providencia de Dios ha de ser emplazado por el tribunal de los científicos que no pueden hacer otra cosa que chochear a la manera de sus predecesores? ¿Ha de ser juzgada y condenada la revelación divina de la misma manera que los hombres juzgan a un ladrón? Es peor que eso todavía pues estos sabios desprecian tanto la enseñanza del Señor que uno pensaría que fueran un comité de doctores examinando a un maníaco. Hemos de aborrecer la presunción del escepticismo, y hemos de ser lo suficientemente sabios para reconocer nuestra necedad; hemos de ser lo suficientemente racionales para aceptar que Dios debe ser obedecido, y no cuestionado, y que Su revelación debe ser creída, y no criticada. Aunque pensemos torcidamente, los pensamientos de Dios son rectos; aunque pensemos servilmente, Dios piensa sublimemente; aunque pensemos en una escala finita y errónea, Dios piensa infinita e infaliblemente; y nos corresponde corregir continuamente nuestros pensamientos según la palabra infalible, para que nuestras mentes sean guardadas en armonía con las seguras expresiones del Espíritu Santo.

 

Ahora, el texto prosigue diciendo que los caminos del hombre no son como los de Dios: “Ni vuestros caminos mis caminos”. Nuestros caminos son las acciones externas que se originan en nuestros pensamientos. Los caminos de Dios son caminos de santidad y pureza. Dios no ha hecho nunca nada injusto contra Su criatura ni ha hecho nada injusto contra Él mismo. Pero nuestros caminos no son así; están llenos de error, están desfigurados por el mal, están contaminados por la impureza. Por naturaleza amamos lo que deberíamos odiar. A menudo ponemos lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo. Oh, hermanos, cuando piensan en el carácter de Dios y luego piensan en el mejor hombre que haya vivido jamás, comprueban ciertamente que: “como son más altos los cielos que la tierra”, son Sus caminos sobre los nuestros. Los caminos de Dios son caminos de amor y ternura; Él es muy compasivo y está lleno de conmiseración; pero nuestros caminos no son así; a menudo somos duros con los demás, y no le devolvemos un amor filial a Dios. Quiero decir: no, a menos que Su gracia se encuentre con nosotros, e incluso entonces nos quedamos cortos de caminar en el amor de Dios como Él camina en amor por nosotros. Los caminos de Dios son caminos de verdad; Él nunca miente, nunca nos ha sido infiel ni ha incumplido Su promesa; pero nosotros, por el contrario, hemos demostrado ser falsos para con Él muchas veces. “Has prevaricado con prevaricación de desleales”, dijo el profeta en tiempos antiguos, y la acusación contra nosotros está vigente en este día.

 

Hemos traicionado a Dios, pero Él ha sido la fidelidad misma para nosotros. Nuestras buenas resoluciones se han disuelto en el aire; nuestras promesas han sido incumplidas; nuestros votos han sido todos olvidados. Dios es únicamente verdad y fidelidad para nosotros, y nosotros únicamente somos desconfianza y duda y traición para Él, y si no fuera por Su gracia divina habríamos caído incluso en la apostasía, y habríamos sido como el hijo de perdición que traicionó a su Señor.

 

Los caminos de Dios son caminos de perdón y de paz. Él no desea la muerte del pecador. Él es muy paciente, aguanta mucho y tolera continuamente nuestras provocaciones. Está deseoso de que los hombres se familiaricen con Él, y estén en paz. Sus caminos son caminos de reconciliación, caminos de perdón, caminos de amor y de amabilidad; pero, ¿no ven que los caminos del hombre natural son perversos? Por naturaleza no deseamos tener amistad con Dios; por el contrario, nos aferramos a cualquier cosa que pueda agravar nuestra transgresión y ampliar la brecha entre nosotros y nuestro ofendido Señor. No tenemos paciencia y ni siquiera podemos soportar un poco de sufrimiento o de tribulación que Él permite, sin queja, ni murmullo. Hay hombres en torno nuestro que quieren darse la vuelta y maldecirlo en Su cara, cuando Su mano está golpeándolos y corrigiéndolos por su bien; sí, y lo harán injustificablemente, sin una sombra de razón. Nuestros caminos no son los caminos de Dios. Esto es válido en cuanto a todo pecador bajo el cielo, y en alguna medida es cierto respecto de los mejores hombres: “Ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová”.

 

Bien, ahora, amados, dos personas no pueden caminar juntas en el cielo a menos que sean de una sola mente, de tal manera que nuestros caminos y los caminos de Dios tienen que asemejarse en carácter. Ahora bien, no es posible que concibamos que Dios haga que Sus pensamientos sean semejantes a nuestros pensamientos. ¿Quién desearía algo así? ¿Quién desearía que el sabio y bueno se inclinara a pensar nuestra insensatez y a actuar nuestra locura? ¿Quién desearía que el glorioso y perfecto se rebajara a pensar y a actuar de la manera que lo hace el injusto y que lo hace el impío? Sus pensamientos no pueden ser reducidos a los nuestros. ¿Qué hacer entonces? Vamos, tenemos que elevarnos a Él. Por supuesto que no a Su majestad y sublimidad, pero tenemos que elevarnos a Su santidad, a Su verdad y a Su amor. De aquí el mandamiento que precede a nuestro texto: “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová”. Si no se puede esperar que la pureza se vuelva impura, pidamos que nuestra impureza sea suprimida, y que seamos limpiados a los ojos del Señor, para poder tener comunión con Él.

 

Y ahora les pido que consideren la dificultad de esto. “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos”. ¡Vuelve acá tus ojos, oh autosuficiencia! ¿Puedes saltar al cielo? Estando aquí abajo sobre esta tierra, ¿podrías tú saltar con un resorte arriba de aquellas estrellas, ascender a la santidad de Dios y volverte partícipe de la naturaleza divina? Ciertamente, ahora tienes ante ti una tarea que te hará confesar tu incapacidad. Con todo, tal educación tiene que ser completada si hemos de morar con Dios y tener comunión con Él. Estos caminos cenagosos e inmundos han de convertirse en algo como el sendero puro y perfecto del tres veces Santo o no podemos caminar con Él. ¿Cómo, entonces, hemos de ser izados de la tierra al cielo? La palabra que responde a la pregunta consta de dos sílabas incomparables: “gracia”. Dios en Cristo Jesús, por Su gracia todopoderosa, tiene que resucitarnos juntamente con Cristo. Aquel que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo tiene que inclinarse para alzarnos de la tumba del pecado y resucitarnos a una vida eterna, pues de otra forma nunca pensaremos Sus pensamientos ni seguiremos Sus caminos. No podemos entrar en la luz en la que mora excepto por las operaciones de Su divino Espíritu. Jesús dice: “Nadie viene al Padre, sino por mí”, y “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere”. El Espíritu Santo tiene que resucitarnos de nuestros delitos y pecados, liberarnos de los caminos en los que andamos de acuerdo al proceder de este mundo, y redimirnos del dominio de la mente carnal, que es enemistad contra Dios. Por la santificación tiene que liberarnos de nuestra corrupción interna, y continuar el proceso hasta conformarnos perfectamente a la imagen del Hijo de Dios sin par. Él obrará en todos los creyentes su semejanza con Jesús, y se dirá de nosotros: “Son sin mancha delante del trono de Dios”, y Cristo mismo dirá: “Andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas”. Es claro, entonces, que nuestro texto es una suave pero enérgica reprensión, velada en abundante amor.

 

II.   Ahora, en segundo lugar, consideraremos el texto bajo otro aspecto. Aquí vemos que SE PROMUEVE EL ARREPENTIMIENTO. Amablemente les pido que miren el versículo siete: “Vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos”. Es claro que hay un eslabón que conecta a la abundancia del perdón con el excelso carácter de Dios, y que los hombres son alentados a abandonar sus caminos y sus pensamientos por la esperanza del perdón que se deriva de la grandeza de los pensamientos y de los caminos divinos.

 

Primero, oh pecador, vuélvete de tu camino de inmediato y busca al Señor, y no te detengas por no poder entender a Dios. No es necesario que comprendas Sus caminos y Sus pensamientos; no se te pide que lo hagas; de hecho, el texto te informa que no puedes hacer nada de eso. Se te ordena que abandones tu camino y que recibas misericordia oyendo Su palabra y creyéndola, pues como son más altos los cielos que la tierra, así son Sus caminos más altos que los tuyos. Tú no puedes entenderlo; pierdes tiempo haciendo esta pregunta y aquella, atisbando en los propósitos eternos de Dios, contemplando la deslumbrante luz de la soberanía, cuestionando el amor que elige, adivinando los misterios de la trinidad, y cosas semejantes; lo que tú tienes que hacer es: “oíd, y vivirá vuestra alma”. Vuélvete a nuestro Dios, y Él te perdonará abundantemente. Aunque no puedas lidiar con Su sublimidad, sométete a Su misericordia. Puedes concluir que no se pretende que entiendas al infinito, pues se te dice que Sus pensamientos y Sus caminos son más altos que los tuyos; se te exhorta a buscarlo mientras pueda ser hallado, y a llamarlo en tanto que está cercano. Ven y acepta Su libre invitación de darte vino y leche sin dinero y sin precio. Abandonando tu pecado, ven y ten paz con Él de inmediato.

 

Tampoco debes emprender el regreso porque no puedes encontrar un paralelo a la gracia que Dios declara que exhibirá para contigo. Qué importa que hayas revisado toda la historia humana y no puedas encontrar nada entre los hombres que iguale a la abundancia del perdón divino; no por eso dudes en creer, pues los pensamientos de Dios son más altos que todos los pensamientos humanos. Al hombre le resulta difícil perdonar. Una de las lecciones más arduas que han aprendido algunos es perdonar a sus hermanos hasta setenta veces siete. Para el hombre es difícil perdonar ofensas repetidas; la repetición de la provocación usualmente le aporta un argumento para la ira. También le resulta difícil perdonar a un gran número de ofensores; podría perdonar a uno, pero perdonar a muchos sobrepasa lo que la mayoría de los hombres intentará hacer jamás; los seres humanos están llenos de indignación y resisten a quienes los vejan. Cuando las ofensas son agravadas intencionalmente, cuando provocan por ser cometidas en contra del amor y de la amabilidad, los hombres no las perdonan. Incluso el más proclive a perdonar se enoja al final, pero Dios pasa por alto miríadas de transgresiones. No esperes hasta encontrar a un hombre que pudiera perdonarte. Dios puede hacer lo que el hombre nunca soñaría hacer. Sus pensamientos son más altos que tus pensamientos y Sus caminos más que tus caminos. Acaso tu conciencia haya estado ocupada respecto a tus deficiencias, y te sientas autocondenado. En la honestidad de tu juicio te has visto forzado a clamar: “yo no podría hacer otra cosa que dictar una sentencia condenatoria en mi contra si fuera constituido en mi propio juez. Es un veredicto justo, pero no olvides que Jesús murió, y ahora el ala de la misericordia puede remontarse mucho más alto que todos nuestros pensamientos; sí, los montes eternos del amor perdonador de Jehová están por encima de los cielos; la gracia supera a todas las otras cosas. Piensa en esto, oh pecador arrepentido, y ten ánimo.

 

El perdón otorgado por el hombre raramente es libre, a diferencia del perdón de Dios, quien se deleita en perdonar el pecado. Dios está dispuesto a perdonarnos apenas transgredimos. El perdón del hombre nunca es tan pleno como el de Dios, pues el Señor perdona y no alberga resentimiento. Él no conserva ningún recuerdo de nuestras transgresiones. Las arroja a las profundidades del mar y no las recuerda más. El perdón del hombre raramente es tan real como el de Dios, pues aunque el hombre dice que ha perdonado, no se deleita después en el ofensor como antes lo hacía; hay un enfriamiento en su corazón hacia la persona que le hizo daño y por su trato cauteloso demuestra que recuerda el mal; pero el Señor Dios olvida la transgresión, tan efectiva y eficazmente, que Él estrecha al ofensor en Su corazón, lo adopta en Su familia, y lo levanta para que more con Él por siempre en lo alto.

 

Ahora, amados, de acuerdo a nuestro texto, prescindiendo de cuáles sean sus caminos hacia Dios en el futuro, Él los excederá. ¿Son ahora rectos tus caminos hacia tu Padre? ¿Comienzas a buscar Su casa con trémulos pasos? He aquí, Él corre a recibirte. El Padre del hijo pródigo lo encuentra mucho más allá de la mitad del camino, pues Sus caminos son más altos que nuestros caminos. ¿Estás llorando delante de Él? Está bien; estos caminos de arrepentimiento son buenos, pero mejores son los caminos de Dios, pues Jesús está delante de ti, desangrándose por tu causa. Él da sangre en vez de lágrimas. ¿Amas al Redentor porque murió por ti? Ay, tú no amas tan grandemente como Él te ama. Su amor es un océano, y el tuyo es un charquito. ¿Le darás toda tu vida a partir de ahora? Sin embargo, no es una vida como la que Él te da a ti: ¡una vida perfecta y eterna, y toda tuya! Él vive para ti, y dice: “Porque yo vivo, vosotros también viviréis”. Regresa, oh penitente, pues cuando regreses, si la gracia divina ha puesto alguna bondad en tus caminos, a pesar de ello habrá todavía infinitamente más bondad en los caminos de Dios.

 

Y en cuanto a tus pensamientos, ¿puedes imaginar cómo te recibirá? Oh, no tienes ni la menor idea del gusto con que te recibirá, y cuán amablemente lo hará. Estás a punto de clamar: “Ya no soy digno de ser llamado tu hijo”, pero Él dirá a Sus siervos: “Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies”. Tú esperas que haya alegría cuando seas restaurado, pero no tienes ni la menor idea de la música y del baile que llenarán de regocijo al cielo mismo. Tienes una débil esperanza de que Dios te ame, pero no tienes idea de cuánto ni qué grandes cosas hará Su amor por ti. Los más fieles testigos de Dios no te han dicho ni la mitad respecto a eso. Quienes han experimentado más el amor divino nunca han sido capaces de comunicarte ni la menor idea de lo que es el amor. Los pensamientos de Dios son más altos que tus pensamientos, como son más altos los cielos que la tierra. Ven a Él, entonces. ¡Una gracia infinita te espera, una tierna recepción, una perfecta limpieza, un adorno divino, la seguridad eterna y la bienaventuranza sin fin! ¡Todo eso será tuyo! La vida de Dios estará en ti, y el gozo de Cristo te llenará completamente. Si esto no conduce a los hombres a arrepentirse, ¿qué podría hacerlo?

 

III.   Y ahora abordemos el tercer punto, que es: LA EXPECTACIÓN DESPERTADA. Dije que me iba a apegar al contexto del texto, y así lo haré; pero esta vez el eslabón es hacia delante en vez de hacia atrás. “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos. Porque” –pueden ver que hay una palabra que vincula: “porque”, la cual une a nuestro texto con lo que sigue: “Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra”. Ahora, si ustedes oyen atentamente al Señor y hacen que los pensamientos de ustedes sean Sus pensamientos, y oran sinceramente pidiéndole que Sus caminos sean los caminos de ustedes a partir de este momento y por siempre, pueden albergar justamente las más sublimes expectativas, porque serán excedidas.

 

Este capítulo les dice qué deben esperar. Primero, han de esperar que la palabra del Señor no les fallará nunca. ¿Cuál es esta “palabra”? Ya hemos considerado “pensamiento” y “camino”, y ahora llegamos a “palabra”. La palabra de Dios es Su pensamiento hablado, y la palabra de Dios es también Su camino, pues “Él habla y se hace, ordena y permanece firme”. Su palabra es “pensamiento” y “camino” unidos. Ahora, esa “palabra” Suya nunca dejará de cumplirse para ustedes.

 

Pobre pecador, abandona tus caminos, abandona tus pensamientos, y ven y confía en Dios, y Su palabra será como Él mismo, inmutable, eterna, infalible y llena de ilimitada bendición para ti. Será poderosa para bendecirte, potente para fertilizarte; será como la lluvia y la nieve que no regresan al cielo, sino que se hunden en la tierra para hacerla producir y florecer. A partir del día en que seas reconciliado con Dios, puedes tomar cualquier promesa que encuentres en la palabra y puedes decir: “Señor, cumple esta palabra a Tu siervo en la que me has hecho esperar”, y así será. Ven y confía en Él, y promesas que ahora parecieran estar fuera de tu alcance, y que son demasiado ricas para un pobre gusano como tú, serán todas cumplidas en ti; descenderán sobre tu alma como benignas lluvias, y te llenarán de alegría. Tal es la plenitud de su poder que serás capaz de responder a la palabra de Dios mediante una vida santa y llena de gracia, y tu alma, estéril como es ahora, será conducida a producir y a florecer. Esa es una cosa bendita que puedas esperar confiadamente, pues estás viniendo a un Dios de grandes caminos y de grandes pensamientos.

 

Lo siguiente es que estás regresando a un Dios cuyos caminos están tan por encima de tus caminos, y Sus pensamientos están tan por encima de tus pensamientos, que tu corazón será llenado de gozo: “Con alegría saldréis, y con paz seréis vueltos”. Dios no romperá meramente sus cadenas ni dirá con fríos acentos: “Eres libre”; sino que te soltará en medio de la música de los astros, y los ángeles te conducirán en paz y tu lengua cantará: “¡He sido perdonado! ¡He sido perdonado! ¡Soy acepto! ¡He sido redimido! He aquí que ahora salgo de mi cautividad con gozo, y los ángeles de Dios me conducen con paz”. ¿Quién no sería un penitente si pueden esperarse tales cosas de la sublime grandeza de la bondad de Dios?

 

Junto a esto, todo tu medio ambiente ministrará a tu alegría. “Los montes y los collados levantarán canción delante de vosotros, y todos los árboles del campo darán palmadas de aplauso”. En tu viaje a lo largo de la vida, los montes han sido hasta aquí difíciles de escalar, y han sido tu terror los bosques enmarañados y oscuros; pero ahora Dios es tan grandemente bueno para con aquellos cuyos caminos se convierten en Sus caminos, que el monte que solías temer prorrumpirá en un cántico, y el bosque ante el cual temblabas se convertirá en una orquesta en la que cada árbol aplaudirá de gozo. Ustedes no saben lo que les espera a los pecadores que se acercan. Ustedes que están dispuestos a oír para que viva su alma, ustedes que están dispuestos a aceptar el pacto que Dios hizo con un Hijo más grandioso que el gran David, ustedes verán al mundo entero vestido con ropas de alabanza, y su corazón será llenado de tanta alegría que se desbordará e inundará de gozo a toda la naturaleza.

 

Y luego les sucederán maravillosas transformaciones. Debido a que los caminos de Dios son más altos que sus caminos, Él hará lo que ustedes jamás pensaron que hubiera podido hacerse; las espinas serán transmutadas en abetos, y los cardos en arrayanes. Habrá un cambio en ustedes, un cambio tan maravilloso, que todas las cosas se volverán nuevas. Habrá un cambio en todo lo que les concierne; la Biblia se convertirá en un tesoro y el día domingo en un camino placentero. El pecado será desarraigado y será implantada la virtud. Los malos hábitos se marchitarán y los principios santos serán nutridos. Ustedes no saben y no pueden adivinar qué honor, placer, dignidad y gloria habrá en Cristo. Ustedes que nunca han venido a Dios no pueden concebir la bienaventuranza de vida con Dios por Jesucristo. Así como un sordo no puede tener ninguna noción de música, y así como uno que nació ciego no puede tener ninguna idea del esplendor del arcoíris, así también ustedes, sordos y ciegos, no saben lo que es la vida cristiana en cuanto a excelencia y felicidad, pero podrían adivinar que es sorprendentemente deliciosa al oír que como los cielos son más altos que la tierra, así los caminos del Señor son más altos que nuestros caminos.

 

Por último, esta misericordia ha de durar para siempre. Los pensamientos del hombre son por un tiempo, y sus caminos son sólo para una estación; Dios es eterno; cuando Él piensa, Sus pensamientos permanecen para siempre, y cuando Él actúa, Sus caminos son sempiternos. Irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios. Nunca cambia de opinión. Tal vez pienses que la salvación es algo que puede encontrarse y que puede perderse, que puede ganarse o retirarse, o que puede gozarse hoy y deplorarse mañana, y verdaderamente hay algunos que nos dicen que así es; pero eso no es lo que dice la palabra del Señor, pues escrito está: “Será a Jehová por nombre, por señal eterna que nunca será raída”. Una vez que vienes y caminas en los caminos de Dios, Su gracia te guardará en ellos, y encontrarás un creciente deleite en ellos. Una vez que aprendes los pensamientos de Dios, y sometes enteramente el intelecto y el corazón a Su supremacía, si es un sometimiento sincero, Su Santo Espíritu guiará tus pensamientos y dirigirá tus creencias a partir de ese momento, de tal manera que continuarás firme en Su temor, y tu senda será la senda del justo, que va en aumento hasta que el día es perfecto.

 

Oh, ¿quién no se someterá a un Dios como nuestro Dios, cuya bondad sobrepasa nuestros más ambiciosos deseos? Si me involucrara en la infortunada misión de urgirles a que se sometieran a un tirano irredento que nunca perdona, mi mensaje sería difícil de entregar; pero debido a que Jesús, el Hijo de Dios murió y por Su muerte ha expiado el pecado, estamos autorizados y hemos sido recibido poder para clamar en el nombre de Dios: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar”.

 

Si todo esto pareciera demasiado bueno para ser cierto, como a menudo ha sucedido, si el pecador se sintiere incapaz de creer que puede obtener perdón inmediato por una larga vida de transgresión, se nos ordena entonces decirte que no tienes que medir a Dios con tu patrón de medida, ni calcular lo que Él puede hacer por lo que tu vecino pueda realizar. El Señor puede perdonar lo que de otra manera nunca podría ser perdonado. Él puede derramar misericordias tan multiplicadas como para desconcertar a la aritmética humana. Él puede bendecirte más allá de tu deseo. Él puede deleitarte más allá de un sueño, y puede darte finalmente el cielo donde encontrarás: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido a corazón de hombre”. Aproxímate a Él, alma, de inmediato, cuando todavía demanda tu fe en la persona del Señor Jesús. No te rijas por buenas obras, ni oraciones ni lágrimas para obtener el perdón; no gastes tu dinero en lo que no es pan, sino ven, sin un centavo y pobre como eres, y compra el vino y la leche de la bendición del pacto, sin dinero y sin precio. Presta un oído dispuesto y entrega tu creyente corazón. “Oíd, y vivirá vuestra alma”; cree, y serás salvo. Por medio de Jesucristo proclamamos las buenas nuevas, y por Su causa imploramos una bendición sobre ellas. Amén.

 

Porción de la Escritura leída antes del Sermón: Isaías 55.

 

Nota del traductor:

 

(1) Esta es una referencia no literal a Isaías 33: 18. “¿Dónde está el que contaba (el escriba), dónde el que pesaba, dónde el que contaba las torres?” Biblia de Jerusalén.             

  

 

Traductor: Allan Román

1/Febrero/2012

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