El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

La Historia de un Esclavo Fugitivo

NO. 1268

 

UN SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNACÚLO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“Porque quizás para esto se apartó de ti por algún tiempo, para que le recibieses para siempre”. Filemón 15.

 

La naturaleza es egoísta pero la gracia es amorosa. El que se jacta de que nadie le importa y de que no le importa a nadie, es lo contrario de un cristiano, pues Jesucristo ensancha el corazón cuando lo limpia. Nadie es tan tierno ni tan compasivo como nuestro Maestro, y si realmente somos Sus discípulos, habrá en nosotros el mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús. El apóstol Pablo era eminentemente magnánimo y compasivo. Ciertamente tenía suficientes cosas que hacer en Roma enfrentando sus propios problemas y predicando el Evangelio. Si, como el sacerdote en la parábola del buen samaritano, hubiera “pasado de largo”, habría podido ser excusado pues iba en una misión urgente de aquel Maestro que una vez les dijo a Sus setenta mensajeros: “A nadie saludéis por el camino”. No nos habríamos sorprendido si hubiera dicho: “No puedo disponer del tiempo para atender las necesidades de un esclavo fugitivo”. Pero Pablo no pensaba así. Él había predicado y Onésimo había sido convertido, y desde entonces le había considerado como su propio hijo. Yo no sé por qué Onésimo buscó a Pablo. Tal vez acudiera a él como muchos pilluelos han acudido a mí: porque sus padres me conocían, y así, como el amo de Onésimo había conocido a Pablo, el siervo acudió al amigo de su amo para pedir tal vez alguna pequeña ayuda en su crítica necesidad. De cualquier modo, Pablo aprovechó la oportunidad para predicarle a Jesús, y el esclavo fugitivo se convirtió en un creyente del Señor Jesucristo. Pablo le observó, admiró el carácter de su convertido y se alegró de que le sirviera, y cuando consideró adecuado que regresara a su amo Filemón, se tomó el trabajo de redactar una carta de apología para él, una carta que muestra una elaboración concienzuda pues cada palabra está bien escogida; aunque el Espíritu la dictara, la inspiración no impide que un hombre ejerza reflexión y cuidado sobre lo que escribe. Cada palabra es escogida con un propósito. Si hubiera estado argumentando a su favor, no habría podido argumentar más denodada y sabiamente. Pablo, como ustedes saben, no estaba acostumbrado a escribir cartas con su propia mano, sino que las dictaba a un amanuense. Se supone que tenía una afección de los ojos, y por tanto, cuando llegaba a escribir, usaba letras mayúsculas grandes, tal como dice en una de las epístolas, “Mirad con cuán grandes letras os escribo de mi propia mano”. No era una epístola grande, pero probablemente aludía al gran tamaño de los caracteres que estaba obligado a usar siempre que escribía personalmente. Esta carta a Filemón, o al menos parte de ella, no fue dictada, sino que fue escrita por su propia mano. Vean el versículo diecinueve: “Yo Pablo lo escribo de mi mano, yo lo pagaré”. Es la única nota de mano que recuerdo en la Escritura, pero ahí está: es un vale por la cantidad que Onésimo pudiera haber hurtado.

 

Cultivemos un espíritu magnánimo y seamos compasivos con el pueblo de Dios, especialmente con los nuevos convertidos, si los encontramos en problemas debido a alguna fechoría del pasado. Si algo necesita ser arreglado, no los condenemos de entrada, diciendo: “Tú has estado robándole a tu patrono, ¿no es cierto? Tú profesas ser convertido, pero nosotros no lo creemos”. Tal tratamiento suspicaz y severo pudiera ser merecido, pero no es lo que el amor de Cristo sugeriría. Traten de levantar a los caídos y denles otra vez, como se dice: “un justo punto de partida en el mundo”. Si Dios los ha perdonado, seguramente podemos hacerlo nosotros, y si Jesucristo los ha recibido, no pueden ser demasiado malos para que los recibamos nosotros. Hagamos por ellos lo que Jesús habría hecho si hubiese estado aquí y así seremos verdaderamente los discípulos de Jesús.

 

Así les presento el texto, y noto con respecto a él, primero, que contiene un singular ejemplo de la gracia divina. En segundo lugar, pone ante nosotros un caso de un pecado contrarrestado. Y, en tercer lugar, puede ser considerado como un ejemplo de una relación mejorada por la gracia, pues ahora aquél que fue un siervo por un tiempo, permanecerá con Filemón toda su vida y ya no será más un siervo, sino un amado hermano.

 

I.   Pero, primero, consideremos a Onésimo como UN EJEMPLO DE GRACIA DIVINA.

 

Vemos la gracia de Dios en su elección. Él era un esclavo. En aquellos días los esclavos eran muy ignorantes, incultos y degradados. Siendo usados bárbaramente, ellos mismos estaban sumidos, en su mayor parte, en la más vil barbarie y sus amos no intentaban sacarlos de ahí. Es posible que el intento de Filemón de hacer bien a Onésimo pudiera haber sido molesto para el esclavo y por esa razón pudo haberse fugado de su casa. Las oraciones de su amo, las advertencias y las regulaciones cristianas pudieran haber sido desagradables para él y por eso se fugó. Le causó un daño a su amo, cosa que difícilmente hubiera podido hacer si no hubiese sido tratado en cierta medida como un siervo de confianza. Posiblemente la inusual amabilidad de Filemón y la confianza depositada en él pudieran haber sido demasiado para su naturaleza carente de educación. No sabemos qué robó, pero evidentemente había hurtado algo, pues el apóstol dice: “Y si en algo te dañó, o te debe, ponlo a mi cuenta”. Por tanto, huyó de Colosas, y pensando que era menos probable que fuera descubierto por los ministros de la justicia, buscó la ciudad de Roma, que era entonces una ciudad tan grande como lo es Londres ahora, y tal vez hasta más grande. Allá, en aquellos barrios bajos, tal como lo es ahora el barrio judío en Roma, Onésimo iría y se escondería; o entre aquellas bandas de ladrones que infestaban la ciudad imperial no se le conocería más ni se oiría hablar más de él, eso pensaría él; y allí podría vivir la vida libre y fácil de un ladrón. Con todo, fíjense que el Señor miró desde el cielo con ojos de amor, y puso Su mirada en Onésimo.

 

¿Acaso no había hombres libres, para que Dios tuviera que elegir a un esclavo? ¿No había siervos fieles, para que tuviera que elegir a alguien que había desfalcado el dinero de su amo? ¿No había nadie que fuera educado y cortés, para que tuviera que mirar a un bárbaro? ¿No había nadie entre los seres morales y excelentes, para que el infinito amor se fijara en este degradado ser que ahora se había enrolado con la propia escoria de la sociedad? Y no quisiera ni pensar en qué consistía la escoria de la sociedad en la antigua Roma, pues las clases superiores eran casi tan brutalizadas en sus hábitos generales como muy bien se puede concebir; y cuál debe de haber sido la peor escoria de todas, ninguno de nosotros podría decirlo. Onésimo era una parte integral de las heces de un sumidero de pecado. Lean el primer capítulo de la Epístola a los Romanos de Pablo, si pueden, y verán en qué estado tan terrible estaba el mundo pagano en aquel tiempo, y Onésimo estaba entre lo peor de lo peor; y sin embargo, el amor eterno que pasó por alto a reyes y a príncipes, y que dejó a un lado a los fariseos y a los saduceos, a los filósofos y a los magos para que se tropezaran en la oscuridad de su elección, fijó Sus ojos en esta pobre y entenebrecida criatura para que fuera hecha una vasija para honra, apropiada para el uso del Maestro.

 

“Cuando el Eterno inclina los cielos

Para visitar las cosas terrenales,

Con desdén divino aparta Su mirada

De las torres de los altivos reyes.

 

Él ordena a Su terrible carro que descienda

Rápidamente de los cielos a la tierra

Para visitar a toda alma humilde,

Con placer en Sus ojos.

 

¿Por qué el Señor que reina en lo alto

Desdeña a príncipes tan altivos?

Dime, Señor, ¿y por qué tales miradas de amor

Para seres tan indignos?

 

Mortales, guarden silencio: ¿qué criatura se atreve

A disputar Su terrible voluntad?

No le pidan cuentas de Sus asuntos,

Sino tiemblen y quédense quietos.

 

Tal como Su naturaleza es Su gracia,

Completamente soberana y gratuita;

¡Grandioso Dios, cuán inescrutables son Tus caminos,

Cuán insondables son Tus juicios!”

 

“Tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente”, resuena como trueno desde la cruz del Calvario y desde el monte Sinaí. El Señor es un soberano y hace lo que le agrada. ¡Admiremos ese maravilloso amor electivo que escogió a alguien como Onésimo!

 

A continuación, la gracia también ha de ser observada en la conversión de este esclavo fugitivo.

 

¡Mírenlo! Cuán improbable pareciera que llegue a ser un convertido. Él es un esclavo asiático de aproximadamente el mismo grado que un lascar ordinario o que un chino pagano. Era, sin embargo, peor que el lascar ordinario, quien es ciertamente libre y probablemente sea un hombre honesto, aunque no sea nada más. Este hombre había sido deshonesto, y además era atrevido, pues después de hurtar la propiedad de su amo fue lo suficientemente osado para hacer un largo viaje desde Colosas hasta llegar a Roma. Pero el amor eterno tiene el propósito de convertir al hombre, y será convertido. Pudo haber oído a Pablo predicar en Colosas y Atenas, pero no quedó impresionado. En Roma, Pablo no predicaba en San Pedro; no lo hacía en un edificio tan noble. Pablo no predicaba en un lugar como el Tabernáculo, donde Onésimo hubiera podido tener un cómodo asiento –en ningún lugar de ese tipo- pero fue probablemente por allá a espaldas del monte Palatino, donde la guardia pretoriana tenía sus barracas y donde había una prisión llamada el Pretorio. En un cuarto desnudo en la prisión de las barracas, Pablo tomó asiento con un soldado encadenado a su mano y predicó a todos los que fueron admitidos para oírle, y fue allí que la gracia de Dios alcanzó el corazón de este joven díscolo, y, ¡oh, qué cambio produjo en él de inmediato! Ahora le ven arrepintiéndose de su pecado, afligido al pensar que le hizo daño a un buen hombre, vejado al ver la depravación de su corazón así como el error de su vida. Llora. Pablo le predica a Cristo crucificado y en sus ojos hay una mirada de dicha; y de ese pesado corazón es quitado un gran peso. Nuevos pensamientos iluminan esa mente oscura; su propio rostro es cambiado, y el hombre entero es renovado, pues la gracia de Dios puede convertir al león en un cordero y al cuervo en una paloma.

 

Algunos de nosotros, no me cabe la menor duda, somos ejemplos tan maravillosos de la elección divina y del llamamiento eficaz como lo fue Onésimo. Por tanto, registremos la misericordia del Señor, y digámonos: “Cristo recibirá la gloria por ello. El Señor lo ha hecho y al Señor sea la honra por los siglos de los siglos”.

 

La gracia de Dios fue conspicua en el carácter que obró en Onésimo a partir de su conversión, pues parece que después fue muy servicial, útil y provechoso. Pablo afirma eso. Pablo hubiera estado anuente a tenerlo como un asociado, y no es a todo hombre convertido al que usaríamos de entrada como un compañero. Hay gente rara con la que nos podemos encontrar que irá al cielo sin ninguna duda, pues son peregrinos que van en el camino correcto, pero nos gustaría mantenernos a distancia de ellos en el otro lado del camino pues esa gente es difícil de tratar, y hay algo en ellos con lo que la naturaleza de uno no se puede deleitar, así como el paladar no puede sentir placer con un remedio nauseabundo. Son una suerte de erizos espirituales; están vivos y son útiles, y sin duda ilustran la sabiduría y la paciencia de Dios, pero no son buenos compañeros; a uno no le gustaría llevarlos en el pecho. Pero Onésimo era evidentemente de un espíritu amable, tierno y amoroso. Pablo de inmediato le llamó hermano, y le habría gustado retenerlo. Cuando le envió de regreso, ¿acaso no fue una clara prueba de un cambio en el corazón de Onésimo que estuviera dispuesto a regresar? Estando lejos, en Roma, podía haber pasado de un pueblo a otro, y podía haber permanecido perfectamente libre, pero sintiendo que estaba bajo algún tipo de obligación para con su amo –especialmente porque le había causado un daño- acepta el consejo de Pablo de regresar a su antigua posición. Irá de regreso llevando una carta de disculpas o de introducción para su amo, pues siente que es su deber hacer una reparación por el daño que ha causado. Siempre me gusta ver la resolución de hacer una restitución por los daños causados en la gente que profesa ser convertida. Si han tomado indebidamente cualquier cantidad de dinero, deberían reembolsarla; sería bueno que devolvieran la cantidad pero septuplicada. Si en modo alguno hemos robado o hecho daño a otro, yo creo que los primeros instintos de la gracia en el corazón sugerirán una restitución de todas las maneras que estén a nuestro alcance. No piensen que se solucionará diciendo: “Dios me ha perdonado, y por tanto, puedo dejarlo así”. No, querido amigo, sino que en la medida que Dios te ha perdonado trata de deshacer el daño y demuestra la sinceridad de tu arrepentimiento, haciéndolo. Entonces Onésimo irá de regreso a Filemón, y cumplirá su término de años con él, o de otra manera cumplirá los deseos de Filemón, pues aunque pudiera haber preferido servir a Pablo, su primer deber era para con el varón a quien había dañado. Eso mostraba un espíritu dócil, humilde, honesto y recto y Onésimo ha de ser encomiado por ello; es más, la gracia de Dios ha de ser ensalzada por ello. Miren la diferencia entre el hombre que robó y el hombre que ahora regresa para ser de provecho para su amo.

 

¡Qué portentos ha realizado la gracia de Dios! Hermanos, permítanme agregar: ¡qué portentos puede realizar la gracia de Dios! Muchos planes son empleados en el mundo para la reforma de los malvados y para la recuperación de los caídos, y a cada uno de ellos, en tanto que estén debidamente fundamentados, les deseamos un gran éxito, pues a todo lo que es puro, a todo lo que es amable, a todo lo que es de buen nombre le deseamos que prospere. Pero pongan atención a esta palabra: la verdadera reforma del borracho radica en darle un nuevo corazón; la verdadera recuperación de la ramera ha de encontrarse en una naturaleza renovada. La pureza no vendrá nunca a mujeres caídas mediante esas horribles Leyes de Enfermedades Contagiosas, las cuales, a mi parecer, llevan, como Caín, una maldición en su frente. La condición de la mujer sólo se hundirá más bajo tales leyes. La ramera tiene que ser lavada en la sangre del Salvador o nunca será limpia. Los estratos más bajos de la sociedad nunca serán llevados a la luz de la virtud, de la sobriedad y de la pureza, excepto por medio de Jesucristo y de Su Evangelio, y tenemos que apegarnos a eso. Que otros hagan lo que quieran, pero Dios no quiera que yo me gloríe salvo en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Veo a algunos de mis hermanos que malgastan el tiempo sobre las ramas del árbol del vicio con sus sierras de madera; pero, en lo que respecta al Evangelio, pone el hacha a las raíces de todo el bosque del mal, y si es bien recibido en el corazón, derriba a todos los árboles de upas de inmediato, y en vez de ellos brotan el abeto, el pino y el boj, conjuntamente, para embellecer la casa de la gloria de nuestro Maestro. Al ver lo que puede hacer el Espíritu de Dios por los hombres, publiquemos la gracia de Dios y ensalcémosla con todo nuestro poder.

 

II.   Y ahora, en segundo lugar, tenemos en nuestro texto, y en sus contextos, un muy interesante EJEMPLO DE UN PECADO CONTRARRESTADO.

 

Onésimo no tenía ningún derecho de robarle a su amo y huir, pero a Dios le agradó hacer uso de ese crimen para su conversión. Lo llevó a Roma, y así lo llevó adonde Pablo estaba predicando, y así lo llevó a Cristo y a recuperar la cordura. Ahora, cuando hablamos de esto debemos ser muy cautos. Cuando Pablo dice: “Quizás para esto se apartó de ti por un tiempo, para que le recibieses para siempre”, no está excusando su partida. Él no está diciendo ni por un instante que Onésimo hizo bien. El pecado es pecado, y prescindiendo de cómo se contrarreste el pecado, con todo, el pecado sigue siendo pecado. La crucifixión de nuestro Salvador trajo las más grandes bendiciones concebibles para la humanidad, y, sin embargo, fue con “manos de inicuos” que tomaron a Jesús y le crucificaron. La venta de José a Egipto fue el instrumento en la mano de Dios para la preservación de Jacob y de sus hijos en el tiempo de la hambruna; pero sus hermanos no tuvieron nada que ver con eso, y no fueron menos culpables por haber vendido a su hermano como un esclavo. Debe recordarse siempre que la culpa o la virtud de un acto no dependen del resultado de ese acto. Si, por ejemplo, un hombre que ha sido puesto en un ferrocarril para activar el cambio de vía, olvida hacerlo, se considera que cometió un crimen muy grande si el tren se descarrila y muere una docena personas. Sí, pero el crimen es el mismo si nadie pierde la vida. No es el resultado del descuido, sino el descuido mismo el que merece el castigo. Si fuera un deber del hombre mover el control de tal y tal manera, y su omisión de hacerlo resultara, por algún extraño accidente, en que salva vidas humanas, el hombre sería igualmente censurable. No se le reconocería ningún crédito, pues si su deber estriba en un cierto comportamiento, su falla también estriba en un cierto comportamiento, es decir,  en el incumplimiento de ese deber. Así que si Dios contrarresta el pecado para bien, como algunas veces lo hace, no deja de ser pecado. Es tan pecado como siempre, sólo que hay tanta mayor gloria para la maravillosa sabiduría y gracia de Dios quien, del mal, saca un bien, y así hace lo que únicamente la omnipotente sabiduría puede realizar. Onésimo no es excusado, entonces, por haber robado los bienes de su amo, ni por haberle abandonado sin ningún derecho; sigue siendo un transgresor, pero la gracia de Dios es glorificada.

 

Recuerden, también, que se debe notar esto: que cuando Onésimo dejó a su amo estaba realizando una acción cuyos resultados, con toda probabilidad, habrían sido ruinosos para él. Él estaba viviendo como un confiable dependiente bajo el techo de un amo amable que tenía una iglesia en su casa. Si leo la epístola correctamente, él tenía una piadosa ama y un piadoso amo y tenía una oportunidad de aprender continuamente el Evangelio; pero este gallardo joven temerario muy probablemente no podía soportarlo, y habría podido vivir con mayor contentamiento con un amo pagano que le habría pegado un día y lo habría emborrachado otro día. No podía soportar al amo cristiano, así que se fugó. Desperdició las oportunidades de salvación y se fue a Roma, y debe de haber ido a la parte más infame de la ciudad y debe de haberse asociado, tal como ya se los he dicho, con los compañeros más indecentes. Ahora, si hubiera llegado a pasar que se hubiera unido a las insurrecciones de los esclavos que tenían lugar frecuentemente por aquel tiempo, como lo hubiera hecho con toda probabilidad si la gracia no lo hubiera impedido, habría sido condenado a muerte como otros lo habían sido. Habría tenido un juicio sumario en Roma: bastaba que un hombre fuera sospechoso a medias para que le cortaran la cabeza, pues esa era la regla para los esclavos y los vagabundos. Onésimo era precisamente el hombre que habría sido candidato a ser llevado apresuradamente a la muerte y a la destrucción eterna. Había metido su cabeza, por decirlo así, entre las fauces del león por lo que había hecho. Cuando un joven deja repentinamente el hogar y se va a Londres, sabemos lo que eso significa. Cuando sus amigos no saben dónde está y no quiere que ellos lo sepan, estamos conscientes, en breve, de dónde está y qué pretende. Yo no sé qué estaba haciendo Onésimo, pero ciertamente estaba haciendo todo lo que podía para arruinarse. Su curso, por tanto, debe ser juzgado, en lo que a él concierne, por lo que era probable que le acarreara; y aunque no lo llevó a eso, no fue ningún crédito para él, sino que todo el honor de ello se le debe al poder de Dios para contrarrestar el pecado.

 

Vean, queridos hermanos, cómo Dios contrarrestó todo. Así lo había determinado el Señor. Nadie sería capaz de tocar el corazón de Onésimo sino Pablo. Onésimo está viviendo en Colosas. Pablo no puede ir allá, pues está en prisión. Es necesario, entonces, que Onésimo vaya donde está Pablo. Supongan que la amabilidad del corazón de Filemón le hubiera estimulado a decirle a Onésimo: “quiero que vayas a Roma, y que encuentres a Pablo y le oigas”. Este revoltoso siervo habría respondido: “yo no voy a arriesgar mi vida por oír un sermón. Si voy con el dinero que le estás enviando a Pablo, o con la carta, la voy a entregar, pero no quiero saber nada de sus prédicas”. Algunas veces, ustedes saben que cuando las personas son inducidas a oír a un predicador con la mira de que sean convertidas, si tienen alguna idea de ello, es tal vez la última cosa que es probable que ocurra, porque van allí resueltas a constituirse a prueba de fuego, de manera que la predicación no les afecta. Probablemente hubiera ocurrido lo mismo con Onésimo. No, no, él no iba a ser ganado de esa manera; tenía que ir a Roma de otra manera. ¿Cómo se hará? Bien, el diablo lo hará, sin saber que gracias a eso estaría perdiendo a un siervo dispuesto. El diablo tienta a Onésimo a robar. Onésimo lo hace, y una vez que ha robado tiene miedo de ser descubierto, y entonces se encamina a Roma tan pronto como puede, y se oculta en los barrios bajos y allí siente lo que el hijo pródigo sintió: un estómago hambriento, y ese es uno de los mejores predicadores en el mundo para algunas personas: su conciencia es alcanzada de esa manera. Teniendo mucha hambre y sin saber qué hacer y sin que nadie le diera nada, piensa si habrá alguien en Roma que se apiade de él. No conoce absolutamente a nadie en Roma, y es probable que muera de hambre. Tal vez una mañana hubo una mujer cristiana –no me sorprendería- que iba en camino para oír a Pablo, y vio a este pobre hombre sentado encorvado en una de las escaleras de un templo, y se acercó a él y le habló acerca de su alma. “Alma” –dijo él- “eso no me importa nada, pero mi cuerpo te agradecería algo de comer. Me estoy muriendo de hambre”. Ella le respondió: “Entonces, ven conmigo”, y le dio pan, y luego le dijo: “Hago esto por causa de Jesucristo”. “¡Jesucristo!”, dijo él, “he oído hablar de Él. Solía oír hablar de Él en Colosas”. “¿Quién te habló de Él?”, le preguntó la mujer. “Pues, un hombre de baja estatura y con débiles ojos, un gran predicador llamado Pablo, que solía venir a la casa de mi amo”. “Vamos, yo me dirijo al lugar donde él va a predicar”, le diría la mujer, “¿quieres venir conmigo para oírle?” “Bien, creo que me gustaría oírle de nuevo. Siempre tuvo una palabra amable que decir a los pobres”. Entonces entra y se abre paso a empujones entre los soldados, y el Señor de Pablo incita a Pablo a decir las palabras precisas. Pudo haber sido así, o pudo haber sido de otro modo: que como no conocía a nadie más, pensó: “Bien, aquí se encuentra Pablo, lo sé. Él está aquí como prisionero, y voy a investigar en qué prisión se encuentra”. Va al Pretorio y allí le encuentra, le comenta sobre su extrema pobreza, y Pablo le habla, y luego Onésimo confiesa el daño que ha hecho, y Pablo, después de enseñarle durante un buen rato, le dice: “Ahora debes regresar y reparar todo el daño que has hecho a tu amo”. Pudo haber sido de cualquiera de esas maneras; de todos modos, el Señor determinó que Onésimo fuera a Roma para que escuchara a Pablo, y el pecado de Onésimo, aunque perfectamente voluntario de su parte de manera que Dios no tuvo ninguna intervención en ello, es contrarrestado por una misteriosa providencia para llevarlo adonde el Evangelio será bendecido para su alma.

 

Ahora, yo quiero hablarles a algunos miembros del pueblo cristiano acerca de este asunto. ¿Tienes algún hijo que haya abandonado el hogar? ¿Es un joven testarudo y desobediente que se ha marchado porque no podía soportar las restricciones de una familia cristiana? Es triste que así sea, es algo muy triste, pero no te desanimes y ni siquiera albergues un pensamiento de desesperación por él. Tú no sabes dónde está, pero Dios sí sabe; y tú no puedes seguirle, pero el Espíritu de Dios sí puede. Va viajando a Shangai. Ah, pudiera haber un Pablo en Shangai que ha de ser el instrumento de su salvación, y como ese Pablo no está en Inglaterra, tu hijo tiene que ir allá. ¿Se dirige acaso a Australia? Se le pudiera hablar una palabra allá a tu hijo, por la bendición de Dios, que es la única palabra que le llegará jamás. Yo no puedo decirla; nadie en Londres puede decirla; pero el hombre que está allá la dirá; y Dios, por tanto, está dejando que se marche en toda su testarudez y locura para que pueda ser llevado a los medios de la gracia que comprobarán ser eficaces para su salvación. Muchos marineros han sido desenfrenados, temerarios, sin Dios, sin Cristo, y al fin han terminado en algún hospital extranjero. Ah, si su madre supiera que cayó con la fiebre amarilla, cuán triste se pondría, pues concluiría que pronto su amado hijo moriría lejos en la Habana, o en algún otro lugar, y que nunca regresaría a casa. Pero es justo en aquel hospital que Dios tiene el propósito de encontrarse con él. Un marinero me escribió contándome algo parecido a eso. Dijo: “Mi madre me pidió que leyera un capítulo cada día, pero nunca lo hice. Tuve que ser admitido en un hospital en la Habana, y mientras estaba ahí, había un hombre cerca de mí que se estaba muriendo, y murió una noche; pero antes de morir me dijo: ‘Amigo, ¿podrías acercarte a mí? Quiero hablar contigo. Tengo aquí algo muy preciado para mí. Yo era un sujeto desenfrenado, pero la lectura de este paquete de sermones me ha llevado al Salvador, y muero con una buena esperanza por medio de la gracia. Ahora, cuando muera y haya partido, toma estos sermones y léelos, y que Dios los bendiga para ti. ¿Y le escribirías una carta al hombre que predicó e imprimió esos sermones para decirle que Dios los bendijo para mi conversión, y que yo espero que los bendiga para ti también?’” Era un paquete de mis sermones, y Dios en efecto los bendijo también para aquel joven que, no tengo ninguna duda de ningún tipo, fue a ese hospital porque allí había un hombre que había sido llevado a Cristo que le entregaría las palabras que Dios había bendecido para él mismo y que bendeciría para su amigo. Tú no sabes, querida madre, tú no lo sabes. Lo peor que le puede pasar a un joven es algunas veces lo mejor que le puede pasar. Viendo a algunos jóvenes de posición y de riqueza que se aficionan a las carreras y a todo tipo de disipación, he llegado a pensar algunas veces: “Bien, es algo terriblemente malo, pero pueden muy bien acabar pronto con su dinero, y entonces, cuando lleguen a la mendicidad, serán como el joven caballero en la parábola que abandonó a su padre”. Cuando lo hubo gastado todo, vino una gran hambre en aquella tierra, y comenzó a faltarle, y dijo: “Me levantaré e iré a mi padre”. Tal vez la enfermedad que es la secuela del vicio, tal vez la pobreza que viene como un hombre armado después de la extravagancia y del libertinaje, no son sino amor en otra forma, enviadas para forzar al pecador a volver en sí y a considerar sus caminos y a buscar a un Dios siempre misericordioso.

 

Ustedes, personas cristianas, con frecuencia ven a los chicos de la calle -a los pequeños árabes pobres en la calle- y sienten mucha piedad por ellos, y hacen bien. Hay una amada hermana aquí, la señorita Annie Macpherson, que vive sólo para ellos. ¡Que Dios la bendiga a ella y a su obra! Cuando los ves no puedes alegrarte de verlos como están, pero yo he pensado con frecuencia que la pobreza y el hambre de uno de esos pobres niñitos tienen una voz más fuerte para la mayoría de los corazones que su vicio e ignorancia; y Dios sabía que no estábamos listos ni éramos capaces de oír el grito del pecado del muchacho, y así agregó a aquel grito el hambre del muchacho, para que pudiera traspasar nuestros corazones. La gente podría vivir en pecado, y sin embargo ser feliz, si fueran acomodados y ricos; y si el pecado no hizo a los padres pobres y desventurados, y a sus hijos miserables, no lo veríamos, y por tanto no despertaríamos para resolverlo. ¿Saben?, es una bendición, en algunas enfermedades, cuando la dolencia del paciente se manifiesta en la piel. Es algo horrible verla en la piel, pero es mucho mejor a que esté escondida en el interior; y con frecuencia el pecado externo y la miseria externa son una forma de expulsar la enfermedad al exterior, de manera que la mirada de aquellos que saben dónde se puede obtener la medicina que cura, se posa en la enfermedad y así puede ser tratada la secreta dolencia del alma. Onésimo pudo haberse quedado en casa, y pudo no haber sido nunca un ladrón, pero se hubiera perdido por causa de la justicia propia. Pero ahora su pecado es visible. El canalla ha mostrado la depravación de su corazón, y ahora es que cae bajo la mirada de Pablo y bajo la oración de Pablo y es convertido. Yo les ruego que no desesperen nunca del hombre o de la mujer o del muchacho al ver su pecado sobre la superficie de su carácter. Por el contrario, díganse: “Es colocado donde pueda verlo, para que pueda rogar al respecto. Es puesto ante mis ojos para que me ocupe de llevar a esta pobre alma a Jesucristo, el poderoso Salvador que puede salvar al más desamparado pecador”.

 

Mírenlo a la luz de una benevolencia sincera y activa y levántense para vencerlo. Nuestro deber es seguir esperando y seguir orando. Pudiera ser, tal vez, que “para esto se apartó de ti por algún tiempo, para que le recibieses para siempre”. Tal vez el muchacho ha sido tan desobediente para que su pecado llegue a una crisis, y se le pueda dar un nuevo corazón. Tal vez el mal de tu hija ha sido desarrollado para que ahora el Señor la convenza de pecado y la lleve a los pies del Salvador. De todos modos, por muy malo que sea el caso, espera en Dios, y sigue orando.

 

III.   Además, nuestro texto puede ser mirado como UN EJEMPLO DE UNA MEJORÍA EN LAS RELACIONES. “Porque quizás para esto se apartó de ti por algún tiempo, para que le recibieses para siempre; no ya como esclavo, sino como más que esclavo, como hermano amado, mayormente para mí, pero cuánto más para ti”. Ustedes saben que nos toma tiempo aprender grandes verdades. Tal vez Filemón no había descubierto plenamente que era malo que tuviera un esclavo. Algunos hombres que en su tiempo fueron muy buenos no lo sabían. John Newton no sabía que estaba haciendo mal en el comercio de esclavos, y George Whitfield, cuando dejó a unos esclavos en el orfanato en Savannah -una acción que le había sido solicitada mediante un legado- no pensó ni por un instante que estaba haciendo algo más que si hubiera estado comerciando con caballos o con plata y oro. El sentimiento público no estaba iluminado, aunque el Evangelio ha atacado siempre a la propia raíz de la esclavitud. La esencia del Evangelio es que hemos de hacer con otros como queremos que los demás hagan con nosotros, y nadie querría ser el esclavo de otro hombre, y por tanto, nadie tiene ningún derecho de tener a otro hombre como su esclavo. Tal vez, cuando Onésimo huyó y regresó de nuevo, esta carta de Pablo pudiera haber abierto un poquito los ojos de Filemón con respecto a su propia posición. Sin duda pudiera haber sido un excelente amo, y haber confiado en su siervo, y pudiera no haberlo tratado como un esclavo en absoluto, pero tal vez no lo hubiera considerado como un hermano; y ahora que Onésimo ha regresado será un mejor siervo, pero Filemón será un mejor amo, y ya no tendrá más esclavos. Va a considerar a su antiguo criado como un hermano en Cristo. Ahora, esto es lo que la gracia de Dios hace cuando entra en una familia. No altera las relaciones; no le da al hijo un derecho a ser insolente y a olvidar que debe ser obediente a sus padres; no le da al padre un derecho a enseñorearse de sus hijos sin sabiduría y amor, pues le dice que no debe provocar a sus hijos a ira, no vaya a ser que se desanimen; no le da al siervo el derecho de ser un amo, ni le quita al amo su posición, ni le permite exagerar su autoridad, sino que suaviza y endulza integralmente. Rowland Hill solía decir que él no daría ni medio centavo por la piedad de un hombre si su perro y su gato no estuvieran mejor después de que fue convertido. Había mucho peso en esa observación. Todo en la casa va mejor cuando la gracia aceita las ruedas. La señora de la casa es, tal vez, más bien hiriente, irritable y áspera; bien, ella incorpora un poquito de dulzura en su constitución cuando recibe la gracia de Dios. La sirvienta pudiera ser propensa a holgazanear, a levantarse tarde en la mañana, a ser muy desaliñada y amante del chisme a la puerta; pero, si ella es convertida verdaderamente, todo ese tipo de cosas desaparece. Es concienzuda, y atiende a su deber como debería hacerlo. El amo, tal vez, bien, él es el amo, y tú lo sabes. Pero cuando él es efectivamente un verdadero cristiano, proyecta amabilidad, suavidad y consideración. El esposo es la cabeza de la esposa pero cuando es renovado por la gracia no es para nada la cabeza de su esposa como lo son algunos maridos. La esposa también guarda su lugar, y busca, por medio de toda amabilidad y sabiduría, hacer el hogar tan feliz como pueda. Yo no creo en tu religión, querido amigo, si le pertenece al Tabernáculo, y a la reunión de oración, y no a tu hogar. La mejor religión en el mundo es la que sonríe a la mesa, trabaja con la máquina de coser, y es amigable en la sala. Denme la religión que lustra las botas y las cuida; que cocina la comida y la cocina de tal manera que es apetecible; que mide las yardas de indiana, y no las hace ni media pulgada más pequeñas; que vende cien yardas de un artículo, y no les pone la etiqueta de cien a noventa yardas, como lo hacen muchos comerciantes. Ese es el verdadero cristianismo que afecta a la totalidad de la vida. Si somos verdaderos cristianos seremos cambiados en todas nuestras relaciones para con nuestros semejantes, y por esa razón vamos a considerar a aquellos que llamamos nuestros inferiores con un ojo muy diferente. Es malo que las personas cristianas sean muy intolerantes con las pequeñas faltas que ven en sus criados, especialmente si son sirvientes cristianos. Esa no es la manera de corregirlos. Esas personas ven alguna cosita mala, y, oh, les caen encima a las pobres muchachas como si hubieran asesinado a alguien. Si el Señor de ustedes y mío los tratara de esa manera, me pregunto cómo les iría. Con cuánta presteza despiden algunos a sus criadas por pequeños errores. No aceptan ninguna excusa, no intentan probar a las personas de nuevo: deben irse. Muchos jóvenes han sido despedidos de sus empleos por un patrono cristiano por la más pura nimiedad, cuando debió haber sabido que estarían expuestos a todo tipo de riesgos; y muchas sirvientas han quedado a la deriva, como si fueran canes, sin ninguna consideración respecto a si pudieran encontrar otro empleo, y sin que se hiciera nada para impedir que se descarriaran. Pensemos en los demás, especialmente en aquellos a quienes Cristo ama así como nos ama a nosotros. Filemón habría podido decir: “No, no, yo no te recibo de regreso, amigo Onésimo. Yo no. Mordido una vez, dos veces arisco, amigo. Yo nunca monto un caballo que se rompió una pata. Tú robaste mi dinero. No voy a recibirte de nuevo”. Yo he oído ese estilo de plática, ¿y acaso ustedes no lo han oído? ¿Sintieron eso alguna vez? Si lo sintieron, vayan a casa y oren a Dios pidiendo sacar ese sentimiento fuera de ustedes, pues es un material corrupto para ser albergado en el alma. No pueden llevarlo al cielo. Cuando el Señor Jesucristo los ha perdonado tan gratuitamente, ¿han de sujetar a su criado por el cuello para decirle: “Págame lo que me debes?” Dios no quiera que sigamos con ese temperamento. Sean misericordiosos, ablándense con las súplicas, estén dispuestos a perdonar. Es mucho mejor sufrir un daño que infligir un daño; es mucho mejor que pasen por alto una falta que pudieran haber notado, que notar una falta que debieron haber pasado por alto.

 

“Hagan que corra el amor en todas sus acciones,

Y que todas sus palabras sean amables”,

 

dice un pequeño himno que aprendimos cuando éramos niños. Deberíamos practicarlo ahora, y:

 

“Vivan como el bendito Hijo de la virgen,

Ese niño manso y humilde”.

 

Que Dios nos conceda que podamos hacerlo, por Su infinita gracia.

 

Quiero decir esto para concluir. Si la misteriosa providencia de Dios habría de ser vista cuando Onésimo llegó a Roma, ¡me pregunto si hay alguna providencia de Dios en algunos de ustedes por estar aquí esta noche! Es posible. Tales cosas suceden. Viene gente aquí que nunca tuvo la intención de asistir. Lo último en el mundo que habrían creído es que alguien les dijera que vendrían aquí, y sin embargo, aquí están. Con todo tipo de complicadas circunstancias han andado dando vueltas por ahí, pero terminaron aquí de alguna manera. ¿Perdieron un tren y por eso entraron para esperar? ¿Su barco no zarpó tan temprano como esperaban y por eso vinieron aquí esta noche? Díganme, ¿fue así? Yo les ruego, entonces, que consideren esta pregunta con todo su corazón. ¿Acaso tiene Dios la intención de bendecirme? ¿No me ha traído aquí a propósito para que esta noche yo le entregue mi corazón a Jesús, como lo hizo Onésimo?” Mi querido amigo, si tú crees en el Señor Jesucristo, tendrás un inmediato perdón de todo tu pecado, y serás salvo. El Señor te ha traído aquí en Su infinita sabiduría para oír eso, y yo espero que también te haya traído aquí para que lo aceptes y que prosigas tu camino habiendo sido cambiado completamente. Hace unos tres años estaba hablando con un ministro anciano, y comenzó a buscar a tientas en el bolsillo de su chaleco pero le tomó mucho tiempo encontrar lo que quería. Por fin sacó una carta casi hecha pedazos y dijo: “¡El Dios Todopoderoso le bendiga! ¡El Dios Todopoderoso le bendiga!” Y yo le pregunté: “Amigo, ¿de qué se trata?” Él me respondió: “Yo tenía un hijo. Yo creía que él iba a ser el sostén en mi ancianidad, pero él se desacreditó y se alejó de mí, y yo no supe adónde se fue; sólo dijo que se iba a América. Compró un boleto para navegar a América desde los muelles de Londres, pero no partió en el día preciso que esperaba hacerlo”. Este anciano ministro me pidió que leyera la carta, y yo la leí. Iba más o menos así: “Padre, estoy aquí en América. He encontrado un empleo y Dios me ha prosperado. Le escribo para pedirle perdón por los miles de daños que le he provocado y por la aflicción que le he causado, pues, bendito sea Dios, he encontrado al Salvador. Me he unido a la iglesia de Dios aquí, y espero pasar mi vida al servicio de Dios. Ocurrió así: no navegué a América el día que yo esperaba. Me fui al Tabernáculo para ver de qué se trataba, y Dios se encontró conmigo. El señor Spurgeon dijo: ‘Tal vez haya un hijo fugitivo aquí. Que el Señor lo llame por Su gracia’. Y Él lo hizo”. “Ahora” –dijo él, al tiempo que doblaba la carta y la ponía en su bolsillo- “ese hijo mío está muerto, y está en el cielo, y yo lo amo a usted y lo haré en tanto que viva, porque usted fue el instrumento de llevar a mi hijo a Cristo”. ¿Hay algún sujeto en la misma condición aquí esta noche? Me siento persuadido de que lo hay, alguien del mismo tipo; y en el nombre de Dios yo lo exhorto a que reciba la advertencia que le doy desde este púlpito. Yo te reto a que salgas de este lugar como entraste. Oh, joven, el Señor en Su misericordia te da otra oportunidad de que te arrepientas del error de tus caminos, y yo te suplico ahora aquí –tal como estás ahora- que alces tus ojos al cielo y digas: “Dios, sé propicio a mí, pecador”, y Él lo será. Luego regresa a casa, a tu padre, y dile lo que la gracia de Dios ha hecho contigo, y asómbrate del amor que te trajo aquí para llevarte a Cristo.

 

Querido amigo, si bien no hay nada misterioso con respecto a esto, con todo, aquí estamos. Estamos donde el Evangelio es predicado, y eso trae una responsabilidad sobre nosotros. Si un hombre se pierde, es mejor que se pierda sin que oiga el Evangelio, a que se pierda como algunos de ustedes se perderán si perecieran bajo el sonido de una clara y sincera enunciación del Evangelio de Jesucristo. ¿Hasta cuándo claudicarán algunos de ustedes entre dos opiniones? “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros” –dice Cristo- “y no me han conocido?” ¿Toda esta enseñanza y predicación e invitación, y sin embargo, no se arrepienten?

 

“Oh, Dios, haz que se arrepienta el pecador,

Convéncele de su estado perdido”.

 

Que ya no se demore más, no sea que se demore hasta que lamente su fatal decisión demasiado tarde. Que Dios les bendiga, por Cristo nuestro Señor. Amén.

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Filemón.

 

Notas del traductor:

 

1) Lascar: era un marino o militar del subcontinente indio empleado en buques europeos del siglo XVI hasta comienzos del siglo XX.

 

2) Árbol de upas: es un árbol nativo del sudeste asiático que produce un látex extremadamente venenoso.

 

3) Boj: arbusto de hojas persistentes que se emplea para setos y cuya madera, muy dura y blanca, se emplea para mangos de herramientas y trabajos de tornería.

 

4) Árabes: es una expresión que era usada en el Londres victoriano para describir a los niños de la calle, a los “niños de las alcantarillas”. (Gutter children).

 

5) Indiana: Cierta tela de algodón, de hilo o de mezcla de ambos, estampada en colores.

 

 

Traductor: Allan Román

16/Enero/2014

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