El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Calculando los
Gastos
NO.
1159
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Porque
¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y
calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que
después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean
comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no
pudo acabar”. Lucas 14: 28-30.
Este pasaje es exclusivo
de Lucas, y él nos informa que en el momento en que nuestro Señor expresó estas
palabras, grandes multitudes iban con Él. Podemos observar que nuestro Señor no
se deprimía cuando la muchedumbre lo abandonaba, y que tampoco se entusiasmaba
cuando Su ministerio ganaba popularidad. Él reaccionaba tranquila y sabiamente
en medio de la excitación de las desbordantes multitudes. Este pasaje nos sirve
de suficiente evidencia de ello. En esta ocasión nuestro Señor habló con miras
a la criba del gran montón conformado por el discipulado nominal que se
encontraba frente a Él, para desechar el tamo y conservar el valioso grano. El
discurso que estamos considerando nos recuerda el proceso que siguió Gedeón
para reducir aquel vasto pero abigarrado ejército del cual dijo el Señor: “El
pueblo que está contigo es mucho”. Después de haberle pedido a los pusilánimes
que se marcharan, llevó luego a las aguas a los miles que quedaban, y les
ordenó que bebieran, y entonces conservó sólo a aquellos que lamieron de una
cierta manera peculiar que indicaba su celo, su rapidez, su energía y su
experiencia. Nuestro Señor probó a Sus seguidores para que con Él permanecieran
únicamente aquellos que serían idóneos para la conquista del mundo. Quería
seleccionar los vasos que llevarían Su propio tesoro -aquellos que la gracia
había hecho aptos para ser usados por Él- y prescindir del resto.
Nuestro Señor Jesús era
demasiado sabio para enorgullecerse por el número de Sus convertidos; a Él le
interesaba más la calidad que la cantidad. Se alegraba por un pecador que se
arrepentía, pero diez mil pecadores que meramente profesaban haberse
arrepentido no le proporcionaban ninguna alegría. Su corazón apetecía lo real y
aborrecía lo falso; deseaba vivamente la sustancia y no podría contentarse con
la sombra. Su aventador estaba en Su mano para limpiar Su era, y Su hacha estaba
puesta a la raíz de los árboles para derribar a los que no daban buen fruto. Él
ansiaba dejar una iglesia viva, como buen trigo de siembra en la tierra, lo más
libre posible de cualquier mezcla. De ahí que en este caso en particular aunque
uno pensaría que repelía a los hombres en vez de atraerlos a su liderazgo, en
realidad no hizo nada de eso. Él entendía muy bien que la verdad es lo que
tiene que ganar verdaderamente a los hombres, que el verdadero amor es siempre
honesto y que el mejor discípulo no es aquel que se une apresuradamente a la
clase del grandioso Maestro para descubrir luego que la enseñanza no era lo que
esperaba, sino que debe ser alguien que busca suspirando el conocimiento que el
maestro está dispuesto a proporcionarle. Además, nuestro Señor sabía lo que
nosotros tendemos a olvidar: que no hay mayor congoja en el mundo para el
obrero piadoso que la proveniente de unas esperanzas frustradas, cuando quienes
han dicho: “Maestro, te seguiré adondequiera que vayas”, regresan a la
perdición, y cuando el tibio aliento que exclamó: “¡Hosanna!”, se convierte en
un cruel grito lanzado a sangre fría: “¡Crucifícale, crucifícale!” No hay nada
más perjudicial para una iglesia que verse invadida por unos miembros desganados,
y nada es más peligroso para las propias personas, que se les permita hacer una
falsa profesión. Por eso el Señor tuvo sumo cuidado -en un momento en que el
cuidado era algo primordialmente necesario- para que no lo siguiera nadie bajo un
malentendido, sino que tenían que estar plenamente conscientes de lo que
implicaba ser Sus discípulos, para que no fueran a decir luego: “Fuimos desinformados;
fuimos seducidos a entrar a un servicio que nos decepciona”. A diferencia del
sargento reclutador que para ganar a un recluta expone todas las glorias del
servicio militar con colores deslumbrantes, el grandioso Capitán de nuestra
salvación quiere que Sus seguidores tomen en cuenta todas las cosas antes de
unirse a Él.
Esta
mañana nuestro texto puede ser tan apropiado y su advertencia puede
ser tan necesaria y tan saludable como cuando el Maestro la expresó por primera
vez, pues grandes multitudes están siguiendo a Cristo precisamente ahora. Ha
llegado un avivamiento que ha conmocionado a un buen núcleo de personas. Entre
los aspirantes a discípulos (¡bendito sea Dios!), hay muchos a quienes el
propio Señor ha llamado, y por cada uno de ellos damos gracias de todo corazón,
pero junto con ellos, necesariamente, y por supuesto, (pues, ¿cuándo ha sido
diferente?), hay otros que no son llamados por Dios en absoluto, sino que son
movidos por el impulso natural de imitar a otros y son sacudidos por sentimientos
que no por intensos en el momento dejan de ser fugaces; por tanto, en nombre de
Cristo nos corresponde dirigirnos a ustedes tal como Él lo hizo, y advertirles
en Sus propias palabras: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y
madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida,
no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no
puede ser mi discípulo. Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una
torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que
necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no
pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo:
Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar”.
Para ayudar a nuestra
memoria, vamos a dividir nuestra meditación en tres partes. La primera será
encabezada de esta manera: la verdadera
religión es costosa; la segunda llevará este lema: la sabiduría sugiere que antes de entrar en ella debemos calcular el
costo; y la tercera llevará esta inscripción: cueste lo que cueste, vale lo que cuesta.
I. Primero,
entonces, partiendo de nuestro texto, es claro que
Consideren un momento.
Allí está un ciego, sentado a la vera del camino, mendigando; pide que sus ojos
le sean abiertos. ¿Le costará algo? No, el Salvador no aceptaría ni todo el oro
del mundo por esa curación. Le abre sus ojos gratuitamente; pero una vez
abiertos, a ese ciego le costará algo. Al obtener su vista será llamado a
cumplir con los deberes de alguien que tiene ojos. Desde ese momento ya no se
le permitirá sentarse allí para mendigar, o, si tratara de hacerlo, perdería la
simpatía que es acordada a la ceguera. Ahora que sus ojos han sido abiertos, tiene
que usarlos para ganar su propio pan. Le costará algo, pues ¡ahora estará
consciente de la oscuridad de la noche de la cual no supo nada antes! Y ahora
tiene que mirar algunos tristes espectáculos que nunca antes lo habían
afligido, pues a menudo el corazón no lamenta lo que el ojo no ve. Un hombre no
puede ganar una facultad (como la vista) excepto gastando algo; el que añade
conocimiento o la forma de aumentarlo, añade aflicciones y obligaciones.
Tomen otro caso. Un
hombre pobre es convertido en un príncipe de pronto: eso le costará tener que
renunciar a sus hábitos anteriores y lo llenará de nuevos deberes y cuidados.
Un hombre es puesto en el camino al cielo como un peregrino: ¿paga algo por
entrar por la puerta angosta? Claro que no. La gracia inmerecida lo admite a la
sagrada senda. Pero haber sido puesto en el camino al cielo le costará algo a
ese hombre. Necesitará sinceridad para tocar a la puerta angosta, y tendrá que
sudar para subir al Monte de
Pueden estar seguros de
que el costo tiene que ser alto, pues nuestro Señor lo compara con la edificación
de una torre. La palabra utilizada aquí como “torre” ha sido empleada a menudo
para significar una casa guarnecida con torreones, una villa o una mansión
campestre. “¿Quién de vosotros” –le pregunta a la gente- “queriendo edificar
una mansión para residir con toda tranquilidad, no se sienta primero y calcula
los gastos?” El edificio habrá de ser costoso. Doddridge se equivoca al suponer
que se tiene la intención de describir aquí una construcción temporal. Es claro
que costaría una suma considerable por lo dicho por el Salvador respecto a que
un hombre sabio se sienta primero y calcula los gastos. No se pone de pie simplemente
y pasa su mano por su frente diciendo: “Esta torre me costará tantos cientos de
libras esterlinas”, sino que ha de ser una construcción elaborada, casi un
edificio palaciego, y, por tanto, se sienta, como un comerciante en su
escritorio, y considera concienzudamente el proyecto; consulta al arquitecto y
al ingeniero constructor, y calcula cuál será el costo de las paredes
exteriores, cuál será el costo del techo, cuál será el costo de los arreglos
interiores y otros componentes similares, y no hace un cálculo impreciso, sino
que calcula el gasto de igual manera que los hombres cuentan su oro. Evidentemente
es un asunto de consideración para él, y lo mismo es la verdadera religión: no
es una nimiedad, sino que es un asunto de suma importancia. Aquel que piensa
que una especulación descuidada, atolondrada y carente de un plan definido bastará
para sus intereses eternos, es lo contrario de un sabio.
La verdadera piedad es
la edificación de un carácter que resistirá el día del juicio. Comienza por
cavar profundamente los cimientos en fe, amor y un corazón renovado; se
continúa la obra poniendo paciente y cuidadosamente, y a menudo dolorosamente,
piedra sobre piedra, los materiales del imponente edificio, añadiendo
diligentemente: “a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al
conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia,
piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor”. La obra de
nuestra vida consiste en “edificarnos sobre nuestra santísima fe”. ¿No ven que
el carácter cristiano es asemejado a un glorioso palacio?
Pero para que no
pensemos todavía que el gasto es pequeño, nuestro Señor lo compara con una
guerra, y habla del número de tropas involucrado en esa guerra, mostrando que
no es ninguna refriega intrascendente entre dos tribus insignificantes. Lo
compara con una guerra en la que de un lado hay una formación de diez mil, y
del otro lado un ejército de veinte mil. Ahora bien, la guerra es siempre una
obra costosa; además del costo de los avíos y de las municiones, está el costo
de la vida y de la sangre de los seres humanos, está la supresión de brazos
fuertes para la obra en casa, y están los más calamitosos riesgos de una
derrota, una cautividad y una devastación. Entonces, el Señor compara a la
religión, en sus elementos externos, con una batalla entre el hombre agraciado
y los males desenfrenados del mundo exterior. El discípulo de Jesús tiene que
defenderse contra un gigantesco enemigo, y tiene dentro de sí un poder que, por
sí solo, no es suficiente para la contienda; las posibilidades son temibles:
diez mil contra veinte mil. Bien dice el Salvador, en el último caso, que es
bueno sentarse primero para consultar. El rey con el ejército más pequeño
consulta, pregunta a sus sabios senadores, toma consejo de la experiencia, manda
llamar a unos buenos consejeros y debate acerca de la factibilidad del
proyecto. De igual manera debemos considerar el asunto de nuestras almas, pues
la religión es algo costoso y no debemos entrar en ella, como dijo el francés:
“con despreocupación”. Esa despreocupación le costó mucho a su nación y así nos
costará mucho a nosotros si la consentimos.
Podríamos haber inferido
esto, pienso, a partir de algunas otras consideraciones, es decir, primero, del
hecho de que la verdadera religión es algo duradero. Dura toda la vida. La
falsa religión viene y se va. La verdadera regeneración no se repite nunca, y
es el comienzo de una vida que no conocerá un fin ni en el tiempo ni en la
eternidad. Ahora bien, cualquier cosa duradera es necesariamente costosa.
Puedes dar a colorear tu cristal, si quieres, y buscar lo más barato, pero
pronto el sol le quitará toda su belleza. Si quieres conseguir un cristal que
retenga su color durante siglos, cada uno de los pasos en el proceso de su
fabricación será costoso, involucrando mucha mano de obra y gran cuidado. Lo
mismo sucede con la verdadera religión. Puedes conseguirla muy barata, si
quieres, y se verá casi tan bien como la religión real, y durante un breve tiempo
te proporcionará casi todo el consuelo y el respeto que el artículo genuino te
habría proporcionado; pero no durará; pronto se desvanecerá su color, y la pretensión
de belleza y de excelencia que había en ella pronto se habrá esfumado. Querido
amigo, tú necesitas, (estoy seguro de que la necesitas), tú necesitas una
piedad que te dure hasta tu muerte: bien, entonces tiene que costarte algo, ten
la certeza de ello.
Recuerda también que la
verdadera religión tendrá que soportar mucha tirantez, pues verá una segura
oposición. Esta torre no será edificada sin oposición. Igual que sucedió con el
muro de Jerusalén, Sanbalat y Tobías querrán con seguridad obstaculizar la
construcción. La verdadera religión tiene que ser capaz de soportar la dureza:
si no puede hacerlo no sirve para nada. La vieja espada de Toledo le costó
mucho al guerrero de inicio, pero una vez que la hubo conseguido, él sabía que
penetraría hasta las coyunturas y los tuétanos en el día de la batalla, y no
tenía miedo de lanzarse a lo más recio de la refriega, ya que confiaba en su
temple sin rival y en su agudo filo. ¿No habría podido encontrar una espada más
barata? Yo supongo que hubiera podido encontrarla muy fácilmente, y con poca
inversión de oro, pero entonces en el momento en que su espada golpeara el
casco de su enemigo, en vez de partirle el cráneo, se quebraría en la mano del
guerrero y le costaría su propia vida. Así es la religión barata que muchos
adoptan; no hay abnegación en ella, no hay abandono del mundo, no hay renuncia
de las diversiones carnales: son exactamente lo mismo que el mundo; su religión
no les cuesta nada, y al final, cuando la necesiten, les fallará, y se romperá en
el día de la batalla como una espada mal hecha, y los dejará indefensos. ¡Oh,
si quieren algo que resista en el conflicto tienen que pagar por eso!
Jesucristo sabía que las
personas a quienes les hablaba no serían capaces de soportar las pruebas que
les esperaban a Sus discípulos; no sabían que Él sería crucificado, pues justo
entonces era popular y esperaban que fuera el Rey de Israel, pero el Salvador
sabía que vendrían días oscuros en los que el Rey de los judíos sería colgado
de un patíbulo, y Sus discípulos, incluso los verdaderos, lo abandonarían
momentáneamente y huirían; y, por tanto, en efecto les dijo: “han de estar
preparados para llevar la cruz, han de estar preparados para seguirme en medio
de la burla, de la vergüenza y del reproche, y si no están listos para eso, su
discipulado es un error. En su caso ese tipo de discipulado no pasó la prueba;
esas personas se escondieron cuando llegó el tiempo de la tribulación.
Y recuerden, queridos
amigos, y quiero enfatizar este punto, que necesitamos una religión que soporte
la inspección del grandioso Juez en el último día. Hay cosas en el mundo que
pueden aguantar por un tiempo, pero si se miran de cerca, y especialmente si
son colocadas bajo el microscopio, se verá que tienen muchos defectos: ahora
bien, ningún examen microscópico puede ser comparado ni por un instante con la
mirada de Jehová. Él nos leerá exhaustivamente. Oh, las hermosas profesiones
serán fulminadas con la mirada en el día cuando Su ojo de fuego las contemple. Nunca
se secan las hierbas ni la mitad de rápido bajo el simún como se marchitarán
las hermosas llanuras del pretendido cristianismo bajo la mirada divina en el
último tremendo día. Mirará a lo que los hombres llaman cristianismo, que casi
se disipará si es que no se disipa por completo, pues “cuando venga el Hijo del
Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” ¿No será, entonces, evidentemente cierto que
“muchos son llamados, y pocos escogidos”? “Esforzaos a entrar por la puerta
angosta –es todavía la voz de Cristo para todos nosotros- “porque os digo que
muchos procurarán entrar, y no podrán”. Si nuestra religión ha de ser pesada en
la balanza, y puede ser tal vez hallada falta, es bueno que nos cuidemos de eso
y que sepamos que tiene que ser sincera, genuina y costosa, si ha de pasar esa
ordalía.
Entonces, ¿cuál es el
gasto? ¿Cuál es el costo de edificar esta torre o de pelear esta guerra? La
respuesta es dada por nuestro Salvador, no por mí. Yo no me hubiera atrevido a
inventar unas pruebas como las que Él ha ordenado; a mí me corresponde ser el
eco de Su voz y nada más. ¿Qué dice Él? Pues bien, primero, que si quieres ser
Suyo, y quieres tener Su salvación, tienes que amarlo más que a cualquier otra
persona en este mundo. ¿No es ése el significado de esta expresión: “Si alguno
viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre”? ¡Nombres amados! ¡Nombres
amados! “¡Padre y madre!” ¿Acaso vive algún hombre con un alma tan muerta que
pueda pronunciar cualquiera de estas palabras sin emoción, y especialmente la
última: “madre”? Varones y hermanos, este es un nombre amado y tierno para nosotros;
toca una cuerda que emociona a nuestro ser; con todo, mucho más poderoso es el
nombre del Salvador, el nombre de Jesús. Menos amados han de ser padre y madre
que Jesucristo. El Señor exige precedencia también sobre la muy amada “esposa”.
Aquí toca otro conjunto de cuerdas del corazón. Esa palabra “esposa” es amada, se
trata de la compañera de nuestro ser, el consuelo de nuestra aflicción y el
deleite de nuestros ojos: “¡esposa!” Con todo, esposa, tú no debes tomar el
lugar principal; tú tienes que sentarte a los pies de Jesús, pues de otra
manera, tú serías un ídolo y Jesús no toleraría tu rivalidad. Y los “niños”,
los amados bebés que anidan en el pecho y se suben a la rodilla y pronuncian el
nombre de los padres con musicales acentos, ellos no deben ser nuestro
principal amor; no deben interponerse entre nosotros y el Salvador, y no
debemos contristar a nuestro Señor por causa suya, ni por darles placer o
promover su ventaja mundana. Muchos hijos son señores de su padre, muchas hijas
han sido amas de su mamá; pero si es para mal, esto ha de llegar de inmediato a
su fin. Si nos tientan al mal deben ser tratados como si los odiáramos; sí, el
mal en ellos debe ser odiado por causa de Cristo. Si son discípulos de Cristo,
su Señor tiene que ser primero, y luego seguirán madre, padre, esposa, hijos,
hermanos y hermanas en su debido rango y en su orden.
Me temo que muchos
profesantes no están preparados para esto. Serían cristianos si su familia lo
aprobara, pero tienen que consultar con su hermano, con su padre o con su
esposa. Ellos se opondrían a los placeres mundanos si otros lo hicieran, pero
no pueden tolerar figurar como excéntricos ni oponerse a los puntos de vista de
sus parientes. Dicen: “mi padre lo desea, y no me atrevo a decirle que está
mal”. “Mi madre dice que no debemos ser tan mojigatos, y por tanto, aunque mi
conciencia me dice que está mal, con todo, yo lo haré”; o por otra parte dicen:
“mis hijas están creciendo y tienen que divertirse, y mis hijos tienen que
disfrutar de sus placeres, y, por tanto, tenemos que ser tolerantes con el
pecado”.
Ah, hermanos míos, si
son verdaderamente discípulos de Cristo, no debe ser así. Deben hacerlos a
todos a un lado, y los más queridos tienen que ser los primeros en irse antes
que abandonar a Cristo; pues, ¿no dice Él en los Salmos: “Oye, hija, y mira, e
inclina tu oído; olvida tu pueblo, y la casa de tu padre; y deseará el rey tu
hermosura; e inclínate a él, porque él es tu señor”? Advierte que demostrarás
mejor tu amor a tus parientes optando por lo recto, pues entonces será más probable
que ganes sus almas. Ámalos intensamente como para no consentir lo malo en
ellos; ámalos tan verdaderamente que odies en ellos lo que te dañaría a ti y
los arruinaría a ellos. Tienes que estar preparado para sufrir por causa de
quienes están ligados a ti por los lazos más amorosos; el pecado no debe ser
tolerado prescindiendo de lo que pudiera pasar. No podemos ceder en el punto
del pecado; nuestra determinación es invencible; venga odio o venga amor,
tenemos que seguir a Cristo.
El siguiente elemento de
costo es éste: el ‘yo’ debe ser odiado. Me temo que hay algunos que preferirían
odiar a padre o a esposa que odiar a su propia vida. Sin embargo, esa es la
exigencia. Quiere decir esto: que allí donde mi propio placer, o mi propia
ganancia, o mi propia reputación, o incluso mi propia vida obstaculicen la
gloria de Cristo, yo soy muy pequeño para considerarme algo e incluso tengo que
odiarme a mí mismo si el ego se interpone en el camino de Cristo. He de
considerar a padre, madre, hermano, hermana y a mí mismo también como enemigos,
en la medida en que se opongan al Señor Jesús y a Su santa voluntad. Tengo que
amarlos y desear su bien así como también deseo mi propio bien, pero no he de
desear ningún bien para ellos o para mí mismo a costa de pecar y de robarle al
Señor Jesús Su gloria. En cuanto a mí, si veo cualquier cosa que se oponga a
Jesús, tengo que desecharla. Tengo que mortificar la carne con sus afectos y
lascivias, negándome a mí mismo cualquier cosa que contriste al Salvador o que
impida alcanzar mi perfecta conformidad a Él.
A continuación, el
Salvador prosigue diciendo que si queremos seguirle tenemos que llevar nuestra
cruz: “El que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi
discípulo”. Algunas veces esa cruz viene en la forma de confesar nuestra fe
delante de los contradictores. “Ah” –dice el de tímido corazón- “si hiciera eso
tendría a todos mis amigos en contra mía”. ¡Toma tu cruz! Es una parte del
costo del verdadero discipulado. “Difícilmente sabría cómo conducirme en el
hogar si confesara mi religión”. ¡Toma tu cruz!, hermano mío, o no puedes ser
discípulo de Cristo. “Bien, pero implicará un cambio incluso en mi vida
diaria”. Haz el cambio, hermano mío, o no puedes ser discípulo del Señor. “Pero
yo sé que hay alguien muy querido a quien he considerado como candidato para
que sea mi futuro compañero, y él me dejaría si abandonara los caminos del
mundo”. Entonces, por muy pesada que sea la pérdida, déjalo ir, si es que no
puedes seguir a Cristo y unirte a él, pues debes seguir a Jesús o te perderás
para siempre. ¡Qué palabras tan duras son esas! ¡Son excelentes detectores de
la hipocresía de muchos cristianos profesantes! ¿Se separaron jamás del mundo?
No, ellos no; siguen sus modas igual que los peces muertos flotan con la
corriente. ¿Les reprocha alguien por ser demasiado rígidos y demasiado
puritanos? ¡Oh, no!, pues la suya es la religión que el mundo alaba, y por
consiguiente, la religión que Dios aborrece. Si alguno ama al mundo, el amor
del Padre no está en él, y el que goza de la sonrisa de los impíos busca la
censura de Dios.
Pero, además de esto, el
Salvador, como otro elemento de costo, requiere que Su discípulo tome su cruz y le siga, es decir, que tiene que
actuar como Cristo actuó. Si no estamos preparados a convertir a Cristo en
nuestro ejemplo, sí, si no es nuestra sublime ambición vivir como Él vivió y
entregarnos a actuar como Él actuó, no podemos ser Sus discípulos.
Por último, tenemos que
hacer a Jesús una entrega sin reservas de todo. Escuchen estas palabras: “Cualquiera
de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo”.
Podría llegarse incluso al punto de que pudiera surgir la persecución, y tendrías
que renunciar efectivamente a todo. Tienes que estar preparado para ese evento.
Tal vez no tengas que renunciar a nada, pero la entrega tiene que ser tan real
en tu corazón como si hubiera sido llevada a cabo en acto y de hecho. Nadie se
ha entregado a Cristo verdaderamente a menos que haya dicho también: “Señor
mío, yo te doy en este día mi cuerpo, mi alma, mis poderes, mis talentos, mis
bienes, mi casa, mis hijos y todo lo que tengo. A partir de ahora voy ser
responsable de ellos según Tu voluntad, como un mayordomo bajo Tus órdenes.
Ellos son Tuyos; en cuanto a mí, no tengo nada, pues todo te lo he entregado”.
Ustedes no pueden ser discípulos de Cristo a ningún costo menor que ese; si
posees un cuarto de penique que sea tuyo y no de tu Señor, Cristo no es tu
Señor. Todo tiene que ser Suyo, cada iota y cada tilde, y tu vida también, o no
puedes ser Suyo.
Estas son palabras
escrutadoras, pero quisiera recordarte una vez más que no son mías en absoluto.
Si al exponerlas he errado, me aflige que así sea, pero estoy persuadido de que
no he errado del lado de una gran severidad. Confieso que pude haber hablado
demasiado benignamente. Las palabras del texto ponen el hacha a la raíz, y son demoledoras
en sumo grado. ¡Oh, calculen, entonces, el costo! Y si cualquiera de ustedes ha
asumido una religión que no le cuesta nada, abandónela y huya de ella, pues
será su maldición y su ruina.
¿Hay forma de llegar al
cielo sin incurrir en este costo? No. ¿Pero no podemos ser cristianos sin estos
sacrificios? Podrían ser falsificaciones de cristianos, podrían ser hipócritas,
podrían ser hermanos de Judas, pero no podrían ser verdaderos cristianos. Este
costo es inevitable, y no puede ser reducido ni una pizca. Que Dios les conceda
que puedan ser capacitados a someterse a él.
II. El
segundo encabezado es este:
Recuerda, también, que
fallar en esta gran empresa implicaría una terrible derrota, pues, ¿qué dice el
Señor? Él dice que ser incapaz de acabar te expondría al ridículo. Te ruego que
adviertas la forma de ese ridículo: “Todos los que lo vean comiencen a hacer
burla de él, diciendo unos a otros (pues esa es la fuerza de la expresión):
Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar”. Nuestro Señor no los
describe como diciendo al insensato constructor: “tú comenzaste a construir y
no pudiste acabar”, sino como hablando acerca de él como en tercera persona:
“Este hombre”. Ahora bien, pudiera ser que los cristianos indiferentes, los hombres
religiosos indiferentes no sean objeto de burla en su propia cara en las calles,
pero son el común blanco del ridículo tras sus espaldas. Los falsos profesantes
son despreciados universalmente. Los mundanos dicen riéndose: “¡Ah, estos son
hermosos especímenes de miembros de la iglesia!” El mundo contempla a la
iglesia mundana con absoluto desdén, y por mi parte poco lamento que tal
irrisión sea arrojada sobre un objeto que tanto lo merece. Ser un mero pretendiente
al discipulado cristiano es convertirse en un objeto de escarnio en el tiempo y
en la eternidad, y tal será el destino del falso profesante.
Amigo: si pretendes ser
cristiano, resuelve, íntegra y decididamente, que eso será lo correcto; pues
entonces aunque los hombres no anden rondando y te alaben en tu cara, ellos te
honrarán, e incluso quienes te odian conocerán tu valor; pero si sólo eres
cristiano a medias, y no lo eres íntegramente, puede ser que no se presenten
ante ti para mostrar su desprecio, pero al pasar junto a ti se mofarán y
tendrán más respeto por un mundano descarado que por ti, porque él es lo que
dice ser y no pretende ser ninguna otra cosa, pero en cambio tú, tú comenzaste
a edificar y no pudiste acabar. ¡Qué desgracia es ser un cristiano fingido!
Hemos visto algunas veces que algunos especuladores han comenzado y han
abandonado grandes edificios, y los vecinos se han referido a ellos como: “la
locura de Smith”, o “la locura de Brown”, o “la locura de Robinson”, o cosas
parecidas; esos son sólo motivos pasajeros de mofa; pero el aparentador, el
hombre que en apariencia comenzó a ser cristiano y luego perdió el ánimo, será
señalado con el dedo incluso por los perdidos que están en el infierno. El
borracho exclamará: “¿y tú? ¿Has venido tú también aquí? Tú, que eras tan
elocuente acerca de la sobriedad y tan propenso a regañar al amante de la
bebida”. “¡Ajá!”, -exclama otro- “tú eres el hombre que vivía en nuestra misma
calle y que hacía todo un espectáculo de su religión; tú me dijiste que yo era
muy perverso, pero, ¿en qué eres mejor tú que yo?” He aquí, yo veo a los
profanos descarados levantarse de los potros de castigo de su remordimiento
para exclamar: “¿Llegaste a ser como nosotros? Tú, un miembro de la iglesia,
¿estás en el infierno? ¿Está todavía en tus labios el sabor del vino
sacramental? ¿Por qué, entonces, pides una gota de agua para refrescar tu
lengua? Ese pan sacramental que engulliste tan rápido, ¿no está atorado incluso
ahora en tu hipócrita garganta? Tú, un mentiroso delante de Dios y de los
hombres, es justo y recto que seas echado fuera igual que nosotros”.
Oh, si han de perderse,
piérdanse por cualquier causa excepto por ser hipócritas; si han de perecer,
perezcan más bien fuera de la iglesia que dentro de ella. ¡No parodien al Señor
de gloria! No conozco ningún acto que sea peor que parodiar las excelencias del
Salvador con una insolente imitación de Sus gracias. ¿Qué peor ofensa pudieran propinar
a la majestad de Su sagrado poder que parodiar Su santidad y Su perfección?
III. La
última palabra será esta, que CUESTE LO QUE CUESTE,
Es el caso de cada uno
de nosotros aquí presente: hemos de tener a Cristo o pereceremos para siempre,
y sería mejor que nos cortáramos el brazo derecho o que nos arrancáramos el ojo
derecho, a que fuéramos arrojados en el fuego del infierno.
Fíjense, hermanos, que
las presentes bendiciones de la verdadera religión valen todo su costo. ¿Qué
importa si tengo que romper un afectuoso lazo? Jesús, Tú eres mejor para mí que
un esposo, una esposa o un hijo. Si es preciso que la que se reclina sobre mi
pecho me considere su enemigo, Tú estarás en mi corazón, Salvador mío, mejor
que una Raquel, o que una Rebeca. Sí, si es preciso que el padre diga: “Si
sigues a Cristo nunca entrarás por mis puertas otra vez”, no importa que lo
diga, pues cuando me abandonen mi padre y mi madre, el Señor me recogerá. El
gozo inmediato recompensará la pérdida inmediata; sí, sin duda puedes estimar
todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús
nuestro Señor, y no obstante, sigues siendo un ganador.
Y además, qué recompensa
por todo el costo incurrido se recibe en el consuelo suministrado por la
genuina piedad en el artículo de la muerte. Cuando se está al borde de la
muerte, no producirá ningún dolor ser capaz de decir entonces: “fui echado
fuera de mi familia por Jesús”. No será ninguna aflicción recordar: “fui
ridiculizado por Cristo”. No producirá ningún dolor decir: “fui considerado
demasiado exigente y demasiado puritano”. No, hermanos míos, esas no son las
cosas que ponen espinas en las almohadas fúnebres. ¡Oh, no!, allá veremos cuán
dulce fue haber llevado cualquier parte de la cruz de Jesús; una astilla de Su
cruz valdrá el rescate de un rey en el día de la muerte.
Además, en el juicio,
cuando la trompeta suene y los muertos resuciten, no diremos: “Sufrí demasiado
por Cristo”. Cuando Sus elegidos se pongan a Su diestra, y nosotros entre
ellos, no miraremos al pasado lamentando el hecho de que perdimos nuestra casta
en la sociedad y nuestra posición entre los refinados por causa de Jesús. No
lamentaremos haber asistido a un despreciado conventículo, y haber adorado
entre los pobres de este mundo por amor a Jesús y por fidelidad a Su Evangelio.
¡Oh, no! Yo les garantizo que en aquel día brillará con mayor refulgencia aquel
que fue más ensombrecido por causa de su Señor. En medio de los seres
resplandecientes será doblemente resplandeciente el grupo de mártires de
quienes el mundo no fue digno, que fueron considerados como la escoria de todas
las cosas; y mientras que cada uno de los discípulos recibirá ciento por uno
por todo lo que hubo de renunciar por causa de su Señor, ellos se llevarán la
mejor porción.
Además, déjenme
recordarles, amados, que Cristo no les pide que renuncien a nada que los pueda
dañar. Si tienen que odiar a padre y madre es únicamente en este sentido: que
no van a ceder a las peticiones equivocadas, ni van a dejar a Cristo por ellos.
Si tienen que renunciar a algún placer es porque no es un placer apropiado para
ustedes; es azúcar venenosa de plomo y no una verdadera dulzura. Cristo te dará,
por mucho, muchos mayores goces.
Además, yo recuerdo que
nuestro Redentor no le pide a nadie que haga lo que Él mismo no ha hecho. Ese
pensamiento me cala hasta lo más hondo y deseo que pudiera afectarlos a ustedes
también. Señor, ¿dices tú que renunciemos a nuestro padre? ¿No dejaste Tú a tu
padre? ¿Me pides que deje incluso la casa de mi padre si tiene que ser así por
tu causa? ¿No dejaste Tú las gloriosas mansiones del cielo? ¿Qué importa si soy
llamado a sobrellevar el reproche? Al Padre de familia llamaron Beelzebú. ¿Qué
importa si soy echado fuera? A Ti también te echaron fuera. Cuando pensamos en
los azotes, en la vergüenza y en los escupitajos que el Señor soportó, ¿qué son
nuestras aflicciones? Y si por Su causa fuéramos incluso condenados a muerte,
sabemos cómo colgó Él de la cruz, despojado de todo lo Suyo, para salvarnos de
la ira venidera.
Oh, creyente, ¿puedes
seguir a tu Señor adondequiera que Él vaya? Soldados de la cruz, ¿pueden
seguirlo a Él? ¿Acaso es el camino lo suficientemente allanado para esos amados
pies Suyos pero es demasiado áspero para ti? Allí está Él en lo recio de la
batalla donde los golpes caen con mayor rapidez, ¿lo seguirás? ¿Te atreves a
seguirlo, o añoras las tiendas del sosiego y los blandos sillones de los cobardes
que se echan para atrás y se pasan al campo enemigo? Oh, por todo lo bueno, si
son realmente Sus seguidores, los exhorto a que den estas voces: “Donde está
Él, allí ha de estar Su siervo; según como le vaya, así le ha de ir al siervo;
sea nuestra Su humillación en este mundo para que en el mundo venidero podamos
ser partícipes de Su gloria”.
Esta predicación es dura,
me dicen ustedes, pero el Salvador quiso decir todo lo que yo he dicho. El Suyo
era un discurso probatorio, pero hay verdades a ser recordadas que pueden
consolarnos mientras las oímos. Es cierto que tú no puedes edificar la torre; Josué le dijo al pueblo en su
tiempo: “No podréis servir a Jehová”. Si has calculado el gasto, sabes ahora
que no puedes pelear la guerra. Diez mil no pueden enfrentarse a veinte mil.
Pero, con todo, tiene que realizarse, la necesidad inevitable presiona por detrás;
sin importar lo que hubiere en el frente, no nos atrevemos a dar la espalda.
Recuerden a la esposa de Lot. ¿Qué, pues, hemos de hacer? Oigan las palabras
del Señor: “Para los hombres es imposible, mas para Dios, no; porque todas las
cosas son posibles para Dios”. ¿Estás dispuesto? Entonces el Espíritu de Dios
te ayudará. Tú renunciarás al mundo y a la carne sin un suspiro; lucharás
contra tus lujurias y las vencerás por medio de la sangre del Cordero. La torre
será edificada y el Señor la habitará. Échense sobre Jesús por medio de una fe simple: apóyense en Su poder,
y día a día crean en Su fuerza, y Él los llevará seguramente hasta el final.
¿Notan el versículo que
le sigue a este pasaje? Me pregunto si algo semejante seguirá a mi sermón. Es
asombroso que aunque Jesús tronó como desde de la cumbre del Sinaí, y Sus
palabras parecían duras, con todo, está escrito: “Se acercaban a Jesús todos
los publicanos y pecadores para oírle”, como si dijeran: “Este hombre nos dice
la verdad, entonces, lo oiremos”. Y luego Él comenzó a contarles las preciosas
verdades de Su gracia inmerecida, actuando justo como un labrador que pone el
arado y remueve la tierra; y cuando ve los terrones que se rompen en el surco
entonces arroja la semilla de oro, pero no antes. ¡Oigan, todo aquel que quiera
tener a Cristo, venga, y recíbalo! Tú que quisieras tener la salvación,
acéptala como el don de Su gracia soberana, pero no la recibas bajo una
interpretación equivocada; entiende lo que significa. La salvación no es sólo
una liberación del infierno; es liberación del pecado. No es meramente rescatar
a los hombres del eterno dolor; es la redención para ellos de los caminos vanos
y perversos del mundo. No puede ser dividida, es una túnica sin costura, de un
solo tejido de arriba abajo. Si quieres tener la justificación, tienes que
tener la santificación; si quieres tener el perdón, tienes que tener santidad;
si quieres ser uno con Cristo, tienes que apartarte de los pecadores. Si
quieres caminar en las calles de oro en lo alto, tienes que recorrer el camino
de la santidad aquí abajo. Que Dios les conceda Su Santo Espíritu para que los
capacite a hacerlo, y Suya sea la alabanza por los siglos. Amén.
Porciones de
Lucas 14: 25-35.
Notas del traductor:
Simún: (viento
pestilencial) Viento muy caliente que sopla en los desiertos del Sahara y
Arabia, generalmente de poca duración, que arrastra remolinos de arena.
Ordalía: Prueba ritual
usada en la antigüedad para establecer la certeza, principalmente con fines
jurídicos, y una de cuyas formas es el juicio de Dios.
Artículo de la muerte:
in articulo mortis, expresión latina que significa “en el artículo (la
coyuntura, la ocasión) de la muerte.
Conventículo: reunión
clandestina de personas para tramar cosas.
Traductor: Allan Román
1/Diciembre/2011
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