El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
El Ruego del
Espíritu Santo
NO.
1160
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Por lo cual,
como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros
corazones”. Hebreos 3: 7.
Las circunstancias
peculiares en las que ahora nos encontramos como congregación, exigen de mí que
mis discursos sean dirigidos principalmente a los inconversos, con el objeto de
que quienes han despertado se decidan, que quienes siguen siendo impasibles
sean despertados y para que en torno nuestro se propague un deseo de buscar al
Señor. Podemos dejar en este momento a las noventa y nueve ovejas en el
desierto durante un breve tiempo para ir tras la que se perdió. Usualmente es
nuestro deber alimentar a los hijos, pero podemos dejar eso a otras agencias
durante un tiempo, para que podamos distribuir el alimento a los que perecen de
hambre. Estas épocas de avivamiento no duran para siempre; vienen y se van; y,
por tanto, tienen que ser aprovechadas al máximo mientras están con nosotros. El
labrador nos dice que debe preparar el heno mientras el sol brilla, y nosotros
también debemos ocuparnos en la labor indicada en cada temporada, y me parece a
mí que ese deber apunta ahora en la dirección de los indecisos. Mientras Dios
hable con tanto poder, nosotros debemos rogar a los hombres que oigan Su voz.
Claramente es sabio que digamos: “Amén” a lo que Dios dice, pues cuando nuestra
palabra concuerda con la del Señor tenemos la seguridad de que será fructífera,
ya que Su palabra no puede volver a Él vacía. Por tanto el tema de mi sermón de
esta mañana será el de nuestro autor de himnos:
“Oigan a Dios mientras habla; por eso óiganlo hoy;
Y oren mientras Él oiga, oren incesantemente.
Crean en Su promesa, confíen en Su palabra,
Y cuando Él manda, obedezcan a Su gran Señor”.
Escogí este texto con la
viva esperanza de que Dios lo bendiga, y espero que el pueblo del Señor bautice
el texto en torrentes de ansiosas lágrimas por los inconversos.
I. El
primer punto que tenemos para nuestra seria consideración es:
¿Cómo habla de esa
manera el Espíritu Santo? Primero lo dice en
las Escrituras. Cada mandamiento de
Además, si bien el
Espíritu Santo habla en
Lo mismo sucede cuando
el Espíritu Santo habla a quienes han
sido despertados. Aunque todavía no son contados con el pueblo de Dios, ya
tienen preocupación por sus almas y voy a arengarlos a ellos también. Ustedes
ya están conscientes de que han ofendido a su Dios; se han alarmado al verse en
una condición de alejamiento de Él; necesitan ser reconciliados y anhelan
ardientemente tener la seguridad de haber sido realmente perdonados. ¿Desean
esperar que pasen seis o siete años para tener esa seguridad? ¿Consideran esta
mañana que podrían sentirse perfectamente satisfechos si salieran de esta casa
en el mismo estado en que se encuentran ahora? ¿Les gustaría permanecer en ese
estado mes tras mes? Si tal demora te dejara satisfecho querría decir que el
Espíritu de Dios no ha hablado eficazmente contigo. Sólo has sido influenciado
parcialmente -tal como el desdichado Félix- y habiendo dicho: “Cuando tenga
oportunidad te llamaré”, no sabremos nada más de ti. Si el Espíritu de Dios
estuviera sobre ti, estarías clamando: “Ayúdame, Señor, ayúdame ahora; sálvame
ahora o pereceré. Apresúrate a socorrerme, Dios mío, no te tardes. Apresúrate,
en las alas del amor, a rescatarme del pozo de la destrucción que abre sus
fauces debajo de mis pies”.
“Ven, Señor, alienta a tu siervo desfalleciente,
Que no se demoren las ruedas de Tu carro;
Muéstrate, en mi pobre corazón muéstrate,
¡Mi Dios, mi Salvador, ven de inmediato!”
Un pecador
verdaderamente despierto suplica en todo momento en el tiempo presente, y clama
poderosamente pidiendo una salvación inmediata, y es un hecho que siempre que
el Espíritu Santo lucha con los hombres, clama urgentemente: “¡Hoy!” ¡Hoy!”
Además, el Espíritu
Santo habla así tanto por Sus actos como
por Sus palabras. Tenemos un proverbio muy conocido que reza: ‘hechos son
amores y no buenas razones’. Ahora bien, los actos del Espíritu Santo para
conducir a muchas personas al Salvador en este lugar son muchas invitaciones
prácticas, estímulos y mandamientos para otros. La puerta de la misericordia
permanece abierta cada día del año, y el simple hecho de que esté abierta es
una invitación y un mandamiento a entrar; pero cuando veo a mis semejantes
entrar a correntadas, cuando veo, tal como lo hemos visto, que cientos de
individuos encuentran a Cristo, ¿acaso al traspasar todos ellos el portal de la
gracia, no llaman a otros para que vengan también? ¿Acaso no les dicen: “Esta
vía puede ser transitada por gente como ustedes, pues nosotros la estamos
hollando; esta vía conduce con seguridad a la paz, pues nosotros ya hemos
encontrado el reposo allí”? Ciertamente así es. Esta forma de hablar del
Espíritu Santo ha llegado muy cerca de casa para algunos de ustedes, pues han
visto que sus hijos entran en el reino, y con todo, ustedes mismos no son
salvos. Algunos de ustedes han visto que sus hermanas son salvas, pero ustedes
siguen siendo todavía inconversos. Por allá está un esposo cuya esposa le ha
contado con radiantes ojos acerca del reposo que encontró en el Salvador, pero
él mismo rehúsa buscar al Señor. Hay padres aquí que han encontrado a Jesús,
pero sus hijos son una pesada carga para ellos pues sus corazones no han sido
renovados. ¿Vi yo que mi hermano traspasó la puerta de la salvación? ¿No he de
tomar eso como una indicación del Espíritu Santo de que está en espera de ser
también clemente conmigo? Cuando veo que otros son salvados por la fe, ¿no
podría estar seguro de que la fe me salvará a mí también? Puesto que percibo
que hay gracia en Cristo para perdonar los pecados de otros que son exactamente
como yo, ¿no podría esperar que haya misericordia para mí también? Me
aventuraré a esperar y me atreveré a creer. ¿No debería ser esa la resolución
de cada quien, y no es ese el punto al que el Espíritu Santo quisiera
conducirlos? Cuando lleva a un pecador a Él, ¿acaso no tiene el propósito de
atraer a otros?
“El Espíritu Santo dice:
hoy”. Pero, ¿por qué tanta urgencia, bendito Espíritu, por qué tanta urgencia? Es
porque el Espíritu Santo está en sintonía con Dios; está en sintonía con el
Padre que anhela estrechar al hijo pródigo en Su pecho; está en sintonía con el
Hijo que está pendiente de ver el fruto de la aflicción de Su alma. El Espíritu
Santo tiene urgencia porque está contristado por el pecado y no quisiera que
continuase ni siquiera por una hora, y cada instante que el pecador rehúsa
venir a Cristo es un instante gastado en el pecado; sí, esa renuencia a venir
es en sí misma la ofensa más cruel y desvergonzada. La dureza del corazón del
hombre para con el Evangelio es la más deplorable de todas las provocaciones; por
eso el Espíritu Santo anhela ver que el hombre se desprenda de ella, para que
se someta al poder omnipotente del amor. El Espíritu Santo desea ver que los
hombres están atentos a la voz de Dios porque se deleita en lo que es recto y
bueno. Es para Él un placer personal. A Él le alegra contemplar que Su propia
obra en el pecador continúa hasta que la salvación es asegurada. Además, Él
espera para ejercer Su oficio favorito de Consolador, y Él no puede consolar a
un alma impía ni puede confortar a aquellos que endurecen sus corazones. El
consuelo para los incrédulos sería su destrucción. Como le deleita ser el Consolador, y como ha sido enviado por el
Padre para actuar especialmente en esa capacidad -la de consolar al pueblo de
Dios- vigila con ojos anhelantes a los
corazones quebrantados y a los espíritus contritos, para aplicarles el bálsamo
de Galaad y sanar sus heridas. Por tanto, “dice el Espíritu Santo: hoy”. Les
dejo este hecho. La voz especial del texto no es la de un hombre, sino la del
propio Espíritu Santo. El que tenga oídos para oír, oiga.
“Entonces, mientras se diga hoy,
Oh, oigan el mensaje del Evangelio;
Ven, pecador, apresúrate, oh, date prisa,
Mientras esté disponible el perdón”.
II. El
texto inculca UN DEBER ESPECIAL. El deber que tenemos de oír la voz de Dios. Si
así lo leyeran, el texto nos ordena oír la voz del Padre que dice: “Convertíos,
hijos rebeldes. Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta… si vuestros
pecados fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana”. O
pudiera ser la voz de Jesucristo, pues el apóstol está hablando de Él aquí. Es
Jesús quien llama: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo
os haré descansar”. De hecho, la voz que ha de ser escuchada es la de
Oigan al Señor cuando
los instruye. Estén dispuestos a
conocer la verdad. Con cuánta frecuencia son tapados los oídos de los hombres
con la cera del prejuicio, de tal manera que con los oídos oyen pesadamente.
Han tomado una decisión en cuanto a lo que el Evangelio debe ser, y no quieren
oír lo que es. Se consideran los jueces de la palabra de Dios, en vez de que la
palabra de Dios sea su juez. Algunos seres no quieren saber demasiado, pues
pudieran sentirse incómodos en sus pecados si lo hicieran y, por tanto, no están
ansiosos de que se les instruya. Cuando los hombres le tienen miedo a la verdad
hay una sólida razón para temer que la verdad está en su contra. Una de las
peores evidencias de una condición caída es cuando un hijo de Adán se esconde
de la voz de su Creador. Pero, oh queridos oyentes, oigan hoy Su voz. Aprendan
de Jesús, siéntense cual escolares a Sus pies, pues “si no os volvéis y os
hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. Óiganlo tal como
los escolares oyen a su maestro, pues todos los hijos de Sion son enseñados por
el Señor. Pero el Señor hace algo más que instruirlos: Él manda; porque independientemente de lo que los hombres digan, el
Evangelio que debe ser predicado a los impíos no consiste meramente en
advertencias y enseñanzas, ya que contiene sus mandamientos solemnes y
positivos. Oigan esto. “Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta
ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan”.
En cuanto a la fe, la palabra del Señor no viene como una mera recomendación de
sus virtudes, o como una promesa para aquellos que la practican, sino que habla
en este sentido: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo. El que creyere y
fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado”. El Señor
pone la solemne sanción de una amenaza de condenación en el mandamiento para
mostrar que no se puede jugar con eso. “Toda potestad” –dice Cristo- “me es
dada en el cielo y en la tierra”, y por tanto, revestido con esa autoridad y
con ese poder, Él envía a Sus discípulos, diciéndoles: “Id, y haced discípulos
a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo”. La palabra sale con la autoridad divina, diciendo: “Arrepentíos,
y creed en el evangelio”. Tan mandamiento de Dios es éste como el que dice: “Amarás
a Jehová tu Dios de todo tu corazón”, y tiene un
contenido mayor de solemne obligación, pues mientras que la ley fue dada por
Moisés, el mandamiento evangélico fue dado por el Hijo de Dios mismo. “El que
viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o tres testigos muere
irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare
al Hijo de Dios?” Oigan ustedes, entonces, los mandamientos de Jesús, pues
estén seguros de esto, que Su Evangelio viene a ustedes con la autoridad
imperial del Señor de todo.
Pero el Señor hace algo
más que mandar. Él invita con
clemencia; con ternura les pide a los pecadores que asistan a Su banquete de
misericordia, pues todas las cosas están dispuestas. Como si suplicara a los
hombres y persuadiera de buen grado donde podría exigir, Él exclama: “A todos
los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y
comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche”. Muchas de las
invitaciones del Señor son notables por su extremo patetismo, como si Él mismo
fuera más bien quien sufriera y no el pecador, si permaneciera en su
obstinación. Él clama: “Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué
moriréis, oh casa de Israel?” Como un padre que suplica a su amado pero
desobediente hijo que está arruinándose a sí mismo, Dios mismo suplica, como si
las lágrimas anegaran Sus ojos; sí, el Dios Encarnado lloró en verdad por los
pecadores y exclamó: “¡Jerusalén, Jerusalén… Cuántas veces quise juntar a tus
hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” ¿No oirás, entonces, cuando Dios instruye? ¿Acaso dará Él la luz y tus ojos estarán cerrados? ¿No
obedecerás cuando manda? ¿Pretenden
rebelarse contra Él? ¿Darán la espalda cuando Dios los invita? ¿Habrá de ser tratado Su amor con ligereza y será tratada
Su abundancia con escarnio? Que Dios nos conceda que no sea así. El buen
Espíritu no pide más de lo que es justo y recto cuando clama: “Oigan la voz del
Señor”.
Pero el Señor hace algo
más que invitar: añade Sus promesas. Él
dice: “Oíd, y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno, las
misericordias firmes de David”. Él nos ha dicho que: “si confesamos nuestros
pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de
toda maldad”. Hay gloriosas promesas en Su palabra que son sumamente grandes y
preciosas. Oh, yo les suplico que no se consideren indignos de ellas, pues si
lo hicieran, ‘vuestra sangre sea sobre vuestra propia cabeza’.
Así como ruega, el Señor
también amenaza. Él advierte: “Si no
se arrepiente, él afilará su espada; armado tiene ya su arco, y lo ha preparado”.
Él declara que los menospreciadores se asombrarán y desaparecerán. Él hace que
nos preguntemos: “¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan
grande?” Él dice: “Los malos serán trasladados al Seol, todas las gentes que se
olvidan de Dios”. Aunque no quiere la muerte del que muere, antes bien quiere
que se convierta a Él y viva, con todo, de ningún modo tendrá por inocente al
malvado, sino que toda transgresión y toda iniquidad tendrán su justa
recompensa como remuneración. Si Cristo es rechazado, la eterna ira es segura.
Por esa puerta entran ustedes al cielo, pero si pasaran de lejos, incluso Aquel
que en este momento está dispuesto a cortejarlos con Sus manos horadadas, en el
último gran día vendrá con vara de hierro para quebrantarlos. “Si oyereis hoy
su voz, no endurezcáis vuestros corazones”. Les dejo esos pensamientos. Que
Dios nos conceda que dejen huellas donde Su voluntad decida que lo hagan.
III. Nuestro
texto ENFATIZA UN TIEMPO ESPECIAL. “Dice el Espíritu Santo: Hoy”. Hoy es el tiempo establecido para
oír la voz de Dios. Hoy, esto es, mientras
Dios habla. Oh, si fuéramos como deberíamos ser, en el instante en que Dios
dijera: “Buscad mi rostro”, nosotros responderíamos: “Tu rostro buscaré, oh
Jehová”. Tan pronto como se oyeran las invitaciones de la misericordia habría
un eco en nuestras almas en respuesta a ellas, y diríamos: “He aquí nosotros
venimos a ti para ser salvados”. Observen cómo fue oída la voz de Dios en el
acto en la creación. El Señor dijo: “Sea la luz; y fue la luz”. Él dijo:
“Produzcan las aguas seres vivientes”, y de inmediato así sucedió. No hubo
ninguna demora. El ‘hágase’ de Dios fue ejecutado instantáneamente. Oh, ustedes,
a quienes Dios hizo hombres y los dotó de razón, ¿acaso la insensible tierra
será más obediente que ustedes? ¿Abundarán con peces las olas del mar y la
tierra se cubrirá de hierba tan pronto como Jehová habla, y acaso ustedes
continuarán durmiendo cuando la voz celestial clama: “Despiértate, tú que
duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo”? Oye a Dios hoy,
pues Él habla hoy.
El apóstol dice en el
siguiente capítulo: “Hoy… después de
tanto tiempo”, y voy a detenerme en estas palabras: “después de tanto
tiempo”. Veo que algunos de ustedes ostentan calvas o exhiben abundantes canas.
Si son inconversos, bien dice el Espíritu Santo: “Hoy, después de tanto tiempo,
oigan su voz”. ¿No es ya suficiente tiempo haber provocado a su Dios estos
sesenta años? Varón, ¿no son suficientes setenta años de pecado? Tal vez casi has
cumplido tus ochenta años y todavía te resistes a las insinuaciones de la
misericordia divina. ¿Acaso una vejez desprovista de gracia no es una
permanente provocación al Señor? ¿Cuánto tiempo pretendes provocarlo? ¿Cuánto
tiempo pasará antes que creas en Él? Has tenido tiempo suficiente para haber
descubierto que el pecado es una locura y que los placeres que produce son
vanidad. Seguramente has tenido tiempo suficiente para ver que si ha de haber
paz no ha de encontrarse en los caminos del pecado. ¿Cuánto tiempo pretendes
quedarte en terreno prohibido y peligroso? ¡Puede ser que no dispongas de otro
día, oh anciano, para considerar tus caminos! Oh, anciana, pudiera ser que no
se te conceda otro día para que provoques a tu Dios. “Después de tanto tiempo”,
con sagrada urgencia quisiera exhortarte: “Si oyereis hoy su voz”. Yo espero no
ser el único que te suplica, sino que confío que el Espíritu Santo también te
diga en tu conciencia: “Hoy, está atento a la voz de Dios”.
“Hoy”, esto es,
especialmente mientras el Espíritu Santo
está conduciendo a otros a oír y a encontrar misericordia; hoy, mientras
están cayendo las lluvias, hoy, recibe las gotas de gracia; hoy, mientras se
ofrecen oraciones por ti; hoy, mientras los corazones de los piadosos se
preocupan por ti; hoy, mientras el escabel del trono de los cielos está mojado
con las lágrimas de quienes te aman; hoy, no vaya a ser que el letargo se
apodere de nuevo de la iglesia; hoy, no vaya a ser que la predicación de la
palabra de Dios se convierta en un asunto de rutina, y el propio predicador,
descorazonado, pierda todo el celo por tu alma; hoy, mientras todo sea especialmente
propicio, oye la voz de Dios. Mientras sopla el viento, iza la vela; mientras
Dios se ocupa en misiones de amor, sal a encontrarlo. Hoy, mientras no estás
enteramente endurecido, mientras queda una conciencia en tu interior; hoy,
mientras estás todavía consciente en alguna medida de tu peligro, mientras haya
una última mirada hacia la casa de tu Padre, oye y vive; no sea que, por
menospreciar tu presente ternura no regrese nunca, y seas abandonado a la
espantosa indiferencia que preludia a la muerte eterna. Hoy, jóvenes, mientras
todavía no están manchados con los peores vicios; hoy, ustedes, jóvenes, que
acaban de llegar a esta ciudad contaminante, antes que se hundan en sus
torrentes de lascivia; hoy, mientras todo les es útil, oigan la amorosa, tierna
e insinuadora voz de Jesús, y no endurezcan sus corazones.
El texto me parece muy
evangélico cuando dice: “Hoy”, pues ¿qué es sino otra
manera de declarar la doctrina de este bendito himno:
“Tal como soy, sin ningún pretexto”?
“Hoy”, es decir, en las
circunstancias, pecados y miserias en los que te encuentras ahora, oye el
Evangelio y obedécelo. Hoy, puesto que te ha descubierto en ese asiento de la
iglesia, oye la voz de misericordia de Dios en ese preciso asiento. Hoy, tú que
no te has preocupado nunca antes, mientras Dios habla, preocúpate. “Ah” –dices
tú- “si viviera en otra casa”. Eres llamado hoy, aunque estés viviendo con los
peores pecadores. “Voy a prestar atención una vez que haya gozado de ese placer
pecaminoso que me prometí el próximo miércoles”. Ah, si es pecaminoso, huye de
él, pues podría constituir un momento decisivo en tu historia y sellar la ruina
de tu alma. “Si oyereis hoy su voz”. “Ah, si hubiera asistido a unas cuantas reuniones
adicionales de avivamiento y si me hubiese sentido en un mejor estado,
obedecería”. No está escrito así, pecador; así no está escrito. No se me dice
que predique el Evangelio a quienes estén listos para recibirlo ni que les
diga: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo, siempre y cuando ya
estuviera preparado en alguna medida para creer”. No, antes bien, he de
entregarle el mismo mensaje a toda criatura que esté aquí. En el nombre de
Jesús de Nazaret, que es también Dios Todopoderoso a la diestra del Padre,
crean en Él y vivirán, pues Su mensaje para ustedes es para hoy y no admite
ninguna demora. “Pero yo tengo que reformarme, tengo que enmendarme, y luego
voy a pensar en creer”. Eso es poner el efecto antes de la causa. Si oyeras Su
voz, la reforma y la enmienda vendrán a ti, pero no
debes comenzar con ellas como primer paso. La voz de Dios no dice eso, sino que
dice: “Cree en el Señor Jesucristo”. Oh, oye esa voz.
Tengo que ocupar un
momento para mostrarles por qué el Señor dice en misericordia: “Hoy”. ¿Acaso no
te has dado cuenta de que otras personas se mueren? ¿Por qué no habrías de
morir tú? Durante el desarrollo de estos servicios varias personas han partido.
Al regresar a casa me sorprendí cuando me enteré de cuántos a quienes yo les hubiera
pronosticado una larga vida han muerto recientemente. ¿Por qué no podrías tú
morir pronto? “Yo soy robusto y estoy sano”, responde alguien. Normalmente los
que mueren de pronto son los hombres robustos. Pareciera como si la tormenta
pasara por encima de los enclenques quienes se doblan ante ella como juncos y
así escapan de su furia, mientras que los de salud vigorosa, cual poderosos
árboles del bosque, se resisten a la tormenta y son arrancados de raíz por
ella. Con cuánta frecuencia llega de
pronto la muerte justo cuando menos la esperábamos. “Si oyereis hoy su voz”.
Les voy a hacer la misma pregunta que ese santo varón, el señor Payson, les
hace a quienes han despertado. Él les pregunta: “¿te gustaría hacer el
siguiente convenio: ‘tú encontrarás a Cristo al final del año pero la
prolongación de tu vida hasta entonces dependerá de la vida de una tercera
persona’? Selecciona al hombre más vigoroso que conozcas, y supón que todo lo
relacionado con tu bienestar eterno habrá de depender de que esa persona viva
para ver el siguiente año. ¡Con qué ansiedad te enterarías de su enfermedad y
cuán preocupado estarías de su salud! Bien, pecador, tú pones en riesgo tu salvación
apostando a tu propia vida, ¿acaso eso es algo más seguro? Si estás aplazando y
posponiendo tu arrepentimiento, ¿por qué habrías de estar más seguro acerca de
tu propia vida de lo que estarías si todo dependiera de la vida de otro? No
sean tan necios como para jugar con sus vidas hasta llegar a la tumba, y como
para jugar con sus almas hasta llegar al infierno. No apostarían su fortuna a los
dados, como lo hace el jugador enloquecido, y, sin embargo, están apostando la
eternidad de su alma sobre algo que es muy incierto, pues no saben si al
quedarse dormidos esta noche se despertarán mañana en su cama o en el infierno.
Ustedes no saben si la siguiente respiración que dan por hecho vendrá jamás, y
si no viniese serían echados para siempre de la presencia de Dios. Oh, señores,
si quieren jugar juegos de azar, apuesten su oro o apuesten sus reputaciones,
pero no pongan en peligro sus almas. Las apuestas son demasiado arriesgadas
para cualquiera excepto para quienes han enloquecido por el pecado. No
arriesguen sus almas, se los imploro, corriendo el albur de que vivirán otro
día, antes bien, escuchen hoy la voz de Dios.
IV. Tengo
poco tiempo para mi último punto, pero aun así he de tener espacio para él aun
si llegara a retenerlos más allá del tiempo acostumbrado de salida. El último
punto es este: el PELIGRO ESPECIAL que el texto nos indica: “Si oyereis hoy su
voz, no endurezcáis vuestros corazones”. Ese
es el peligro especial. ¿Y cómo se incurre en él? Cuando las personas sienten
una preocupación por su alma, su corazón es en cierta medida ablandado, pero
ellos pueden endurecerlo fácilmente, primero, reincidiendo voluntariamente en su anterior indiferencia, sacudiéndose
el miedo, y diciendo en obstinada rebelión: “No, no voy a aceptar nada de eso”.
Prediqué una vez en cierta ciudad, y fui huésped de un caballero que me trató
con gran amabilidad, pero en la tercera ocasión en que prediqué, advertí que
súbitamente abandonó el salón. Uno de mis amigos lo siguió fuera del lugar y le
preguntó: “¿Por qué te saliste del servicio?” “Porque” –respondió él- “yo creo
que si me hubiese quedado un momento más habría sido convertido, pues sentí que
una gran influencia se estaba apoderando de mí; pero eso no me convendría; tú
sabes lo que soy, y eso no me convendría”. Muchas personas son así. Son
moldeadas por un tiempo por la sincera palabra que escuchan, pero todo es en
vano; el perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno.
Esto es endurecer tu corazón y provocar al Señor.
Una manera común de
provocar a Dios y de endurecer el corazón es la indicada por el contexto. “No
endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación, en el día de la
tentación en el desierto”, cabe decir, por la
incredulidad, diciendo: “Dios no puede salvarme, no es capaz de perdonarme;
la sangre de Cristo no puede limpiarme; soy un pecador demasiado negro para que
la misericordia de Dios trate conmigo”. Eso es una copia de lo que dijeron los
israelitas: “Dios no puede introducirnos en Canaán; Él no puede vencer a los
hijos de Anac”. Aunque pudieran considerar a la incredulidad como un pecado
leve, es el pecado de pecados. Que el Espíritu Santo los convenza de ello, pues
“cuando el Espíritu de verdad venga, convencerá al mundo de pecado”, y
especialmente de pecado, “por cuanto no creen en Jesús”. “El que no cree, ya ha
sido condenado, porque no ha creído… en el Hijo de Dios”; es como si todos los
demás pecados fueran insignificantes en su poder para condenar en comparación
con el pecado de la incredulidad. Oh, por tanto, no dudes de mi Señor. Ven, tú
que eres el pecador más negro y el más inmundo que está fuera del infierno,
pues Jesús puede limpiarte. Ven, tú, pecador de corazón duro como el granito,
tú, cuyos afectos están tan congelados como un témpano de hielo, de manera que
ni una sola lágrima de penitencia brota de tu ojo, pues el amor de Jesús puede
ablandar tu corazón. Cree en Él, cree en Él, pues de lo contrario estás
endureciendo tu corazón contra Él.
Algunos endurecen sus
corazones pidiendo más señales. Esto
equivale también a imitar a los israelitas. “Dios nos ha dado el maná; ¿puede
darnos agua? Él nos ha dado agua salida de la roca, ¿puede darnos también
carne? ¿Puede disponer una mesa en el desierto?” Después de todo lo que Dios
había hecho, querían que realizara más milagros o de otra manera no creerían.
Que ninguno de nosotros endurezca su corazón de esa manera. Dios ya ha obrado
para los hombres un milagro que trasciende a todos los demás, y es en verdad el
compendio de todos los portentos: Él ha dado a Su propio Hijo tomado de Su pecho
para que se hiciera hombre y para que muriera por los pecadores. El pecador que
no se contenta con ese despliegue de la misericordia de Dios, nunca se quedará
satisfecho con ninguna prueba de ella. Cristo en el madero está en lugar de
todos los milagros bajo la dispensación del Evangelio; si no le creen a Dios
que “de tal manera amó al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo
aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”, entonces nunca
creerán. “Oh, pero yo quiero sentir; yo quiero que la influencia que abunda
venga sobre mí de una manera extraña; quiero soñar en la noche, o ver visiones
de día”. ¿Lo quieres? Tú estás endureciendo tu corazón; tú estás rechazando lo
que Dios da en verdad, y estás pidiéndole que haga el papel de lacayo para ti,
y que te dé lo que tu petulante orgullo exige. Aunque tuvieras esas cosas no
creerías más. Aquel que tiene a Moisés y a los profetas y los rechaza, no
creería aunque alguien viniera a él de los muertos. Cristo en la cruz está delante
ti, no lo rechaces, pues si lo rechazas, ninguna otra cosa podría convencerte,
y allí has de permanecer endureciendo tu corazón en la incredulidad.
Los que presumen de la misericordia de Dios y
dicen: “Bien, podemos convertirnos cuando queramos”, también endurecen sus
corazones. Ah, descubrirán que la realidad es algo muy diferente. “Sólo tenemos
que creer y ser salvos”. Sí, pero descubrirán que “sólo tenemos que creer” es algo
muy diferente de lo que imaginaban. La salvación no es ningún juego de niños,
créanme. Me he enterado de alguien que despertó una mañana siendo famoso, pero
no encontrarán la salvación de esa manera. “El que busca, halla; y al que
llama, se le abrirá”.
Endurecen sus corazones si se sumergen en los placeres mundanos;
si permiten que hablen con ustedes compañeros disolutos; si en este día de
guardar ustedes se entregan a pláticas ociosas, o prestan atención a un júbilo
que no es santo. Muchas tiernas conciencias son endurecidas por la compañía que
les rodea. Una joven dama oye un poderoso sermón, y Dios lo está bendiciendo
para ella, pero el día de mañana sale para pasar la noche en medio de escenas
de liviandad; ¿cómo podría esperar que la palabra de Dios sea bendecida para
ella? Eso equivale a apagar deliberadamente al Espíritu, y no me sorprende que
Dios jure en Su ira que las personas que hacen eso no entrarán en Su reposo.
Oh, no hagan esas cosas, pues corren el riesgo de endurecer sus corazones en
contra de Dios.
Ahora tengo que
concluir, pero debo presentarles el tema completo. Yo quiero que todo pecador
aquí presente conozca su posición esta mañana. Dios manda a todos los hombres en
todo lugar que se arrepientan. Cristo manda a los hombres que crean en Él hoy.
Tienen que hacer una de dos cosas pues no tienen ninguna otra opción: tienen
que decir que no tienen la intención de obedecer el mandamiento de Dios, o de
lo contrario, tienen que someterse a él. Tienen que decir como Faraón: “¿Quién
es Jehová, para que yo oiga su voz?”, o de otra manera, como el hijo pródigo,
tienen que resolver: “Me levantaré e iré a mi padre”. No hay ninguna otra
opción. No intenten poner excusas por la demora. Dios acaba pronto con las
excusas de los pecadores. Los que fueron invitados a la gran cena dijeron:
“Vamos a nuestra labranza y a nuestros negocios; estamos a punto de probar
nuestras yuntas de bueyes, o nos hemos casado”; pero todo lo que el Señor dijo
al respecto fue: “Ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi
cena”. Allí terminó todo. Había una vez un hombre que tenía un talento, y lo
enterró en un pañuelo, y dijo: “sabía que eras un hombre severo”, y así
sucesivamente. ¿Qué noticia tomó su Señor de esa expresión? Él meramente le
dijo: “Por tu propia boca te juzgo. Sabías que yo era hombre severo, y por esa
misma razón debiste haber sido más diligente en mi servicio”. El Señor ve a
través de sus excusas; por tanto, no lo insulten con ellas. Esta mañana ustedes
están frente a mí, pero ustedes dirán una cosa o la otra delante del Dios
viviente y delante de Cristo que juzgará a los vivos y a los muertos. Él les
pide ahora que se vuelvan de su pecado y que busquen Su rostro y crean en Su
amado Hijo; ¿lo harán o no? ¿Sí o no? Y ese “Sí” o “No” pudiera ser definitivo.
Esta mañana se te pudiera haber hecho el último llamado. Dios ordena, y si el
corazón de ustedes tiene la intención de rebelarse, yo los exhorto que digan,
si se atreven: “No obedeceré”; entonces sabrán dónde están, y entenderán su
propia posición. Si Dios no es Dios, arguméntalo y resuélvelo con Él. Si tú no
crees en Él, si Él no es realmente el Señor que te creó y que puede destruirte,
y si tienes la intención de ser Su enemigo, asume la posición, y sé tan honesto
así como eres tan soberbio como Faraón, y di: “No le obedeceré”. Pero, oh, yo
te ruego que no te rebeles así. Dios está lleno de gracia; ¿serás rebelde? Dios
es amor; ¿por esa razón será empedernido tu corazón? Jesús por Su propia herida
te invita a venir a Él, y el propio Espíritu Santo está aquí, y está diciendo
en el texto: “No endurezcáis hoy vuestros corazones”. Entréguense ahora al amor
de Aquel
“Que en torno tuyo ahora
Las cuerdas humanas quiere lanzar,
Las cuerdas del amor de Quien te ha sido dado
Para que te aten firmemente a Su altar”.
Que en Su altar puedas
estar a salvo en el día de Su venida. Que Dios los bendiga.
Yo les pido a quienes
saben orar, que imploren una bendición sobre esta palabra, por Jesucristo
nuestro Señor. Amén.
Porciones de
Números 13: 26-33, 14:
1-23; Salmo 95.
Traductor: Allan Román
16/Mayo/2012
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