El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Cristo: el
Vencedor del Mundo
NO.
1327
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Pero confiad, yo he vencido al mundo”. Juan 16: 33.
Cuando fueron
pronunciadas estas palabras, nuestro Salvador estaba a punto de dejar a Sus
discípulos para ir a Su muerte por ellos. Su gran preocupación era que no
estuvieran demasiado descorazonados por las aflicciones que se les vendrían
encima. Él deseaba preparar sus mentes para las amargas penas que les esperaban
mientras los poderes de las tinieblas y los hombres del mundo hacían su
voluntad en Él. Observen ahora, amados, que nuestro Señor Jesús, en quien
habita la infinita sabiduría, conocía todos los secretos manantiales del alivio
y todas las santas fuentes de consolación en el cielo y debajo del cielo, y con
todo, con el objeto de consolar a Sus discípulos habló, no de los misterios
celestiales ni de los secretos ocultos en el pecho de Dios, sino que habló con
respecto a Sí mismo. ¿No nos enseña con esto que no hay mejor bálsamo para el
corazón como Él mismo, que no hay consolación de Israel comparable con Su
persona y Su obra? Si aun este divino Bernabé, este primogénito Hijo de
consolación (Hechos 4: 36) como lo es el propio Señor tiene que apuntar a lo
que Él mismo ha hecho pues sólo así puede hacer que Sus seguidores cobren ánimo,
entonces cuán sabio es que los ministros prediquen mucho sobre Jesús a manera
de estímulo para los afligidos del Señor, y cuán prudente es que quienes lloran
pongan la mira en Él para recibir el consuelo que necesitan. “Confiad” –dice- “Yo” –algo acerca de Él mismo- “Yo he vencido al mundo”. Así que,
amados, en cualquier tiempo de depresión espiritual acudan presurosos al Señor
Jesucristo; siempre que los afanes de esta vida los opriman y que su camino
parezca áspero para sus pies cansados, vuelen con presteza a su Señor. Pudiera
haber otras fuentes de consuelo, y las hay, pero no serían adecuadas para
ustedes en todo momento; pero en Él habita tal plenitud de consuelo que, ya sea
en verano o en invierno, siempre están fluyendo los torrentes de alivio. En su
prosperidad o en su penuria, y sin importar el origen de su problema, pueden
recurrir a Él de inmediato y verán que fortalece las manos cansadas y afirma
las rodillas endebles.
Me viene a la mente este
comentario adicional: por el tono que asumió el Señor Jesús, tiene que ser algo
más que hombre. Hay ciertas personas que niegan la deidad de nuestro Señor y
sin embargo tienen una buena opinión de Jesús como hombre; han expresado,
ciertamente, muchas cosas altamente elogiosas respecto a Su carácter; pero yo
me pregunto por qué no les sorprende que haya mucha arrogancia, presunción,
orgullo, egoísmo, y todo ese tipo de vilezas en este hombre, si sólo fuera un
hombre. Pues qué hombre bueno a quien desearían imitar diría a otros: “Confiad,
yo he vencido al mundo”. Esto es demasiado, definitivamente, para que un simple
hombre lo diga. El Señor Jesucristo hablaba frecuentemente acerca de Sí mismo y
acerca de lo que había hecho, y se encomiaba ante Sus discípulos como no habría
podido hacerlo nunca nadie que fuera simplemente un hombre de una mente humilde.
El Señor era, en verdad, manso y humilde de corazón, pero nadie con ese carácter
se lo habría dicho a los demás. Hay una inconsistencia aquí que nadie podría
explicar sino quienes creen que Él es el Hijo de Dios. Si se entiende que es
divino, si se le ubica en Su verdadera posición como hablando a Sus discípulos
desde la excelencia de Su deidad, entonces se puede comprender que hable de esa
manera, sí, y se vuelve algo infinitamente decoroso y hermoso. Si se negara Su
deidad, yo soy uno que sería muy incapaz de entender cómo pudieron haber salido
jamás de Sus labios las palabras que estamos considerando y otras semejantes,
pues nadie se atrevería a decir que era jactancioso. Bendito seas, oh Hijo del
hombre, pues eres también Hijo de Dios, y por tanto no sólo nos hablas con la comprensiva
ternura de un hermano humano, sino con la majestuosa autoridad del Unigénito
del Padre. Divinamente condescendientes son tus palabras: “Yo he vencido al
mundo”.
Si miran este alegato de
Jesús sin el ojo de la fe, ¿no parecería algo extraordinario? ¿Cómo podía decir
el varón traicionado de Nazaret: “Yo he vencido al mundo”? Podemos imaginar a
Napoleón hablando así después de haber aplastado a las naciones bajos sus pies
y haber cambiado el mapa de Europa a voluntad. Podemos imaginar a Alejandro
hablando así después de haber saqueado los palacios de Persia y de llevar
cautivos a sus antiguos monarcas. Pero ¿quién es éste que habla de esta manera?
¡Es un galileo que viste una túnica de campesino y que se relaciona con los
pobres y los caídos! No tiene ni riquezas ni rango en el mundo ni honor entre
los hombres, y, sin embargo, dice que ha vencido al mundo. Está a punto de ser
entregado en manos de Sus enemigos por su propio vil seguidor, y luego será
llevado a juicio y a la muerte, y con todo dice: “Yo he vencido al mundo”. Está
poniendo un ojo en Su cruz con toda su vergüenza y también en Su muerte
subsiguiente, y sin embargo dice: “Yo he vencido al mundo”. No tenía donde
recostar Su cabeza, no tenía a ningún discípulo que diera la cara por Él pues
acababa de decir: “Seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo”;
iba a ser acusado de blasfemia y sedición, y sería llevado delante del juez, y
no tenía a nadie que contara Su generación; iba a ser entregado a la brutal
soldadesca para ser escarnecido y tratado despreciativamente y escupido; Sus
manos y Sus pies iban a ser clavados a una cruz para que tuviera la muerte de
un criminal, y con todo dice: “Yo he vencido al mundo”. ¡Cuán maravilloso y sin
embargo cuán cierto es! Él no hablaba a la manera de la carne ni según la
visión del ojo. Tenemos que usar aquí la óptica de la fe y mirar dentro del
velo, y, entonces veremos, no solamente la despreciada persona física del Hijo
del hombre, sino el alma que moraba en su interior, noble e invencible, que transformó
a la vergüenza en honor y a la muerte en gloria. Que Dios el Espíritu Santo nos
capacite para ver lo interior a través de lo exterior y ver cuán
maravillosamente la ignominiosa muerte fue el áspero vestido que ocultó la
victoria sin par a los ojos miopes del hombre carnal.
Los dos últimos domingos
he hablado de nuestro Señor Jesucristo: primero, como el fin de la ley; y
después, como el vencedor de la antigua serpiente; ahora vamos a hablar de Él
como el vencedor del mundo. Dirigiéndose
a Sus discípulos les dijo: “Confiad, yo he vencido al mundo”.
Ahora, ¿cuál es este mundo del que habla? Y ¿cómo lo ha vencido? Y ¿qué confianza hay en ese hecho para
nosotros?
I. ¿CUÁL
ES ESTE MUNDO AL QUE HACE REFERENCIA? Casi no conozco otra palabra que sea
usada con tantos sentidos como esta palabra “mundo”. Si buscan en sus Biblias
encontrarán que la palabra “mundo” se usa con significados ampliamente
diferentes, pues hay un mundo que Cristo hizo, “En el mundo estaba, y el mundo
por él fue hecho”, esto es, el mundo físico. Hay un mundo que Dios amó de tal
manera que dio a Su Hijo unigénito para que todo aquel que en Él cree, no se
pierda. Hay diversas formas de este significado favorable. Luego hay un mundo,
el mundo que se describe aquí, el mundo entero que “está bajo el maligno”, un
mundo que no conoce a Cristo pero que está perennemente opuesto a Él: un mundo
por el cual Él dice que no ora, y un mundo que no quiere que amemos: “No améis
al mundo, ni las cosas que están en el mundo”. Sin adentrarnos en estos diversos
significados y matices de significado que son muy abundantes, digamos
simplemente que casi no sabemos cómo definir lo que aquí se quiere describir en
un cierto número de palabras, aunque sabemos muy bien cuál es el significado.
Ustedes verán que “el
mundo” incluye a los propios impíos así como también a la fuerza del mal en
ellos, pero los identifica, no como criaturas y ni siquiera como hombres que
han pecado, sino como seres no regenerados, carnales y rebeldes, y por tanto,
como personificaciones vivientes de un poder maligno que obra en contra de
Dios; y así leemos acerca del “mundo de los impíos”.
Tal vez debería agregar
que de la existencia de los inconversos y de la prevalencia del pecado en ellos
han surgido ciertas costumbres, modas, máximas, reglas, modos, maneras y
fuerzas, y todas esas cosas pasan a constituir lo que se llama: “el mundo”, y
hay ciertos principios, deseos, concupiscencias, gobiernos y poderes que
también conforman una parte del mal que es llamado “el mundo”. Jesús dice: “Mi
reino no es de este mundo”. Santiago habla de la necesidad que hay de
“guardarse sin mancha del mundo”. Juan dice: “el mundo pasa, y sus deseos”; y
Pablo dice: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos”.
Además, puedo decir que
la presente constitución y el arreglo de todas las cosas en esta condición
caída pueden ser incluidos en el término “mundo”, pues todo está sujeto a la
vanidad en razón del pecado, y las cosas no son hoy acordes con plan original
del Altísimo pues fueron diseñadas para el hombre en su inocencia. He aquí hay
tribulaciones y problemas que brotan de nuestra propia existencia en esta vida
de la cual se dice: “en el mundo tendréis aflicción”. A muchos hijos de Dios
les han sobrevenido hambre, enfermedad, sufrimiento, asperezas y varias formas
de mal que no pertenecen al mundo venidero ni al reino que Cristo ha
establecido, pero que les sobrevienen porque están en este presente siglo malo
que se ha vuelto así porque la raza humana ha caído bajo la maldición y la
consecuencia del pecado.
Ahora el mundo consiste en
todos esos elementos tomados en su conjunto, esta gran conglomeración de ruina
entre los hombres, este mal que mora por aquí y por allá y por todas partes adonde
los hombres han sido esparcidos. Eso es lo que llamamos mundo. Cada uno de nosotros
sabe lo que es pero nos resulta difícil explicarlo a los demás, y tal vez
mientras lo explico estoy más bien confundiendo que orientando. Ustedes saben
precisamente qué es el mundo para algunos de ustedes: no es más que su propia
familia pequeña, como forma externa, pero es mucho más en cuanto a influencia.
Su mundo real podría estar confinado a su propia casa, pero los mismos
principios que entran en el círculo doméstico invaden reinos y estados. Para
otros el mundo tiene una amplia extensión ya que necesariamente se encuentran con
hombres impíos en los negocios, y tienen que hacerlo a menos que salgan completamente
fuera del mundo, lo cual no es parte del plan de nuestro Señor, pues Él dice: “no
ruego que los quites del mundo”. Para algunos que miran a la masa entera de la
humanidad y que son llamados a considerar cuidadosamente a todos porque tienen
que ser mensajeros de Dios para ellos, las tendencias y las inclinaciones de la
mente humana hacia lo que es malo, y el espíritu de las acciones de los hombres
realizadas en contra de Dios en todas las naciones y épocas, todas estas cosas
entran a formar parte del “mundo” para ellos. Pero, sea como sea, es algo de lo
que seguramente provendrá la tribulación para nosotros, según nos dice Cristo. Pudiera
venir en la forma de una tribulación temporal, de alguna forma u otra; pudiera
venir en la forma de una tentación que se posará sobre nosotros proveniente de
nuestros semejantes; pudiera venir en la forma de persecución, en mayor o menor
medida, según nuestra posición; pero vendrá. “En el mundo tendréis aflicción”.
Somos forasteros en un país enemigo y la gente de la tierra en la que
permanecemos no es amiga nuestra y no nos ayudará en nuestro peregrinaje al
cielo. Todos los seres humanos espirituales en el mundo son amigos nuestros, pero
por otra parte, al igual que nosotros, están en el mundo pero no son del mundo.
Del reino de este mundo del que Satanás es señor tenemos que esperar una fiera
oposición contra la que tenemos que contender hasta llegar a la victoria si
hemos de entrar en el reposo eterno.
II. Ahora,
en segundo lugar, esto me lleva al más interesante tópico de CÓMO CRISTO HA
VENCIDO AL MUNDO. Y respondemos, primero, que lo hizo en Su vida; luego en Su
muerte; y luego en Su resurrección y
en Su reinado.
Primero, Cristo venció al mundo en Su vida. Este es un
maravilloso estudio: la victoria sobre el mundo en la vida de Cristo. Yo pienso
que esos treinta primeros años de los cuales sabemos tan poco, constituyeron
una maravillosa preparación para Su conflicto con el mundo, y que aunque
estando nada más en el taller de carpintería, y siendo oscuro y desconocido
para el gran mundo exterior, de hecho no se estaba preparando simplemente para
la batalla, sino que ya desde entonces estaba comenzando a vencerlo. En la
paciencia que le hizo esperar el tiempo oportuno vemos la alborada de la
victoria. Cuando estamos empeñados en hacer el bien y vemos que el mal y el
pecado triunfan por doquier, estamos ansiosos por comenzar; pero supongan que
no fuera la voluntad del grandioso Padre que nos involucráramos de inmediato en
la reyerta, entonces cuán fuertemente nos tentaría el mundo a pasar al frente
antes de nuestro tiempo. Una transgresión de la disciplina puede ser causada
por un exceso de celo, y esto quebranta la ley de la obediencia tanto como lo
harían la indolencia o la pereza. Se consideraba que el soldado romano era
culpable cuando, habiéndosele dado órdenes al ejército de que nadie diera un
golpe en ausencia del líder, pasaba al frente y mataba a un francés; si bien
era un acto de valor, iba en contra de la disciplina militar y habría podido
tener funestos resultados, y por eso era condenado. Lo mismo nos sucede algunas
veces; antes de que estemos listos, antes de que hayamos recibido nuestra
comisión, tenemos prisa por pasar al frente y matar al enemigo. Esta tentación debe
de haberle venido del mundo a Cristo: muchas veces al oír lo que estaba
sucediendo en el reino del error y de la hipocresía, de no haber sido porque Él
era incapaz de tener deseos indebidos, Sus benevolentes impulsos hubieran
podido sugerirle que se levantara y actuara. Sin duda estaba dispuesto a sanar
a los enfermos. ¿Acaso no estaba llena la tierra de seres sufrientes? De buena
gana hubiera salvado almas: ¿acaso no estaban descendiendo por miles al abismo?
De buena gana hubiera refutado el error pues la falsedad estaba realizando una
labor mortal, pero aún no había llegado Su hora. Sin embargo, nuestro Señor y
Maestro no tenía nada que decir hasta que Su Padre le ordenara hablar. Sabemos
que sentía un fuerte impulso de trabajar pues cuando subió al templo dijo: “¿No
sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar? Esa pregunta
revelaba el fuego que ardía en el interior de Su alma, y sin embargo, no
predicaba ni sanaba, ni disputaba, antes bien permaneció aún en la oscuridad
todos esos treinta años porque Dios así lo quería. Cuando Dios quiere que
estemos callados estamos cumpliendo mejor Su voluntad si estamos callados, pero
con todo, quedarse quieto y tranquilo durante tanto tiempo fue un ejemplo
maravilloso de cómo todo lo que le rodeaba no podía dominarlo, ni siquiera
cuando parecía obrar al parejo con Su filantropía; permaneció siendo obediente
a Dios, y así demostró ser el vencedor del mundo.
Cuando aparece en la
escena de la acción pública ustedes saben cómo vence al mundo de muchas
maneras. Primero, permaneciendo siempre
fiel a Su testimonio. Nunca lo modificó ni cambió una sola palabra para
agradar a los hijos de los hombres. Desde el primer día en que comenzó a
predicar hasta la última frase que dijo expuso toda la verdad y sólo la verdad,
la verdad sin la coloración del sentimiento prevaleciente y sin la
contaminación del error popular. No disfrazó Su doctrina –a la manera de los
jesuitas- dándole una forma especial para que los hombres difícilmente supieran
que era el preciso error en el que habían sido educados, sino que hablaba
claramente y se oponía a todos los poderes que gobernaban el pensamiento y el
credo de la época. Él no escoltaba a la verdad. Permitía que la verdad peleara
sus propias batallas a su manera, y ustedes saben cómo ella descubre su pecho
ante los dardos de sus antagonistas y cómo encuentra su escudo y su lanza en su
propia vida inmutable, inmortal e invulnerable. Su lenguaje era confiado, pues
Él sabía que la verdad vencería a la larga, y por tanto exponía Su doctrina sin
respeto a la época o a sus prejuicios. No creo que puedan decir eso del
ministerio de alguien más, ni siquiera del mejor y del más valeroso de Sus
siervos. Podemos ver, mirando a Lutero, al grande y glorioso Lutero, cómo el
romanismo más o menos matizaba todo lo que hacía; y la oscuridad de la época
arrojaba alguna penumbra incluso sobre el alma serena y firme de Calvino; de
cada uno de los reformadores tenemos que decir lo mismo: por relucientes que
fueran todas esas estrellas, no se mantuvieron sin ser manchados por la esfera
en la que brillaron. Todo hombre es afectado más o menos por su época y cuando
leemos la historia estamos obligados a hacer continuas concesiones, pues todos
nosotros admitimos que no sería justo juzgar a los hombres de épocas anteriores
con la norma del siglo diecinueve. Pero, señores, ustedes pueden examinar a
Cristo Jesús, si quieren, bajo la luz del siglo diecinueve, si es que ésa fuera
luz; pueden juzgarle según la norma de cualquier siglo, sí, pueden juzgarlo con
la brillante luz del trono de Dios: Su enseñanza es la verdad pura sin ninguna
mezcla y pasará la prueba del tiempo y de la eternidad. Su enseñanza no fue
afectada por el hecho de haber sido judío, ni por la prevalencia de la
tradición rabínica, ni por el auge de la filosofía griega, ni por ninguna otra
de las peculiares influencias que entonces prevalecían. Su enseñanza estaba en
el mundo, pero no era del mundo, ni estaba contaminada por él. Era la verdad
tal como la había recibido del Padre, y el mundo no podía obligarle a añadirle
algo, o a sustraerle algo, o a cambiarle algo en el más mínimo grado, y por
eso, en ese sentido, Él venció al mundo.
A continuación
obsérvenlo en la profunda calma que invadía Su espíritu cuando recibía la
aprobación de los hombres. Nuestro Señor era popular en un grado muy
elevado en ciertos momentos. ¡Cómo se congregaba la gente en torno Suyo cuando
Sus benevolentes manos esparcían la salud por todos lados! ¡Cómo le aprobaban
cuando los alimentaba! Pero cuán claramente vio el fondo de esa aprobación
egoísta, y dijo: “Me buscáis porque comisteis el pan y os saciasteis”. Nunca
perdió el dominio propio; nunca se le ve eufórico por las multitudes que le
seguían. No hay ninguna expresión que haya usado jamás que contuviera ni
siquiera una sospecha de autoglorificación. En medio de los hosannas Su mente
está reposando tranquilamente en Dios. Dejaba las aclamaciones y los aplausos
para cobrar fuerzas en la oración que hacía sobre los fríos montes en el aire
de medianoche. Practicaba la comunión con Dios, y por tanto vivía por encima de
las alabanzas de los hombres. Caminaba en medio de ellos, santo, incólume,
inmaculado y separado de los pecadores, aun cuando hubieran querido tomarle por
la fuerza para hacerle rey. Una vez cabalga en triunfo, como pudiera haberlo
hecho a menudo si así lo hubiese querido, pero fue entonces en un estilo tan
humilde que Su pompa era muy diferente a la pompa de los reyes; era una
manifestación de humildad más bien que un despliegue de majestad. Cabalga en
medio de los espontáneos hosannas de los pequeñitos y de las personas que Él había
bendecido, cabalga, pero ustedes pueden ver que no se entrega a ninguno de los
pensamientos de un conquistador mundano, a ninguna de las altivas ideas del
guerrero que regresa de la batalla teñido en sangre. No, Él es todavía tan
manso y tan tierno y tan amable como siempre lo fue, y Su triunfo no tiene ni
una pizca de autoexaltación. Había vencido al mundo. ¿Qué podía darle el mundo,
hermanos? Con una naturaleza imperial como
Siguió siendo el mismo
cuando el mundo probó un plan alternativo con Él. Le frunció el entrecejo pero Él seguía estando tranquilo. Acababa
apenas de comenzar a predicar y ya querían despeñarle desde la cumbre del
monte. ¿No esperas que cuando lo llevan apresuradamente para lanzarlo al
precipicio se vuelva contra ellos y que al menos los denuncie con ardientes
palabras como las que solía decir Elías? Pero no, no dice ni una sola palabra
de enojo; pasa por en medio de ellos y se va. En la sinagoga con frecuencia crujían
contra Él sus dientes llenos de malicia, pero si alguna vez fue movido a la
indignación no fue por alguna cosa dirigida en contra Suya; siempre lo soportó todo,
y casi nunca dijo una palabra a manera de réplica para los ataques meramente
personales. Si apilaban calumnias en Su contra Él seguía adelante tan
tranquilamente como si no le hubiesen ultrajado ni hubiesen deseado matarle.
Cuando es conducido delante de los jueces vemos qué diferencia hay entre el
Señor y Su siervo Pablo. Le golpean pero Él no dice como Pablo: “¡Dios te
golpeará a ti, pared blanqueada!”; no, sino que como una oveja delante de sus
trasquiladores, enmudece, y no abre Su
boca. Si hubieran podido hacerle enojar, le habrían vencido; pero Él seguía
amando; era amable, tranquilo, paciente, sin importar cuánto le provocaran.
Señálenme alguna palabra de impaciencia; no hay ni siquiera una tradición de
una mirada airada que fuera motivada por alguna ofensa que le hubieran
infligido. No podían apartarlo de Sus propósitos de amor, ni tampoco podían
hacerle decir algo o hacer algo que fuese contrario al amor perfecto. No manda
que descienda fuego del cielo: no ordena que salgan osas del bosque para
devorar a los que se han burlado de Él. No, Él puede decir: “Yo he vencido al
mundo”, pues ya sea que le sonría o que le frunza el ceño, en la perfecta paz y
quietud de Su espíritu, en la deliciosa calma de la comunión con Dios, el Varón
de dolores continúa venciendo en Su camino.
Su victoria se verá en
otra forma. Él venció al mundo en cuanto a la
abnegación de Sus propósitos. Cuando los hombres se encuentran en un mundo
como éste generalmente dicen: “¿cuál es nuestro mercado? ¿Cómo podemos sacarle
provecho? Así es como son entrenados desde la niñez. “Muchacho, tienes que
abrirte paso por ti mismo, concéntrate en poner la mira en tus propios
intereses y en progresar en el mundo”. El libro que se le recomienda al joven
le muestra cómo hacer el mejor uso de todas las cosas para su beneficio; tiene
que cuidar al “número uno” y considerar la mejor oportunidad. Al muchacho le
dicen sus sabios instructores: “tienes que velar por ti mismo o nadie velará
por ti; y sin importar qué pudieras hacer por otros, tienes que estar
doblemente seguro de proteger tus propios intereses”. Esa es la prudencia del
mundo, la esencia de todas sus políticas, la base de su economía política: cada
individuo y cada nación deben cuidarse a sí mismos; si desearan algún otro tipo
de política o de economía serían considerados unos teóricos insensatos y
probablemente un poco tocados de la cabeza. El ego es el hombre, la ley de
autopreservación del mundo es la regla soberana y nada puede salir
correctamente si interfieres con el evangelio del egoísmo; eso es lo que nos
aseguran los Salomones comerciales y políticos. Ahora bien, si miran al Señor
Jesucristo cuando estaba en el mundo, no aprenderían nada de tales principios,
excepto su condenación: el mundo no pudo vencerle tratando de conducirle a un modo
de acción egoísta. ¿Entró alguna vez en Su alma, siquiera por un momento, la
pregunta de qué podía hacer por Él mismo? Había riquezas, pero Él no tenía dónde
recostar Su cabeza. Él había encomendado la pequeña provisión al cuidado de
Judas, y en tanto que hubiesen pobres en la tierra tenían la certeza de
participar de lo que había en la bolsa. Él le daba tan poca importancia a la
propiedad, y a las provisiones, y a los fondos que ninguno de Sus cuatro
biógrafos hace alguna mención de tales cosas. Él se había levantado entera y
completamente por encima del mundo en ese sentido, pues fuera cual fuera el mal
con que los más despreciables infieles acusaron alguna vez a nuestro Señor,
hasta donde yo sé, nunca lo acusaron de avaricia, o de ambición o de egoísmo de
cualquier forma. Él había vencido al mundo.
El Maestro también
venció al mundo en que no se rebajó a
usar su poder. Él no usó esa forma de poder que es típica del mundo aun
para propósitos altruistas. Puedo concebir que un hombre, aun aparte del
Espíritu de Dios, deje atrás las riquezas y desee únicamente la promoción de
algún gran principio que se ha apoderado de su corazón; pero usualmente notarán
que cuando los hombres han hecho eso, han estado dispuestos a promover el bien
por medio del mal, o al menos han juzgado que los grandes principios podían ser
fomentados por la fuerza de las armas, o por sobornos, o por la política.
Mahoma había entendido una gran verdad cuando dijo: “No hay Dios sino Dios”. La
unidad de la deidad es una verdad de un supremo valor; pero por otra parte he
aquí el medio a ser usado para la propagación de esa gran verdad: la cimitarra.
¡Corten las cabezas de los infieles! Si tienen falsos dioses o no reconocen la
unidad de la deidad, no merecen vivir”. ¿Pueden imaginar al Señor Jesucristo
haciendo eso? Vamos, entonces el mundo le habría vencido. Pero Él venció al
mundo en el sentido de que no iba a emplear en el más mínimo grado esta forma
de poder. Él hubiera podido reunir una tropa junto a Sí, y Su heroico ejemplo conjuntamente
con Su milagroso poder pronto habrían arrasado con el imperio romano y habrían
convertido a los judíos; y luego a través de Europa y Asia y África Sus
victoriosas legiones habrían ido pisoteando toda manera de mal, y con la cruz
por pendón y la espada por arma, los ídolos habrían caído y el mundo entero
habría sido llevado a postrarse a Sus pies. Pero no, cuando Pedro desenvaina la
espada Él le dice: “Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen
espada, a espada perecerán”. Bien dijo: “Mi reino no es de este mundo; si mi
reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían”.
Y si así lo hubiese
querido Él habría podido aliar a Su iglesia con el estado, tal como lo han
hecho en estos degenerados tiempos Sus equivocados amigos, y entonces habrían
podido existir leyes penales contra quienes se atrevieran a disentir, y habrían
habido forzadas contribuciones para el apoyo de Su iglesia y cosas semejantes.
Me atrevo a decir que ustedes han leído que se hacen tales cosas, pero no en
los Evangelios ni en los Hechos de los Apóstoles. Quienes olvidan al Cristo de
Dios son los que hacen estas cosas pues Él no usa ningún instrumento sino el
amor, ninguna espada sino la verdad, ningún poder sino el Eterno Espíritu, y,
en el propio hecho de hacer a un lado a todas las fuerzas mundanas, venció al
mundo.
Así también, hermanos,
venció al mundo por Su valentía frente a la élite del mundo, pues muchos
varones que han desafiado el enojo de la multitud no pueden soportar la
críticas de los pocos seres que piensan que han monopolizado toda la sabiduría.
Pero Cristo se enfrenta al fariseo y no le rinde honor a su filacteria;
confronta al saduceo y no cede ante su imperturbable filosofía ni oculta las
dificultades de la fe para escapar a su escarnio; y desafía también al
herodiano, quien es el político mundano, y le da una réplica que no tiene
respuesta. Él es el mismo delante de todos ellos, es el amo en todas las
posiciones, y vence a la sabiduría y a la supuesta inteligencia del mundo con
Su propio testimonio sencillo de la verdad.
Y más que nada venció al
mundo en Su vida por la constancia de Su
amor. Él amó a los más indignos de ser amados, amó a los que le odiaban,
amó a los que le despreciaban. Ustedes y yo dejamos de amar cuando recibimos un
tratamiento ingrato y entonces somos vencidos por el mundo, pero Él se apegó a
Su gran objetivo: “A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar”; y muere con
esta oración en Sus labios: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Sin la más mínima amargura, bendito Salvador, Tú eres al final tan tierno como
al principio. Hemos visto espíritus buenos, llenos de generosidad, que han
tenido que tratar con una generación maligna y perversa y que por fin se han
vuelto duros y fríos. Nerón, que llora cuando firma la primera sentencia de
muerte de un criminal, al final llega a atragantarse con la sangre de sus
súbditos. Así se marchitan las dulces flores en una nociva corrupción. En
cuanto a Ti, precioso Salvador, Tú estás siempre fragante de amor. Ninguna
mancha hay en Tu hermoso carácter, aunque atravieses por un camino cenagoso. Tú
eres tan amable para con los hombres en Tu partida como lo fuiste en Tu venida,
pues Tú has vencido al mundo.
Sólo puedo decir en el
siguiente punto que Cristo venció al
mundo por Su muerte porque, por un asombroso acto de abnegación, el Hijo de
Dios le dio un golpe mortal al principio del egoísmo, que es la propia alma y
la sangre vital del mundo. Allí, también, al redimir al hombre caído rescató al
hombre del poder que el mundo ejerce sobre él, pues enseñó a los hombres que
son redimidos que ya no se pertenecen sino que fueron comprados por precio, y
así la redención se convirtió en la nota de libertad de la esclavitud del amor
egoísta, y el martillo que rompe los grilletes del mundo y sus concupiscencias.
Al reconciliar a los
hombres con Dios por medio de Su grandiosa expiación, también les ha quitado la
desesperación que los hubiera mantenido sumidos en el pecado y que los hacía
esclavos voluntarios del mundo. Ahora son perdonados, y, siendo justificados,
son hechos amigos de Dios, y siendo los amigos de Dios se convierten en
enemigos de los enemigos de Dios, y son separados del mundo, y así el mundo es vencido por la muerte de Cristo.
Pero principalmente ha
vencido por Su resurrección y Su reino, pues
cuando resucitó hirió la cabeza de la serpiente, y esa serpiente es el príncipe
de este mundo y tiene dominio sobre él. Cristo ha vencido al príncipe del mundo
y lo ha encadenado, y ahora Cristo ha asumido la soberanía sobre todas las
cosas de aquí abajo. Dios ha puesto todas las cosas bajo Sus pies. En Su
cinturón están las llaves de la providencia. Él gobierna en medio de la
multitud y en las cámaras del concilio de los reyes. Así como José gobernó
Egipto para el bien de Israel, así Jehová Jesús gobierna todas las cosas para
bien de Su pueblo. Ahora el mundo no puede avanzar en la persecución de Su
pueblo más allá de donde Él se lo permita. Ningún mártir puede arder, ningún
confesor puede ser encarcelado sin el permiso de Jesucristo quien es el Señor
de todo; ‘el principado sobre su hombro’ y Su reino gobierna sobre todo.
Hermanos, es un gran gozo para nosotros pensar en el poder reinante de Cristo
que ha vencido al mundo.
Está aún este otro
pensamiento: que Él ha vencido al mundo por
el don del Espíritu Santo. Ese don fue prácticamente la conquista del
mundo. Jesús ha establecido un reino rival ahora: un reino de amor y justicia;
el mundo ya siente su poder por el Espíritu. Yo no creo que haya un lóbrego
lugar en el centro de África que no haya sido mejorado hasta cierto punto por
la influencia del cristianismo; aun el desierto se regocija y está alegre por
Él. Ningún poder bárbaro se atreve a hacer lo que hizo una vez, o si lo
hiciera, se alzaría tal clamor contra su crueldad que muy pronto tendría que
decir (peccavi) (pequé), y confesar
sus faltas. En este momento la piedra que fue cortada, no con mano, ha comenzado
a golpear al antiguo Dagón y está cortando su cabeza y las dos palmas de sus
manos y aun su propio tronco será hecho pedazos. No hay ningún poder en este
mundo tan vital y tan potente como el poder de Cristo en este día. No digo nada
ahora acerca de cosas celestiales y espirituales, sino que hablo únicamente de
influencias temporales y morales, y aun en eso la cruz va al frente. Aquel de
quien Voltaire dijo que vivía en el ocaso de su día, va de poder en poder. Es
cierto que era el ocaso, pero era el ocaso de la mañana y viene el pleno
mediodía. Cada año el nombre de Jesús trae más luz a este pobre mundo; cada año
se apresura el tiempo cuando la cruz, que es el Faro de la humanidad, el faro
del mundo en medio de la tormenta, brille más y más esplendente sobre aguas
turbulentas hasta que venga la grandiosa calma. Esta palabra se volverá más y
más universalmente cierta, “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos
atraeré a mí mismo”. Así Él ha vencido al mundo.
III. Ahora,
por último, ¿QUÉ ESTÍMULO HAY AQUÍ PARA NOSOTROS? Vamos, primero éste, que si
el hombre Cristo Jesús ha vencido al mundo en su mayor maldad, los que están en
Él vencerán también al mundo por medio del mismo poder que moró en Él. Él ha
infundido Su vida en Su pueblo, Él ha dado Su Espíritu para que more en ellos,
y serán más que vencedores. Él venció al mundo cuando lo atacó en la peor forma
posible, pues Él era más pobre que cualquiera de ustedes, estaba más enfermo y
más afligido que cualquiera de ustedes, era más despreciado y perseguido que cualquiera
de ustedes, y estuvo privado de ciertas consolaciones divinas que Dios ha
prometido que nunca quitará a Su santos, y sin embargo, con todas las posibles
desventajas, Cristo venció al mundo: por tanto tengan la seguridad de que
nosotros también venceremos por Su fuerza.
Además, Él venció al
mundo cuando nadie más lo había vencido. Era como si fuera un leoncillo que
nunca había sido derrotado en la lucha: rugía contra Él desde la maleza y saltó
sobre Él en la plenitud de su fuerza. Ahora si éste mayor que Sansón desgarró a
ese leoncillo como si fuese un cabrito y lo derribó como algo derrotado, pueden
estar seguros de que ahora que es un león viejo, gris y cubierto de heridas
propinadas por Él desde la antigüedad, nosotros, teniendo la vida y el poder
del Señor, lo venceremos también. ¡Bendito sea Su nombre! Cuán grande estímulo
hay en Su victoria. Es como si nos dijera: “Yo he vencido al mundo, y ustedes,
en quienes habito, que están vestidos con mi espíritu, tienen que vencerlo
también”.
Pero por otra parte, a
continuación recuerden que Él venció al mundo como nuestra Cabeza y
representante, y puede decirse verdaderamente que si los miembros no vencen,
entonces la cabeza no ha ganado perfectamente la victoria. Si fuera posible que
los miembros fueran derrotados, vamos entonces, la propia cabeza no podría
reclamar una victoria completa puesto que es una con los miembros. Entonces
Jesucristo, Cabeza y representante de nuestro pacto, en cuyos lomos yacía toda
la simiente espiritual, venció al mundo por nosotros y nosotros vencimos al
mundo en Él. Él es nuestro Adán, y lo que Él hizo fue hecho realmente para nosotros
y realizado virtualmente por nosotros. Tengan valor entonces, pues ustedes han
de vencer; tiene que sucederles a ustedes lo mismo que a su cabeza: donde está
la cabeza están los miembros, y como está la cabeza así tienen que estar los
miembros: por tanto, tengan la seguridad de la rama de palma y de la corona.
Y ahora, hermanos, yo
les pregunto si no han descubierto que así es. ¿No es cierto en este momento
que ustedes han vencido al mundo? ¿Gobierna el yo en ustedes? ¿Están trabajando
para adquirir riquezas para su propio engrandecimiento? ¿Están viviendo para
ganar honor y fama entre los hombres? ¿Tienen miedo del enojo de los hombres?
¿Son esclavos de la opinión popular? ¿Hacen cosas porque es una costumbre
hacerlas? ¿Son esclavos de la moda? Si lo fueran, no saben nada acerca de esta
victoria. Pero si son verdaderos cristianos yo sé lo que pueden decir: “Señor,
yo soy tu siervo, tu has desatado mis ataduras; a partir de ahora el mundo no
tiene ningún dominio sobre mí; y aunque me tiente, me atemorice y me adule, aun
así voy a superarlo por el poder de Tu Espíritu, pues el amor de Cristo me
constriñe, y no vivo para mí ni para las cosas que se ven, sino para Cristo y
para las cosas invisibles”. Si fuera así, ¿quién ha hecho esto para ustedes?
Quién sino Cristo el Vencedor que es formado en ustedes, la esperanza de
gloria: por tanto, tengan confianza pues han vencido al mundo en virtud de Su
permanencia en ustedes.
Entonces, hermanos,
regresemos al mundo y sus tribulaciones sin miedo. Sus aflicciones no pueden
hacernos daño. En el proceso obtendremos bien así como lo hace el trigo en la
trilla. Salgamos a combatir al mundo, pues no puede vencernos. No ha habido
todavía un hombre con la vida de Dios en su alma a quien el mundo entero haya
podido subyugar; es más, el mundo entero conjuntamente con el infierno no
pueden vencer al menor bebé en la familia del Señor Jesucristo. He aquí ustedes
están cubiertos con el arnés de la salvación, están vestidos con la cota de
malla de la omnipotencia, sus cabezas están protegidas por el casco de la
expiación, y Cristo mismo, el Hijo de Dios, es su Adalid. Den su grito de
combate con valor, no teman, pues es mayor el que está con ustedes que todos
los que están en su contra. Se dice de los santos glorificados: “Y ellos le han
vencido por medio de la sangre del Cordero”; “y esta es la victoria que ha
vencido al mundo, nuestra fe”; por tanto, estén firmes, hasta el fin, pues
serán más que vencedores por medio de Aquel que los ha amado. Amén.
Porción de
Traductor: Allan Román
23/Junio/2013
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