El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Vida en Abundancia

NO. 1150

 

SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 4 DE ENERO DE 1874

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Juan 10: 10.

 

“El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir”. Los falsos maestros, prescindiendo de cuáles sean sus profesiones, dañan y ponen seriamente en peligro las almas de los hombres y al final ocasionan su destrucción; sus fines egoístas sólo provocan la ruina de sus incautas víctimas. El Señor Jesús, el verdadero maestro de los hombres, no le causa daño a nadie ni acarrea la muerte de nadie. Su enseñanza está llena de bien, de amabilidad y de amor, y obra muy eficazmente para la felicidad y beneficio de los hombres. El error es letal, pero la verdad es dadora de vida. La venida de la serpiente antigua obró nuestra muerte; el advenimiento de la simiente de la mujer nos ha proporcionado vida.

 

Omitiendo todo prefacio, les vamos a pedir que noten que, de acuerdo al texto, Jesucristo vino, primero, para que Su pueblo tenga vida; y, en segundo lugar, para que una vez otorgada la vida, sea gozada en abundancia.

 

I.   La primera verdad es que JESUCRISTO VINO PARA QUE LOS SERES HUMANOS TENGAN VIDA.

 

No me voy a detener en el hecho de que incluso la prolongación de la vida natural del pecador se debe, en gran medida, a la venida de Cristo. Ese árbol estéril no permanecería tanto tiempo en el huerto de la vida si no fuera porque el viñador de la viña intercede y clama: “Déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone”. La intervención del Mediador da cuenta de la prolongación de la vida de los viles ofensores cuyos delitos colman la paciencia del cielo. Si las oraciones de nuestro grandioso Intercesor cesaran durante una sola hora, tal vez los impíos que plagan la humanidad se hundirían rápidamente en el infierno, como se hundieron Coré, Datán y Abiram, cuando la ira del Señor se descargó sobre ellos. Sin embargo, ese no es el sentido del texto.

 

La vida, en el sentido del perdón y de la liberación de la pena de muerte, es el grandioso resultado de la venida de Cristo. Todos los hombres, en su condición natural, están bajo sentencia de muerte pues han pecado, y en breve habrán de ser llevados al lugar de la ejecución para sufrir allí el pleno castigo de la segunda muerte. Si algunos de nosotros, en este tiempo, hemos sido liberados de la sentencia de muerte y contamos ahora con la promesa de la corona de vida, debemos el cambio a que el Redentor vino para ser un sacrificio por nuestros pecados. Cada uno de nosotros tendrá que descender a la muerte sin fin a menos de que, a través de Aquel que vino a la tierra y colgó del madero como el sustituto del pecador, obtenga la plena remisión de todas las ofensas y el veredicto de vida en vez de muerte. Hay vida en una mirada a Jesús, pero aparte de Él los hijos de Adán están condenados a muerte.

 

Además, todos nosotros por naturaleza estamos “muertos en delitos y pecados”. En el día en que nuestros primeros padres quebrantaron la ley murieron espiritualmente y todos nosotros morimos en ellos; y ahora hoy, separados de Cristo, todos nosotros estamos muertos para las cosas espirituales y estamos desprovistos de ese Espíritu viviente que nos capacita para tener comunión con Dios y para gozar y entender las cosas espirituales. Todos los hombres están desprovistos por naturaleza del Espíritu que vivifica para alcanzar la forma más sublime de vida. Los hombres no regenerados cuentan con una vida física y mental, pero carecen de vida espiritual, y no la tendrían jamás excepto si Jesús se las otorga. El Espíritu de Dios sale según la voluntad divina, e implanta en nosotros una simiente viva e incorruptible que es comparable a la naturaleza divina, y nos confiere una nueva vida en virtud de la cual vivimos en el reino de las cosas espirituales, comprendemos las enseñanzas espirituales, buscamos propósitos espirituales y estamos vivos para Dios, quien es Espíritu. Ninguno de nosotros tiene alguna vida de ese tipo por nacimiento; tampoco la recibimos gracias a ritos ceremoniales ni puede ser obtenida por algún mérito humano. Los muertos no pueden volver a la vida a no ser por un milagro y tampoco el hombre puede resucitar a la vida espiritual a no ser por la obra del Espíritu de Dios en él, pues Él es el único que puede vivificarnos. Cristo Jesús ha venido para llamarnos a que salgamos de los sepulcros del pecado. Muchos ya han oído Su voz y viven.

 

 

Esta vida espiritual es la misma vida que continuará y será perfeccionada en el cielo. Cuando salgamos de la tumba no recibiremos una vida que no poseemos en la tierra; tenemos que estar vivos para Dios aquí, o tenemos que ocupar nuestro lugar con los que están donde el gusano no muere y el fuego nunca se apaga. En el corazón del creyente late el día de hoy la mismísima vida que gozará de plenitud de gozo en la presencia divina. Aunque hayas mirado a Jesús hace sólo unos cuantos minutos, la vida bendita ya está presente en tu corazón; ya ha sido sembrada en ti la simiente incorruptible que vive y permanece para siempre. La vida celestial está en tu interior y Jesucristo vino para otorgarnos esa vida.

 

Que Jesús es el dador de la vida es una verdad que está muy clara en el texto, lo cual nos conduce a las siguientes reflexiones prácticas. Sólo en Jesús puede obtenerse la vida de tu alma. Entonces, si buscas hoy la salvación, aquí encuentras las instrucciones en cuanto a su única fuente. La vida espiritual no resulta de obrar; ¿cómo es posible que los muertos obren para tener vida? ¿Acaso no tienen que ser revividos primero, y acaso no es cierto que más bien obran desde la vida que para la vida? La vida es un don, y cada quien la recibe mediante un acto de Dios. El Evangelio predica vida por Jesucristo.

 

¡Pecador, allí es donde tienes que mirar! Eres enteramente dependiente de la voz vivificadora de Aquel que es la resurrección y la vida. “Eso” –diría alguien- “es muy desalentador para nosotros”. La intención es que lo sea. Es un acto de bondad desalentar a los hombres cuando actúan basados en principios erróneos. En tanto que pienses que tu salvación puede ser alcanzada mediante tus propios esfuerzos, o mediante tus méritos, o mediante cualquier otra cosa que pudiera provenir de ti mismo, vas por la ruta equivocada y es nuestro deber disuadirte. El camino a la vida va en la dirección opuesta. Tienes que mirar al Señor Jesucristo en vez de mirarte a ti mismo, tienes que confiar en lo que Él ha hecho y no en lo que tú pudieras hacer, y no debes valorar lo que tú pudieras obrar en ti, sino lo que Él obra en ti. Recuerda que Dios declara: “Para que todo aquel que cree en Jesús, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Por tanto, si eres capacitado a venir y confiar en la sangre y en la justicia de Jesucristo, tienes de inmediato esa vida eterna que todas tus oraciones y tus lágrimas, tu arrepentimiento, tus asistencias a la iglesia o a la capilla y los sacramentos, no podrían darte nunca. Jesús puede dártela libremente en este momento, pero tú no puedes generarla por ti mismo. Podrías imitarla engañándote a ti mismo, podrías hermosear el cadáver y hacer que parezca como si estuviera vivo, y pudieras provocarle algunos movimientos espasmódicos por medio de corrientes eléctricas, pero la vida es un fuego divino y tú no puedes ni robarte la llama ni encenderla por ti mismo; a Dios únicamente le corresponde dar vida y por tanto te exhorto a que mires únicamente a Dios en Cristo Jesús. Cristo ha venido para que tengamos vida; si hubiéramos podido obtener la vida sin necesidad de Su venida, ¿por qué fue necesario que viniera? Si los pecadores pudieran recibir la vida aparte de la cruz, ¿por qué fue necesario clavar al Señor de Gloria al vergonzoso madero? ¿Por qué las heridas sangrantes, Emanuel, si la vida podía venir por alguna otra puerta? Pero, además, ¿por qué el Espíritu de Dios descendió en Pentecostés, y por qué permanece todavía entre los seres humanos si pudieran ser vivificados sin Él? Si la vida pudiera ser alcanzada prescindiendo del Espíritu Santo, ¿con qué fin obra Él en el corazón humano? El sangrante Salvador y el Espíritu que mora en el hombre son pruebas contundentes de que nuestra vida no proviene de nosotros mismos, sino que proviene de arriba. ¡Oh trémulo amigo, apártate de ti mismo, entonces! ¡No busques entre los muertos al que vive! No busques la vida divina en el sepulcro del yo. La vida de los hombres está en ese Salvador, y todo aquel que cree en Él no perecerá jamás.

 

II.   Pero tenemos el propósito de dedicar la mayor parte de nuestro tiempo a la segunda verdad, es decir, que JESÚS HA VENIDO PARA QUE QUIENES TIENEN VIDA LA TENGAN EN ABUNDANCIA.

 

La vida es un asunto de grados. Algunos tienen una vida que parpadea como una vela moribunda y que es imperceptible como el fuego del pabilo humeante; otros están llenos de vida y son brillantes y vehementes como el fuego en la forja de un herrero cuando el fuelle sopla a su máxima potencia. Cristo ha venido para que Su pueblo tenga vida a plenitud.

 

El incremento de vida puede verse de muchas maneras. Puede verse en la recuperación de la salud. Un hombre yace enfermo en su lecho; está vivo, pero apenas puede mover alguna de sus extremidades; depende irremediablemente de quienes le rodean. Tiene vida en él, ¡pero cuán limitado es su poder! Ahora, si ese hombre se recupera, se levanta de su lecho y retoma su lugar en la batalla del mundo, es evidente que tiene vida en mayor abundancia que la que tenía en su enfermedad. Así también hay cristianos enfermos de quienes tenemos que decir: “Fortaleced las manos cansadas, afirmad las rodillas endebles”. Su constitución espiritual es débil y hacen muy poco. Cuando el Señor Jesús los restaura, fortalece su fe, ilumina su esperanza y los vuelve saludables; entonces ya no sólo tienen vida, sino que la tienen en abundancia. Nuestro Señor desea que gocemos de salud espiritual, y para ese fin se convirtió en el médico de nuestras almas: sana todas mis enfermedades, y es la salud de mi rostro.

 

Con todo, aunque una persona goce de salud, es posible que se le desee mayor vida. Por ejemplo, aquel niñito que está por allá, aunque goza de perfecta salud todavía no puede correr solo. Si lo pones en el suelo, verás que se tambalea un poco y que está a punto de caerse. Sus huesos deben endurecerse y sus músculos deben acumular fuerzas. Cuando el chiquito se convierte en un hombre, tendrá vida en mayor abundancia que cuando era un bebé. Nosotros crecemos en gracia y avanzamos en conocimiento, en experiencia, en confianza y en conformidad a la imagen de nuestro Señor. De ser bebés en Cristo Jesús pasamos a ser jóvenes, y de jóvenes nos convertimos en padres en la iglesia. Así quiere Jesús que crezcamos; ese es uno de los designios de Su venida; así poseemos vida en abundancia.

 

Con todo, una persona podría tener salud y experimentar algún crecimiento, y, sin embargo, gozar sólo de una restringida medida de vida. Supongan que el individuo es confinado como un prisionero en un estrecho calabozo donde unas cadenas y unas paredes de granito restringen perpetuamente sus movimientos. ¿Llamarías vida a su existencia? ¿No sería apropiado referirse a él como un muerto en vida y describir su calabozo como un sepulcro viviente? ¿Podría ser vida aquélla a la que se le prohíbe el aire puro que es un bien incluso del hombre más pobre, y a la que se le niega el sol que brilla para todo ser que respira? El hombre vive, pues consume ese trozo de pan seco, y vacía diariamente la jarra puesta sobre el piso de piedra, pero está desprovisto de vida en el más estricto sentido pues le es denegada la libertad. Cuando el pobre prisionero escale una vez más la colina, surque las olas del océano y deambule según su dulce voluntad, sabrá con gratitud en qué consiste tener vida en abundancia.

 

Ahora, fíjense bien que si el Hijo de Dios los hace libres, serán libres en verdad, y en esa libertad encontrarán una vida rutilante, fulgurante y desbordante como las corrientes de una fuente. Estar en esclavitud debido al temor de la muerte es apenas tener vida; estar continuamente preocupado con desconfianzas, y recibir el espíritu de esclavitud para tener miedo de nuevo, engendra muerte; ¡pero es verdadera vida ser capaz de exclamar: “Tú has roto mis prisiones”!

 

Todavía puedo suponer que un hombre libre y que goza de salud, pudiera tener vida en mayor abundancia. Es extremadamente pobre y puede vagabundear por donde quiera, es cierto, pero no puede considerar como suyo ni un solo palmo de terreno. Puede vivir donde él elija, si es que puede vivir, pero apenas tiene pan para su cuerpo, abrigo para sus miembros y cobijo para las gotas del rocío de la noche; la penuria lo aguijonea severamente. El pobre hombre trabaja desde antes que el sol proclame la mañana y hasta altas horas de la noche, para ganar un sueldo de hambre. Su duro trabajo es exigente a lo sumo, y su remuneración es insuficiente para proveer para lo necesario; apenas puede mantener unidos su cuerpo y su alma. ¿Acaso es vida eso? Llamarla así es casi un sarcasmo. Cuando nos hemos encontrado con personas que se han visto forzadas a dormir sobre el duro suelo o que han estado durante muchas horas sin comer ningún bocado, nos hemos dicho: “Esas pobres criaturas existen, pero no viven”. Es un dicho verdadero. Así también hay creyentes que existen pero no viven; están muriéndose de hambre porque no se alimentan de las promesas; no disfrutan de las ricas cosas que Cristo ha provisto en el pacto de gracia. Pero cuando el Señor Jesús los capacita para que participen de los “gruesos tuétanos” y de los vinos purificados, entonces no sólo tienen vida, sino que la tienen “en abundancia”.

 

Puedo suponer todavía que una persona sea libre, saludable y que disfrute de la abundancia, pero que necesite mayor vida en cuanto a sus relaciones con sus semejantes. Es insignificante y despreciado, es un paria y un proscrito. No tiene a nadie que lo ame o que lo mire con respeto, y ni siquiera se respeta a sí mismo. Anda sigilosamente por todas partes como si portara la marca de Caín; ha olvidado la esperanza y se ha despedido del amor. Sientes piedad por un hombre así cada vez que piensas en él. Poseer el amor y la estimación de nuestros semejantes es necesario si queremos vivir. Cuando está bajo convicción de pecado el hombre siente ser menos que nada, un pecador indigno de alzar sus ojos al cielo, un leproso digno de ser encerrado con los inmundos, o se siente como un hombre muerto, olvidado y relegado; yo les digo por experiencia propia, que él descubre que es entonces un poderoso enriquecimiento para su vida cuando el Señor Jesús lo levanta del muladar y lo hace sentar con los príncipes, con los príncipes de Su pueblo. Hermanos, saber que ustedes ya no son más unos esclavos sino hijos, herederos del cielo y coherederos con Jesucristo, que son alguien de quien los santos son compañeros y a quien los ángeles sirven, eso es tener vida en abundancia. ¿No es cierto?

 

De esta manera les he sugerido apresuradamente algunos de los puntos en los que se revela el crecimiento de la vida. Ahora voy a exponer el mismo tema de otra manera.

 

Quiero presentar antes ustedes siete aspectos en que los cristianos deben buscar vida en abundancia.

 

1) Primero, deben desear un mayor vigor. Se tiene que construir un muro de contención, o se tiene que abrir una zanja. Se necesitan obreros. Aquí están sus palas, y sus picos, y sus carretillas, pero se requieren hombres. Vean, unas cuantas personas se ofrecen para ser contratadas. Son muy delgadas, tienen ojos singularmente brillantes, mejillas hundidas y una tos de ultratumba: constituyen un grupo selecto proveniente de un hospital para tuberculosos. ¿Los contratarías? ¿Por qué lo dudas tanto? Esos hombres tienen vida. “Oh, sí” –comentas- “pero yo quisiera que la tuvieran en abundancia; no podrían realizar el trabajo que requiero que se haga”. Tenemos que despachar a esos pobres hombres; tienen que ir a ver al doctor y deben recibir cuidados.

 

¡Vean, por allá está otro grupo de sujetos robustos y fornidos! Miren sus rostros rubicundos, sus anchas espaldas y sus poderosos miembros; entréguenles los picos, las palas y las carretillas, y verán qué cosas pueden lograr los peones británicos.

 

¿Cuál es la diferencia entre los dos conjuntos de hombres, esos peones y esos tísicos? Pues bien, la diferencia estriba en la presencia o en la ausencia del vigor en su constitución física. Hay un algo, no podemos decir con exactitud qué es y tal vez ni el mismo médico pudiera identificarlo, pero un conjunto de hombres sin ese algo son débiles, y los otros con ese algo están llenos de fuerza. Nuestro Señor Jesús ha venido para que, en un sentido espiritual, tengamos ese vigor, para que tengamos una vida vigorosa, bien fundada, bien equipada, bien establecida y confirmada, y seamos capaces de un arduo servicio y de una poderosa acción. Quiere que caminemos sin cansarnos, y que corramos sin desfallecer. Quiere que nos comportemos como hombres y que seamos fuertes. Amados, ¿no ven qué gran diferencia hay entre unos cristianos y otros? ¿Acaso no son algunos de ellos inválidos espirituales? Ellos creen, pero su oración favorita es: “¡Creo; ayuda nuestra incredulidad!” Ellos esperan, pero el miedo está casi enteramente en posesión de sus corazones. Sienten amor por Cristo, pero cantan con frecuencia:

 

“¿Amo al Señor o no?

¿Soy Suyo o no?”

 

Ellos necesitan medicina y cuidados. Denles cualquier trabajo para el Señor, y verán cuán pronto se cansan; si los descorazonas un poquito se sumen en la desesperación. ¡Oh que el Espíritu de Dios les diera vida en abundancia! Me temo que una gran proporción de cristianos conforman hoy la lista de enfermos, y van en declive por falta de un principio profundamente arraigado y de una sólida vitalidad de piedad, que es a lo que me refiero cuando hablo de vigor. Es triste ver cómo algunos cristianos profesantes son conducidos al descarrío por cualquier error que sea plausiblemente colocado delante de ellos. Si todos los cristianos fueran iguales, entonces el papado fácilmente se pudiera convertir en la religión prevaleciente del país, pues no tienen ningún principio protestante, ningún arraigo en doctrina, ninguna firmeza en la fe. Ellos creen, pero no saben por qué o por cuál motivo lo hacen, y no pueden dar una razón para la esperanza que hay en ellos. Es de temerse que profesan la verdad porque otros siguen esa tendencia, y porque algún elocuente predicador ha ganado su afecto y se ha convertido en su oráculo. Están desprovistos en su interior del material del cual están hechos los mártires y no tienen en su naturaleza un espíritu indomable, no tienen ninguna decisión, ninguna tenacidad de convicción ni ninguna firmeza de agarre; por consiguiente, siempre que vengan tiempos de persecución en esta tierra, ellos serán nuestra debilidad. Tendremos que cuidar a tales seguidores pusilánimes y ponerlos en la retaguardia, o de otra forma el enemigo provocará un triste estrago entre ellos. Quienes tienen vida en abundancia son buenos soldados de Jesucristo, han aprendido a permanecer firmes en la verdad, y por la bendición de Dios son más que contrincantes para enfrentar a los maestros del error, pues saben lo que saben y son capaces de silenciar los hermosos discursos de los engañadores; no son llevados por doquiera de todo viento de doctrina, sino que permanecen en la verdad según han sido instruidos. Ellos claman: “Mi corazón está dispuesto, oh Dios”. Son “fuertes en el Señor, y en el poder de su fuerza”. Yo oro pidiendo que cada miembro de esta iglesia sea un varón de vigor interior y no uno de esos bebés a quienes tenemos que estar cuidando cada día y alimentando con viandas con una cuchara espiritual cada día domingo, sino varones que, por la bendición de Dios, tienen algo en su interior cuyo valor conocen, y a lo que no podrían renunciar aunque todo el mundo los tentara o los amenazara. He comparado a esos sólidos creyentes con navegantes, y no retiraré la comparación, pues necesitamos hombres que puedan decirles a los montes: “Quítate”, y a los valles: “Engrandécete”; y es por tales agentes que el Señor enderezará calzada en la soledad para Su marcha de misericordia.

 

2) En un segundo sentido tenemos vida en abundancia por la ampliación de la esfera de nuestra vida. Para algunas formas de vida humana el rango es muy estrecho. El labrador de Wordsworth no tenía gran abundancia de vida, pues

 

“La ‘primavera’ a la ribera del río

Era una flor amarilla para él,

Y nada más”.

 

Arar y sembrar, cosechar y segar, constituían su filosofía. Las estaciones no predicaban homilías sagradas para él; los pájaros cantaban, pero habría estado tan complacido si hubieran estado callados; era un fastidio escalar los montes, y la vista desde su cúspide no era nada para él. Su alma estaba dentro de su bata de trabajo y de sus pantalones de corduroy, y nunca deseó ir más allá de eso. Y no sólo en los campos hay tales seres; en nuestras calles pululan hombres de la misma raza vestidos con paños finos, para quienes “la música de las esferas” quiere decir el tintinear de los ‘soberanos’, y cuyas citas favoritas se relacionan con el precio de las acciones y los cambios del mercado. Sobre el edificio de la bolsa de valores está escrita esta leyenda: “De Jehová es la tierra y su plenitud”, pero ellos leen esa leyenda así: “Esta tierra es nuestro dios, y su plenitud es nuestro todo”. Las almas de tales hombres viven como ardillas enjauladas, y su rueda da vueltas cada día; ese es todo el mundo que conocen. Jesucristo vino para dar a Su pueblo una vida más amplia y más vasta. Cierto, hay muchos seres sobre los cuales Cristo no ha mirado nunca, cuya vida atraviesa áreas más amplias de las que contentan a los seres más bajos. Tales hombres rastrean a las estrellas y miden los océanos; leen la misteriosa historia de las rocas y memorizan las épocas pasadas; son profundos en filosofía y se abren paso en las cámaras secretas donde anidan los principios germinales de las cosas; tienen una vida que está limitada sólo por el tiempo y el espacio. Pero, amados, cuando Jesús viene, Él amplía la esfera de la mente más capaz, y hace que el más grande intelecto sienta que estaba “encerrado, plagiado, confinado”, hasta que es liberado. Jesús nos conduce efectivamente más allá del tiempo y del espacio. La vida que nos ha dado ha sido sacudida en el tormentoso mar del pecado y ha descendido hasta las profundidades del tremendo océano del terror. Hemos sido como Jonás en el fondo de los abismos, donde la tierra con sus barras parecía encerrarnos para siempre. La gracia de nuestro Dios perdonador nos ha puesto ahora sobre una roca, y nos ha permitido contemplar el paraíso del perdón. ¡Qué bendición es ser perdonado, ser amado por el corazón del Padre, y sentir el beso del Padre! Este es un mundo nuevo para nosotros: ¡vivir como viven los que están con Dios, y ver Su sonrisa, y festejar por causa de Su amor! Esta no es una vida de dimensiones insignificantes, pues moramos en Dios y estamos en comunión con el Infinito. Ya no estamos más encerrados en el yo, sino que sostenemos conversación con los espíritus delante del trono y tenemos comunión con todos los santos redimidos por sangre. Ahora hemos visto esos misterios que anteriormente estaban ocultos a nuestros ojos; la senda que el ojo del águila no vio, nosotros la hemos contemplado, y el camino que el leoncillo no pisó, nosotros lo hemos recorrido. Hemos entrado en los misterios de lo invisible y hemos estado detrás del velo. Éramos como pajarillos dentro de sus conchas, pero el Señor ha roto nuestra prisión, y Su Espíritu nos ha conducido a toda la verdad, y nos ha mostrado lo que estuvo oculto por las edades y las generaciones. Tenemos vida en abundancia en ese sentido.

 

3) En tercer lugar, nuestra vida en Cristo se torna más abundante conforme nuestros poderes son ejercitados. Yo supongo que todos los poderes del hombre se encuentran en el niño, pero muchos de esos poderes están dormidos, y sólo serán ejercitados cuando la vida sea más abundante. Ninguno de nosotros sabe lo que pudiera ser pues todavía estamos en nuestra infancia. Cristo vino para darnos una vida más plena de la que hemos alcanzado hasta ahora. ¡Miren a los apóstoles! Antes de Pentecostés eran jóvenes escolares que sólo eran aptos para ocupar los grados inferiores; con frecuencia eran ambiciosos y contenciosos entre ellos mismos; pero cuando Jesús les dio el Espíritu, ¡cuán diferentes fueron! ¿Creerías que el Pedro de los Evangelios pudiera ser la misma persona que el Pedro de los Hechos? Sin embargo, era la mismísima persona. Pentecostés desarrolló nuevos poderes en él. Cuando lo oigo decir: “No conozco al hombre”, y unas cuantas semanas después lo veo puesto de pie en medio de partos, medos y elamitas, y predicando a Cristo valientemente, yo pregunto: ‘¿qué le pasó a este hombre?’ Y la respuesta es: ‘Cristo le dio vida en abundancia, y él desarrolló poderes que antes estaban escondidos en él.

 

Amados, ustedes oran; sí, pero si Dios les otorgara más vida, orarían tan prevalentemente como Elías. Aun ahora ustedes buscan la santidad; pero si tuvieran vida en abundancia, caminarían delante del Señor en gloriosa rectitud como lo hizo Abraham. Yo sé que ustedes alaban al Señor; pero si los llenara la vida abundante, rivalizarían con los ángeles en sus cánticos. Repito lo que ya les he dicho antes: no sabemos en qué podríamos convertirnos. De buena gana encendería en ustedes una santa ambición. Oren pidiéndole a Jesús que haga de ustedes todo lo puedan ser. Díganle: “Señor, nútreme con todas las gracias, poderes y facultades por medio de los cuales pueda glorificarte. Usa con plenitud mi condición humana. Envía un torrente desbordante de vida sobre mí para que mi alma íntegra despierte, y todo lo que hay en mi interior te engrandezca. Extrae de mí todo lo que pudiera ser extraído de un ser tan pobre como yo. Que el Espíritu obre en mí para alabanza de la gloria de tu gracia”. Yo deseo, hermanos, tanto para mí como para ustedes, que estemos completamente vivos, pues algunos profesantes parecieran estar más muertos que vivos; la vida sólo ha abarcado una fracción de su condición humana. Bendito sea Dios porque hay vida en sus corazones, pero en sus cabezas sólo hay vida parcialmente pues no estudian el Evangelio ni usan sus cerebros para entender sus verdades. La vida no ha tocado sus lenguas silenciosas ni sus manos ociosas ni sus bolsillos mordidos por la helada. Su casa arde pero sólo en un rincón, y el diablo está haciendo todo lo posible para sofocar la llama. Esos profesantes me recuerdan un cuadro que vi alguna vez, en el que el artista se había esforzado por dibujar la visión de Ezequiel y los cadáveres en el proceso de resucitar. Los huesos se estaban juntando, y la carne los vestía gradualmente, y el artista representa un cuerpo en el que la cabeza está perfectamente formada pero el cuerpo es un esqueleto, mientras que en otro lugar el cuerpo está bien cubierto, pero los brazos y las piernas permanecen en los puros huesos.

 

Yo digo que algunos cristianos están en una situación muy parecida: están vivos sólo en ciertas zonas, y en algunos debe de ser una zona muy escondida la que ha sido vivificada, pues poco o nada se puede ver de algo de amor o de celo en la práctica. Oh, necesitamos que haya hombres que estén vivos de la cabeza a los pies, cuya existencia entera esté pletórica de consagración a Jesús y de celo por la gloria divina; ellos tienen “vida en abundancia”.

 

4) En cuarto lugar, el texto se refiere a un grado incrementado de energía. Podemos tener los poderes pero sin ejercitarlos, y sin duda, muchos hombres tienen grandes capacidades espirituales pero permanecen inmóviles por falta de intensidad de propósito. Ahora bien, ¿cuándo está más vivo el hombre? Algunos están vivos cuando están decididos a perseguir un propósito favorito. Han formado una resolución, y pretenden implementarla, y puede verse al hombre entero siguiendo adelante sobre la pista, muy alerta y lleno de avidez. Ahora bien, el Señor nos ha provisto con un propósito que invariablemente nos estimula a la vida energética, pues “el amor de Cristo nos constriñe”. Él nos ha dado un motivo y un impulso que no podemos resistir, y hemos entrado en un pacto con Él que establece que glorificaremos Su nombre en tanto que vivamos. Estamos solemnemente decididos y sinceramente resueltos a buscar Su honor. Esto le da una intensidad a la vida que incrementa su abundancia y despierta todo. Se dice que un hombre está lleno de vida cuando es despertado a la excitación, y es encendido a la pasión. El entusiasmo es vida efervescente, vida en erupción volcánica. Allí donde hay una resolución decidida, si despiertas a un hombre mediante la oposición, verás a su vida entera entrar en acción. Él estaba tranquilo antes, pero has despertado al león en él. Su vida estaba sumida en un sueño casi total pero ahora está llena al nivel de una inundación. El hombre se siente transportado; en mirada y en plática está completamente vivo, y en actos está lleno de energía al máximo grado. Nuestro divino Señor ha encendido la llama de nuestra vida inspirando en nosotros la gloriosa pasión del amor por Él. Esto nos proporciona un estímulo y un ímpetu. Un corazón que está plenamente sometido al amor de Jesús es capaz de pensamientos y de actos que son completamente extraños para las almas más frías. Una vida energética, poderosa y triunfante pertenece a las almas enamoradas de la cruz y desposadas en ardiente amor con el Esposo celestial.

 

En personas locas es dolorosamente manifiesta una abundancia de un cierto tipo de vida. El endemoniado en la Escritura rompía las cadenas con las que había sido atado, pues tenía una fuerza descomunal cuando el paroxismo de su furia lo poseía. Ahora, si la posesión por un espíritu maligno lleva a los hombres a una fuerza descomunal, ¡cuánto más la posesión por el Espíritu divino ceñirá a las personas de extraordinaria energía! No es posible que supiéramos cuán potente para el bien puede volverse cualquier persona. Así como el hombre que estaba débil, muy débil antes, cuando quedó poseído de un espíritu maligno rehusó ser mantenido en cautiverio, así el hombre poseído por el Espíritu divino se vuelve sobrenaturalmente fuerte y rehúsa ser un cautivo del pecado o de Satanás. Mira a Martín Lutero; ¿hubieras podido creer que ese pobre monje sacudiría al Vaticano? Y sin embargo, lo hizo en su celo por la verdad y su odio por el error. Miren a otros hombres en otros tiempos que han sido levantados por Dios para un propósito especial; ¡cuán abundante vida les dio su santo ardor! Fueron como Sansón en tiempos antiguos. Acércate a Sansón, palpa su carne y mira sus huesos; no es más grande que otro hombre; aunque sus músculos indican un enorme vigor, no parece sorprendentemente superior a otros. Espera hasta que el Espíritu de Dios lo mueva en el campamento de Dan, y luego ¡ay de los miles de filisteos! ¡Mira cómo los apila en montones sobre montones al tiempo que los elimina de una manera despiadada! ¡Mira cómo sujeta las columnas de su templo y las mece hacia un lado y hacia el otro y derriba el edificio sobre sus cabezas! El Espíritu de Dios está en el hombre y hace maravillas. Si el Espíritu de Dios viene a ti, te hará hacer mayores cosas que esas, y alcanzar victorias más excelsas. Sólo créelo, y ven a Cristo, pues se ha de tener vida en abundancia.

 

5) Vamos a cambiar la línea de nuestro pensamiento, y llegando al quinto punto, vamos a decir que a menudo se ve abundancia de vida en el goce desbordado. En una mañana de primavera, cuando caminas por el campo y ves a las ovejas retozando muy alegremente, has dicho: “Hay vida para ti”. Ves un grupo de niñitos, todos gozando de excelente salud. ¡Cómo se divierten, y cuántas travesuras hacen! Dices: “¡cuánta vida hay en esos niños!” Atrapa a uno de esos traviesos pequeñuelos, y ve cómo se zafa de tus brazos, y tú dices: “Vamos, es pura vida”. Así es justamente, y de ahí su júbilo. En la juventud hay mucha vida y desborde de espíritus.

 

Cuando Israel salió de Egipto, era el joven Israel, y cuán alegremente golpeó sus panderos y danzó delante de Jehová. Cuando las iglesias son avivadas, ¡cuánta vida hay en ellas, y luego cuántos himnos surgen! Nunca llega un avivamiento de la religión sin un avivamiento del canto. Tan pronto como llega la Reforma de Lutero, los salmos son traducidos y cantados en todas las lenguas; y cuando Whitefield y Wesley están predicando, entonces Charles Wesley y Toplady tienen que estar elaborando himnos para que el pueblo los cante, pues tiene que mostrar su gozo, un gozo nacido de la vida. Querido amigo, cuando el Señor te dé más vida tendrás también más gozo. Ya no andarás por la casa enjugándote las lágrimas, ni serás considerado melancólico ni deprimido cuando el Señor te dé vida en abundancia. No me sorprendería que adoptaras el hábito de cantar en tu trabajo, y de tararear tonadas en tus caminatas. No me sorprendería que las personas preguntaran: “¿Por qué Fulano de Tal está tan feliz? ¿Qué hace que sus ojos brillen como con un extraño deleite? Es pobre, está enfermo, ¡pero cuán bienaventurado pareciera ser!” Esto se verá, hermano, cuando no sólo tengas vida, sino cuando la tengas en abundancia.

 

6) Ahora, en sexto lugar, este es un hecho más o menos peculiar, pero creo que no debe ser omitido. La abundancia de vida será percibida en una delicadeza de sentimiento. Sin duda hay una gran diferencia en cuanto a la cantidad de dolor que las personas experimentan ante la misma operación quirúrgica. Hay personas que están constituidas de tal manera que podrías cortarles un brazo y apenas sentirían más de lo que otra persona sentiría si le extrajeran un diente; hay algunos, por otro lado, para quienes el más leve dolor implica un sentimiento de horror, pues son muy sensibles. No podría decir si es una ventaja o una desventaja, pero algunos diestros médicos han observado ciertamente que aquellas personas que tienen constituciones mentales fuertes, que usan mucho sus cerebros, y que tienen una buena organización mental, son usualmente aquellos que sufren más cuando se ven sometidos a un dolor; hay más vida en ellos de un cierto tipo, y son más sensibles por esa razón. Ahora bien, cuando el Señor Jesucristo da a los miembros de Su pueblo la vida en sus formas más sublimes, se vuelven más capaces de sentir dolor. El mismo pecado les hará dolerse cien veces más de lo que solía hacerlo, y se abstendrán de él con mayor ansiedad para evitarlo. Si eres simplemente un cristiano, puedes hacer el mal, y serás penitente; pero si tienes mucha vida y haces el mal, ah, entonces tu corazón se retorcerá de angustia y te despreciarás delante de Dios. El hombre lleno de delicada vida no sólo sufrirá más, sino que probablemente experimente más placer; él es sensible a gozos desconocidos para otros, y su constitución entera se estremece con un placer que otro percibe sólo débilmente. El nombre de Jesús es indeciblemente dulce para los que tienen vida en abundancia. Sólo tener vida es algo precioso, pero es inapreciable para los que tienen corazones muy tiernos, que desbordan con una vida exuberante. Me he encontrado con algunos cristianos que dicen que no pueden entender el Cantar de Salomón, y no me he sorprendido por ello, pues es un libro de prueba para almas sensibles, y cuando los hombres tienen mucho de la vida de amor, ese sagrado cántico se adecua a sus sentimientos mejor que cualquier otro libro de la Biblia, porque es un tierno libro de amor sagrado, y es deslumbrante como carbones del altar. Oh, yo les ruego que tengan mucho de la ternura de la vida intensa.

 

Y no he agotado el significado de la delicadeza. También quiero decir esto. Hay una delicadeza de mano que el varón puede adquirir mediante una larga práctica, que convierte a ese maravilloso miembro en un gran obrador de hazañas. Los dedos y la palma rebosan vida, y pueden ejecutar manipulaciones de un tipo sumamente sorprendente. De igual manera la mano de la fe educada no sólo puede asir sino manejar la buena palabra de vida. Cuando estamos dotados de esta facultad, atisbamos en los misterios del corazón de Jesús como otros no pueden hacerlo. Los labios también pueden volverse sensibles. Laura Bridgman aprendió a leer con sus labios las letras resaltadas, y los ciegos tienen muy generalmente una maravillosa vida en las yemas de sus dedos que otros no hemos desarrollado todavía. Así el Señor quiere que Su pueblo goce de una vida sensible de discernimiento que les ha de revelar cosas que de otra manera no hubieran sentido ni conocido nunca. Oh, cuando tu alma es bendecida con una santa delicadeza, cuando cada parte de tu naturaleza se ha llenado con una intensa sensibilidad y la desborda, y, además, con una educada sensibilidad para la mente y la voluntad divinas, entonces estás llegando donde Cristo quiere que llegues.

 

Además esta delicadeza se muestra en una maravillosa comprensión y en una agudeza de percepción que no habían estado allí antes. El indio pega su oído al suelo y dice: “un enemigo se aproxima”, y en cambio tú no puedes oír ni un sonido. Cuando se llega a una curva en el bosque él dice: “hay una pista rumbo a la derecha”, y en cambio tú no puedes ver que una varita fue cortada ni que una sola hoja de hierba fue doblada. Sus facultades están llenas de vida, y por eso tiene un mejor oído y un mejor ojo que tú. Recuerda la historia del sitio de Lucknow. Cuando la mujer montañesa dijo: “¿lo oyes? ¿Lo oyes?” ella podía oír el sonido de la música de los montañeses cuando aún estaba muy distante. No dudo de que lo oyera, aunque los demás no lo oían; su oído era más agudo que el de ellos. Jesús quiere que tengamos una rápida percepción en el temor del Señor, de tal manera que podamos decir: “¡Él viene, Él viene! ¡Puedo oír Sus pisadas!” Y el mundo dirá: “Estás loco; comamos y bebamos y casémonos y démonos en casamiento”. Necesitamos ser capaces de decir: “puedo oír la voz del Esposo”, cuando otros dicen: “no es así, es la pura imaginación”. Necesitamos ojos que vean la tierra que está muy distante, para que sean visibles para nosotros las puertas de oro de nuestro hogar celestial. Así tendremos vida “en abundancia”.

 

7) El séptimo punto es este: la vida, cuando es abundante, se vuelve suprema. Algunas razas de hombres tienen vida física, pero no la tienen en abundancia. Por ejemplo, los indios cobrizos y las razas australianas tienen vida, pero al cabo perecen y desaparecen de la faz de la tierra, mientras que otras razas de vida más vigorosa luchan con su ambiente y sobreviven. Los cristianos deberían tener una vida tan abundante que sus circunstancias no deberían ser capaces de vencerlos; una vida tan abundante que en la pobreza sean ricos, en la enfermedad gocen de salud espiritual, en el desprecio estén llenos de triunfo y en la muerte estén llenos de gloria. Gloriosa es la vida que desafía a las circunstancias. Hermanos, Cristo nos ha dado una vida suprema, suprema en su tenacidad; no puede ser destruida, nadie puede cortar su hilo. “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” Ni lo presente, ni lo porvenir podrían hacer eso; tenemos una vida tan abundante que triunfa sobre todo. Lo que deseo más que nada es tener esta vida de una manera tan abundante que sea suprema sobre mi ser entero. Hay muerte en nuestro interior, y esa muerte forcejea con nuestra vida. Nuestra vida ha derribado a la muerte, y la mantiene bajo sus pies; pero tremendo es el esfuerzo de la muerte para levantarse de nuevo y retomar el control.

 

Hermanos, debemos sojuzgar a la muerte; debemos atarla como con ligaduras de hierro y sojuzgarla y plantar la rodilla de la oración sobre su pecho y presionarla contra el suelo. No hemos de permitir que el pecado tenga dominio sobre nosotros, antes bien, la vida en abundancia, por medio de la gracia, tiene que triunfar sobre la corrupción interna.

 

Hay todavía muchas cosas más allá de ustedes, hermanos cristianos, pero todo eso es alcanzable. No deben sentarse y decir: “tenemos que ser siempre cautivos de la carne, y tenemos que rendirle obediencia”. Amados, ustedes pueden vencer; si la gracia de Dios está en ustedes, ustedes pueden vencer. No deben congratularse de la perfección de este lado de la tumba; tal jactancia debe estar lejos de ustedes; pero en la fortaleza de Dios, la vida de Dios que está en ustedes puede crecer, y crecerá, pues Cristo vino para hacerla crecer hasta que la muerte sea hollada y ustedes sean más que vencedores por medio de Aquel que los amó.

 

Mi tiempo se ha agotado. El tema es demasiado grande para mí. Entonces sólo concluyo con esto: si quieren vida tienen que obtenerla de Cristo, y si quieren más vida tienen que acudir a ese mismo lugar. No miren a Cristo para los principios para luego mirar a otro lugar para las etapas finales. Cristo vino para que tengan más vida. Vengan a Él por la fe. No miren a las ceremonias o a los servicios externos ni a ninguna otra cosa para el crecimiento en la gracia, aparte de Jesús; deben acudir a Él y Él se los dará, y serán ricos para todos los propósitos de bienaventuranza. Que Dios nos conceda que todos los miembros de esta iglesia reciban esta gran bendición por Cristo nuestro Señor. Amén.

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Juan 10.

 

Nota del traductor:

 

Soberano: monedas de oro que circulaban en el Reino Unido.      

 

 

Traductor: Allan Román

29/Diciembre/2011

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