El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
El Grandioso
Cumpleaños
NO.
1330
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Pero el
ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será
para todo el pueblo”. Lucas 2: 10.
No hay ninguna razón
sobre la tierra, fuera de la costumbre eclesiástica, para que el 25 de
Diciembre deba ser considerado como el cumpleaños de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo de preferencia a cualquier otro día entre el primero de Enero y el
último día del año; y, sin embargo, algunas personas guardan
Los pastores estaban
vigilando sus rebaños durante la noche; probablemente era una noche tranquila y
apacible, en la que sentían la usual dificultad de mantener abiertos sus
cansados párpados según el sueño les iba reclamando sus derechos. De pronto,
para sorpresa suya, un potente resplandor iluminó los cielos y convirtió a la
medianoche en un mediodía. La gloria del Señor, por lo cual se quiere
significar, de acuerdo al sentido del lenguaje, la mayor gloria concebible así
como la gloria divina, los rodeó y los alarmó, y en su medio vieron un espíritu
resplandeciente, una forma cuya similitud no habían contemplado nunca antes,
pero de la que habían oído hablar a sus padres, y sobre la que habían leído en
los libros de los profetas, de tal manera que sabían que se trataba de un
ángel. Ciertamente no era ningún común mensajero del cielo, sino “el ángel del
Señor”, ese ángel de presencia majestuosa, cuyo privilegio consiste en ser el
ángel más cercano a la majestad celestial, “doblemente resplandeciente en medio
de los seres resplandecientes”, y en ser utilizado en las misiones de mayor
trascendencia del trono eterno. “Y he aquí, se les presentó un ángel del
Señor”. ¿Te asombra que al principio tuvieran miedo? ¿No te alarmarías si algo
parecido te sucediera a ti? La quietud de la noche, lo repentino de la aparición,
el extraordinario esplendor de la luz, el aspecto sobrenatural del ángel, todo
tendía a asombrarlos y a infundirles un estremecimiento de alarma reverencial,
pues no dudo de que hubiera una mezcla tanto de reverencia como de miedo en ese
sentimiento que es descrito así: “y tuvieron gran temor”. Se habrían postrado
rostro en tierra sumidos en el terror de no haber sido porque de esa “gloria
del Señor” salió una voz afectuosa que les dijo: “No temáis”. Fueron
tranquilizados por ese dulce consuelo, y fueron capacitados para escuchar el
anuncio que siguió. Luego esa voz, en acentos dulces como la notas de una campana
de plata, prosiguió diciendo: “He aquí, os doy nuevas de gran gozo, que será
para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador,
que es Cristo el Señor”. Se les pidió que desecharan todo pensamiento de temor
y que se entregaran al gozo. Sin duda lo hicieron, y en toda la humanidad no
hubo nadie tan feliz a esas altas horas de la noche como aquellos pastores que
habían visto un asombroso espectáculo que jamás olvidarían, y que ahora
consideraban si no se debían apresurar para ver un espectáculo que sería más
deleitable aún, es decir, al Bebé del que les habló el ángel.
Que nos sobrevenga un
gran gozo a nosotros también mientras consideramos que el nacimiento de Cristo es causa de un supremo gozo. Una vez que
hayamos hablado de eso tendremos que preguntarnos, ¿a quién le pertenece ese gozo?; y en tercer lugar, vamos a
considerar cómo expresar esa dicha en
tanto que la poseen. Que el Espíritu Santo nos revele ahora al Señor Jesús, y
nos prepare para regocijarnos en Él.
I. EL
NACIMIENTO DE CRISTO DEBERÍA SER UN TEMA DE SUPREMO GOZO. Y con toda razón. Tenemos
el mandato del ángel de regocijarnos porque Cristo ha nacido. Es una verdad tan
plena de gozo que hizo que se llenara de alegría el ángel que había venido para
anunciarla. Él tenía poco que ver con el hecho, porque Cristo no escogió a los
ángeles, sino que escogió a la simiente de Abraham; pero yo supongo que el
pensamiento mismo de que el Creador esté vinculado con la criatura, que el
grandioso Invisible y Omnipotente establezca una alianza con lo que Él mismo
creó, provocó que el ángel, como criatura, sintiera que todas las criaturas eran
enaltecidas, y eso lo alegró. Además, había una dulce benevolencia de espíritu
en el pecho del ángel que lo ponía feliz porque traía tales buenas nuevas a los
caídos hijos de los hombres. Si bien ellos no son nuestros hermanos, los
ángeles sienten un amoroso interés en todos nuestros asuntos. Ellos se alegran
por nosotros cuando nos arrepentimos; son espíritus ministradores cuando somos
salvados, y nos transportan a lo alto cuando partimos; y estamos seguros de que
no son siervos indispuestos de su Señor, ni renuentes ayudadores de Sus amados.
Ellos son amigos del Esposo y se regocijan en Su regocijo; son sirvientes de la
casa de la familia de amor y nos atienden con una entusiasta diligencia que
evidencia la terneza de sentimiento que guardan por los hijos del Rey. Por esa
razón el ángel entregó su mensaje alegremente, como convenía al lugar de donde provenía,
al tema que lo hizo descender y a su propio interés en el asunto. Dijo: “Os doy
nuevas de gran gozo”, y estamos seguros de que habló con acentos de deleite. Sí,
tan alegres estaban los ángeles por este Evangelio que cuando terminó el
discurso, habiendo sido un ángel el que evangelizó y entregó el evangelio para
el día, de pronto un grupo de coristas apareció y cantó un himno dulce y sonoro
para que hubiera un servicio completo en la primera presentación de las buenas
nuevas de gran gozo. Una multitud de las huestes celestiales había oído que un
mensajero escogido había sido enviado para proclamar al Rey que había nacido,
y, llenos de santo gozo y de adoración, acopiaron fuerzas para seguirlo pues no
podían dejar que fuera solo a la tierra en una misión de esa naturaleza. Lo
alcanzaron justo cuando terminaba de pronunciar la última palabra de su
discurso, luego prorrumpieron en ese famoso cántico coral, el único cántico
entonado por ángeles que hubiere sido oído jamás por oídos humanos aquí abajo:
“¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los
hombres!” Así, digo, tuvieron un servicio completo; hubo un ministerio de
predicación del evangelio en un rico discurso concerniente a Cristo, y hubo una
devota y sentida loa proveniente de toda una multitud llena de gozo celestial.
Era un mensaje tan alegre que no podían permitir que fuera transmitido
simplemente por una solitaria voz, aunque se tratara de la voz de un ángel;
todos tenían que prorrumpir en un alegre coro de alabanza, cantando al Señor un
cántico nuevo.
Hermanos, si el
nacimiento de Jesús fue tan jubiloso para nuestros primos los ángeles, ¿qué
debería ser para nosotros? Si indujo a cantar a nuestros vecinos que tenían una
porción comparativamente tan pequeña en ello, ¡cómo debería alegrarnos a
nosotros! Oh, si hizo descender el cielo a la tierra, ¿no deberían nuestros
cánticos ascender al cielo? Si la puerta de perla del cielo se abrió de par en
par, y una procesión de seres resplandecientes descendió corriendo a los cielos
inferiores anticipando el tiempo en que todos ellos descenderán con solemne
pompa en el glorioso advenimiento del grandioso Rey; si vació a los cielos por
un tiempo para alegrar de tal manera a la tierra, ¿no deberían nuestros
pensamientos y nuestras loas y todo nuestro amor verterse hasta llegar a la
puerta eterna, dejando a la tierra por un momento para llenar el cielo con los
cánticos de seres mortales? Sí, verdaderamente, que así sea.
“¡Gloria al Rey que ha nacido!
Entonemos todos el himno,
‘Paz en la tierra por una misericordia indulgente;
Dios se ha reconciliado con los pecadores’”.
Pues, primero, el nacimiento de Cristo fue la encarnación
de Dios; era Dios quien asumía la naturaleza humana: un misterio, un
asombroso misterio, algo que debe creerse más bien que definirse. Con todo, fue
así que en el pesebre yacía un tierno infante que era también Infinito, un
débil niño que era también el Creador del cielo y de la tierra. Cómo pudo ser ésto
no lo sabemos, pero creemos ciertamente que así fue y nos regocijamos por ello,
pues si Dios asume la naturaleza humana, entonces la humanidad no está abandonada
ni es considerada como desahuciada. Cuando la humanidad quebrantó los lazos del
pacto, y arrebató del único árbol que había sido reservado el fruto prohibido,
Dios pudo haber dicho: “Renuncio a ti, oh Adán, y desecho a tu raza. ¡Así como
deseché a Lucifer y a todas sus huestes, así te abandono para que sigas el
camino de rebelión que has elegido!” Pero ahora no tenemos ningún miedo de que
el Señor llegue a hacer eso, pues Dios se ha desposado con la humanidad y se ha
unido a ella. Ahora la humanidad no es desechada por el Señor como algo
completamente maldito, ni es una abominación para Él para siempre, pues Jesús, el
Bienamado, ha nacido de una virgen. Dios no habría tomado a la humanidad en unión
consigo mismo si no hubiese dicho: “No lo desperdicies, porque bendición hay en
él”. Yo sé que la maldición cayó sobre los hombres porque pecaron, pero
evidentemente no sobre la humanidad en lo abstracto, pues de otro modo Cristo
no hubiera venido para asumir la forma de un hombre y nacer de una mujer. El Verbo
hecho carne significa esperanza para la humanidad a pesar de su caída. La raza
no ha de ser proscrita ni marcada con la marca de la muerte y del infierno, ni
ha de ser entregada completamente a la destrucción, pues, he aquí, el Señor se
ha desposado con la raza, y el Hijo de Dios se ha convertido en el Hijo del
hombre. Esto basta para hacer que todo lo que hay en nuestro interior cante de
gozo.
Luego, también, si Dios
ha tomado a la humanidad en unión consigo mismo, entonces ama al hombre y tiene
buenas intenciones para con él. ¡Mirad cuál amor nos ha dado Dios para que
contraiga esponsales con nuestra naturaleza! Pues Dios no se había unido nunca
antes a ninguna criatura de esa manera. Su entrañable misericordia había estado
siempre sobre todas Sus obras, pero ellas eran todavía tan distintas de Sí
mismo que una gran sima estaba puesta entre el Creador y lo creado, en lo que
respecta a la existencia y la relación. El Señor había creado muchas nobles
inteligencias, principados y potestades de los que poco sabemos; ni siquiera
sabemos qué pudieran ser esas cuatro criaturas vivientes que son las más
cercanas a la presencia eterna; pero Dios no había asumido nunca la naturaleza
de ninguna de ellas, ni se había aliado con ellas por medio de una unión real
con Su persona. Mas he aquí que se ha aliado con el hombre, esa criatura un
poco menor que los ángeles, esa criatura que ha de sufrir la muerte en razón de
su pecado; Dios ha entrado en unión con el hombre, y por tanto, con toda seguridad
lo ama indeciblemente, y tiene grandes pensamientos de bien para él. Si el hijo
de un rey se casa con una hija de un pueblo rebelde, entonces para esa raza
rebelde hay perspectivas de reconciliación, perdón y restauración. En el
grandioso corazón del Ser Divino debe de haber maravillosos pensamientos de piedad
y de amor condescendiente, cuando se digna tomar la naturaleza humana en unión
consigo mismo. Hay gozo, gozo eterno; hagamos resonar el sonoro címbalo del
deleite, pues la encarnación es un buen presagio para nuestra raza.
Si Dios se ha unido a la
humanidad, entonces Dios se compadecerá del hombre, se apiadará del hombre, recordará
que es polvo y tendrá compasión de sus debilidades y flaquezas. Ustedes saben,
amados, cuán agraciadamente es así, pues ese mismo Jesús que nació de una mujer
en Belén, se compadece de nuestras debilidades habiendo sido tentado en todo
según nuestra semejanza. Si no se hubiese hecho hombre, nuestro grandioso Sumo
Sacerdote no habría poseído una simpatía práctica tan íntima. Si no se hubiese
hecho también hueso de nuestro hueso y carne de nuestra carne, no habría tenido
una perfecta identificación con nosotros ni siquiera por ser divino. El Capitán
de nuestra salvación sólo podía ser perfeccionado por aflicciones; era
necesario que como los hijos eran partícipes de carne y sangre, Él mismo tomara
parte de lo mismo. Por esto podemos hacer tañer las campanas de plata otra vez,
puesto que ahora el Hijo de Dios simpatiza íntimamente con el hombre porque es
hecho en todo semejante a Sus hermanos.
Además, es claro que si
Dios condesciende a establecer una alianza tan íntima con la humanidad, tiene
la intención de liberar al hombre y bendecirlo. La encarnación profetiza salvación.
Oh, alma creyente, tu Dios no puede tener la intención de maldecirte. ¡Mira al
Dios encarnado! ¿Qué lees allí sino salvación? Dios encarnado tiene que
significar que Dios tiene la intención de poner al hombre sobre todas las obras
de Sus manos, y de darle dominio, conforme a Su intención original, sobre todas
las ovejas y bueyes y todo lo que pasa por los senderos del mar y del aire; sí,
tiene que significar que ha de haber un Hombre bajo cuyos pies serán puestas
todas las cosas, de tal manera que incluso la muerte misma estará sujeta a Él.
Cuando Dios se inclina al hombre tiene que significar que el hombre ha de ser
levantado hasta Dios. ¡Qué gozo hay en esto! ¡Oh que nuestros corazones estuvieran
por lo menos vivos a medias a la encarnación! ¡Oh, que al menos supiéramos la
milésima parte del indecible deleite que está oculto en este pensamiento: que
el Hijo de Dios nació como un ser humano en Belén! Así ven que hay una
desbordante causa de gozo en el nacimiento de Cristo, porque fue la encarnación
de
Pero, adicionalmente, el
ángel explicó el motivo de nuestro gozo diciendo que quien nació era para nosotros un Salvador. “Os ha nacido hoy… un
Salvador”. Hermanos y hermanas, yo sé quiénes se alegrarán más hoy pensando que
Cristo se encarnó para ser un Salvador. Serán aquellos que están más
conscientes de su condición de pecadores. Si quieren extraer música de esa arpa
de diez cuerdas: de la palabra “Salvador”, dénsela a un pecador. “Salvador” es
el arpa, pero “pecador” es el dedo que tiene que tocar las cuerdas para
producir la melodía. Si reconoces que estás perdido por naturaleza, y perdido
por la práctica, si sientes el pecado como una plaga en tu corazón, si el mal
te cansa y te aflige, si has conocido el peso y la vergüenza de la iniquidad,
entonces será una bienaventuranza para ti oír acerca de ese Salvador que es
provisto por Dios. Aun como un bebé, Jesús el Salvador es precioso para ti,
pero sobre todo lo es porque ha concluido ahora toda la obra de tu salvación.
Tú pondrás tu mirada en el comienzo de esa obra, y la inspeccionarás hasta su
conclusión, y bendecirás y engrandecerás el nombre del Señor. A ustedes, oh a
ustedes, que son los peores pecadores, incluso a ustedes que están conscientes
de ser culpables, les ha nacido un Salvador. Él es un Salvador por nacimiento;
nació para cumplir ese propósito. Salvar a los pecadores es Su derecho de
nacimiento y Su oficio. Salvar a los perdidos es a partir de ahora una
institución del dominio divino, y un oficio de la naturaleza divina. A partir
de ahora Dios ha delegado la ayuda en Uno que es poderoso, y ha exaltado a Uno
elegido del pueblo, para buscar y salvar lo que se había perdido. ¿Acaso no hay
gozo en esto? ¿Dónde más hay alegría si no es aquí?
El ángel nos dice en
seguida que este Salvador es Cristo el
Señor, y hay mucha alegría en ese hecho. “Cristo” significa ungido. Ahora, cuando sabemos que el
Señor Jesucristo vino para salvar, es sumamente agradable percibir
adicionalmente que el Padre no le permite iniciar Su misión sin la calificación
necesaria. Él es ungido por el Altísimo para cumplir con Sus oficios que ha
asumido: el Espíritu del Señor reposó sobre Él sin medida. Nuestro Señor es
ungido en un triple sentido: como profeta, sacerdote y rey. Se ha observado
apropiadamente que este ungimiento, en su triple poder, nunca reposó en ningún
otro hombre. Ha habido profetas-reyes, por ejemplo, David; hubo un
sacerdote-rey, Melquisedec; y ha habido también profetas-sacerdotes, tales como
Samuel. Así ha sucedido que dos de los oficios han estado unidos en un hombre,
pero todos los tres: profeta, sacerdote y rey, nunca se juntaron en un ser tres
veces ungido sino hasta que vino Jesús. Tenemos la más plena unción concebible
en Cristo, quien es ungido con el óleo de alegría más que a sus compañeros, y
como el Mesías, el Enviado de Dios, está completamente preparado y calificado
para toda la obra de nuestra salvación. Nuestros corazones deben alegrarse. No
tenemos un Salvador nominal, sino un Salvador equipado plenamente; uno que en
todo es semejante a nosotros, pues es hombre, pero en todo es idóneo para brindar ayuda a la debilidad
que asumió, pues Él es el hombre ungido. Vean qué íntima mezcla de lo divino y
de lo humano se encuentra en el cántico de los ángeles. Cantan con respecto a
Él como “un Salvador”, y un Salvador, para salvar de la muerte y del infierno,
tiene que ser divino necesariamente; y con todo, el título es tomado de Sus
tratos con la humanidad. Luego cantan de Él como “Cristo”, y eso tiene que ser
humano, pues sólo un hombre puede ser ungido aunque esa unción provenga de
Dios. Hagan sonar las trompetas del jubileo por este Ser maravillosamente
ungido, y regocíjense en Aquel que es su sacerdote que los limpia, su profeta
que los instruye, y su rey que los libera. Los ángeles cantaron de Él como
Señor, y aun así, como alguien que había nacido; entonces aquí lo divino en
dominio es unido con lo humano en nacimiento. Cuán bien coincidieron las
palabras y el sentido.
El ángel prosiguió
dándoles a esos pastores otro motivo de gozo diciéndoles que si bien el Salvador
había nacido para ser el Señor, también había
nacido tan humildemente que encontrarían al bebé envuelto en pañales, recostado
en un pesebre. ¿Hay motivo de gozo en eso? Yo digo que sí lo hay, pues el
terror a
Ahora fíjense que los
pastores no iban a encontrar a este bebé envuelto en púrpura de Tiro ni envuelto
en telas escogidas traídas desde lejos.
“Ninguna corona engalana Su hermosa frente,
No hay perlas, ni joyas ni seda allí”.
Tampoco lo descubrirían
en los salones de mármol de los príncipes, ni custodiado por legionarios
pretorianos, ni atendido por soberanos vasallos, sino que lo encontrarían como
el bebé de una mujer campesina, de linaje principesco, es cierto, pero de una
familia cuya cepa estaba seca y olvidada en Israel. El muchacho era conocido
como el hijo de un carpintero. Si contemplaras al humilde padre y a la madre, y
al pobre lecho que habían preparado donde antes se habían alimentado los bueyes,
dirías: “Esto es, en verdad, condescendencia”. Oh, ustedes que son pobres,
alégrense, pues Jesús nació en la pobreza, y fue acunado en un pesebre. Oh,
ustedes, hijos de la fatiga, regocíjense, pues el Salvador ha nacido de una
humilde virgen, y un carpintero es su padre adoptivo. Oh, ustedes, personas que
son a menudo humilladas y pisoteadas, el Príncipe de
Y esto no es todo. El
ángel pidió que se alegraran y yo también pido lo mismo, sobre esta base: que el nacimiento de este niño traería gloria a
Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres. El
nacimiento de Cristo ha dado tal gloria a Dios como no he sabido que hubiera
podido recibirla jamás de aquí por ningún otro medio. Debemos hablar siempre con
acentos suaves y bajos cuando hablamos de la gloria de Dios; en sí misma ha de
ser siempre infinita y no puede ser concebida por nosotros, y sin embargo, ¿no
podríamos aventurarnos a decir que todas las obras de las manos de Dios no lo
glorifican tanto como el don de Su amado Hijo; que toda la creación y toda la
providencia no exhiben tan bien el corazón de
Es gracias al nacimiento
de nuestro Señor Jesús que hay ya una medida de paz en la tierra y una
ilimitada paz venidera. Los dientes de la guerra ya han sido quebrados de
alguna manera, y los fieles dan un testimonio contra este gran crimen. La
religión de Cristo pone en alto su escudo sobre los oprimidos, y declara que la
tiranía y la crueldad son despreciables ante Dios. A pesar de los abusos y escarnios
que pudieran ser amontonados sobre el verdadero ministro de Cristo, él no
callará mientras haya nacionalidades y razas pisoteadas necesitadas de su
intervención, y los siervos de Dios no cesarán en ningún lugar de mantener la
paz entre los hombres hasta el límite de su poder, mientras sean fieles al
Príncipe de Paz. Viene el día cuando este creciente testimonio prevalecerá, y
las naciones no aprenderán ya más a hacer la guerra. El Príncipe de Paz romperá
la lanza sobre su rodilla. Él, el Señor de todo, quebrará las flechas del arco,
la espada y el escudo y la batalla, y lo hará en Su propia morada, en Sion, que
es más glorioso y excelente que todos los montes de caza. Tan ciertamente como
Cristo nació en Belén hará todavía que todos los hombres sean hermanos, y
establecerá una monarquía universal de paz que no tendrá término. Por tanto, si
valoramos la gloria de Dios hemos de cantar, pues el niño que ha nacido la
revela; y si valoramos la paz en la tierra hemos de cantar, pues Él ha venido a
traerla. Sí, y si amamos el vínculo que liga al cielo glorificado con la tierra
pacificada, la buena voluntad para con los hombres que el Eterno manifiesta en
esto, agreguemos una tercera nota a nuestros aleluyas y bendigamos y
engrandezcamos a Emanuel, Dios con nosotros, que ha realizado todo esto por Su
nacimiento entre nosotros. “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz,
buena voluntad para con los hombres!”
Creo que les he mostrado
que había suficiente lugar para el gozo entre los pastores, pero ustedes y yo,
que vivimos en días postreros, cuando entendemos todo el asunto de la
salvación, deberíamos estar todavía más alegres que ellos, aunque glorificaron
y alabaron a Dios por todas las cosas que habían visto y oído. Vamos, hermanos
míos, hagamos al menos tanto como lo que hicieron esos sencillos pastores, y
regocijémonos con toda nuestra alma.
II. En
segundo lugar, consideremos A QUIÉNES PERTENECE ESTE JÚBILO. Mi espíritu estaba
muy abatido ayer, pues este clima inclemente tiende a deprimir grandemente la
mente.
“Ninguna alondra podría lanzar sus trinos
Bajo cielos tan lúgubres y grises”.
Pero se me vino un pensamiento
que me llenó de intensa dicha. Se los digo, no porque vaya a parecerles algo,
sino porque me alegró. Me incumbe básicamente a mí y es como para ponerlo en
paréntesis; es esto: que el gozo del nacimiento de Cristo en parte pertenece a quienes lo declaran, pues
los ángeles, que lo proclamaron estaban sumamente alegres, tan alegres como la
alegría misma. Pensé en esto y susurré en mi corazón: “Puesto que voy a hablar
de Jesús nacido en la tierra por los hombres, voy a permitirme estar también
alegre, alegre al menos por llevarles ese mensaje”. Se me salieron las
lágrimas, y allí están presentes incluso ahora, pensando que tengo el
privilegio de decirles a mis congéneres: “Dios ha condescendido a asumir la
naturaleza de ustedes para salvarlos”. Estas son palabras tan grandiosas y
alegres como las que pudiera haber pronunciado el varón de la boca de oro. En
cuanto a Cicerón y Demóstenes, esos elocuentes oradores no tenían un tema
semejante sobre el cual hablar. ¡Oh, cuánta dicha, cuánta dicha, cuánta dicha!
Nació en este mundo un varón que es también Dios. Mi corazón danza como David
danzó delante del arca de Dios.
Este gozo no estaba
destinado únicamente para los transmisores de las buenas nuevas, sino para todos los que las oyeran. Lean de
esta manera: “todo el pueblo”, si
quieren, pues así, tal vez, podría requerirlo la letra del original. Bien, entonces,
significaba que era una dicha para toda la nación de los judíos; pero, con toda
seguridad, nuestra versión es más fiel al espíritu interno del texto; que
Cristo hubiera nacido es gozo para todo el pueblo sobre la faz de la tierra. No
hay una nación bajo el cielo que no tenga el derecho de alegrarse porque Dios
descendió a los hombres. Canten juntos, ustedes, lugares baldíos de Jerusalén.
¡Recojan la melodía, oh ustedes habitantes del yermo y alégrense las muchas
costas! Ustedes que debajo de la zona frígida sienten en su propia médula toda
la fuerza del viento del norte de Dios, dejen que sus corazones ardan en su
interior por esta feliz verdad. Y ustedes, cuyos rostros son quemados por el
calor del tórrido sol, dejen que esto sea como un pozo de agua para ustedes.
Alégrense y engrandezcan a Jehová porque Su Hijo, Su Unigénito, es también un
hermano de la humanidad.
¡“Oh, despertemos nuestros corazones y cantemos con alegría!
Y cada uno aclame al Rey que ha nacido,
Hasta que un cántico vivo proveniente de almas vivas
Discurra como el sonido de potentes aguas”.
Pero, hermanos, no todos
se regocijan, ni siquiera todos aquellos que conocen esta gloriosa verdad, y no
conmueve los corazones ni de la mitad de la humanidad. Entonces, ¿para quiénes
es un goce? Yo respondo que para todos
los que creen, y, especialmente, para todos lo que creen como creyeron los
pastores con esa fe que no vacila por culpa de la incredulidad. Los pastores no
tuvieron nunca ninguna duda: la luz, los ángeles, y el cántico bastaron para
ellos; aceptaron las alegres nuevas sin hacer ni una sola pregunta. En esto los
pastores fueron sabios y experimentaron una dicha a la vez, sí, más sabios que
los que querían ser sabios, cuya sabiduría sólo puede manifestarse en
cavilaciones. Esta presente edad desprecia la sencillez de una fe infantil,
pero cuán maravillosamente Dios reprende su engreimiento. Atrapa a los sabios
en su propia astucia. No podía dejar de advertir en el reciente descubrimiento
de las famosas ciudades griegas y en los sepulcros de los héroes, el vigoroso
reproche que el espíritu de escepticismo ha recibido. Estos sabios escépticos
han sido enfrentados en su propio terreno y han sido confundidos. Por supuesto
que nos dijeron que el viejo Homero era, él mismo, un mito, y que el poema que
lleva su nombre era una mera colección de leyendas infundadas y de meros
cuentos. Algún antiguo cantor tejió sus sueños y los hizo poesía y los impuso
en nosotros como el canto del ciego trovador: no había realidad en ello,
decían, ni tampoco en ninguna historia actual; todo era pura leyenda. Hace tiempo
estos caballeros nos dijeron que no había ningún rey Arturo, ningún Guillermo
Tell, ni nadie más, en verdad. Así como cuestionaron a todos los escritos
sagrados, así han sospechado de todo lo demás que creen los hombres comunes.
Pero, he aquí, las ciudades antiguas hablan, los héroes son descubiertos en sus
tumbas; la fe del niño es vindicada. Han desenterrado al rey de los hombres, y
este y otros asuntos hablan con voces de trueno al oído incrédulo, y dicen:
“Ustedes, insensatos, los simplones creyeron y fueron más sabios de lo que su
“cultura” los hizo a ustedes. Sus dudas interminables los han conducido a la
falsedad y no a la verdad”.
Los pastores creyeron y
se alegraron hasta donde pudieron, pero si el Profesor_________ (no importa su
nombre) hubiera estado allí aquella memorable noche ciertamente habría debatido
con el ángel y habría negado que se necesitara un Salvador del todo. Habría
tomado algunas notas fríamente para una conferencia acerca de la naturaleza de
la luz, y habría comenzado una disquisición sobre la causa de ciertos notables
fenómenos nocturnos que habían sido vistos en los campos cerca de Belén. Sobre
todo les habría asegurado a los pastores la absoluta inexistencia de cualquier cosa
sobrehumana. ¿Acaso no han demostrado esa imposibilidad decenas de veces los
estudiosos de nuestra época con suficientes argumentos para convencer a un poste
de madera? Han demostrado muy claramente, como que tres por dos son dieciocho,
que no hay ningún Dios, ni ángel ni espíritu. Han demostrado más allá de toda
duda, en cuanto a su propio dogmatismo, que ha de dudarse de todo por seguro
que sea, y que no debe creerse nada excepto la infalibilidad de los pretendientes
a la ciencia. Pero estos hombres no encuentran ningún consuelo, y no son
tampoco tan débiles como para necesitar un consuelo, según dicen. Su enseñanza
no son buenas nuevas sino una desventurada negación, una helada mortífera que
poda todas las nobles esperanzas en flor, y en el nombre de la razón le roba al
hombre su verdadera felicidad. Seamos tan filosóficos como los pastores, pues
no creyeron demasiado, sino que simplemente creyeron lo que había sido
debidamente atestiguado, y encontraron que eso era verdad con base en una
investigación personal. En la fe radica el gozo. Si nuestra fe puede verlo
seremos felices ahora. Esta mañana quiero sentir como si viera la gloria del
Señor brillando todavía en los cielos, pues estaba allí, aunque yo no la viera.
Hubiera deseado ver a ese ángel, y oírlo hablar; pero, puesto que no puedo
hacerlo, yo sé que en verdad habló, aunque yo no lo haya oído. Tengo certeza de
que esos pastores no dijeron mentiras, ni que el Espíritu Santo nos haya
engañado cuando ordenó a Su siervo Lucas que escribiera esta historia.
Olvidemos el largo intervalo transcurrido y únicamente recordemos que así
sucedió realmente. Démonos cuenta de que eso fue ciertamente un hecho, y
siempre pueden oír al coro angélico, en lo alto de aquel cielo, cantando
todavía: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad
para con los hombres!” De cualquier manera nuestros corazones ensayan el himno
y nosotros sentimos el gozo de ello, creyendo simplemente tal como lo hicieron
los pastores.
Fíjense bien que por
creer lo que creyeron estos pastores de mentes sencillas desearon acercarse más al maravilloso bebé. ¿Qué hicieron sino
consultar unidos y decir: “Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha
sucedido”? Oh amados, si quieren obtener el gozo de Cristo, acérquense a Él.
Crean cualquier cosa que oigan acerca de Él en Su propio libro, pero luego
digan: “Iré y lo encontraré”. Cuando oigan la voz del Señor desde el Sinaí no
se acerquen al monte en llamas pues la ley los condena y la justicia de Dios
los sobrecoge. Póstrense a una humilde distancia y adoren con solemne temor.
Pero cuando oigan acerca de Dios en Cristo apresúrense a venir aquí.
Apresúrense a venir con toda confianza, pues no han de venir al monte que no
podía ser tocado, y que ardía con fuego, sino que han de venir a la sangre
rociada, que habla mejor que la de Abel. Acérquense, acérquense, más todavía.
“Venid”, es Su propia palabra para aquellos que están trabajados y cargados, y
es la mismísima palabra que les dirigirá al fin: “Venid, benditos de mi Padre,
heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo”. Si
buscan el gozo en Cristo vengan y encuéntrenlo en Su pecho o a Sus pies; allí
lo encontraron Juan y María hace mucho tiempo.
Y luego, hermanos míos,
hagan lo que hicieron los pastores cuando se acercaron. Se regocijaron al ver al bebé de quien se les había hablado. Ustedes
no pueden ver con el ojo físico, pero tienen que meditar, y ver así con el ojo
mental esta magna y grandiosa y gloriosa verdad: que el Verbo se hizo carne y
habitó entre nosotros. Esa es la manera de tener gozo hoy, el gozo que
desciende apropiadamente del cielo con el descenso del Rey del cielo. Crean,
acérquense, y luego pongan fijamente su mirada en Él, y sean así bendecidos.
“Escuchen cómo resuena todo el firmamento:
¡Gloria al Rey de reyes!
Paz en la tierra y misericordia indulgente,
Dios y los pecadores están reconciliados.
Velada en la carne ven a
¡Salve a
Quiso venir a los hombres como un hombre,
Jesús, nuestro Emanuel aquí”.
III. Mi
tiempo se ha agotado, de lo contrario habría deseado mostrarles, en tercer
lugar, CÓMO DEBERÍA SER MANIFESTADO ESE GOZO. Sólo voy a darles un par de
sugerencias. Conocemos demasiado bien la manera en que muchos creyentes en
Ustedes pueden guardar
el cumpleaños del Señor a lo largo de todo el año, pues sería mejor decir que
ha nacido cada día del año que en algún día en particular, pues, verdaderamente,
en un sentido espiritual, Él nace cada día de cada año en los corazones de
algunos seres humanos, y ese es para nosotros un punto de un peso mucho mayor
que la observancia de los días santos. Expresen su dicha, primero, como lo
hicieron los ángeles, mediante un ministerio público. Algunos de nosotros somos
llamados a predicar a muchas personas. Proclamemos al Salvador y Su poder de rescatar
al hombre en los tonos más claros y denodados. Otros entre ustedes no pueden predicar, pero pueden cantar. Entonces
canten sus himnos y alaben a Dios con todo su corazón. No sean displicentes en
el devoto uso de sus lenguas, que son la gloria de sus cuerpos, sino que han de
elevar sus jubilosos himnos una y otra y otra vez al Rey que ha nacido. Otros
entre ustedes no pueden ni predicar ni cantar. Bien, entonces, tienen que hacer
lo que hicieron los pastores, ¿y qué es lo que hicieron? Se nos dice dos veces
que ellos dieron a conocer lo que se les
había dicho. Tan pronto como vieron al bebé, dieron a conocer ampliamente
lo que se les había dicho, y al regresar a casa glorificaban a Dios. Esta es una
de las formas más prácticas de mostrar su gozo. La santa conversación es tan
aceptable como los sermones y los himnos. Hubo también alguien que dijo poco pero
por eso mismo reflexionó más: “María guardaba todas estas cosas, meditándolas
en su corazón”. Apacible, dichoso espíritu, sopesa en tu corazón la grandiosa
verdad de que Jesús nació en Belén. Emanuel, Dios con nosotros; sopésalo si
puedes; míralo una y otra vez, examina las diversas facetas de este brillante
sin precio, y bendice y adora y ama y asómbrate y sin embargo adora de nuevo
este incomparable milagro de amor.
Por último, anda y haz el bien a otros. Como los
magos, trae tus ofrendas, y ofrécele al Rey que ha nacido el mejor oro de amor
de tu corazón, y el incienso de la alabanza y la mirra de la penitencia. Trae
todo lo que sea lo mejor de tu corazón, y también algo de tu riqueza, pues este
es un día de buenas nuevas, y no sería conveniente que te aparezcas vacío
delante del Señor. Ven y adora a Dios manifestado en la carne, y sé lleno de Su
luz y dulzura por el poder del Espíritu Santo. Amén.
Porción de
Traductor: Allan Román
4/Diciembre/2012
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