El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
NO.
1268
UN SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNACÚLO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Porque
quizás para esto se apartó de ti por algún tiempo, para que le recibieses para
siempre”. Filemón 15.
La naturaleza es egoísta
pero la gracia es amorosa. El que se jacta de que nadie le importa y de que no
le importa a nadie, es lo contrario de un cristiano, pues Jesucristo ensancha
el corazón cuando lo limpia. Nadie es tan tierno ni tan compasivo como nuestro
Maestro, y si realmente somos Sus discípulos, habrá en nosotros el mismo sentir
que hubo también en Cristo Jesús. El apóstol Pablo era eminentemente magnánimo
y compasivo. Ciertamente tenía suficientes cosas que hacer en Roma enfrentando
sus propios problemas y predicando el Evangelio. Si, como el sacerdote en la
parábola del buen samaritano, hubiera “pasado de largo”, habría podido ser
excusado pues iba en una misión urgente de aquel Maestro que una vez les dijo a
Sus setenta mensajeros: “A nadie saludéis por el camino”. No nos habríamos
sorprendido si hubiera dicho: “No puedo disponer del tiempo para atender las
necesidades de un esclavo fugitivo”. Pero Pablo no pensaba así. Él había
predicado y Onésimo había sido convertido, y desde entonces le había
considerado como su propio hijo. Yo no sé por qué Onésimo buscó a Pablo. Tal
vez acudiera a él como muchos pilluelos han acudido a mí: porque sus padres me
conocían, y así, como el amo de Onésimo había conocido a Pablo, el siervo
acudió al amigo de su amo para pedir tal vez alguna pequeña ayuda en su crítica
necesidad. De cualquier modo, Pablo aprovechó la oportunidad para predicarle a
Jesús, y el esclavo fugitivo se convirtió en un creyente del Señor Jesucristo.
Pablo le observó, admiró el carácter de su convertido y se alegró de que le
sirviera, y cuando consideró adecuado que regresara a su amo Filemón, se tomó
el trabajo de redactar una carta de apología para él, una carta que muestra una
elaboración concienzuda pues cada palabra está bien escogida; aunque el
Espíritu la dictara, la inspiración no impide que un hombre ejerza reflexión y
cuidado sobre lo que escribe. Cada palabra es escogida con un propósito. Si
hubiera estado argumentando a su favor, no habría podido argumentar más
denodada y sabiamente. Pablo, como ustedes saben, no estaba acostumbrado a
escribir cartas con su propia mano, sino que las dictaba a un amanuense. Se
supone que tenía una afección de los ojos, y por tanto, cuando llegaba a
escribir, usaba letras mayúsculas grandes, tal como dice en una de las
epístolas, “Mirad con cuán grandes letras os escribo de mi propia mano”. No era
una epístola grande, pero probablemente aludía al gran tamaño de los caracteres
que estaba obligado a usar siempre que escribía personalmente. Esta carta a
Filemón, o al menos parte de ella, no fue dictada, sino que fue escrita por su
propia mano. Vean el versículo diecinueve: “Yo Pablo lo escribo de mi mano, yo
lo pagaré”. Es la única nota de mano que recuerdo en
Cultivemos un espíritu
magnánimo y seamos compasivos con el pueblo de Dios, especialmente con los
nuevos convertidos, si los encontramos en problemas debido a alguna fechoría
del pasado. Si algo necesita ser arreglado, no los condenemos de entrada,
diciendo: “Tú has estado robándole a tu patrono, ¿no es cierto? Tú profesas ser
convertido, pero nosotros no lo creemos”. Tal tratamiento suspicaz y severo
pudiera ser merecido, pero no es lo que el amor de Cristo sugeriría. Traten de
levantar a los caídos y denles otra vez, como se dice: “un justo punto de
partida en el mundo”. Si Dios los ha perdonado, seguramente podemos hacerlo
nosotros, y si Jesucristo los ha recibido, no pueden ser demasiado malos para
que los recibamos nosotros. Hagamos por ellos lo que Jesús habría hecho si
hubiese estado aquí y así seremos verdaderamente los discípulos de Jesús.
Así les presento el
texto, y noto con respecto a él, primero, que contiene un singular ejemplo de la gracia divina. En segundo lugar, pone
ante nosotros un caso de un pecado
contrarrestado. Y, en tercer lugar, puede ser considerado como un ejemplo de una relación mejorada por la
gracia, pues ahora aquél que fue un siervo por un tiempo, permanecerá con
Filemón toda su vida y ya no será más un siervo, sino un amado hermano.
I. Pero,
primero, consideremos a Onésimo como UN EJEMPLO DE GRACIA DIVINA.
Vemos la gracia de Dios
en su elección. Él era un esclavo. En
aquellos días los esclavos eran muy ignorantes, incultos y degradados. Siendo
usados bárbaramente, ellos mismos estaban sumidos, en su mayor parte, en la más
vil barbarie y sus amos no intentaban sacarlos de ahí. Es posible que el
intento de Filemón de hacer bien a Onésimo pudiera haber sido molesto para el
esclavo y por esa razón pudo haberse fugado de su casa. Las oraciones de su
amo, las advertencias y las regulaciones cristianas pudieran haber sido
desagradables para él y por eso se fugó. Le causó un daño a su amo, cosa que
difícilmente hubiera podido hacer si no hubiese sido tratado en cierta medida
como un siervo de confianza. Posiblemente la inusual amabilidad de Filemón y la
confianza depositada en él pudieran haber sido demasiado para su naturaleza
carente de educación. No sabemos qué robó, pero evidentemente había hurtado
algo, pues el apóstol dice: “Y si en algo te dañó, o te debe, ponlo a mi
cuenta”. Por tanto, huyó de Colosas, y pensando que era menos probable que
fuera descubierto por los ministros de la justicia, buscó la ciudad de Roma,
que era entonces una ciudad tan grande como lo es Londres ahora, y tal vez
hasta más grande. Allá, en aquellos barrios bajos, tal como lo es ahora el
barrio judío en Roma, Onésimo iría y se escondería; o entre aquellas bandas de
ladrones que infestaban la ciudad imperial no se le conocería más ni se oiría
hablar más de él, eso pensaría él; y allí podría vivir la vida libre y fácil de
un ladrón. Con todo, fíjense que el Señor miró desde el cielo con ojos de amor,
y puso Su mirada en Onésimo.
¿Acaso no había hombres
libres, para que Dios tuviera que elegir a un esclavo? ¿No había siervos
fieles, para que tuviera que elegir a alguien que había desfalcado el dinero de
su amo? ¿No había nadie que fuera educado y cortés, para que tuviera que mirar
a un bárbaro? ¿No había nadie entre los seres morales y excelentes, para que el
infinito amor se fijara en este degradado ser que ahora se había enrolado con
la propia escoria de la sociedad? Y no quisiera ni pensar en qué consistía la
escoria de la sociedad en la antigua Roma, pues las clases superiores eran casi
tan brutalizadas en sus hábitos generales como muy bien se puede concebir; y
cuál debe de haber sido la peor escoria de todas, ninguno de nosotros podría
decirlo. Onésimo era una parte integral de las heces de un sumidero de pecado. Lean
el primer capítulo de
“Cuando el Eterno inclina los cielos
Para visitar las cosas terrenales,
Con desdén divino aparta Su mirada
De las torres de los altivos reyes.
Él ordena a Su terrible carro que descienda
Rápidamente de los cielos a la tierra
Para visitar a toda alma humilde,
Con placer en Sus ojos.
¿Por qué el Señor que reina en lo alto
Desdeña a príncipes tan altivos?
Dime, Señor, ¿y por qué tales miradas de amor
Para seres tan indignos?
Mortales, guarden silencio: ¿qué criatura se atreve
A disputar Su terrible voluntad?
No le pidan cuentas de Sus asuntos,
Sino tiemblen y quédense quietos.
Tal como Su naturaleza es Su gracia,
Completamente soberana y gratuita;
¡Grandioso Dios, cuán inescrutables son Tus caminos,
Cuán insondables son Tus juicios!”
“Tendré misericordia del
que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente”,
resuena como trueno desde la cruz del Calvario y desde el monte Sinaí. El Señor
es un soberano y hace lo que le agrada. ¡Admiremos ese maravilloso amor
electivo que escogió a alguien como Onésimo!
A continuación, la gracia
también ha de ser observada en la conversión
de este esclavo fugitivo.
¡Mírenlo! Cuán improbable
pareciera que llegue a ser un convertido. Él es un esclavo asiático de
aproximadamente el mismo grado que un lascar ordinario o que un chino pagano.
Era, sin embargo, peor que el lascar ordinario, quien es ciertamente libre y
probablemente sea un hombre honesto, aunque no sea nada más. Este hombre había
sido deshonesto, y además era atrevido, pues después de hurtar la propiedad de
su amo fue lo suficientemente osado para hacer un largo viaje desde Colosas
hasta llegar a Roma. Pero el amor eterno tiene el propósito de convertir al
hombre, y será convertido. Pudo haber oído a Pablo predicar en Colosas y
Atenas, pero no quedó impresionado. En Roma, Pablo no predicaba en San Pedro;
no lo hacía en un edificio tan noble. Pablo no predicaba en un lugar como el
Tabernáculo, donde Onésimo hubiera podido tener un cómodo asiento –en ningún
lugar de ese tipo- pero fue probablemente por allá a espaldas del monte
Palatino, donde la guardia pretoriana tenía sus barracas y donde había una
prisión llamada el Pretorio. En un cuarto desnudo en la prisión de las barracas,
Pablo tomó asiento con un soldado encadenado a su mano y predicó a todos los
que fueron admitidos para oírle, y fue allí que la gracia de Dios alcanzó el
corazón de este joven díscolo, y, ¡oh, qué cambio produjo en él de inmediato!
Ahora le ven arrepintiéndose de su pecado, afligido al pensar que le hizo daño
a un buen hombre, vejado al ver la depravación de su corazón así como el error
de su vida. Llora. Pablo le predica a Cristo crucificado y en sus ojos hay una
mirada de dicha; y de ese pesado corazón es quitado un gran peso. Nuevos pensamientos
iluminan esa mente oscura; su propio rostro es cambiado, y el hombre entero es
renovado, pues la gracia de Dios puede convertir al león en un cordero y al
cuervo en una paloma.
Algunos de nosotros, no
me cabe la menor duda, somos ejemplos tan maravillosos de la elección divina y
del llamamiento eficaz como lo fue Onésimo. Por tanto, registremos la
misericordia del Señor, y digámonos: “Cristo recibirá la gloria por ello. El
Señor lo ha hecho y al Señor sea la honra por los siglos de los siglos”.
La gracia de Dios fue
conspicua en el carácter que obró en
Onésimo a partir de su conversión, pues parece que después fue muy
servicial, útil y provechoso. Pablo afirma eso. Pablo hubiera estado anuente a
tenerlo como un asociado, y no es a todo hombre convertido al que usaríamos de
entrada como un compañero. Hay gente rara con la que nos podemos encontrar que
irá al cielo sin ninguna duda, pues son peregrinos que van en el camino
correcto, pero nos gustaría mantenernos a distancia de ellos en el otro lado
del camino pues esa gente es difícil de tratar, y hay algo en ellos con lo que
la naturaleza de uno no se puede deleitar, así como el paladar no puede sentir
placer con un remedio nauseabundo. Son una suerte de erizos espirituales; están
vivos y son útiles, y sin duda ilustran la sabiduría y la paciencia de Dios,
pero no son buenos compañeros; a uno no le gustaría llevarlos en el pecho. Pero
Onésimo era evidentemente de un espíritu amable, tierno y amoroso. Pablo de
inmediato le llamó hermano, y le habría gustado retenerlo. Cuando le envió de
regreso, ¿acaso no fue una clara prueba de un cambio en el corazón de Onésimo
que estuviera dispuesto a regresar? Estando lejos, en Roma, podía haber pasado
de un pueblo a otro, y podía haber permanecido perfectamente libre, pero
sintiendo que estaba bajo algún tipo de obligación para con su amo
–especialmente porque le había causado un daño- acepta el consejo de Pablo de
regresar a su antigua posición. Irá de regreso llevando una carta de disculpas
o de introducción para su amo, pues siente que es su deber hacer una reparación
por el daño que ha causado. Siempre me gusta ver la resolución de hacer una restitución
por los daños causados en la gente que profesa ser convertida. Si han tomado
indebidamente cualquier cantidad de dinero, deberían reembolsarla; sería bueno
que devolvieran la cantidad pero septuplicada. Si en modo alguno hemos robado o
hecho daño a otro, yo creo que los primeros instintos de la gracia en el
corazón sugerirán una restitución de todas las maneras que estén a nuestro
alcance. No piensen que se solucionará diciendo: “Dios me ha perdonado, y por
tanto, puedo dejarlo así”. No, querido amigo, sino que en la medida que Dios te
ha perdonado trata de deshacer el daño y demuestra la sinceridad de tu
arrepentimiento, haciéndolo. Entonces Onésimo irá de regreso a Filemón, y
cumplirá su término de años con él, o de otra manera cumplirá los deseos de
Filemón, pues aunque pudiera haber preferido servir a Pablo, su primer deber
era para con el varón a quien había dañado. Eso mostraba un espíritu dócil,
humilde, honesto y recto y Onésimo ha de ser encomiado por ello; es más, la
gracia de Dios ha de ser ensalzada por ello. Miren la diferencia entre el
hombre que robó y el hombre que ahora regresa para ser de provecho para su amo.
¡Qué portentos ha
realizado la gracia de Dios! Hermanos, permítanme agregar: ¡qué portentos puede
realizar la gracia de Dios! Muchos planes son empleados en el mundo para la
reforma de los malvados y para la recuperación de los caídos, y a cada uno de
ellos, en tanto que estén debidamente fundamentados, les deseamos un gran
éxito, pues a todo lo que es puro, a todo lo que es amable, a todo lo que es de
buen nombre le deseamos que prospere. Pero pongan atención a esta palabra: la
verdadera reforma del borracho radica en darle un nuevo corazón; la verdadera
recuperación de la ramera ha de encontrarse en una naturaleza renovada. La
pureza no vendrá nunca a mujeres caídas mediante esas horribles Leyes de Enfermedades
Contagiosas, las cuales, a mi parecer, llevan, como Caín, una maldición en su
frente. La condición de la mujer sólo se hundirá más bajo tales leyes. La
ramera tiene que ser lavada en la sangre del Salvador o nunca será limpia. Los
estratos más bajos de la sociedad nunca serán llevados a la luz de la virtud,
de la sobriedad y de la pureza, excepto por medio de Jesucristo y de Su
Evangelio, y tenemos que apegarnos a eso. Que otros hagan lo que quieran, pero
Dios no quiera que yo me gloríe salvo en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.
Veo a algunos de mis hermanos que malgastan el tiempo sobre las ramas del árbol
del vicio con sus sierras de madera; pero, en lo que respecta al Evangelio,
pone el hacha a las raíces de todo el bosque del mal, y si es bien recibido en
el corazón, derriba a todos los árboles de upas de inmediato, y en vez de ellos
brotan el abeto, el pino y el boj, conjuntamente, para embellecer la casa de la
gloria de nuestro Maestro. Al ver lo que puede hacer el Espíritu de Dios por los
hombres, publiquemos la gracia de Dios y ensalcémosla con todo nuestro poder.
II. Y
ahora, en segundo lugar, tenemos en nuestro texto, y en sus contextos, un muy
interesante EJEMPLO DE UN PECADO CONTRARRESTADO.
Onésimo no tenía ningún
derecho de robarle a su amo y huir, pero a Dios le agradó hacer uso de ese
crimen para su conversión. Lo llevó a Roma, y así lo llevó adonde Pablo estaba
predicando, y así lo llevó a Cristo y a recuperar la cordura. Ahora, cuando
hablamos de esto debemos ser muy cautos. Cuando Pablo dice: “Quizás para esto
se apartó de ti por un tiempo, para que le recibieses para siempre”, no está
excusando su partida. Él no está diciendo ni por un instante que Onésimo hizo
bien. El pecado es pecado, y prescindiendo de cómo se contrarreste el pecado,
con todo, el pecado sigue siendo pecado. La crucifixión de nuestro Salvador
trajo las más grandes bendiciones concebibles para la humanidad, y, sin
embargo, fue con “manos de inicuos” que tomaron a Jesús y le crucificaron. La
venta de José a Egipto fue el instrumento en la mano de Dios para la
preservación de Jacob y de sus hijos en el tiempo de la hambruna; pero sus
hermanos no tuvieron nada que ver con eso, y no fueron menos culpables por
haber vendido a su hermano como un esclavo. Debe recordarse siempre que la
culpa o la virtud de un acto no dependen del resultado de ese acto. Si, por
ejemplo, un hombre que ha sido puesto en un ferrocarril para activar el cambio
de vía, olvida hacerlo, se considera que cometió un crimen muy grande si el tren
se descarrila y muere una docena personas. Sí, pero el crimen es el mismo si nadie
pierde la vida. No es el resultado del descuido, sino el descuido mismo el que
merece el castigo. Si fuera un deber del hombre mover el control de tal y tal
manera, y su omisión de hacerlo resultara, por algún extraño accidente, en que
salva vidas humanas, el hombre sería igualmente censurable. No se le
reconocería ningún crédito, pues si su deber estriba en un cierto
comportamiento, su falla también estriba en un cierto comportamiento, es decir,
en el incumplimiento de ese deber. Así
que si Dios contrarresta el pecado para bien, como algunas veces lo hace, no
deja de ser pecado. Es tan pecado como siempre, sólo que hay tanta mayor gloria
para la maravillosa sabiduría y gracia de Dios quien, del mal, saca un bien, y
así hace lo que únicamente la omnipotente sabiduría puede realizar. Onésimo no
es excusado, entonces, por haber robado los bienes de su amo, ni por haberle
abandonado sin ningún derecho; sigue siendo un transgresor, pero la gracia de
Dios es glorificada.
Recuerden, también, que
se debe notar esto: que cuando Onésimo dejó a su amo estaba realizando una
acción cuyos resultados, con toda probabilidad, habrían sido ruinosos para él. Él
estaba viviendo como un confiable dependiente bajo el techo de un amo amable
que tenía una iglesia en su casa. Si leo la epístola correctamente, él tenía una
piadosa ama y un piadoso amo y tenía una oportunidad de aprender continuamente
el Evangelio; pero este gallardo joven temerario muy probablemente no podía
soportarlo, y habría podido vivir con mayor contentamiento con un amo pagano
que le habría pegado un día y lo habría emborrachado otro día. No podía
soportar al amo cristiano, así que se fugó. Desperdició las oportunidades de salvación
y se fue a Roma, y debe de haber ido a la parte más infame de la ciudad y debe
de haberse asociado, tal como ya se los he dicho, con los compañeros más
indecentes. Ahora, si hubiera llegado a pasar que se hubiera unido a las
insurrecciones de los esclavos que tenían lugar frecuentemente por aquel
tiempo, como lo hubiera hecho con toda probabilidad si la gracia no lo hubiera
impedido, habría sido condenado a muerte como otros lo habían sido. Habría tenido
un juicio sumario en Roma: bastaba que un hombre fuera sospechoso a medias para
que le cortaran la cabeza, pues esa era la regla para los esclavos y los
vagabundos. Onésimo era precisamente el hombre que habría sido candidato a ser
llevado apresuradamente a la muerte y a la destrucción eterna. Había metido su
cabeza, por decirlo así, entre las fauces del león por lo que había hecho.
Cuando un joven deja repentinamente el hogar y se va a Londres, sabemos lo que
eso significa. Cuando sus amigos no saben dónde está y no quiere que ellos lo
sepan, estamos conscientes, en breve, de dónde está y qué pretende. Yo no sé
qué estaba haciendo Onésimo, pero ciertamente estaba haciendo todo lo que podía
para arruinarse. Su curso, por tanto, debe ser juzgado, en lo que a él
concierne, por lo que era probable que le acarreara; y aunque no lo llevó a
eso, no fue ningún crédito para él, sino que todo el honor de ello se le debe
al poder de Dios para contrarrestar el pecado.
Vean, queridos hermanos,
cómo Dios contrarrestó todo. Así lo había determinado el Señor. Nadie sería
capaz de tocar el corazón de Onésimo sino Pablo. Onésimo está viviendo en
Colosas. Pablo no puede ir allá, pues está en prisión. Es necesario, entonces,
que Onésimo vaya donde está Pablo. Supongan que la amabilidad del corazón de
Filemón le hubiera estimulado a decirle a Onésimo: “quiero que vayas a Roma, y
que encuentres a Pablo y le oigas”. Este revoltoso siervo habría respondido:
“yo no voy a arriesgar mi vida por oír un sermón. Si voy con el dinero que le
estás enviando a Pablo, o con la carta, la voy a entregar, pero no quiero saber
nada de sus prédicas”. Algunas veces, ustedes saben que cuando las personas son
inducidas a oír a un predicador con la mira de que sean convertidas, si tienen
alguna idea de ello, es tal vez la última cosa que es probable que ocurra,
porque van allí resueltas a constituirse a prueba de fuego, de manera que la
predicación no les afecta. Probablemente hubiera ocurrido lo mismo con Onésimo.
No, no, él no iba a ser ganado de esa manera; tenía que ir a Roma de otra
manera. ¿Cómo se hará? Bien, el diablo lo hará, sin saber que gracias a eso
estaría perdiendo a un siervo dispuesto. El diablo tienta a Onésimo a robar.
Onésimo lo hace, y una vez que ha robado tiene miedo de ser descubierto, y
entonces se encamina a Roma tan pronto como puede, y se oculta en los barrios
bajos y allí siente lo que el hijo pródigo sintió: un estómago hambriento, y
ese es uno de los mejores predicadores en el mundo para algunas personas: su
conciencia es alcanzada de esa manera. Teniendo mucha hambre y sin saber qué
hacer y sin que nadie le diera nada, piensa si habrá alguien en Roma que se
apiade de él. No conoce absolutamente a nadie en Roma, y es probable que muera
de hambre. Tal vez una mañana hubo una mujer cristiana –no me sorprendería- que
iba en camino para oír a Pablo, y vio a este pobre hombre sentado encorvado en
una de las escaleras de un templo, y se acercó a él y le habló acerca de su
alma. “Alma” –dijo él- “eso no me importa nada, pero mi cuerpo te agradecería algo
de comer. Me estoy muriendo de hambre”. Ella le respondió: “Entonces, ven
conmigo”, y le dio pan, y luego le dijo: “Hago esto por causa de Jesucristo”.
“¡Jesucristo!”, dijo él, “he oído hablar de Él. Solía oír hablar de Él en Colosas”.
“¿Quién te habló de Él?”, le preguntó la mujer. “Pues, un hombre de baja
estatura y con débiles ojos, un gran predicador llamado Pablo, que solía venir
a la casa de mi amo”. “Vamos, yo me dirijo al lugar donde él va a predicar”, le
diría la mujer, “¿quieres venir conmigo para oírle?” “Bien, creo que me
gustaría oírle de nuevo. Siempre tuvo una palabra amable que decir a los
pobres”. Entonces entra y se abre paso a empujones entre los soldados, y el
Señor de Pablo incita a Pablo a decir las palabras precisas. Pudo haber sido
así, o pudo haber sido de otro modo: que como no conocía a nadie más, pensó:
“Bien, aquí se encuentra Pablo, lo sé. Él está aquí como prisionero, y voy a
investigar en qué prisión se encuentra”. Va al Pretorio y allí le encuentra, le
comenta sobre su extrema pobreza, y Pablo le habla, y luego Onésimo confiesa el
daño que ha hecho, y Pablo, después de enseñarle durante un buen rato, le dice:
“Ahora debes regresar y reparar todo el daño que has hecho a tu amo”. Pudo
haber sido de cualquiera de esas maneras; de todos modos, el Señor determinó
que Onésimo fuera a Roma para que escuchara a Pablo, y el pecado de Onésimo,
aunque perfectamente voluntario de su parte de manera que Dios no tuvo ninguna intervención
en ello, es contrarrestado por una misteriosa providencia para llevarlo adonde
el Evangelio será bendecido para su alma.
Ahora, yo quiero
hablarles a algunos miembros del pueblo cristiano acerca de este asunto.
¿Tienes algún hijo que haya abandonado el hogar? ¿Es un joven testarudo y
desobediente que se ha marchado porque no podía soportar las restricciones de
una familia cristiana? Es triste que así sea, es algo muy triste, pero no te
desanimes y ni siquiera albergues un pensamiento de desesperación por él. Tú no
sabes dónde está, pero Dios sí sabe; y tú no puedes seguirle, pero el Espíritu
de Dios sí puede. Va viajando a Shangai. Ah, pudiera haber un Pablo en Shangai
que ha de ser el instrumento de su salvación, y como ese Pablo no está en
Inglaterra, tu hijo tiene que ir allá. ¿Se dirige acaso a Australia? Se le
pudiera hablar una palabra allá a tu hijo, por la bendición de Dios, que es la
única palabra que le llegará jamás. Yo no puedo decirla; nadie en Londres puede
decirla; pero el hombre que está allá la dirá; y Dios, por tanto, está dejando
que se marche en toda su testarudez y locura para que pueda ser llevado a los
medios de la gracia que comprobarán ser eficaces para su salvación. Muchos
marineros han sido desenfrenados, temerarios, sin Dios, sin Cristo, y al fin
han terminado en algún hospital extranjero. Ah, si su madre supiera que cayó
con la fiebre amarilla, cuán triste se pondría, pues concluiría que pronto su
amado hijo moriría lejos en
Ustedes, personas
cristianas, con frecuencia ven a los chicos de la calle -a los pequeños árabes
pobres en la calle- y sienten mucha piedad por ellos, y hacen bien. Hay una
amada hermana aquí, la señorita Annie Macpherson, que vive sólo para ellos.
¡Que Dios la bendiga a ella y a su obra! Cuando los ves no puedes alegrarte de
verlos como están, pero yo he pensado con frecuencia que la pobreza y el hambre
de uno de esos pobres niñitos tienen una voz más fuerte para la mayoría de los
corazones que su vicio e ignorancia; y Dios sabía que no estábamos listos ni
éramos capaces de oír el grito del pecado del muchacho, y así agregó a aquel
grito el hambre del muchacho, para que pudiera traspasar nuestros corazones. La
gente podría vivir en pecado, y sin embargo ser feliz, si fueran acomodados y ricos;
y si el pecado no hizo a los padres pobres y desventurados, y a sus hijos
miserables, no lo veríamos, y por tanto no despertaríamos para resolverlo.
¿Saben?, es una bendición, en algunas enfermedades, cuando la dolencia del
paciente se manifiesta en la piel. Es algo horrible verla en la piel, pero es
mucho mejor a que esté escondida en el interior; y con frecuencia el pecado
externo y la miseria externa son una forma de expulsar la enfermedad al exterior,
de manera que la mirada de aquellos que saben dónde se puede obtener la
medicina que cura, se posa en la enfermedad y así puede ser tratada la secreta
dolencia del alma. Onésimo pudo haberse quedado en casa, y pudo no haber sido
nunca un ladrón, pero se hubiera perdido por causa de la justicia propia. Pero
ahora su pecado es visible. El canalla ha mostrado la depravación de su
corazón, y ahora es que cae bajo la mirada de Pablo y bajo la oración de Pablo
y es convertido. Yo les ruego que no desesperen nunca del hombre o de la mujer
o del muchacho al ver su pecado sobre la superficie de su carácter. Por el
contrario, díganse: “Es colocado donde pueda verlo, para que pueda rogar al
respecto. Es puesto ante mis ojos para que me ocupe de llevar a esta pobre alma
a Jesucristo, el poderoso Salvador que puede salvar al más desamparado
pecador”.
Mírenlo a la luz de una
benevolencia sincera y activa y levántense para vencerlo. Nuestro deber es
seguir esperando y seguir orando. Pudiera ser, tal vez, que “para esto se
apartó de ti por algún tiempo, para que le recibieses para siempre”. Tal vez el
muchacho ha sido tan desobediente para que su pecado llegue a una crisis, y se
le pueda dar un nuevo corazón. Tal vez el mal de tu hija ha sido desarrollado
para que ahora el Señor la convenza de pecado y la lleve a los pies del
Salvador. De todos modos, por muy malo que sea el caso, espera en Dios, y sigue
orando.
III. Además,
nuestro texto puede ser mirado como UN EJEMPLO DE UNA MEJORÍA EN LAS
RELACIONES. “Porque quizás para esto se apartó de ti por algún tiempo, para que
le recibieses para siempre; no ya como
esclavo, sino como más que esclavo, como hermano amado, mayormente para mí,
pero cuánto más para ti”. Ustedes saben que nos toma tiempo aprender
grandes verdades. Tal vez Filemón no había descubierto plenamente que era malo
que tuviera un esclavo. Algunos hombres que en su tiempo fueron muy buenos no
lo sabían. John Newton no sabía que estaba haciendo mal en el comercio de
esclavos, y George Whitfield, cuando dejó a unos esclavos en el orfanato en
Savannah -una acción que le había sido solicitada mediante un legado- no pensó
ni por un instante que estaba haciendo algo más que si hubiera estado
comerciando con caballos o con plata y oro. El sentimiento público no estaba
iluminado, aunque el Evangelio ha atacado siempre a la propia raíz de la
esclavitud. La esencia del Evangelio es que hemos de hacer con otros como
queremos que los demás hagan con nosotros, y nadie querría ser el esclavo de
otro hombre, y por tanto, nadie tiene ningún derecho de tener a otro hombre
como su esclavo. Tal vez, cuando Onésimo huyó y regresó de nuevo, esta carta de
Pablo pudiera haber abierto un poquito los ojos de Filemón con respecto a su
propia posición. Sin duda pudiera haber sido un excelente amo, y haber confiado
en su siervo, y pudiera no haberlo tratado como un esclavo en absoluto, pero
tal vez no lo hubiera considerado como un hermano; y ahora que Onésimo ha
regresado será un mejor siervo, pero Filemón será un mejor amo, y ya no tendrá
más esclavos. Va a considerar a su antiguo criado como un hermano en Cristo.
Ahora, esto es lo que la gracia de Dios hace cuando entra en una familia. No
altera las relaciones; no le da al hijo un derecho a ser insolente y a olvidar
que debe ser obediente a sus padres; no le da al padre un derecho a
enseñorearse de sus hijos sin sabiduría y amor, pues le dice que no debe provocar
a sus hijos a ira, no vaya a ser que se desanimen; no le da al siervo el
derecho de ser un amo, ni le quita al amo su posición, ni le permite exagerar
su autoridad, sino que suaviza y endulza integralmente. Rowland Hill solía
decir que él no daría ni medio centavo por la piedad de un hombre si su perro y
su gato no estuvieran mejor después de que fue convertido. Había mucho peso en
esa observación. Todo en la casa va mejor cuando la gracia aceita las ruedas.
La señora de la casa es, tal vez, más bien hiriente, irritable y áspera; bien,
ella incorpora un poquito de dulzura en su constitución cuando recibe la gracia
de Dios. La sirvienta pudiera ser propensa a holgazanear, a levantarse tarde en
la mañana, a ser muy desaliñada y amante del chisme a la puerta; pero, si ella
es convertida verdaderamente, todo ese tipo de cosas desaparece. Es
concienzuda, y atiende a su deber como debería hacerlo. El amo, tal vez, bien,
él es el amo, y tú lo sabes. Pero
cuando él es efectivamente un verdadero cristiano, proyecta amabilidad,
suavidad y consideración. El esposo es la cabeza de la esposa pero cuando es
renovado por la gracia no es para nada la cabeza de su esposa como lo son
algunos maridos. La esposa también guarda su lugar, y busca, por medio de toda
amabilidad y sabiduría, hacer el hogar tan feliz como pueda. Yo no creo en tu
religión, querido amigo, si le pertenece al Tabernáculo, y a la reunión de
oración, y no a tu hogar. La mejor religión en el mundo es la que sonríe a la
mesa, trabaja con la máquina de coser, y es amigable en la sala. Denme la
religión que lustra las botas y las cuida; que cocina la comida y la cocina de
tal manera que es apetecible; que mide las yardas de indiana, y no las hace ni
media pulgada más pequeñas; que vende cien yardas de un artículo, y no les pone
la etiqueta de cien a noventa yardas, como lo hacen muchos comerciantes. Ese es
el verdadero cristianismo que afecta a la totalidad de la vida. Si somos
verdaderos cristianos seremos cambiados en todas nuestras relaciones para con nuestros
semejantes, y por esa razón vamos a considerar a aquellos que llamamos nuestros
inferiores con un ojo muy diferente. Es malo que las personas cristianas sean
muy intolerantes con las pequeñas faltas que ven en sus criados, especialmente
si son sirvientes cristianos. Esa no es la manera de corregirlos. Esas personas
ven alguna cosita mala, y, oh, les caen encima a las pobres muchachas como si
hubieran asesinado a alguien. Si el Señor de ustedes y mío los tratara de esa
manera, me pregunto cómo les iría. Con cuánta presteza despiden algunos a sus
criadas por pequeños errores. No aceptan ninguna excusa, no intentan probar a
las personas de nuevo: deben irse. Muchos jóvenes han sido despedidos de sus
empleos por un patrono cristiano por la más pura nimiedad, cuando debió haber
sabido que estarían expuestos a todo tipo de riesgos; y muchas sirvientas han
quedado a la deriva, como si fueran canes, sin ninguna consideración respecto a
si pudieran encontrar otro empleo, y sin que se hiciera nada para impedir que
se descarriaran. Pensemos en los demás, especialmente en aquellos a quienes
Cristo ama así como nos ama a nosotros. Filemón habría podido decir: “No, no,
yo no te recibo de regreso, amigo Onésimo. Yo no. Mordido una vez, dos veces
arisco, amigo. Yo nunca monto un caballo que se rompió una pata. Tú robaste mi
dinero. No voy a recibirte de nuevo”. Yo he oído ese estilo de plática, ¿y acaso
ustedes no lo han oído? ¿Sintieron eso alguna vez? Si lo sintieron, vayan a
casa y oren a Dios pidiendo sacar ese sentimiento fuera de ustedes, pues es un
material corrupto para ser albergado en el alma. No pueden llevarlo al cielo.
Cuando el Señor Jesucristo los ha perdonado tan gratuitamente, ¿han de sujetar
a su criado por el cuello para decirle: “Págame lo que me debes?” Dios no
quiera que sigamos con ese temperamento. Sean misericordiosos, ablándense con
las súplicas, estén dispuestos a perdonar. Es mucho mejor sufrir un daño que
infligir un daño; es mucho mejor que pasen por alto una falta que pudieran
haber notado, que notar una falta que debieron haber pasado por alto.
“Hagan que corra el amor en todas sus acciones,
Y que todas sus palabras sean amables”,
dice un pequeño himno
que aprendimos cuando éramos niños. Deberíamos practicarlo ahora, y:
“Vivan como el bendito Hijo de la virgen,
Ese niño manso y humilde”.
Que Dios nos conceda que
podamos hacerlo, por Su infinita gracia.
Quiero decir esto para
concluir. Si la misteriosa providencia de Dios habría de ser vista cuando
Onésimo llegó a Roma, ¡me pregunto si hay alguna providencia de Dios en algunos
de ustedes por estar aquí esta noche! Es posible. Tales cosas suceden. Viene gente
aquí que nunca tuvo la intención de asistir. Lo último en el mundo que habrían
creído es que alguien les dijera que vendrían aquí, y sin embargo, aquí están. Con
todo tipo de complicadas circunstancias han andado dando vueltas por ahí, pero
terminaron aquí de alguna manera. ¿Perdieron un tren y por eso entraron para
esperar? ¿Su barco no zarpó tan temprano como esperaban y por eso vinieron aquí
esta noche? Díganme, ¿fue así? Yo les ruego, entonces, que consideren esta
pregunta con todo su corazón. ¿Acaso tiene Dios la intención de bendecirme? ¿No
me ha traído aquí a propósito para que esta noche yo le entregue mi corazón a
Jesús, como lo hizo Onésimo?” Mi querido amigo, si tú crees en el Señor
Jesucristo, tendrás un inmediato perdón de todo tu pecado, y serás salvo. El
Señor te ha traído aquí en Su infinita sabiduría para oír eso, y yo espero que
también te haya traído aquí para que lo aceptes y que prosigas tu camino
habiendo sido cambiado completamente. Hace unos tres años estaba hablando con
un ministro anciano, y comenzó a buscar a tientas en el bolsillo de su chaleco
pero le tomó mucho tiempo encontrar lo que quería. Por fin sacó una carta casi
hecha pedazos y dijo: “¡El Dios Todopoderoso le bendiga! ¡El Dios Todopoderoso
le bendiga!” Y yo le pregunté: “Amigo, ¿de qué se trata?” Él me respondió: “Yo
tenía un hijo. Yo creía que él iba a ser el sostén en mi ancianidad, pero él se
desacreditó y se alejó de mí, y yo no supe adónde se fue; sólo dijo que se iba
a América. Compró un boleto para navegar a América desde los muelles de
Londres, pero no partió en el día preciso que esperaba hacerlo”. Este anciano
ministro me pidió que leyera la carta, y yo la leí. Iba más o menos así:
“Padre, estoy aquí en América. He encontrado un empleo y Dios me ha prosperado.
Le escribo para pedirle perdón por los miles de daños que le he provocado y por
la aflicción que le he causado, pues, bendito sea Dios, he encontrado al
Salvador. Me he unido a la iglesia de Dios aquí, y espero pasar mi vida al
servicio de Dios. Ocurrió así: no navegué a América el día que yo esperaba. Me
fui al Tabernáculo para ver de qué se trataba, y Dios se encontró conmigo. El
señor Spurgeon dijo: ‘Tal vez haya un hijo fugitivo aquí. Que el Señor lo llame
por Su gracia’. Y Él lo hizo”. “Ahora” –dijo él, al tiempo que doblaba la carta
y la ponía en su bolsillo- “ese hijo mío está muerto, y está en el cielo, y yo
lo amo a usted y lo haré en tanto que viva, porque usted fue el instrumento de
llevar a mi hijo a Cristo”. ¿Hay algún sujeto en la misma condición aquí esta
noche? Me siento persuadido de que lo hay, alguien del mismo tipo; y en el
nombre de Dios yo lo exhorto a que reciba la advertencia que le doy desde este
púlpito. Yo te reto a que salgas de este lugar como entraste. Oh, joven, el
Señor en Su misericordia te da otra oportunidad de que te arrepientas del error
de tus caminos, y yo te suplico ahora aquí –tal como estás ahora- que alces tus
ojos al cielo y digas: “Dios, sé propicio a mí, pecador”, y Él lo será. Luego
regresa a casa, a tu padre, y dile lo que la gracia de Dios ha hecho contigo, y
asómbrate del amor que te trajo aquí para llevarte a Cristo.
Querido amigo, si bien
no hay nada misterioso con respecto a esto, con todo, aquí estamos. Estamos
donde el Evangelio es predicado, y eso trae una responsabilidad sobre nosotros.
Si un hombre se pierde, es mejor que se pierda sin que oiga el Evangelio, a que
se pierda como algunos de ustedes se perderán si perecieran bajo el sonido de
una clara y sincera enunciación del Evangelio de Jesucristo. ¿Hasta cuándo
claudicarán algunos de ustedes entre dos opiniones? “¿Tanto tiempo hace que
estoy con vosotros” –dice Cristo- “y no me han conocido?” ¿Toda esta enseñanza
y predicación e invitación, y sin embargo, no se arrepienten?
“Oh, Dios, haz que se arrepienta el pecador,
Convéncele de su estado perdido”.
Que ya no se demore más,
no sea que se demore hasta que lamente su fatal decisión demasiado tarde. Que
Dios les bendiga, por Cristo nuestro Señor. Amén.
Porción de
Notas
del traductor:
1) Lascar: era un marino
o militar del subcontinente indio empleado en buques europeos del siglo XVI
hasta comienzos del siglo XX.
2) Árbol de upas: es un
árbol nativo del sudeste asiático que produce un látex extremadamente venenoso.
3) Boj: arbusto de hojas
persistentes que se emplea para setos y cuya madera, muy dura y blanca, se
emplea para mangos de herramientas y trabajos de tornería.
4) Árabes: es una
expresión que era usada en el Londres victoriano para describir a los niños de
la calle, a los “niños de las alcantarillas”. (Gutter children).
5) Indiana: Cierta tela
de algodón, de hilo o de mezcla de ambos, estampada en colores.
Traductor: Allan Román
16/Enero/2014