El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

El Secreto de una Vida Feliz

NO. 1305

 

SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 16 DE JULIO DE 1876

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido”. Salmo 16: 8.

 

En los versículos precedentes leímos: “Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, y es hermosa la heredad que me ha tocado”. Quien habla, por tanto, es un varón que está muy contento y feliz. No es lo más usual en el mundo encontrar personas que encomian su suerte, y que manifiestan un conspicuo énfasis de satisfacción; es mucho más común oír a hombres rodeados de favores que lamentan la dureza de su caso. Las mentes contentas son casi tan escasas como los copos de nieve en la época de la cosecha. El hombre que se deleita en su hermosa heredad merece atención y haremos bien en aprender su secreto. ¿Cómo es que es capaz de sentirse tan feliz? Busquemos cómo llegó a esa paz, y descubramos la pista de seda que lo condujo a tal morada campestre de deleite. Tal vez su camino se adapte a nuestros pies, y siguiéndolo podamos quedarnos tan perfectamente contentos como él lo estaba. ¡Oh Señor y dador de paz, ayúdanos en la búsqueda!

 

Pero, primero, ¿quién es esta persona que está tan singularmente contenta? Para nuestro asombro encontramos que el Espíritu habla aquí por profecía en el nombre y en la persona de nuestro Señor Jesucristo. Es Él quien por el Espíritu dice aquí: “Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, y es hermosa la heredad que me ha tocado”. Él era el “varón de dolores, experimentado en quebranto”; despreciado y desechado entre los hombres”, no tenía dónde apoyar Su cabeza, con frecuencia experimentó hambre y sed; tenía unos pocos amigos los cuales demostraron no poseer fe en el tiempo de su extrema adversidad: ¿cómo podía hablar así? Todo esto es mucho más alentador para nosotros, porque si Él, que era el más afligido de los hombres era sin embargo capaz de sentir una calma interior, un dulce contento, entonces tiene que ser posible que nosotros los sintamos, ya que nuestro lote no es tan amargo. Nosotros no somos enviados para hacer expiación por el pecado, y de aquí que nuestras aflicciones sean pocas comparadas con las de nuestro Señor. Había una razón especial para que estuviera turbado, pues tomó nuestras aflicciones y llevó nuestros dolores; pero ningún dolor expiatorio es exigido de nosotros, ni tampoco tenemos aflicciones que soportar de la mano de Dios como castigos por el pecado, pues el Señor ha colocado todo eso sobre Él, y nosotros hemos sido absueltos. Si el Señor Jesús, el varón de dolores, alguien que lamentó todos Sus días, dijo sin embargo que las cuerdas le cayeron en lugares deleitosos, y es hermosa la heredad que le ha tocado, tiene que ser más posible que nos levantemos a un contentamiento similar si seguimos su regla y vivimos conforme a Su ejemplo. ¿Cuál, entonces, es el secreto de la perfecta paz y felicidad aquí abajo? Su precio está por encima de los rubíes: ¿dónde se aprenderá este arte? Las lámparas mágicas y los maravillosos anillos de los que leen en los cuentos de hadas los niños son como nada en valor comparados con esta verdadera piedra filosofal, este secreto místico del Señor que está con aquellos que le temen, por el cual Sus santos son capacitados para disfrutar de la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, que mantiene sus corazones y mentes por Jesucristo. ¡Oh Príncipe de Paz, concédenos este reposo!

 

Nuestro texto nos comparte claramente el secreto de la mayor felicidad que pueda encontrarse debajo de los cielos, y, ciertamente, revela la fuente escondida de esos placeres de lo alto que están a la diestra de Dios por siempre. La primera parte del excelente método estriba en vivir siempre en la presencia del Señor, “A Jehová he puesto siempre delante de mí”; la segunda parte se encuentra en confiar siempre en la presencia del Señor: “Porque está a mi diestra, no seré conmovido”.

 

I.   Entonces, el secreto de la paz es primero VIVIR SIEMPRE EN LA PRESENCIA DEL SEÑOR: “A Jehová he puesto siempre delante de mí”. Con el objeto de entender lo que esto significa vamos a intentar mantener nuestros ojos en la vida de Jesús, y al mismo tiempo vamos a aplicar el texto a los santos; porque aunque este pasaje es cumplido preeminentemente en Él, con todo, puesto que los miembros participan de la naturaleza de la cabeza, cada uno en su grado, eso que hizo Jesús y por lo que obtuvo una dicha y un reposo santos, ha de cumplirse en nosotros para que entremos en el gozo de nuestro Señor. ¿No nos pide nuestro Señor Jesús que llevemos Su yugo sobre nosotros y que aprendamos de Él, para que así hallemos descanso para nuestras almas?

 

Yo entiendo que nuestro texto significa primero, que deberíamos hacer de la presencia del Señor el más grande de todos los hechos para nosotros. De todas las cosas que son, Dios es primordialmente, y deberíamos considerarlo bajo esa luz. Así era con nuestro Señor Jesucristo. Él, como un hombre, conocía de la existencia de todas las cosas que son vistas, pero aun más reconoció la existencia de Dios, que no puede ser visto, ese grandioso Espíritu que es a la vez invisible e incomprensible. Cuán vívidamente la presencia de Dios tiene que haber sido percibida por Cristo en todo momento, pues Él estaba en el Padre y el Padre en Él. Ustedes y yo no hemos visto nunca ni hemos entendido al Padre en el mismo grado en que Él lo hizo, aunque el Hijo nos lo ha revelado. Él entró en un reconocimiento más constante y más pleno de la presencia de Dios en todos los lugares y cosas, del que hemos hecho hasta ahora. Con todo, verdaderamente hemos visto al Padre, pues hemos visto a Jesús por fe. Levantarán alas como las águilas, y con el ojo de águila hemos mirado al sol en el rostro, y no hemos sido enceguecidos. ¿No está escrito: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”? Se nos ha enseñado a ver a Dios en torno nuestro en todas las cosas que existen, y en todos los eventos que suceden; y nosotros bendecimos al Señor porque no vivimos como esos que están “sin Dios en el mundo”, pero el Espíritu nos enseña a reconocer la presencia de nuestro amoroso Padre que todo lo llena; con todo, yo creo que no la discernimos tan constante e impresionantemente como nuestro Señor Jesús lo hacía. Él miraba a los montes, y la luz del sol en sus frentes era la sonrisa de Su Padre. Veía las llanuras, y sus cosechas eran un regalo de Su Padre. Para Él las olas del mar eran agitadas en tempestad por el aliento de Su Padre, o eran tranquilizadas por el susurro de Su Padre. Él alimentaba a la multitud, pero era con el pan de Su Padre; y Él sanaba a los enfermos, pero el Padre hacía las obras. En todas las cosas acerca de Él reconocía continua y claramente la presencia activa del Altísimo. Otros varones comentaban que los cuervos eran alimentados, pero Él dijo: “Vuestro Padre celestial los alimenta”. Otros hombres notaban que los lirios eran hermosos a la vista, pero Él discernía que “la hierba del campo… Dios la viste así”. El Padre celestial estaba en todas partes, y en todo para Jesús. Ahora, yo le pido a nuestro Señor que conceda que por el bendito Espíritu seamos siempre sensibles a la presencia de Dios doquiera que estemos. ¿No es acaso una triste prueba de la alienación de nuestra naturaleza que aunque Dios está en todas partes tenemos que enseñarnos a percibirle en algún punto? Suyas son las bellezas de la naturaleza, suyo el brillo del sol que está trayendo la cosecha, suyo el grano que se inclina que alegra al labrador, suyo el perfume que carga el aire de las multitudes de flores, suyos los insectos que resplandecen a nuestro alrededor como joyas vivas; y sin embargo, el Creador y Sustentador de todas estas cosas es percibido en un grado demasiado pequeño. Todo en el templo de la naturaleza habla de Su gloria, pero nuestros oídos están sordos para escuchar. Todo, desde la gota del rocío al océano refleja la Deidad y sin embargo, fallamos grandemente en ver el brillo eterno. Yo les suplico, hermanos míos, que oren para que este texto sea grabado en sus propias almas: “A Jehová he puesto siempre delante de mí”. Rehúsen ver cualquier cosa sin ver a Dios en ella. Consideren a las criaturas como el espejo del gran Creador. No se imaginen haber entendido Sus obras hasta no haber sentido la presencia del grandioso obrero mismo. No cuenten con saber algo mientras no lo sepan por Dios que está en su interior, pues ese es el núcleo que contiene. Despierten en la mañana y reconozcan a Dios en su recámara, pues Su bondad ha descorrido la cortina de la noche y ha quitado de sus párpados la señal del sueño: vístanse y perciban el cuidado divino que les provee de ropa de la hierba del campo y de las ovejas del redil. Vayan al desayunador y bendigan a Dios cuya riqueza ha puesto de nuevo para ti una mesa en el desierto: sal a tus negocios y siente a Dios contigo en todos los compromisos del día: recuerda perpetuamente que estás morando en Su casa cuando estás trabajando arduamente por tu pan o estás involucrado en el comercio. Por fin, después de un día bien invertido, regresa a tu familia y mira al Señor en cada uno de sus miembros; reconoce Su bondad al preservar la vida y la salud; busca Su presencia en el altar familiar haciendo que la casa sea un verdadero palacio donde moran los hijos del rey. Por fin, entrégate al sueño en la noche como a los abrazos de tu Dios o como sobre el pecho de tu Salvador. Esto es vivir felizmente. El mundano olvida a Dios, el pecador le deshonra, el ateo le niega, pero el cristiano vive en Él. “Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos… Linaje suyo somos”. Vemos como sombras a las cosas visibles; las cosas que tocamos y gustamos y manejamos perecen con el uso; los elementos de esta sólida tierra se disolverán con calor hirviente, pero el Dios siempre presente a quien no podemos ver es el mismo, y Sus años no tienen un fin, y Su existencia es la única real y verdadera y eterna para nosotros. Él ha sido nuestra morada en todas las generaciones, y sería perverso en verdad no conocer nuestro propio hogar eterno. Este es un ingrediente principal en el aceite del gozo, darnos cuenta de que el Señor está a nuestro alrededor “así como Jerusalén tiene montes alrededor de ella… desde ahora y para siempre”.

 

En segundo lugar, las palabras del texto significan hacer de la gloria de Dios el único objetivo de nuestras vidas. Así como en una carrera un trofeo es exhibido delante de los corredores, así el corazón del creyente pone la gloria de Dios ante sí como el trofeo por el cual se corre la carrera de la vida. Sucedía lo mismo con nuestro amado Redentor; desde lo primero hasta lo último, Él puso a Dios siempre delante de Él como el objetivo de Su vida en la tierra. ¿Encuentras en Él alguna vez un motivo egoísta? ¿Es movido alguna vez por alguna ambición rastrera? ¿Acaso no está buscando siempre el bien de los hombres y por ese medio la gloria de Dios? Siendo todavía un joven sube al templo, no para exhibir Su precocidad, ni como otros hijos, para gratificarse con la admiración acumulada sobre Él por Su temprana sabiduría, sino que dice: “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” En días posteriores, cuando ha sido ungido para Su obra, se sienta junto a un pozo y toma Su descanso; una mujer viene y conversa con Él, pero Él no habla sobre ningún tema ocioso; le habla del agua viva, busca su alma para salvarla, y luego les dice a Sus discípulos que tiene un alimento para comer que ellos desconocen; pues era Su alimento y Su bebida hacer la voluntad de Aquel que le envió.

 

Prosigue hacia la meta con inalterable intensidad de propósito hacia la consumación de la obra que Su Padre le había encomendado. Le ven presente en una boda, o reuniéndose con algunos en una procesión fúnebre, pero en ambos casos es encontrado apuntando a la gloria de Dios. Si lo encuentras batallando con la multitud, o en el aposento encerrado con dos o tres, resucitando a los muertos, si lees de Sus oraciones en la solitaria ladera del monte o escuchas Sus gemidos en el huerto de Getsemaní, esta cosa hace todavía por siempre: glorifica a Su Padre en la tierra. Despreciando la vergüenza y hollando bajo el pie el honor del mundo, vive para Dios y sólo para Dios. No sólo algunas veces y de vez en cuando, o como el agregado general de Su vida, es encontrado poniendo a Dios delante de Él, sino siempre y sin excepción. En cada pensamiento, en cada palabra, en cada acto, Dios estaba delante de Él, y vivía para Dios. Oh, que pudiéramos llegar a eso: Si, pues, comemos o bebemos, o hacemos otra cosa, queremos hacerlo todo para la gloria de Dios. ¡Oh, que no nos atreviéramos nunca a hacer lo que deshonraría el nombre de Dios! ¡Oh, que camináramos en todas las cosas como para agradar a Aquel que nos amó y se entregó por nosotros! Yo estoy seguro, amados hermanos y hermanas, que si se han propuesto esto, aunque se hubieren quedado demasiado cortos en su deseo, con todo, en tal senda han encontrado paz para sus almas. Este es el Camino Real, la vía de la santidad donde no se encontrará ningún león. Saber que Dios está presente, y vivir enteramente para agradarle, ese es el camino de la condición placentera; cuídense y manténganse allí. No hagan nunca nada que deshonraría el santo nombre con el que son llamados, y no dejen nada sin hacer por duro que sea para la carne que quiere servir a la causa de Dios, así serán como su Señor, y se volverán partícipes de Su paz. Este es el modo de vida por el cual un hombre probará anticipadamente los festejos del cielo estando todavía en el yermo de este mundo: que el Espíritu Santo nos conduzca a eso.

 

Un significado adicional de poner siempre al Señor delante de nosotros es vivir de tal manera que la presencia de Dios sea la regla y el soporte de nuestra obediencia. Así hacía Jesús. Ustedes saben muy bien que para muchos siervos el ojo del amo es más importante para hacerlos cuidadosos y diligentes. Cuántos sólo sirven al ojo y agradan a los hombres. Quiten el ojo del amo, y cuán lentamente la labor se seguirá desarrollando; cuán a menudo la labor es realizada de una manera desaliñada, o dejada inconclusa por completo. El antiguo proverbio declara que el ojo del amo hace más que sus dos manos, y es verdad demasiado tristemente; sin embargo, no es equivocado decir que el ojo de su Señor debería tener una gran influencia sobre los siervos de Dios. “He aquí, como los ojos de los siervos miran a la mano de sus señores, y como los ojos de la sierva a la mano de su señora, así nuestros ojos miran a Jehová nuestro Dios”. Amados, ¿cómo vivirían si Dios fuere visto mirándonos? ¡Él está mirando! Vive así. Supón que en alguna acción de mañana tú fueras especialmente advertido: “El Señor te observará cuidadosamente, el Omnisciente fijará todos Sus pensamientos en ti, y detectará tus motivos y escaneará tu espíritu, así como pesará el acto mismo”. Si tuvieras una revelación así, ¿cómo actuarías? Así deberías actuar en todo momento, pues es verdad siempre. “Tú eres Dios que ve” es una exclamación para cada momento del día y de la noche. ¿Puedes poner tu dedo sobre cualquier parte de la vida de Cristo y decir: “Él olvidó que el Padre le contemplaba en este acto”? ¿No es la totalidad de la vida de Cristo un cuadro tal que Dios mismo miró cada línea y tinte con infinita admiración? ¿No has atravesado tú mismo la galería de la vida del Salvador, y haciendo una pausa en cada cuadro y cada escena, has sido llenado de asombro y conducido a exclamar: “Él ha hecho bien todas las cosas”? Cuando tu mente ha sido más devota y más santa, ¿no has admirado más que nunca cada pequeño rasgo del carácter de tu Salvador, cada característica separada de cada acción de su vida, ya sea pública o privada? El Padre estaba siempre con Él, y Él hizo siempre lo que le complacía. ¡Oh amados, quiera Dios que su obediencia fuera de igual manera medida bajo la profunda conciencia de que el gran Dios está vigilándolos en todo lo que hacen! Él te ha rodeado por detrás y por delante, y ha puesto Su mano sobre ti. Si tomas las alas de la mañana y vuelas a los confines del mar, allí está Él; aun la oscuridad no se esconde de Él. Todo lo que has hecho ha sido ejecutado en la presencia de tu Padre celestial; ¿has sentido esto? Ah, cuando deshonraste al Señor Jesús Él mismo estaba mirando: Aquel a quien pertenecen esas manos perforadas oyeron tus cobardes palabras y vieron tus actos traicioneros, y te contemplaron en sorprendida aflicción, Su amigo, traicionándolo así. Cuando compartías con el mundo impío y eras uno de ellos, Él estaba también allí, y ahora te muestra Sus heridas, y lleno de pena exclama: “Estas son las heridas que recibí en tu casa, en la casa de mi amigo”. Los golpes de los amigos golpean en un lugar delicado, sus heridas son las más crueles que puedan recibirse, pues los enemigos perforan agudamente, pero los amigos apuñalan con dagas envenenadas. Cuando nosotros acarreamos deshonra sobre Aquel a quien profesamos amar, es deshonra en verdad. Oh, cuánto quedaría pendiente, y por otro lado cuánto más de otro tipo de cosas sería ejecutado diligentemente, si verdaderamente pusiéramos al Señor siempre delante de nosotros.

 

Sin embargo, todavía no hemos expuesto completamente nuestro texto. Las palabras tienen que significar también que hemos de poner al Señor delante de nosotros como la fuente de la cual hemos de derivar solaz y consuelo en cada prueba. Jesús podía decir: “A Jehová he puesto siempre delante de mí”; pues esto fue lo que hizo que sufriera pobreza y nunca se quejara; esto fue lo que hizo que enfrentara injurias y esputos y sin embargo permaneciera callado con maravillosa paciencia, como oveja delante de sus trasquiladores. Nunca se escucha a nuestro Seño clamar hasta que el rostro de Su Padre es ocultado de Él; entonces en verdad clama, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Cuando, debido a Su posición como nuestra fianza, Dios mismo retiró la manifestación de Su favor, entonces Sus dolores eran amargos y Su aflicción era desbordante, pero ni ustedes ni yo tendremos que soportar alguna vez algo parecido. Dios le desamparó para que no tuviera que desampararnos jamás. Encontrarán siempre al Señor cerca en el día del conflicto, y por tanto, si tienes alguna vez un Getsemaní, y la copa amarga no puede pasar de Ti excepto que la bebas, pondrás al Señor delante de Ti, y en esa presencia animante serás capaz de decir: “Pero no sea como yo quiero, sino como tú”, y bebes pacientemente hasta las heces tu copa asignada. ¿Estás diciendo hoy: “Cuánto desearía tener más de las comodidades de la vida, pero mis medios son tristemente escasos, y yo estoy muy enfermo y con un espíritu decaído”? Tu Salvador fue tentado en todos los puntos como lo eres tú, pero Él puso siempre al Señor delante de Él, y por tanto estaba contento y decía: “Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré. Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, y es hermosa la heredad que me ha tocado”. Deja que todo lo demás se vaya, hermano mío, pues si Dios está contigo, tú todavía serás sustentado. Que los amigos mueran uno después de otro, y que los consuelos terrenales se desvanezcan como hojas de otoño, pero si tú pones al Señor siempre delante de ti hay tal plenitud de gozo en cada atributo de Dios, hay un cielo tal en cada visión del rostro de Jesús, hay tal bienaventuranza sobrecogedora en cada gota del amor eterno de Jehová, que no fallarás ni te verás desanimado, sino que cantarás Sus alabanzas en los fuegos más fieros. A ti te dirá: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemará, ni la llama arderá en ti”. La presencia de Dios hace que aun la muerte sea deleitable, “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo”. Así ven ustedes que poner al Señor siempre delante de nosotros nos garantiza un suministro de una consolación incesante.

 

Sin embargo, adicionalmente, estas palabras significan que hemos de sostener perpetua comunión con Dios. Cuando Jesús dijo: “A Jehová he puesto siempre delante de mí”, quería decir que Él estaba siempre en comunión con el Padre. Muy frecuentemente la comunión era practicada en la oración, pues nuestro Señor, aunque es descrito como orando mucho, sin duda oraba infinitamente más de lo que cualquier evangelista haya registrado, pues Él estaba orando cuando nadie más lo sabía sino Él mismo y Su Dios, cuando incluso Sus labios no se movían. Su oración pública, o la oración que podía ser observada por otros, eran hechas manifiestas por causa de nosotros que estábamos con Él, pero era sólo un brote en la superficie de la grandiosa roca de oración que puso el cimiento de Su vida santa. Muy bien dijo Él, cuando estaba junto a la tumba de Lázaro: “Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor”. Él estaba siempre en conversación con el Padre, que en verdad era el único sobre quien podía apoyarse. ¿Qué consuelo podía recibir de Pedro y Santiago y Juan? Él era como un padre con un número de hijitos alrededor suyo, que ni siquiera podían entender los problemas de su padre, mucho menos sustentarlo bajo su peso. Como nuestro Señor estaba siempre en sagrada comunión con Dios, tenía una gran aflicción al contemplar el pecado de la humanidad, sabiendo como sabía cuán odioso era para Dios. Él lamentaría delante de Su Padre el pecado del pueblo, y continuaría intercediendo todavía, orando toda Su vida como oró al final, “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Así Él estaba en todo momento en la más profunda sintonía con el Dios de amor.

 

Yo no dudo de que nuestro Señor hablara a menudo con el Padre en la forma de alabanza, pues si bien en una ocasión únicamente está registrado que se regocijó, con todo, sin duda siempre se regocijaba en Dios. ¿Cómo podía hacerlo de otra manera Su naturaleza que regocijándose en el Señor? Todo Su corazón y alma y mente estaban alineados con la mente de Dios. Por supuesto que ahora estoy hablando de Él como hombre, y como hombre Su corazón estaba en perfecta armonía con el corazón de Dios, no había en Él nada contrario a la voluntad y al designio del Padre, pero Su naturaleza humana entera fue llevada en un curso paralelo con la mente del Altísimo, y por esto es que siempre tenía paz.

 

Oh, hermanos y hermanas, que Dios nos conceda gracia para tener comunión constantemente con Él. La oración no debía ser un asunto de las mañanas y de las noches solamente, sino que todo el día nuestro espíritu debería tener comunión con Dios. Padre, Tú estás tan cerca de nosotros, y sin embargo, cuán lentos somos para hablarte. Enséñanos a nosotros, Tus hijos, a estar hablando siempre contigo, de manera que mientras caminamos en la tierra nuestra conversación pueda ser en el cielo. Que el Señor nos conceda tener un santo intercambio con el cielo, oyendo lo que Dios el Señor dirá y hablándole en respuesta. A nosotros nos corresponde oír las palabras del libro inspirado, y considerar las moniciones del clemente Espíritu, y luego que nuestro espíritu a su vez hable con Dios, y le dé a conocer sus peticiones. Yo espero que estén alcanzando esto por la unción divina del Espíritu Santo. Pues este es el grandioso secreto, el seguro cimiento de una vida feliz. La perpetua comunión con Dios es el estado más excelso de gozo que puede ser conocido en la tierra. Aprendan a decir verdaderamente: “A Jehová he puesto delante de mí”, y tienen el secreto del Señor.

 

Algo más sobre este punto, queridos amigos. Si hemos de ser felices, tenemos que seguir esta vida de cercanía con Dios debido a nuestro deleite en ella, y por el gozo que sentimos en ella. En verdad, una vida así no puede ser vivida de ninguna otra manera. El mero deber y la ley no pueden operar aquí. Si alguno dijera: “¡Qué terrible asunto ha de ser esta comunión con Dios! ¡Cuán aburrido ha de ser este caminar continuo con Dios!” Entonces yo replico: tu plática te delata, no captas las primeras cosas esenciales de una vida así, ni tampoco puedes siquiera adivinar lo que significa. En verdad, yo no te estoy hablando del todo, sería inútil imponer un tema así en ti. Excúsame, tú no sabes nada de la vida espiritual, nada de lo que es ser un hijo de Dios, o de lo contrario no despreciarías la comunión. Tienes que nacer de nuevo, y mientras no nazcas de nuevo tales exhortaciones como las que estoy dando no se aplican a ti del todo. Algún mero profesante pregunta burlonamente: “¿Qué, hemos de vivir siempre para la gloria de Dios, y no hemos de hacer nada que no le dé la gloria? Esto es establecer reglas muy estrictas, y hacer que el camino al cielo sea muy angosto en verdad”. ¿Así lo crees, amigo? Entonces te diré claramente mi solemne sospecha acerca de ti: yo estoy persuadido de que no conoces al Señor, pues si le conocieras, el camino de la santidad sería tu deleite, y no pedirías licencia para pecar. Yo puedo entender que caigas en pecado, pero no puedo entender que encuentres placer en ello si eres un cristiano real. Los placeres del mundo son para un verdadero creyente como las algarrobas que comen los cerdos; y si encuentras que son un buen alimento para tu alma entonces seguramente no eres Suyo: los cerdos pueden estar satisfechos con la comida de los cerdos, pues la providencia la destinó para ellos, pero el hijo de Dios, aun cuando es un pródigo, no puede estar satisfecho así; de buena gana llenaría su vientre con las algarrobas, pero es imposible que esté satisfecho de esa manera. Yo estoy seguro que si eres del Señor considerarás vivir cerca de Dios y deleitarte en Él, no como una severa tarea, o como un aburrimiento, sino un lujo y un privilegio deleitable por el que tu alma tiene hambre y sed. Dirás con David: “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?” Para ti el lugar más selecto es el que está más cerca de tu Señor, aunque pudiera estar en el polvo del desprecio, o en el horno de la aflicción. Es tu ambición ser subyugado por el Señor Jesús para Sí de manera sumamente completa, y luego ser a partir de ahora el lugar de Su morada, el instrumento para Su uso, y lo mejor de todo, el objeto de Su amor. Yo quisiera morar en la casa del Señor para siempre, como un hijo en su casa, considerando el mundo presente como un piso inferior de esa casa, y el cielo en lo alto como el piso superior de la misma residencia. La presencia de Dios es nuestra bienaventuranza.

 

Ahora, ¿hay algo respecto a la vida de nuestro Señor que pareciera estar bajo libertad limitada, o siendo compelido a actuar de otra manera de como lo habría deseado? ¿Puedes sospechar en toda Su carrera de que en algún momento actuó en contra de Su inclinación? ¿Fue su vida constreñida y artificial? ¿Caminaba como un hombre encadenado? ¿Vivía como uno presionado a entrar en el ejército de los justos, como alguien al que se le negaban placeres que habrían sido su elección, y como uno forzado a formas de piedad que eran desagradables para Él? Para nada. Cristo es un hombre libre, viviendo desde Su yo más íntimo, siguiendo los mejores deseos de Su corazón. Pueden ver que dondequiera que está actúa de acuerdo con Su naturaleza, y es tan libre en lo que hace como los peces son libres en el mar, o las aves en el aire. Ahora, tal es el cristiano en este asunto de poner al Señor siempre delante de Él. Él actúa no por constricción sino voluntariamente, pues el Señor le ha dado una naturaleza que se deleita en eso en que Dios se deleita. No dice: “Ay de mí, estoy enjaulado como un pájaro; mi vida es tan precisa y puritana que estoy cansado de ella”. “No”, -dice él- “si yo tuviera estos gozos mundanos, y pudiera entregarme a ellos, no hay nada en ellos que me agrade. Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Otros están diciendo: ‘¿Quién nos mostrará el bien?’ Pero mi única petición es: ‘Alza sobre nosotros, oh Jehová, la luz de tu rostro”. Dice: “Que otros hagan como les plazca, pero yo y mi casa serviremos a Jehová”. El cristiano nunca es tan libre como cuando más está bajo la ley de Cristo, nunca es tanto él mismo como cuando se niega a sí mismo, y nunca está tan deleitado como cuando se deleita en el Señor, y vive sólo para la gloria de Dios. Ahora, si ese fuera el caso contigo, amado hermano, has aprendido el secreto del gozo.

 

El texto puede ser leído así en el hebreo: “A Jehová he puesto igualmente delante de mí”, esto es, igualmente: en todo momento. Él habla de las solitarias vigilias de la noche, y luego su corazón le instruyó, pues estaba con Dios. En la mañana exclama: “Despierto, y aún estoy contigo”. Hemos de tener al Señor igualmente delante de nosotros bajo todas las circunstancias: en nuestras actividades comerciales así como en las reuniones de oración y en la escucha de sermones; en épocas de recreación así como en horas de devoción, en el día de salud así como en la hora de la muerte. Si rompes la cadena de comunión yendo donde no puedes esperar tener la presencia del Señor, o hacer lo que el Señor no puede sancionar, el vínculo roto puede ser restaurado, pero siempre mostrará los remaches. Pudieras perder tu rollo como Cristiano en el árbol, y puedes regresar y encontrarlo, pero es muy duro regresar al mismo terreno, y después de regresar es difícil retomar la senda que prosigue. La parte más dura del camino al cielo es la que tiene que ser atravesada tres veces: una vez cuando la recorres al principio, una segunda vez cuando tienes que regresar con llanto para encontrar tus evidencias perdidas, y luego de nuevo cuando tienes que compensar el tiempo perdido. La rebelión causa infelicidad, pero permanecer con Dios crea paz como un río que sigue fluyendo en un torrente largamente continuado. Queridos amigos, he aquí el método de una vida bienaventurada: pruébalo y el resultado es seguro.

 

II.   Voy a hablar muy brevemente sobre el segundo encabezado. La segunda parte del secreto sigue a la primera, que es, CONFIAR SIEMPRE EN LA PRESENCIA DEL SEÑOR. Aquí hay confianza en Dios: “Porque está a mi diestra, no seré conmovido”. Aquí hay confianza de que Dios está cerca de nosotros; confianza de que Dios nos ama, pues no sólo está cerca de nosotros, sino que está en el lugar de una amigable comunión; y confianza de que Dios nos ayudará prácticamente, pues la diestra es la mano de la destreza, la mano que hace el trabajo, y así Dios está cercano a Su pueblo con ayuda práctica, para sostenernos y liberarnos. Cuán bendito tiene que ser sentir que no tenemos nada a lo cual tenerle miedo en todo el mundo, pues Dios está a nuestra diestra para cuidarnos sin importar lo que pase.

 

David dice, y Cristo dice por medio de David: “No seré conmovido”, esto es, primero, no seré conmovido con ningún remordimiento o lamentación en cuanto al pasado. Ah, hermanos, si hemos puesto al Señor siempre delante de nosotros, podemos sentarnos y meditar sobre nuestro curso de acción, y tiene mucho sobre lo cual reflexionar. El hombre que sabe que ha vivido como a los ojos de Dios no tendrá que desear no haber nacido nunca: por el contrario, bendecirá al Señor en todo momento por todo lo que le sucede. Cristo tenía muchas aflicciones, pero nada de qué arrepentirse. ¡Qué vida fue la suya! Nunca tuvo que volver la mirada sobre ningún acto y arrepentirse de él. Todo lo hacía con Dios delante de Él, y no era conmovido. Una dama le dijo una vez a un ministro que ella estaba asistiendo al teatro, y le comentó: “Hay tantos placeres conectados con ver una obra de teatro; está el placer de la anticipación antes de ir, está el placer de disfrutarlo cuando estás allí, y está el tercer placer de reflexionar al respecto posteriormente”. El buen hombre replicó: “Ah, señora, hay otro placer que no ha mencionado, y es el consuelo que le proporcionará en su lecho de muerte”. La ironía era bien merecida. Puedo mencionar esto como siendo la mayor recomendación de poner al Señor delante de ti, que da para reflexionar y producir consuelo en medio de la enfermedad y la muerte. Si por gracia divina eres capaz de vivir una vida de comunión inquebrantada con Dios, constantemente teniendo un ojo en Su presencia, no tendrás que lamentar por una vida malgastada. Tu mirada retrospectiva estará llena de placer: en cuanto al pecado, ya está cubierto por la sangre de Cristo, y además de eso habrías sido guardado de mil trampas al tener el temor de Dios siempre delante de tus ojos; y así al revisar el pasado no serás conmovido por un amargo remordimiento. Podríamos tener que lamentar en el futuro muchas cosas que hacemos ahora aunque pensamos que estamos actuando muy sabiamente y bien, pero si el Señor está siempre delante de nosotros, nuestros pasos estarán establecidos, porque son ordenados por el Señor. Aun si cometes un error en cuanto a la política, serás consolado por el conocimiento que fue una falla de tu juicio, y no de tu corazón, si en verdad deseabas solamente servir al Señor.

 

Amados, es bueno que vivamos cerca de Dios, para que no seamos conmovidos en nuestra consistencia en el camino de la verdadera religión. Hay muchos profesantes cuyas vidas son espasmódicas; están caminando con Dios según una manera hoy, pero pronto se desvían a sendas torcidas; entonces comienzan de nuevo, pero más bien pronto comienzan a apartarse como a otra senda torcida; como Rubén, impetuoso como las aguas, no serás el principal. En la vida de nuestro Señor no hay interrupción, es una armonía continua. Las unidades son observadas en Su grandiosa carrera, es como su túnica, la cual era sin costura, de un solo tejido de arriba abajo. Ahora, hermano, si pones siempre al Señor delante de ti, no serás conmovido, sino que tu senda será como la del sol en los cielos, subiendo desde el amanecer hasta el mediodía.

 

Poner al Señor delante de nosotros impide que seamos movidos por el terror. Se dice del creyente: “No tendrá temor de malas noticias; su corazón está firme, confiado en Jehová”. El creyente no es movido por un miedo tambaleante. Un gran problema está por ocurrirle, pero ha puesto al Señor delante de él, y no es abatido. Si como Jesús mismo es influenciado momentáneamente por una gran aflicción, con todo, dice: “En el día que temo, yo en ti confío”, y cuando ora es escuchado en lo que temía.

 

Un hombre así no es conmovido por la tentación como para ser arrastrado a un pecado sorpresivo. Si siempre pongo al Señor delante de mí no seré arrastrado por una súbita tentación. Es cuando tienes baja la guardia que viene el pecado, y caes. Hablas desaconsejablemente, te llenas de ira, haces tristes estragos en tu vida cristiana, y todo porque tu ojo no estaba enfocado en el Señor. Si hubieras sabido que la tribulación venía en camino, habrías estado protegido contra ella; y si hubieras puesto al Señor siempre delante de ti, habrías estado preparado para el mundo, la carne, y el demonio, y habrías sido escudado de cada dardo de fuego del maligno. Moremos en Dios, y Él será una pared de fuego en torno nuestro. Él nos guardará cada momento, para que nadie nos haga daño: Él nos guardará noche y día.

 

Así no serás conmovido como para fallar al final. Todos tienen que haber sentido el miedo no sea que después de todo al final de la vida resultara que no eres salvo. ¿No han sentido miedo de haberse engañado a ustedes mismos, y que no fueran convertidos cuando pensaban que lo eran? ¿Qué pasaría si resultara ser así? ¿Qué harás cuando la burbuja de la falsa esperanza se rompa? Ah, pero si pones al Señor siempre delante de ti, no serás conmovido por ese miedo, pues sabrás que tu Redentor vive; tendrás tal conciencia de la presencia divina que entregarás a Dios tu espíritu que parte como a un fiel Creador. No tendrás miedo de morir, pues como dijo Jesús: “Mi carne también reposará confiadamente; porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción”, así que dirás: “Mi carne también reposará confiadamente porque no dejarás mi alma en el infierno, y aunque veo corrupción en cuanto a mi cuerpo, con todo resucitaré en incorrupción a semejanza de mi Señor, pues yo sé que mi redentor vive, y aunque los gusanos de la piel destruyan este cuerpo, en mi carne veré a Dios, a quien contemplaré por mí mismo, y no otro”. Oh, el gozo de permanecer así en Dios y confiando en Su poder presente, teniendo al Señor a tu diestra y luego permaneciendo en la apacible seguridad de que no puedes ser conmovido.

 

Sólo cuatro cosas y habré concluido. Primero, para aquellos de ustedes que son infelices. Algunos de ustedes no forman parte del pueblo cristiano, sino que son completamente del mundo. No eres feliz, y sin embargo, me atrevo a decir que tienes una gran cantidad de cosas para hacerte feliz. Estás colocado en apacibles circunstancias, donde puedes disfrutar todo cuanto quieras. La cosa más triste en el mundo para disfrutar eres tú mismo. Yo puedo disfrutar a otras personas mejor de lo que me disfruto a mí mismo: disfrutarte a ti mismo necesita un apetito muy depravado, pues el egoísmo es sórdido, y, como la serpiente, tiene asignado el polvo como su alimento. Si piensan que encontrarán placer en la mundanalidad, quisiera que recordaran a uno que probó ese método muy exhaustivamente, me refiero a Salomón, en la antigüedad, que tenía toda la riqueza que un corazón pudiera desear, y toda la sabiduría que un cerebro pudiera contener, y sin embargo, era a la vez pobre y necio. Él exploró el mundo de arriba abajo en busca de gozo, pero no lo encontró. En una época entregó todos sus pensamientos a la arquitectura, y construyó espléndidos palacios, y después de haberlos edificado dijo: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Se entregó a sus libros y estudió muy duro, pero después de haberlos examinado por largo tiempo, dijo: “No hay fin de hacer muchos libros; y el mucho estudio es fatiga de la carne”. Trató de cantarle a los hombres y cantarle a las mujeres, y a los peculiares deleites de los reyes, pero cuando había disfrutado de esta manera al máximo de las posibilidades de la naturaleza humana, dijo: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Plantó jardines, y diseñó canales de agua, y practicó la ingeniería; se inclinó un tiempo a los placeres de un necio, y pronto estaba ávido en las actividades más nobles de un sabio; algunas veces estaba sobrio con la ciencia, y en otros momentos estaba excitado por la risa, probó todo, y encontró que todo gozo terrenal es tan engañoso como las manzanas de Sodoma, que son hermosas a la vista, pero que se vuelven cenizas en la mano. Nada debajo de los cielos y nada por encima de los cielos puede hacer a cualquier hombre feliz, aparte de Dios, por mucho que escudriñes. Aparte de Dios puedes hacer un infierno, pero no puedes hacer un cielo, hagas lo que hagas. Oh, yo te suplico, hombre infeliz, si te has cansado del mundo y estás enfermo de todo, si te estás marchitando aunque no tengas cuarenta años de edad, recuerda que hay un lugar donde tu hoja marchita y amarilla puede hacerse reverdecer. Si pones al Señor siempre delante de ti, tú encontrarás paz en Él.

 

Y, a continuación, me pudiera estar dirigiendo a algunos que se consideran perfectamente felices en el mundo. Yo confieso que no los envidio, pero todavía me gusta oírte cantar tu canción, y contar la historia de qué bienaventuranza suministra el mundo. ¡Adviertes sobre qué frágiles pilares este hermoso palacio tuyo es erigido! Estás sano, eso está en la base de todo, tu estructura corporal está bien, y tú eres feliz. Pero supón que cayeras enfermo. O supón que esos cuantos cabellos grises pronto se multiplicaran, ¿dónde estará tu júbilo? O si tu riqueza tomara alas y volara lejos, ¿qué pues? O si vienes delante del Señor en juicio ¿qué pues? Oh, señor, este frágil cimiento se va; no es adecuado descansar tus eternas esperanzas sobre él. Eres como un niñito edificando su pequeña casa de arena junto al mar; la marea viene subiendo; ¡oh, niño, deja tu arena y huye de las olas! Hay  una roca sobre la que puedes construir con piedras sólidas una casa eterna, un palacio de felicidad que no se disolverá nunca. ¡Vete para allá!

 

Ahora, ustedes, pueblo cristiano, si alguno de ustedes es infeliz, yo desearía poder predicarle a partir de allí recordándole este texto, pero como no puedo, lo dejo en las manos del Espíritu Santo. Si te acercas a Dios serás tan feliz como los días son largos en mitad del verano, tus dudas y miedos huirán, y serás tan dichoso como las aves del aire.

 

Y ustedes, cristianos felices, ustedes del ojo brillante y del paso elástico, podrían ser más felices todavía acercándose más a Dios y permaneciendo en más plena comunión con Él; y aunque tú ya estás cantando,

 

“Cuán feliz es la porción del peregrino”,

 

Serás todavía más bendecido si te vuelves más obediente, más sumiso a la voluntad divina, si estás más en sintonía con Jesús, y más permanentemente en comunión con el Padre. Esto es el cielo abajo: que Dios se los conceda por causa de Cristo. Amén.

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Salmo 16.

 

 

 

Traductor: Allan Román

23/Octubre/2014

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