El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Jesús,
NO.
1224
UN SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Para
vosotros, pues, los que creéis, él es precioso; pero para los que no creen, la
piedra que los edificadores desecharon, ha venido a ser la cabeza del ángulo;
y: piedra de tropiezo, y roca que hace caer, porque
tropiezan en la palabra, siendo desobedientes; a lo cual fueron también
destinados”. 1 Pedro 2: 7, 8.
Siempre sucede lo mismo
cuando Jesús viene: divide el grupo en creyentes e incrédulos, en obedientes y desobedientes.
¿Pero por qué los incrédulos son llamados aquí ‘desobedientes’? ¿Es la fe un
asunto de la ley y entonces, como no cree, la persona desobedece? ¿Cómo puede
ser de otra manera? ¿Acaso no es un deber natural de cada individuo creer lo
que es cierto? Que el más humilde entre nosotros juzgue en un asunto tan
sencillo. Se da el caso de que en la lengua original, la propia forma y sonido
de las palabras ‘creer’ y ‘obedecer’ significan prácticamente lo mismo; y
ciertamente ‘descreer’ y ‘desobedecer’ son cosas que guardan una relación muy
estrecha. Descreer es en su propia esencia desobedecer, pues el que descree de
la palabra del rey es desleal de corazón. Si yo dudo de la veracidad de Dios he
atacado Su autoridad, y si cuando Él expone que Su Hijo es la propiciación por
el pecado yo rehúso aceptarlo, la desobediencia está incluida en ese rechazo.
Así como sería difícil decir por cuál forma de pecado nuestro padre Adán cayó,
pues todos los pecados estaban incluidos cuando comió del fruto prohibido, así
la incredulidad contiene en su interior los embriones de todos los pecados
posibles que los hombres pudieran cometer.
Además, la incredulidad
en cuanto a la palabra de Dios es la raíz de todos los demás pecados. Si se
tiene a un hombre que no le cree a su Dios, se tiene a un hombre que desecha la
ley de Dios. Él ya ha rechazado Su Evangelio, ¿por qué habría de respetar la
ley? Si destruye las sedosas cuerdas de amor ¿cuánto menos probable es que el hombre
tolere las ataduras de la ley?
Ahora, ya que es
dolorosamente cierto que una gran proporción de los que oyen el Evangelio son
incrédulos y desobedientes, se vuelve importante considerar lo siguiente: ¿Cuál
es el resultado de esta desobediencia? Esta desobediencia los conduce a una
violenta oposición. ¿Qué efecto produce su oposición? El texto nos informa el resultado de la oposición humana en
Cristo mismo, y, en segundo lugar, en
las personas que la ejercen.
I. Entonces
consideremos, en primer lugar, EL RESULTADO DE
Observen cómo el Señor
Jesús ha sido desechado entre los hombres, y, sin embargo, Su causa se ha
sostenido frente a toda la oposición. Primero vino el judío. Tenía que mantener el orgullo de la raza. ¿Acaso no eran
los judíos el pueblo escogido de Dios? ¿No fue Israel apartado por el Altísimo?
Jesús viene predicando el Evangelio a toda criatura y envía a Sus discípulos
aun a los gentiles; por tanto, los judíos no quieren aceptarlo. Ellos han
estado buscando un príncipe temporal pero Él no viene con la magnificencia que
esperaban; Él es como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura;
ellos no ven nada del esplendor de Salomón en el pobre vástago del tronco
marchito de David, por tanto, “¡Fuera, fuera, crucifícale!” Pero la oposición
de Sus paisanos no derrotó a la causa de Cristo; si bien fue rechazado en
Palestina, Su palabra fue recibida en Grecia, triunfó en Roma, pasó a España,
encontró una morada en Inglaterra y en este día ilumina la faz de la tierra. La
persecución en contra de los apóstoles en Jerusalén apresuró la propagación del
Evangelio, pues los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el
Evangelio de manera que la enemistad en contra de los judíos fue canalizada
para bien y los edificadores necios fueron puestos al servicio del izamiento de
la piedra del ángulo desechada.
A continuación se
levantó el filósofo para ser el
enemigo del Evangelio. Diferentes escuelas de pensamiento ejercieron influencia
sobre las mentes más cultivadas del período, y tan pronto como Pablo comenzó a
predicar donde estas filosofías eran conocidas, le tildaron de ‘palabrero’.
Oyeron lo que tenía que decir y le condenaron como a un necio. Esta
resurrección de los muertos, esta doctrina de un Dios encarnado que sufrió por
el pecado humano era demasiado simple para ellos, era demasiado clara para que
encajara en sus sutiles filosofías. Pero aunque la filosofía realizó durante un
tiempo terribles incursiones en la iglesia de Dios en la forma de herejía
agnóstica, ¿realmente impidió el avance de las ruedas del carruaje de Cristo? ¿Venció
a la fe? Oh, no, hermanos míos, pues en este día ¿dónde están esas filosofías?
¿Quién cree ahora en los estoicos? ¿A quién le interesaría ser llamado un
epicúreo? Estas filosofías han pasado; la piedra que fue cortada del monte, no
con mano, las ha desmenuzado. La piedra procedente de la honda de Cristo ha
golpeado en la frente a la filosofía pagana; vemos su cadáver que yace
decapitado en muchos volúmenes antiguos, mientras que el Hijo de David sale
venciendo, y para vencer.
Después de aquellos días
vino en contra de la iglesia de Dios la resuelta oposición del poder secular. Las autoridades imperiales vieron un peligro en
el cristianismo. Estos rústicos campesinos y obreros establecieron una nueva
religión, una religión que hablaba de otro rey, un tal Jesús. Ellos se
congregaban en el primer día de la semana y cantaban himnos en Su honor como a
Dios; además, rehusaban guardar los días festivos de los dioses, y no estaban
dispuestos a adorar las imágenes de los emperadores, ya sea que hubieren
partido o que vivieran. Todos los demás rendían homenaje a esos demonios
imperiales excepto este pueblo cristiano; así que el poder secular dijo: “Vamos
a acabar con ellos. Que sean arrastrados delante del tribunal; que los metan
presos, que los despojen de sus bienes, y si eso no los aleja de esta nueva
doctrina, intentemos usar el potro de tormento y torturas similares, y si eso
no acaba con ellos, entonces que mueran. ¿Por qué no pueden los seres humanos
adorar a los dioses de sus padres? Así procuraron erradicar la fe de Jesús,
abarrotando sus prisiones, inundando sus teatros con sangre y cansando a los
verdugos. Se hacía todo lo que la crueldad podía hacer; pero, hermanos míos,
¿cuál fue el resultado? Entre más eran oprimidos los cristianos, más se
multiplicaban; la dispersión de los tizones incrementaba la conflagración. Los
tribunales de juicio se convertían en púlpitos desde los cuales era predicado
el cristianismo, y los hombres que estaban quemándose en la hoguera atraían a una
numerosa audiencia en medio de la cual proclamaban a Jesucristo como rey. La valentía
de los mártires hacía que los hombres se preguntaran: “¿Acaso no hay algo aquí
de lo que nunca antes habíamos visto nada parecido?”, y no pasó mucho tiempo
antes de que las legiones imperiales se postraran delante de la cruz de Cristo
y el ‘Galileo’ triunfara.
Desde ese período la
iglesia ha sido atacada de varias maneras. La herejía arriana atacó la deidad de Cristo, pero la iglesia de Dios
se liberó de esa cosa maldita, así como Pablo sacudió la víbora en el fuego.
Luego vinieron el papado, el anticristo, el imitador de Jesús, y la
falsificación de Su sacrificio. Ahora enarbolan la cruz de marfil rodeada de
joyas para parodiar al Rey de reyes en Su cruz de vergüenza; ellos arrojan
delante de nosotros el crucifijo que es hechura del hombre en vez del propio
Jesús sobre el madero. Ahora se nos pide que adoremos a los santos, y a las
reliquias y a las imágenes, y no sé a qué otras cosas más, y un hombre es
levantado al trono del Dios infalible. Algunas mentes tímidas temen que Jesucristo,
como una piedra desechada, será echado fuera de la vista, mientras que muy por
encima de todos, el vicario de Cristo en Roma será constituido en cabeza del ángulo,
pero el Señor no lo permitirá. Hermanos, tengan fe en Dios y no piensen así.
Los diferentes modos de Papado, el romano y el anglicano, pasarán como han
pasado todas las demás cosas que se opusieron a la cruz y a la causa de
Jesucristo. Así como la espuma de un instante se disuelve en la ola que la
transporta y desaparece para siempre, así desaparecerán todas estas cosas: con
todo, el santo Evangelio de Jesucristo, y Él mismo, el Salvador, serán erigidos
como una roca que desafía a las olas. ¡Qué día fue ese cuando la áspera
protesta de Lutero rompió el silencio de las épocas oscurantistas, cuando se
dio la clara enseñanza de Calvino y las valientes notas de Zwinglio fueron escuchadas
y mil voces gritaron en coro! ¡Qué día fue ese cuando las naciones despertaron
de su largo sueño para no permanecer por más tiempo bajo la dominación
sacerdotal, resueltas a ser libres! ¿No puede Dios, que envió una Reforma,
enviar otra? Tengan buen ánimo pues se aproximan días más brillantes. Vendrán
todavía mayores avivamientos; el Señor, el vengador de Su iglesia, se levantará
todavía y la piedra que los edificadores desecharon, esa misma será la cabeza
del ángulo.
Por visión profética veo
que se prepara otra oposición que será tan difícil de enfrentar como cualquiera
de las que le han antecedido. Veo reunirse dentro de las filas de la iglesia de
Dios a hombres que dicen que odian todos los credos, queriendo decir que
desprecian toda verdad, hombres que de buena gana serían ministros en medio de
nosotros y que sin embargo hollan con el pie todo lo que consideramos sagrado
ocultando al principio la plenitud de su infidelidad, pero haciendo acopio de
valor para desfogar sus incredulidades y herejías. La credofobia está
enloqueciendo a muchos. Parecieran tener miedo de terminar creyendo en
cualquier cosa y terminar esperando que haya algo bueno que se pudiera
encontrar en el ateísmo, o en la adoración del demonio, o algo bueno en verdad
que se pudiera encontrar en cualquier religión excepto en la única verdadera.
Nosotros elevamos nuestra sincera protesta pero si se perdiera
en medio del clamor general popular, y si las naciones se emborracharan de
nuevo con el vino de esta fornicación y se apartaran al error, ¿qué importa
para el éxito definitivo de la causa eterna? Pero Jehová ha puesto a Su rey
sobre Sion, Su santo monte, y el antiguo decreto será cumplido y el trono de
Cristo permanecerá, y el pacto sellado con sangre será seguro para toda la simiente
escogida. Consolémonos, pues a pesar de todo lo que pudieran hacer los hombres
o los diablos ni una sola alma electa se perderá, ni una sola alma redimida con
sangre será arrebatada de la mano del Redentor. Cristo no perderá ni siquiera
un gramo de gloria ni en la tierra ni en el cielo. La sincera contención de Su
pueblo por la fe le honrará, su paciente sufrimiento le alabará: el cielo será
el descanso más dulce para ellos, y el más brillante lugar de gloria para Él
cuando venga con ellos de Edom, de Bosra, con vestidos rojos, marchando en la
grandeza de Su poder, habiendo pisado el lagar y habiendo vencido a Sus
enemigos. Entonces Su reposo será glorioso, y Su gozo completo.
Esto basta, entonces,
sobre el efecto de la oposición humana. “La piedra que los edificadores
desecharon, ha venido a ser la cabeza del ángulo”.
II. Un
tema mucho más doloroso debe ocupar nuestra atención, es decir,
Algunos tropiezan con la persona de Cristo. Jesús,
ellos lo admiten, fue un buen hombre, pero no pueden aceptarlo como co-igual y
co-eterno con el Padre. Oh, mi querido oyente, si quieres ser salvo, no
tropieces con esto, pues ¿quién sino un Dios podría salvarte? ¿Y cómo hubiera
podido ser satisfecha la justicia de Dios a menos que alguien de naturaleza
infinita se hubiera convertido en la propiciación por el pecado? Mi alma confía
agradecidamente en la doctrina de la deidad de Cristo para su más profundo
consuelo, y yo oro pidiendo que ninguno de ustedes la rechace pues tengan la
seguridad de que aparte de esa base, no hay otra base verdadera de paz para la
conciencia.
Algunos tropiezan con Su obra. Muchos no pueden ver cómo
Jesucristo se ha convertido en la propiciación por la culpa humana, y tememos
que la razón por la que no pueden verlo radica en esta palabra de nuestro
Señor: “Vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho”. Nosotros
caímos, hermanos míos, no personalmente, sino en otro. Fue nuestro primer padre
Adán el que nos arruinó primero, no nosotros a nosotros mismos. Tal vez fue porque
caímos así que fue posible que fuéramos restaurados. Como caímos en otro, hubo
un resquicio para la misericordia, pues habiendo tratado el Señor con nosotros
a través de una cabeza federal, podía tratar justamente con nosotros a través
de otra cabeza federal; y así, caídos en otro, ahora nos levantamos en otro. Así
como por la ofensa de uno vino la condenación sobre todos los hombres, así por
la justicia de uno viene el perdón a cuantos creen en Él. La doctrina de la
sustitución o representación comienza en la fuente de la historia humana y corre
a lo largo de su trayecto completo. Yo les suplico que no le pongan objeciones
a eso. Es un rico bálsamo y consuelo para los que lo hemos recibido; ha
convertido a nuestro infierno en cielo, el Espíritu ha renovado nuestra
naturaleza por medio de ello y nos ha hecho diferentes a lo que éramos, y hoy
no tenemos ninguna esperanza aparte del sacrificio vicario de Emanuel. Oh, que
ustedes que ponen objeciones aceptaran eso con lo que tropiezan hoy.
Algunos tropiezan con la enseñanza de Cristo; ¿y
qué es eso con lo que tropiezan? Algunas veces es porque es demasiado santo:
“Cristo es demasiado puritano, él corta nuestros placeres”. Pero no es así. Él
no nos niega ningún placer que no sea pecaminoso. Él multiplica nuestros goces;
las cosas que nos niega son solo gozosas en apariencia, mientras que Sus mandamientos
son verdadera bienaventuranza. “Aún así” –dicen algunos- “Sus enseñanzas son
demasiado severas”. Sin embargo, de parte de otros oigo la acusación opuesta,
pues cuando predicamos sobre la gracia inmerecida, los insumisos claman: “Tú
alientas a los hombres en el pecado”. Hay poca oportunidad de complacer a los
hijos de los hombres, pues lo que gratifica a algunos ofende a otros, pero
ciertamente no hay ninguna justa razón, sobre ninguna de las dos bases, para
tropezar con el Evangelio, pues aunque en efecto coloca a las buenas obras
donde deben ser colocadas, como frutos del Espíritu y no como cosas de mérito,
sin embargo es un Evangelio acorde con la santidad, como lo saben aquellos que
han probado su poder.
Hemos encontrado que
algunos objetan las enseñanzas de Cristo porque son demasiado humillantes. Él
destruye la confianza en uno mismo y no presenta la salvación a nadie que no
esté perdido. “Esto nos ubica demasiado abajo”, dice uno. Sin embargo, yo he
oído del rincón opuesto de la casa una objeción contra el Evangelio porque hace
que los hombres sean orgullosos, pues algunos dicen: “¿Cómo te atreves a hablar
de tener la seguridad de que eres salvo? Ese es un lenguaje jactancioso que no
es acorde con una mente humilde”. Amigo, no tropieces con la bendita verdad
pues los creyentes ciertamente son salvos y pueden saber que lo son, y sin
embargo, ese conocimiento los hace más humildes. Es cierto que tú eres
humillado y abatido por Cristo, pero Él te exalta a su debido tiempo y cuando
Él te exalta por Su gracia no hay miedo de que sea jactancia, pues la jactancia
está excluida por la gracia.
Además he sabido que otros
objetan porque el Evangelio es demasiado
misterioso y no pueden entenderlo, dicen ellos. He oído también, proveniente
del ámbito opuesto, la objeción de que es demasiado sencillo. Esto de ser
salvado por creer simplemente en Cristo es demasiado sencillo para muchos y muy
difícil para otros. Amados, no le pongan objeciones por cualquiera de esas
razones. ¿Qué tal si hubiera misterios en él? ¿Puedes esperar comprender todo
lo que Dios sabe? Sé enseñable como un niño y el Evangelio será dulce para ti.
Hemos conocido a algunos que han tropezado con Cristo en razón de Su
gente, y ciertamente tienen alguna excusa. Han dicho: “Miren
a los seguidores de Cristo, vean sus imperfecciones e hipocresías”. ¿Pero por
qué juzgar a un señor por sus siervos? Podría llorar mientras confieso cuánto
hay de verdad en sus acusaciones, pero permítanme implorarles que pongan la
falta a nuestra puerta, no a la de nuestro Maestro, pues no hay nada en Su
enseñanza que aliente nuestro pecado y nadie puede ser más severo para con la
hipocresía de lo que lo es Cristo Jesús nuestro Señor. Sin embargo, este
tropiezo con Su gente está fundado frecuentemente en otra razón. Se dice que
los amantes del Evangelio son generalmente muy pobres, y que están fuera de
moda; unirse a ellos es perder categoría. Ahora, eso es cierto, y siempre ha
sido así; desde el primer día hasta ahora el Evangelio ha florecido más allí
donde ha habido menos interés con respecto a la moda y a la honra entre los
hombres: pero, yo pienso que si son hombres, esto será un asunto de poca
preocupación para ustedes. Sólo aquellos que no son hombres sino remedos de
hombres se preocupan por estos pequeños detalles. Tú, si tu virilidad fuera lo
que tiene que ser, sentirás que seguir descalzo a la verdad a través del lodo
es mejor que cabalgar con la mentira en toda su pompa. Además, tomando a los
grandes de la tierra como una clase, ¿es su compañía especialmente deseable?
¿Son los ricos tan verdaderamente virtuosos? ¿Son los grandes tan peculiarmente
buenos? No lo creo. Contamos con notables excepciones: hay unos cuantos que
llevan la corona y sin embargo llevarán una corona en el cielo, pero tomándolos
como una clase, los honorables entre los hombres no son nada mejores de lo que
deberían ser. Ninguna categoría de hombres tiene más razones por las que
responder que los reyes y los príncipes: a voluntad suya la sangre humana ha
fluido como agua, y las naciones han sido consumidas por la hambruna y la
pestilencia como resultado de sus guerras. ¿Por qué, entonces, valorar su favor
como una cosa tan preciada? Podemos voltear las mesas sobre quienes desprecian
a los siervos de Cristo por su bajeza de rango, pues ante los ojos de Dios los
grandes son los más insignificantes de todos cuando se vuelven líderes en la
iniquidad. Ahora, si estas fueran sus objeciones, le ruego a Dios que les dé
gracia para que desempeñen el papel de hombres y lleven gozosamente el
vituperio de Cristo.
¿Cuánto les cuesta a los impíos este tropiezo con Cristo? Yo
respondo que les cuesta mucho. Aquellos que lo convierten en una piedra de
tropiezo son grandes perdedores por ello en
esta vida. La oposición a Jesús consiste para muchas personas en dar coces
contra el aguijón. Cuando el labrador oriental arrea a su becerro y éste se
mueve erradamente, lo puya con la aguijada, y si el becerro no está entrenado
patea contra la aguijada tan pronto como es puyado y la consecuencia es que
hace que la aguijada se le inserte más profundamente, y si da coces
violentamente, entonces la aguijada le perfora y le hiere más todavía. Así
sucede con los hombres rebeldes. Sus persecuciones les hacen daño a ellos
mismos, pues realmente no pueden hacerle daño a nuestro Señor. El martillo dijo:
“Voy a quebrar el yunque”, y el yunque no le respondió, sino que siguió en su
lugar mientras el martillo lo golpeaba día tras día. Mes tras mes, año tras
año, el yunque recibía pacientemente los golpes, pero después de un tiempo el
martillo se quebró y aunque no lo dijo, pues estaba demasiado agotado para
hablar, el yunque pudiera haberle dicho: “he quebrado a cientos de martillos
antes, y voy a quebrar a cientos más por medio de la resistencia paciente”. Lo
mismo sucede con Cristo y con Su iglesia y Su Evangelio; el perseguidor puede
golpear, y golpear y golpear; el verdadero cristiano no da ninguna respuesta,
sino que soporta pacientemente y a la larga esa paciente tolerancia destruye al
perseguidor. ¡Qué ira les cuesta a los impíos oponerse a Cristo! Algunos de
ellos no pueden dejarlo tranquilo, van a encolerizarse y a enfadarse. Con
respecto a Jesús es un hecho que tienes que amarlo u odiarlo. Él no puede ser
indiferente para ti por largo tiempo, y por esto les vienen conflictos internos
a los oponentes. Yo recuerdo a un impío que era un enemigo delirante de Cristo.
Llevaron una Biblia a su hogar, él la incautó y en su enojo la destruyó. Él no
supo que cuando su hija se retiró a su lecho sus ojos estaban bañados en
lágrimas por lo que su padre había hecho, y que la siguiente noche había un
Nuevo Testamento debajo de su cabeza. Cuando descubrió gradualmente que asistía
a la casa de Dios, profirió grandes amenazas, y yo no sé cuántas bravatas
fueron generadas por ese motivo, pero su ira fue soportada pacientemente.
“Bien” –pensó él- “ella es una chica insensata y todo terminará allí”, pero muy
pronto otra hija se volvió piadosa, y entonces él se puso furioso. Llevó a su
esposa con sus consejeros para que le ayudaran, pero por su trémulo
comportamiento ella evidenció que no le gustaban los procedimientos de él y
después de un tiempo descubrió que ella, cuando él se encontraba lejos, también
se había escabullido dentro del pequeño salón donde se reunían, y que ella
estaba sintiendo con sus hijas el valor de las cosas eternas. Bien, al menos le
quedaba un hijo; las mujeres eran siempre unas necias, -se dijo- pero él
esperaba que su muchacho mostrara más sentido y no fuera engañado. Como su
padre, él nunca caería en la superstición, ¿no es cierto? Vería qué pasaba al
respecto y le preguntaría. Cuál no fue su sorpresa al descubrir que el muchacho
hablaba como un hombre, y le decía: “Sí, padre, yo creo igual que lo hacen mis
hermanas, y yo asisto a la casa de Dios siempre que puedo y pretendo seguir
haciéndolo”. Para su sorpresa, descubrió que toda su casa estaba inclinada a
oír el Evangelio, y que la mayoría de ellos ya creían en él. No le hacía ningún
bien apasionarse con respecto a eso, pero solía rabiar horriblemente, y me temo
que por eso acortó sus días. Pero la cosa siguió adelante a pesar de todo lo
que hacía; los siervos de la casa también se unieron al pueblo en las reuniones,
y sus trabajadores siguieron el mismo camino. Dios tenía la intención de
bendecir a la familia, y el enemigo era impotente para impedirlo, aunque le
costó mucha ira y enojo.
¡Ah, lo que les cuesta a
algunos hombres cuando llegan a la hora
de su muerte! En los días cuando la persecución era más pública que ahora,
muchas personas eran culpables de ser informadores en contra de los puritanos o
de los cuáqueros; en muchos casos sus muertes eran atroces, no debido a algún
dolor peculiar que soportaran, sino porque sus persecuciones venían a su
memoria en sus últimos momentos, y algunos de ellos no podían descansar por
clamar y hacer reconocimientos de la injusticia que habían cometido con hombres
buenos dándoles caza y metiéndolos en prisión por adorar a Dios. Si alguno de
ustedes no cree en Jesús y no quiere ser salvado por Él, yo le recomendaría que
los dejaran a Él y a Su pueblo en paz, pues si se oponen ustedes saldrían
perdiendo, Él no. Su oposición es completamente fútil; como una serpiente que
muerde una lima, sólo se romperán sus propios dientes. No pueden hacerle daño a
la iglesia ni hacerle daño a la palabra de Dios. Tal vez su propia oposición
sea un engranaje en la llanta que sirva para propulsarla hacia adelante. Si la
cosa es de Dios, es en vano que luchen contra ella. Sean tan sabios como la
esposa de Amán cuando le advirtió a su marido que si Mardoqueo, ante quien
había comenzado a caer, era de la simiente de los judíos, no servía de nada
entrar en lucha contra él. Esta advertencia comprobó ser verdadera cuando fue
colgado de una horca de cincuenta codos de alto. Oponerse a la simiente real
del cielo no sirve de nada en absoluto, sino que asegura la ruina de quienes se
involucran en ello.
Ahora supongan que un
hombre dijera: “yo no voy a creer que Jesucristo vino a este mundo y que murió
por los culpables, y tampoco quiero que sea mi Salvador; voy a correr los
riesgos”. Bien, si lo hicieras, recuerda que sería a tu propio costo. Hazlo si
te atreves. Hace muchos años un capitán fue enviado en uno de los barcos del
Gobierno, el Thetis,
para descubrir un banco de arena, una roca o alguna otra obstrucción que se
decía que existía en el Mar Mediterráneo. El capitán era un viejo marinero que
sabía poco acerca de la navegación como una ciencia, y a quien le importaban
menos las reglas, los libros, las teorías y cosas semejantes. Siempre
escarnecía los trabajos científicos. Aunque navegó cerca del lugar no descubrió
la roca, y entonces regresó; pero uno de sus oficiales estaba persuadido de que
a pesar de todo había algo cierto en el reporte y algún tiempo después, cuando
él mismo se hubo convertido en un primer oficial en otro barco, navegó cerca
del lugar y lo descubrió. Fue marcado en los mapas del Almirantazgo y recibió
una considerable recompensa por haber hecho el descubrimiento. El viejo capitán
maldecía y juraba en contra de estos novedosos sujetos que podían encontrar lo
que él no podía. Él no quería creer que el banco de arena estuviera allí; una
cosa haría: podrían llamarle un mentiroso si no guiara al barco Thetis a navegar sobre el lugar donde la
roca estaba marcada, y así probar que todo era un sinsentido. Tuvo una
oportunidad algún tiempo después, cuando iba en un crucero. Navegó cerca del
lugar marcado en el mapa, y pensando que había pasado sobre él les gritó a
quienes estaban alrededor, con muchas expresiones de blasfemia, que había
demostrado que esos inexpertos eran tontos y mentirosos. Justo al pronunciar su
jactancia vino una colisión, el barco había chochado contra la roca y en unos
cuantos minutos se estaba hundiendo. Por la buena providencia de Dios todos los
que iban a bordo escaparon excepto el capitán; él se encontraba en un estado
mental tan desesperado que la última vez que le vieron estaba sobre la cubierta
en mangas de camisa dando vueltas como si se hubiese vuelto loco. Ustedes ven
que su firme creencia de que no había ninguna roca allí no alteró el caso; se hundió
por su obstinación. Hay una gran cantidad de personas que dicen: “Oh, yo no lo
creo, no voy a turbar mi cabeza con eso”. ¡Bien, estás advertido! ¡Estás
advertido, recuérdalo! Hay un camino de salvación por Jesucristo, el Dios
encarnado, y te imploramos que lo aceptes: si no lo haces, esta roca de
incredulidad será tu eterno naufragio. Yo le ruego a Dios pidiendo que cada uno
de nosotros se postre delante de Cristo y lo acepte como su rey. ¡Él vendrá en
breve para ser nuestro juez! ¡Oh, adorémosle como nuestro Mediador! Mírenlo a
Él, mírenlo a Él, en Su cruz, pues pronto tendrán que mirarlo en Su trono.
¡Miren Sus heridas! ¡Miren la sangre expiatoria! Mírenlo a Él y encuentren la
salvación pues ya sea que lo miren a Él ahora o no, tendrán que mirarlo en
aquel día cuando el cielo y la tierra se mecerán y se tambalearán y la trompeta
sonará y los muertos resucitarán, y tú entre ellos, y los libros serán abiertos
y la sentencia de la ira eterna será dictada contra los desobedientes e
incrédulos. Que Dios nos salve a todos por causa de Jesús. Amén.
Porción de
Traductor: Allan Román
28/Agosto/2014
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