El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Cristo: El Que Hace Nuevas Todas las Cosas

NO. 1328

 

SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 10 DE DICIEMBRE, 1876

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. 2 Corintios 5: 17.

 

Esta mañana vamos a tratar de predicar sobre Cristo como el Autor de la nueva creación, esperando que el Espíritu Santo nos capacite para hablar para Su gloria. Hacer nuevas todas las cosas es uno de Sus más famosos portentos. Que no sólo podamos contemplarlo sino que seamos partícipes de ello.

 

¿Qué dice Salomón en el Libro de Eclesiastés? ¿No nos dice allí que “lo que fue, eso será, y lo que se hizo, eso se hará; no hay nada nuevo bajo el sol”? (Versión Biblia de las Américas). Sin duda Salomón dijo la verdad en esta declaración, pero él escribió acerca de este mundo y no acerca del mundo venidero, del cual estamos hablando; pues he aquí, en el mundo venidero, esto es, en el reino de nuestro Señor Jesucristo, todas las cosas son nuevas. Para la mente más sabia, si no ha sido regenerada, no hay nada nuevo, pero para la más humilde de las mentes regeneradas, todas las cosas han sido hechas nuevas.

 

La palabra “nuevas” parece armonizar encantadoramente con el nombre y la obra de nuestro Señor Jesús, ya que Él interviene después de que el viejo sistema hubo fracasado, y vuelve a empezar con nosotros como padre y cabeza de una raza escogida. Él es el Mediador del nuevo pacto, y ha venido para colocarnos en una nueva relación con Dios. Como el segundo Adán, Él nos ha liberado del antiguo pacto de obras que fue quebrantado y en el cual estábamos bajo la maldición, y nos ha puesto bajo el nuevo pacto infalible de gracia en el que somos incorporados por Su mérito. Se afirma que la sangre de Jesucristo es “la sangre del nuevo pacto”: hay entonces una conexión con lo novedoso aun en el punto más vital de la persona de nuestro amado Redentor. La sangre es incluso para Él la vida, y sin esa sangre Él no puede conceder ninguna remisión de pecado; entonces hay algo novedoso en ese torrente sanguíneo esencial, pues cuando nos da a beber de Su copa de la conmemoración dice: “esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados”. “Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas”. Jesús ha echado fuera de la casa al antiguo pacto, a la antigua ley ceremonial, al viejo espíritu de esclavitud, y a toda la vieja levadura y le ha dado entrada a una nueva dispensación donde reina la gracia por medio de la justicia para vida eterna.

 

Cuando nuestro Señor vino al mundo, Su nacimiento virginal por el poder del Espíritu Santo fue algo nuevo pues así dijo en la antigüedad, en el nombre del Señor, el profeta Jeremías: “¿Hasta cuándo andarás errante, oh hija contumaz? Porque Jehová creará una cosa nueva sobre la tierra: la mujer rodeará al varón”. Un niño nos es nacido que es el hijo de la virgen, en quien nos regocijamos porque vino al mundo sin mancha de pecado original, de una manera nueva, como ningún varón nació jamás. Viniendo así al viejo mundo publica una nueva doctrina pues Su doctrina es llamada ‘Evangelio’, o buenas nuevas. Son las nuevas más recientes que un ansioso corazón pudiera oír; es la música más novedosa que pudiera apaciguar a un corazón turbado. La enseñanza de Jesucristo sigue siendo la mejor noticia de estos días tal como lo ha sido desde hace siglos. Aunque el mundo ha disfrutado de casi 1900 años de buenas nuevas, el Evangelio exhibe el rocío de su juventud, y cuando los hombres lo oyen todavía preguntan lo mismo que preguntaron los griegos en la antigüedad: “¿Qué nueva doctrina es esta?” Nuestro Señor Jesús vino para establecer un nuevo reino por la predicación y la enseñanza del Evangelio, un reino que tiene nuevas leyes, nuevas costumbres, una nueva constitución y nuevas riquezas, un reino que no es de este mundo, un reino fundado sobre mejores principios y que trae infinitamente mejores resultados para sus súbditos que cualquier otro dominio que hubiere existido jamás. Él introduce en ese reino únicamente a hombres nuevos que son hechos nuevas criaturas en Cristo Jesús, quienes por tanto aman Su mandamiento nuevo y le sirven en la novedad del espíritu y no en la vejez de la letra. Además, Cristo ha abierto para nosotros una entrada al reino del cielo en lo alto, pues ahora venimos a Dios “por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne”. Cuando en días por venir lo veamos de nuevo habrá todavía novedades, pues Él ha dicho: “no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo  con vosotros en el reino de mi Padre”. Ciertamente, en lo que respecta a nuestro Señor y Maestro todo es nuevo, y ¿acaso no fue profetizado así? Pues, ¿no dijo Isaías, en el capítulo cuarenta y tres, en el versículo dieciocho: “No os acordéis de las cosas pasadas, ni traigáis a memoria las cosas antiguas? He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz; ¿no la conoceréis?” Y el mismo significado tiene su profecía en el capítulo sesenta y cinco, en el versículo diecisiete: “Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento. Mas os gozaréis y os alegraréis para siempre en las cosas que yo he creado; porque he aquí que yo traigo a Jerusalén alegría, y a su pueblo gozo”. Esta novedad de todas las cosas habría de ser una característica sobresaliente en el reino del Mesías, y ya lo ha sido; pero será mucho más visible en los últimos días. ¿Acaso no dice Juan en el Apocalipsis, capítulo 21, en el versículo 5: “El que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas”? Anunciado anticipadamente en épocas pasadas como el Creador de nuevos cielos y de una nueva tierra, al final se verá claramente, en síntesis, que nuestro Señor es el Hacedor de todas las cosas nuevas. ¿Se sorprenden, amados, que si un hombre está en Cristo sea una nueva criatura? Si todo lo que Cristo toca es hecho nuevo, si regenera y revive, si reestablece y reedifica y crea lo nuevo doquiera que va, ¿se asombran de que quienes viven más cerca de Su corazón, es más, que quienes están en una unión vital con Su bendita persona sean hechos nuevos también? Sería muy sorprendente que no fuera así.

 

Entonces pongamos atención a la enseñanza del texto, “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es”.

 

I.   Vamos a considerar primero, brevemente, EL FUNDAMENTO DE LA NOVEDAD de la que se habla aquí. Es, “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es”, y no de otro modo. Nadie llega a ser una nueva criatura por ningún otro proceso que no sea Cristo. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es”, pero si alguno no está en Cristo, no es una nueva criatura, ni puede serlo excepto por una vinculación con Aquel de quien está escrito que es “el principio de la creación de Dios”. Tal como en la antigua creación, que “sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”, lo mismo sucede en la nueva creación. Él hace nuevas todas las cosas, pero las cosas que están separadas de Él se vuelven añejas y están listas a perecer y no pueden renovar su juventud. Así como la faz de la tierra no podría esperar ser renovada por la primavera sin el sol, así un alma no podría esperar una renovación espiritual sin Jesús. La maravillosa novedad producida por la regeneración y la nueva creación es una obra del Espíritu Santo y todas Sus operaciones se realizan en unión con el Señor Jesús y están dirigidas a Su gloria. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él”.

 

Pero ¿cómo es que un hombre es en verdad una nueva criatura si está en Cristo? Yo respondo que resulta necesariamente del carácter representativo de Cristo en relación a quienes están en Él. Si quisieras que un hombre fuese hecho una nueva criatura y fueras omnipotente, ¿qué proceso se te ocurriría? Pienso que un doble proceso. Para hacer que una vieja criatura sea una nueva criatura tiene que darse primero el golpe que acabe con ella, y luego el toque que lo haga comenzar desde el principio; para expresarlo más claramente, tiene que haber muerte y luego vida. Ahora, ¿eso ha tenido lugar en quienes están en Cristo? Por supuesto que ha ocurrido ya que ha ocurrido en Cristo mismo, y Él es la Cabeza y representa a los miembros. Así como Adán actuó por la simiente en él, así también Cristo ha actuado por la simiente en Él. Vean, entonces, amados, que Cristo murió. Él se presentó ante el tribunal cargando con nuestros pecados como el representante de quienes es la cabeza; y la muerte, que era el castigo del pecado, fue cumplida en Él a la letra habiendo bebido hasta sus sedimentos más amargos. Jesús murió. Estamos seguros de que murió, pues los verdugos no le quebraron Sus piernas porque le vieron ya muerto, pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua. Sabemos que murió, pues los recelosos ojos de Sus enemigos no habrían permitido que le bajaran de la cruz a menos que la vida se hubiera extinguido seguramente. Fue puesto en el sepulcro, evidentemente muerto, bajo el dominio momentáneo de la muerte; y ustedes y yo que estamos en Él, en ese momento morimos en Él. “Si uno murió por todos, luego todos murieron”. Tal es la traducción apropiada de ese pasaje. Nosotros morimos pues Él murió en nombre nuestro. Nuestro pecado fue castigado en Él por la muerte que sufrió. Vean, entonces, hermanos, que estamos muertos, muertos en virtud de nuestra unión federal con Jesucristo. No me refiero a todos ustedes, a menos que todos estén en Cristo Jesús. Juzguen si es el caso suyo o no. Pero me refiero a cuantos el Padre dio a Cristo, a cuantos Cristo tuvo la especial intención de redimir volviéndose su sustituto; ellos estaban en Él y en Él murieron, siendo crucificados en Él. En Él también todo Su pueblo resucitó cuando Él resucitó. Al tercer día rompió las ataduras de la muerte y abandonó el sepulcro en nuestro nombre. Vean cómo el Espíritu Santo, por medio de Su siervo Pablo, nos identifica con todo esto. “Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro”. Como era nuestro representante, era un nuevo hombre cuando resucitó. La ley no tenía ninguna reclamación en contra Suya; había muerto y así había quedado fuera de su jurisdicción. La ley no tuvo nunca ninguna reclamación en contra del Cristo resucitado; tuvo una reclamación contra Él cuando vino bajo la ley, pero una vez que la hubo satisfecho hasta la última jota y tilde con Su muerte, quedó completamente exonerado. ¿Tiene la ley de nuestro país alguna reclamación contra un hombre una vez que ha muerto? Si un muerto pudiera resucitar, todas sus ofensas pasadas se habrían extinguido de una vez; comienza una nueva vida y no está bajo la antigua ley. Y lo mismo sucede con Cristo y con nosotros, pues aquí está el punto de unión: hemos resucitado con Él por la fe en la resurrección de Cristo. Hemos estado muertos y sepultados, y ahora hemos resucitado, y así éste, que es el mejor y más seguro proceso para hacer que una persona sea una nueva criatura, ha sido experimentado por todos los elegidos de Dios en razón de la muerte de Jesucristo como representante y sacrificio y en razón de Su gloriosa resurrección en lugar de ellos.

 

Pero, amados, hay otro significado. Somos hechos nuevas criaturas por un proceso real así como por el proceso legal que he descrito, y aquí también se realiza la misma cosa. Somos hechos vitalmente uno con Jesucristo cuando creemos en Él, y entonces morimos espiritualmente y somos revividos otra vez. Nuestra fe aprehende la muerte de Cristo, y al mismo tiempo sentimos la sentencia de muerte en nosotros mismos. Vemos cómo merecemos morir por el pecado y aceptamos la sentencia confesando nuestra culpabilidad delante del Altísimo, y se proclama a lo largo de los poderes y pasiones del alma un decreto de Dios que establece que la carne morirá con todas sus concupiscencias. Anotamos al pecado como muerto para nosotros a partir de ese momento, y a nosotros mismos como muertos al pecado. Nos esforzamos por mortificar todos nuestros malos deseos y las concupiscencias de la carne, y todo lo que proviene de la carne. Cuando creemos en Jesús una espada atraviesa los propios lomos del pecado, y las flechas del Señor se hunden firmemente en los corazones de los enemigos del Rey que acechan dentro de nuestro espíritu. Viene también una nueva vida a nuestro interior cuando contemplamos a Jesús resucitado de entre los muertos. Cuando creemos en Jesús recibimos de Dios un nuevo principio vital de carácter superior y celestial compatible con la Deidad; la mano del Espíritu eterno derrama dentro de nuestra alma una simiente sagrada, viviente e incorruptible, que permanece para siempre y para siempre produce fruto según su género. Al creer en el Cristo viviente, vivimos en Cristo y vivimos a la manera de Cristo, y el Espíritu de Aquel que resucitó a Cristo de los muertos mora en nuestros cuerpos mortales, haciéndonos vivir una vida nueva.

 

Ahora, amados, ¿saben ustedes algo acerca de esto? ¿Han sido hechos nuevas criaturas por la muerte y la resurrección? Si han sido bautizados, han profesado que así ha ocurrido con ustedes. “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección”. En la ordenanza del bautismo, por la sepultura en el agua y al emerger de ella, hay una declaración en tipo y figura del entierro y la resurrección de nuestro Señor, y al mismo tiempo es un emblema del proceso por el cual nos convertimos en nuevas criaturas en Él. Pero ¿ha sucedido eso realmente en sus almas? ¿Están, a partir de ahora, muertos al mundo y muertos al pecado y resucitados a la vida en Cristo? Si lo fueran, entonces el texto les dará un tercer significado práctico, pues no sólo será cierto que su hombre viejo es condenado a morir y que una nueva naturaleza es otorgada, sino que en sus acciones comunes se empeñarán en mostrar esto mediante un nuevo comportamiento real. Los males que los tentaron una vez serán incapaces de seducirlos ahora porque ustedes están muertos para ellos; los encantos de la cara pintada del mundo no atraerán más su atención pues sus ojos están ciegos para esas bellezas engañosas. Ustedes han obtenido una nueva vida que sólo puede ser satisfecha por nuevos deleites, que sólo puede ser excitada por nuevos objetos y constreñida por nuevos principios adecuados a su propia naturaleza. Esto lo mostrarán continuamente. La vida de Dios dentro de ustedes hará que sus acciones tengan una tendencia a la santidad y su fin será la vida eterna. Su fe en Cristo revela claramente que son nuevas criaturas pues mata sus viejas confianzas y los hace edificar sobre una nueva base; su amor por Cristo muestra también su novedad, pues ha matado sus viejos afectos, y ha capturado su corazón únicamente para Jesús; y su esperanza, que es también un don del Espíritu bendito, está puesta íntegramente sobre cosas nuevas, mientras que sus viejas esperanzas son cosas de las que ahora se avergüenzan.

 

Primero, es así que como Cristo es la cabeza, ustedes están legalmente muertos y resucitados; a continuación por su unión vital con Cristo, están muertos y han resucitado como un asunto de experiencia, y ahora queda demostrado prácticamente en su vida, de un día a otro, que están muertos y que su vida está escondida con Cristo en Dios; en las tres maneras ustedes son nuevas criaturas por el doble proceso de morir y revivir. Como ustedes están bajo un nuevo Adán comienzan de nuevo la vida como nuevas criaturas; como ustedes están bajo un nuevo pacto comienzan a actuar bajo diferentes principios, y así son nuevas criaturas; son vivificados por un nuevo espíritu y así en pensamiento y palabra y obra y acción es evidente que son nuevas criaturas. Pero todo esto es en Cristo, y si no están en Cristo están todavía en el viejo mundo que pronto será destruido. Así como “por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca”, así ustedes han sido creados por Jesús, el Verbo Eterno, y vivificados por Su Espíritu, pues de lo contrario todavía permanecerían en la muerte. Si su fe no ha puesto nunca su mano sobre el sacrificio de Cristo por el pecado, entonces su alma no ha sentido nunca la influencia regeneradora del Espíritu Santo, y toda la regeneración bautismal y todo lo demás que sea producto de la invención humana que pudiera consolarlos ahora no es sino una vana mentira. Tienen que nacer de nuevo pero eso sólo puede ser en Cristo Jesús, pues a “todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida”. Oh, que todos creamos en Él, y entremos en la nueva vida.

 

“Autor de la nueva creación,

Ven con todo el poder de Tu Espíritu;

Haz que nuestros corazones sean Tu habitáculo,

Que lluevan en nuestras almas Tus gracias”.

 

II.   En segundo lugar voy a conducirlos a considerar la ESENCIA DE ESTA NOVEDAD. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es”. Lean –y la lectura será fiel-, “es una nueva creación”. Esta es una declaración muy amplia. Un hombre en Cristo no es el hombre viejo purificado, ni el hombre viejo mejorado, ni el hombre viejo con un mejor temperamento, ni el hombre viejo con nuevas adiciones y sustracciones, ni el hombre viejo vestido con ropas espléndidas. No, es completamente una nueva criatura. En cuanto al hombre viejo, ¿qué ha de hacerse con él? ¿No puede volverse cuerdo, reformado, y hacer que nos sirva útilmente? No, él está crucificado con Cristo y está obligado a morir con una muerte lenta pero segura. La sentencia capital ha recaído sobre él pues no puede ser sanado y por tanto tiene que ser eliminado. “Los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden”. No puedes cambiar a la vieja naturaleza pues es inmutablemente mala, y entre más pronto sea eliminada como una cosa inmunda y abominable, es mejor para nosotros. En tanto que está en Cristo, el creyente es una nueva creación: no se trata de la vieja materia vestida de una nueva manera, ni de la vieja materia mejorada, sino que es absolutamente una nueva creación. Crear es hacer algo de la nada, y esa es precisamente la manera en que la vida recién nacida vino a nosotros; no es un desarrollo, ni un resultado, sino una creación, un algo celestial llamado a ser por el poder de lo alto. El nuevo hombre en nosotros es hecho de la nada que existía en nosotros antes, pues la naturaleza no ayuda a la gracia sino que se opone a ella. Cristo no encontró una luz preservada en nuestra oscuridad, ni encontró vida en medio de la corrupción de nuestra muerte espiritual. El nuevo nacimiento viene de lo alto, y la vida que produce es una nueva creación, y no la bondad de la naturaleza que es educada hasta convertirse en gracia. Se está desarrollando en ciertos sectores la idea de que los hijos de padres piadosos, si no es que los de toda la humanidad, son hijos de Dios por su primer nacimiento, y que sólo necesitan que cierto entrenamiento y ciertas influencias obren en ellos para que se desarrollen como cristianos conforme vayan llegando a la madurez del varón y de la mujer. Un teólogo dice que nuestros hijos no deberían necesitar la conversión. Esta teoría es completamente falsa pues los mejores hijos son por naturaleza hijos de ira como los demás. La gracia de Dios en el alma es una nueva creación, mas no lo es el desarrollo natural de una educación piadosa y de un entrenamiento que obra sobre la bondad innata de los hombres; ciertamente esa bondad no existe allí en absoluto; es sólo un sueño. El nuevo hombre en Cristo no es la vieja criatura lavada y enviada a la escuela y elevada por “el pensamiento moderno y la cultura”. No; el etíope no puede mudar su piel ni el leopardo sus manchas; sin importar lo que pudieren hacerles serán un etíope y un leopardo; pero el nuevo hombre en Cristo es otra criatura por completo.

 

Fíjense bien que no se dice que el hombre tiene algo nuevo en él, sino que él mismo es nuevo. No se trata simplemente de que tenga nuevos ojos, nuevas manos, y nuevos pies en un sentido espiritual, sino que él, él, él, él, él mismo, es una nueva creación. Tomen nota de eso. ¿No ven entonces que la salvación es una obra de Dios? Tú no puedes crearte a ti mismo, ni puedes crear absolutamente nada. Trata de crear primero una mosca, y luego podrías soñar con ser capaz de crear un nuevo corazón y un espíritu recto en otra persona, pero aun entonces sería algo muy diferente que te crearas de nuevo. ¿Acaso no es absurda esa simple idea? ¿Acaso saldrá algo de la nada? ¿Acaso la oscuridad podría generar la luz? ¿Acaso la muerte podría generar la vida? ¿Acaso el demonio podría crear a Dios? Ninguna de estas preguntas es más absurda que la idea de que el pecador podría hacer de sí mismo una nueva criatura.

 

No, amados, la regeneración es una obra extraordinaria, que necesita ser realizada por la omnipotencia; es, de hecho, una obra divina, pues la creación es una suprema prerrogativa de Dios.

 

“Sepan que el Señor es el único Dios,

Él puede crear y Él puede destruir”.

 

No sólo se dice que si alguien está en Cristo es una creación, sino que es una nueva creación, y la palabra que se traduce aquí como “nueva”, como muy bien se ha comentado, no significa reciente, sino algo completamente diferente a lo que existía previamente. Un libro puede ser nuevo, y sin embargo podría ser sólo una copia reciente de alguna obra antigua; pero eso no es lo que sucede en este caso. La criatura no es un nuevo espécimen del mismo tipo que el viejo, sino que es otra creación diferente. Casi podríamos leer el texto como si dijera: “Si alguno está en Cristo es una reciente creación, un tipo completamente nuevo de criatura”. La nueva creación difiere esencialmente de la antigua aunque la primera es un emblema instructivo de la segunda. La primera creación fue una obra de poder físico, pero la segunda es una obra de poder espiritual; la primera creó principalmente lo material en sus diversas formas, pero la nueva creación trata con cosas espirituales, y manifiesta los más sublimes atributos del carácter divino. Dios en la naturaleza es glorioso, pero en la gracia es absolutamente glorioso. La segunda es una creación más cercana al corazón de Dios de lo que fue la primera, pues cuando Él hizo el mundo simplemente dijo que era bueno, pero cuando hace la nueva creación, está escrito: “Callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos”. La visión de la nueva criatura que Su gracia ha creado es motivo de tanta alegría para Su corazón que canta un himno gozoso.

 

Adicionalmente, hemos de notar que si alguno está en Cristo, nueva criatura es, y su creación muestra alguna semejanza con la creación del mundo. En otras ocasiones he analizado ese maravilloso primer capítulo del Libro de Génesis, que es una Biblia en miniatura, y les he mostrado cómo expone la creación espiritual. He aquí que por naturaleza permanecemos como el caos siendo una masa de desorden, confusión y tinieblas. Como en la vieja creación, lo mismo sucede en la nueva: el Espíritu de Dios aleteaba por encima de nosotros y se movía sobre la faz de todas las cosas. Entonces viene la palabra del Señor y dice en nuestro interior, como en otros tiempos dijo en el caos y la vieja noche: “Sea la luz”, y es la luz. Después de la luz viene una división de la luz y de las tinieblas, y aprendemos a llamarlas por sus nombres. La luz es el “día” y las tinieblas son la “noche”. Así que para nosotros hay un conocimiento y un nombrar de las cosas, y un discernimiento de las diferencias en asuntos que antes confundíamos cuando tomábamos a las tinieblas por luz. Después de un tiempo brotan en nosotros las formas inferiores de vida espiritual. Como en la tierra vino la vegetación y las hierbas, así en nosotros vienen el deseo, la esperanza y la aflicción por el pecado. Luego aparecieron en el globo aves, y peces, y bestias, cosas vivientes e incontable vida. Así también en la nueva creación, de tener vida pasamos a tenerla en mayor abundancia. Dios creó todas Sus obras por grados hasta que al fin hizo todo el ejército de ellas, y de igual manera continúa trabajando hasta que completa en nosotros la nueva creación y nos mira con regocijo. Luego nos lleva a un día de reposo, bendiciéndonos y haciendo que entremos en Su reposo gracias a Su obra consumada. Pudiéramos establecer un bello paralelo si tuviéramos el tiempo, pero ustedes pueden desarrollarlo detalladamente por ustedes mismos.

 

Ahora noten muy cuidadosamente que si alguno está en Cristo, nueva criatura es, y esto certifica que una nueva creación ha tenido lugar en cada ser humano que está en Cristo, ya sea que por naturaleza fuera judío o gentil, un moralista o un libertino, un filósofo o un necio. Cuando un hombre es convertido y llevado a Cristo invariablemente se ha vuelto una nueva criatura. Aunque haya creído en Jesús hace sólo tres minutos, es una nueva criatura; y si ha conocido al Señor durante setenta años no puede serlo más. Una nueva creación es una nueva criatura, y en este asunto no hay diferencia entre el bebé en la gracia y el padre en Israel.

 

Así como esta creación es común para todos los santos, así también es inmediata y presente. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es”; no se dice que es algo que va a sucederle en el último instante de la muerte, en el que muchos parecieran esperar que muchos cambios maravillosos serán obrados en ellos; pero el que está en Cristo es una nueva criatura ahora. “Ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación”; y esa nueva criatura es poseída ahora, y puedo agregar que es poseída conscientemente pues aunque pudieran surgir dudas ocasionales sobre esta cuestión, con todo, en lo más íntimo de su ser el hombre encuentra motivo para saber que le ha sobrevenido un maravilloso cambio que sólo Dios mismo pudo haber obrado.

 

Este es un cambio universal en el hombre; el nuevo hombre no ha crecido plenamente en cada parte, ni de hecho en ninguna parte, y con todo, en todas las porciones de su naturaleza regenerada él es una nueva criatura. Quiero decir esto: que si alguno está en Cristo no es su ojo mental el que es meramente una nueva creación, sino que el hombre mismo es una nueva creación. Ahora tiene un corazón conforme a la promesa, “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros”. Tiene nuevos oídos y oye lo que antes había rehusado oír; tiene una nueva lengua, y puede orar con ella como nunca antes oró; tiene nuevos pies que se deleitan corriendo en los caminos de los mandamientos de Dios. Me refiero por supuesto a su hombre interior, que es completamente nuevo, y no sólo a una de sus partes. Si alguno está iluminado simplemente en su entendimiento, ¿qué es eso? Es bueno, pero no es la salvación; un nuevo cerebro no es todo lo que se necesita para hacer que un hombre sea nuevo. Un nuevo hombre es creado de nuevo espiritualmente de la cabeza a los pies. Aunque sólo sea un bebé en la gracia, y no se haya desarrollado plenamente en ninguna de sus partes, con todo, es nuevo, “creado en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”.

 

De esta manera he procurado mostrarles la esencia de la novedad.

 

III.   Consideremos a continuación EL ALCANCE DE LA NOVEDAD. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. Parece entonces que el hombre no sólo es una nueva criatura, sino que ha entrado en una nueva creación. Ha abierto sus ojos en un nuevo mundo. Imaginen que Adán se ha quedado dormido a las puertas del Paraíso justo debajo de la espada encendida del querubín, y que espinas y cardos brotan delante de él y el rastro de la serpiente le sigue; y luego imaginen que yace allí en un profundo sueño hasta que el Señor le toca, le hace abrir los ojos, y hace que se encuentre en un paraíso mejor que el que había perdido. No sucedió así en realidad, ¿pero pueden imaginar tal cosa? Si es así, puede servirles de símbolo de lo que el Señor ha hecho por ustedes. Somos hechos nuevos, y nos encontramos en un mundo nuevo.

 

¿Qué pasa con las cosas viejas? El texto dice que pasaron, y la palabra griega da la idea de que pasaron espontáneamente. La mejor comparación que puedo hacer con algo conocido es con la nieve que se derrite con el sol. Ustedes se despiertan una mañana y todos los árboles están festonados con coronas de nieve, mientras que abajo, sobre el suelo, la nieve lo cubre todo como una sábana blanca. He aquí el sol se ha levantado y sus rayos derraman un calor templado; y ¿dónde está la nieve en unas pocas horas? Se ha derretido. Si hubieran contratado mil carros y caballos y máquinas para barrerla no habrían podido quitarla más eficazmente. Se ha derretido. Eso es lo que hace el Señor en la nueva creación: Su amor resplandece en el alma, Su gracia nos renueva, y las viejas cosas pasan como algo inevitable. ¿Dónde están sus antiguos puntos de vista de los que estaban tan convencidos? ¿Dónde están esas viejas opiniones por la cuales habrían podido derribar a un hombre sin problemas? ¿Dónde están esas viejas burlas contra el pueblo de Dios? ¿Dónde están esos viejos placeres en los que se deleitaban tanto? ¿Dónde están esas absorbentes ocupaciones? ¿Tuvieron un fuerte jalón para alejarlos de esas ataduras? ¿Dónde están esos viejos goces, esas viejas esperanzas, esas viejas convicciones y esas viejas confianzas? ¿Fue difícil desprenderse de ellas? ¡Ah, no! Bajo el poder del Espíritu Santo han pasado. A duras penas saben cómo ha sido, pero han pasado, y han pasado completamente. Es como un sueño del que cuando uno despierta desprecia su apariencia, y su corazón lo olvida (Salmo 73: 20). Es maravilloso cómo, en esta nueva creación, el Señor hace que la confusión y la vieja noche huyan. Puedes llamarlo diciendo: “Caos, ¿dónde estás?” pero no obtienes ninguna respuesta pues las cosas viejas pasaron. Nuestro Señor Jesucristo hace todo esto. Donde Su rostro bendito brilla con gracia y verdad -como el sol con el calor y la luz- disuelve los lazos de la prolongada helada del pecado y trae la primavera de la gracia con novedad de capullos y flores.

 

Pero cuando quitas lo viejo ¿qué cosa toma su lugar? ¿No observan que las nuevas cosas han venido, pues “He aquí todas las cosas son hechas nuevas”? Ahora el varón tiene nuevas perspectivas, nuevas ideas, nuevas ambiciones, nuevas convicciones, nuevos deseos, nuevas esperanzas, nuevos temores, nuevas metas, nuevos principios y nuevos afectos; ahora es conducido por un nuevo espíritu y sigue un nuevo curso de vida; de hecho, todo en él es como si recién hubiese salido de la mano de Dios. Así como al leproso que ha sido limpiado su carne le regresa como la carne de un niñito y queda limpio, lo mismo sucede con el corazón renovado por gracia.

 

Amados, es deleitable leer en el Libro del Apocalipsis y anticipar las cosas que han de ser en el más allá. Cuán lleno está ese libro de las novedades que ilustran nuestro tema, pues allí leemos de un nuevo nombre que el Señor asigna a quienes vencieron. Tal vez algunos de ustedes solían ser conocidos en realidad por algún sobrenombre o apodo cuando vivían en el mundo y lo amaban. Con toda probabilidad ahora eres llamado con un nombre completamente diferente entre tus amigos cristianos. Saulo, el perseguidor, es llamado Pablo cuando se convierte en un apóstol. Además, hay un nuevo nombre que la boca del Señor pronunciará, que nadie conoce salvo quien lo reciba. Has sido nombrado en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo y llevas ese nombre a partir de ahora con el cual es llamada la familia entera en el cielo y la tierra. La gracia te ha enseñado también un cántico nuevo, “Puso luego en mi boca cántico nuevo… y enderezó mis pasos”. Ustedes están ensayando la música de ese glorioso coro de quienes está escrito: “Cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos”. Ahora eres un ciudadano de una nueva ciudad, la nueva Jerusalén que desciende de Dios desde el cielo, que será establecida en los últimos días como la metrópoli del mundo entre los hijos de los hombres, respecto a la cual dirán: “El templo de Dios está con los hombres y Él mora entre ellos”.

 

Amados, cada uno de ustedes se ha convertido ahora en una parte de un nuevo hombre. ¿Saben qué quiero decir con eso? Antes hubo judíos y gentiles, pero ahora, dice Pablo, Cristo “ha derribado la pared intermedia de separación… para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz”. El cuerpo místico de Cristo es el nuevo hombre único, y nosotros somos miembros de ese cuerpo. A partir de ahora tenemos comunión con todos los santos, y para nosotros “no hay griego ni judío… siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos”. Aun ahora hemos comenzado a vivir en un nuevo cielo y a caminar en una nueva tierra, y estamos anticipando el tiempo cuando literalmente en esta misma tierra en la que hemos luchado se establecerá una nueva condición de cosas, pues el primer cielo y la primera tierra habrán pasado y el mar ya no existirá más. Esos cielos azules se enrollarán como un libro, y los elementos de disolverán con un calor ardiente; sin embargo, nosotros, conforme a Su promesa, esperamos nuevos cielos y una nueva tierra a los que nos estamos acercando cada vez más con expectación, y seguimos adelante con un anhelo interior pues ya somos, en Cristo Jesús, una parte de esa nueva creación que ha de ser revelada más plenamente.

 

IV.   En cuarto lugar hemos de considerar EL RESULTADO DE ESTA NOVEDAD. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es”. Bien, el resultado de esta novedad es, primero, que el hombre es ya una gran maravilla para él mismo. Ustedes conocen la doctrina pitagórica de la transmigración de las almas: el alma pasa primero a un cuerpo y luego a otro, y así continúa existiendo bajo diferentes condiciones. Nosotros no creemos en esa ficción ni por un instante, pero si hubiese sido cierta, las memorias de tales almas deben de haber estado saturadas con diversa información sobremanera extraña al oído. La nuestra es otra transformación: es muerte y resurrección; lo viejo está pasando y lo nuevo está siendo creado; ¡pero cuán notables son las experiencias de los hombres que han sido transformados así! He aquí un hombre que es una nueva criatura  y que tiene un recuerdo muy claro del tiempo cuando era algo muy diferente de lo que ahora es. ¡Qué cambio ha experimentado! Supongan que un cerdo pudiera ser convertido súbitamente en un hombre y que no obstante recordara lo que hizo cuando estaba en la piara; ¡qué clase de experiencia tendría que contar! Si pudieran tomar a un puerco de la artesa y volverlo un emperador, eso no sería ni la mitad de grande de lo que es logrado cuando un pecador no regenerado se vuelve un santo; pero yo les garantizo que el emperador no encontraría mucha causa para gloriarse de su anterior estado porcino; se quedaría callado y avergonzado cuando otros lo mencionaran. Si él aludiera a ese estado sería siempre con los sonrojos de la humillación y las lágrimas de la gratitud. Si alguno comenzara a hablar al respecto, y él supiera que pudiera haber otros alrededor suyo que pudieran ser ayudados oyendo lo que el Señor había hecho, comenzaría a contar de una manera delicada y modesta cómo el Señor lo transformó de cerdo a monarca, pero nunca, nunca se jactaría; ¿cómo podría hacerlo? En un caso como ese, el pobre cerdo no tendría ninguna responsabilidad y no podría ser culpado por revolcarse en el cieno, pero eso no puede decirse de nosotros, pues cuando actuábamos como puercos nosotros poseíamos más conocimiento y pecamos obstinadamente. Aun así, ¡cuán grande cambio es! ¡Cómo me sorprendo de mí mismo! ¡Cómo me maravillo de la bondad de mi Dios! ¡Cómo adoro ese sagrado poder que me ha hecho un hijo de dos nacimientos, el sujeto de dos creaciones; primero me hizo en la condición de hombre, y luego me hizo en la imagen del hombre Cristo Jesús! Primero nací para morir y luego nací para vivir eternamente. Bendigamos a Dios y llenémonos de un humilde asombro esta mañana.

 

 

El siguiente resultado de esta nueva creación es, sin embargo, que el hombre no se siente cómodo en este presente mundo malo, pues esta es la vieja creación, y el nuevo hombre, el hombre nacido dos veces, siente como si estuviera fuera de su elemento y no estuviera en un país compatible con él. Mora en un cuerpo que no es nada mejor que una frágil tienda, incómoda y desmontable, en la que gime, deseando ardientemente entrar en su propia casa, en su hogar, en la casa no hecha con manos, eterna en los cielos. Doquiera que va las cosas no parecen funcionar con la regla que está establecida en su alma. No ama el mundo, ni las cosas que están en el mundo; las glorias del mundo no le embelesan, y sus tesoros no lo seducen. La música de la tierra rechina en su refinado oído que está sintonizado con la armonía celestial; sus exquisitos bocadillos no deleitan su gusto que ha aprendido a disfrutar del pan del cielo. Las nuevas criaturas anhelan estar en la nueva creación. Y, amados, mientras estamos anhelantes nos estamos preparando: el Espíritu de Dios está obrando en nosotros para eso mismo precisamente, y nos llena de gemidos y dolores de un fuerte deseo que indican que nos estamos volviendo más y más idóneos para ser partícipes con los santos en luz, que ven el rostro del Amado sin velo y beben continuamente nuevos deleites.

 

Observen, además, que mientras la nueva criatura está vigilando de esa manera y esperando la nueva creación, extiende mientras tanto una influencia más o menos consciente sobre el viejo mundo en el que mora. Tal como nuestro Señor fue al cielo para preparar un lugar para nosotros, así nosotros, Su pueblo, estamos retenidos aquí para prepararle un lugar. Estamos ganando hombres del mundo para Cristo, estamos levantando el nivel de la moral, estamos esparciendo la luz y la verdad en todos lados por el poder del Espíritu, y de esta manera ayudamos a hacer que el mundo esté más preparado para recibir al grandioso Rey. Estamos buscando Sus joyas, estamos llevando a Sus pies a Sus súbditos rebeldes. La vida que hay en nosotros parece fuera de lugar en esta estructura corporal mortal, pues el cuerpo está muerto debido al pecado, y por tanto, gemimos por la carga. En cuanto al mundo mismo, no es nuestro reposo, pues está contaminado. Parece algo terrible para el espíritu viviente estar morando en este camposanto que es el mundo, pero es necesario que estemos aquí. Estamos vinculados a una creación que está sujeta a la vanidad, porque así fue sujetada, no voluntariamente, sino en razón de Aquel que la sujetó con la esperanza de que la creación misma también “será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios”. Estamos aquí como vínculos entre lo espiritual y lo material, y estamos cumpliendo propósitos divinos para la más plena manifestación de la gloria divina. Por tanto consuélense unos a otros con estas palabras y como nuevas criaturas en Jesucristo esperen los nuevos cielos y la nueva tierra, y la venida de su Señor y Salvador. ¿No saben que cuando Él se manifieste, entonces ustedes también serán manifestados con Él en gloria? Postrémonos ahora delante de Él y saludémosle con el lenguaje de nuestro himno.

 

“A Ti el mundo trae sus tesoros;

Ante Ti sus valientes se inclinan;

A Ti acude presurosa la iglesia exultante;

¡Su Soberano, Su Salvador eres Tú!

 

Al contacto de Tu mano, debajo de Tu sonrisa,

Nuevos cielos y nueva tierra aparecen;

Ningún pecado manchará su hermosura

Ni la ensombrecerá con una lágrima”.

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: 2 Corintios 4: 17, 18 y capítulo 5.

               

 

  

Traductor: Allan Román

30/Junio/2013

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