El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

“Ha Resucitado el Señor Verdaderamente”.

NO. 1106

 

SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 13 DE ABRIL DE 1873

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea”. Lucas 24: 5, 6.

 

El primer día de la semana conmemora la resurrección de Cristo, y, siguiendo el ejemplo apostólico, hemos constituido el primer día de la semana como nuestro día de reposo. ¿No nos sugiere ésto que el reposo de nuestras almas ha de ser encontrado en la resurrección de nuestro Salvador? ¿No es cierto que una clara comprensión de la resurrección de nuestro Señor es, a través del Espíritu Santo, el medio más seguro de traer paz a nuestras mentes? Ser partícipes de la resurrección de Cristo es gozar de ese día de reposo que queda para el pueblo de Dios. Quienes hemos creído en el Señor resucitado entramos en el reposo, así como Él mismo reposa a la diestra del Padre. En Él descansamos porque Su obra ha sido consumada y Su resurrección es la garantía de que ha perfeccionado todo lo necesario para la salvación de Su pueblo, y nosotros estamos completos en Él. Yo confío que, por el poder del Espíritu Santo, sean sembrados en las mentes de los creyentes algunos pensamientos conducentes al reposo, mientras realizamos una peregrinación al nuevo sepulcro de José de Arimatea y vemos el lugar donde estuvo sepultado el Señor.

 

I.   Primero, esta mañana voy a hablarles sobre ciertos RECUERDOS INSTRUCTIVOS que se aglutinan en torno al lugar donde Jesús durmió  “con los ricos en su muerte”. Aunque Él no está allí, con toda certeza estuvo allí una vez, pues “fue crucificado, muerto y sepultado”. Estuvo tan muerto como están los muertos ahora, y aunque no podía ver corrupción, ni podía ser retenido por los lazos de la muerte más allá del tiempo predestinado, con todo, Él estuvo indudablemente muerto. No quedó ninguna luz en Sus ojos, ni vida alguna en Su corazón. El pensamiento huyó de Su frente coronada de espinas, y Su boca de oro enmudeció. Él no murió simplemente en apariencia, sino en realidad; la lanzada resolvió esa duda de una vez por todas; por tanto, habiendo muerto, fue colocado en el sepulcro como un idóneo ocupante de la callada tumba. Sin embargo, como Él no está ahora allí sino que resucitó, nos corresponde a nosotros buscar los objetos que nos recuerdan que estuvo allí. No contenderemos con los sectarios supersticiosos por el “santo sepulcro”, sino que vamos a recoger en espíritu las preciosas reliquias del Redentor resucitado.

 

Primero, Él dejó en la tumba las especias. Cuando resucitó, no se llevó las costosas hierbas aromáticas con las que había sido envuelto Su cuerpo, sino que las dejó allí. José había traído cerca de cien libras de peso de mirra y áloes, cuyo olor permanece todavía. Nuestro Señor Jesús ha llenado de fragancia el sepulcro en el más dulce sentido espiritual. Ya no huele más a corrupción ni a fétida putrefacción, sino que podemos cantar con el poeta del santuario:

 

¿Por qué habríamos de temer que depositen

Nuestros cuerpos en la tumba?

Allí estuvo la amada carne de Jesús,

Y dejó un perfume duradero”.

 

Aquel humilde lecho en la tierra está ahora perfumado con costosas especias y se muestra engalanado con aromáticas flores, pues sobre su almohada apoyó una vez Su santa cabeza nuestro Amigo más verdadero. No retrocederemos con horror de las cámaras de los muertos, pues el propio Señor las ha recorrido, y donde Él ha estado, el terror se disipa.

 

El Maestro dejó también Sus vendas al partir. No salió de la tumba envuelto con una mortaja; no llevaba las vendas de la tumba como un traje para la vida, sino que cuando Pedro entró al sepulcro, vio las vendas solas y cuidadosamente dobladas. Me atrevo a decir que las dejó allí para que fueran las cortinas del aposento real en el que Sus santos se entregan al sueño. ¡Miren cómo ha encortinado nuestro último lecho! Nuestro dormitorio ya no es más lóbrego y desnudo, como la celda de una prisión, sino que está decorado con lino fino y con hermosos tapices: ¡es un aposento digno de los príncipes! Iremos a nuestro último aposento en paz, porque Cristo lo ha amueblado para nosotros. O, si cambiamos la metáfora, podríamos decir que nuestro Señor dejó esas vendas para que las consideremos como garantías de Su comunión con nosotros en nuestro humilde estado, y como recordatorios de que así como Él se despojó de las vestiduras de la muerte, así también lo haremos nosotros. Él se levantó de Su diván y dejó allí Sus ropas de dormir, en señal de que cuando despertemos habrá también otras vestiduras dispuestas para nosotros.

 

Cambiaré de nuevo la figura, y diré que así como hemos visto viejas banderas andrajosas colgadas en las catedrales y en otros edificios nacionales, como recordatorios de los enemigos derrotados y de las victorias ganadas, así también en la cripta donde Jesús venció a la muerte están colgadas Sus vendas, como trofeos de Su victoria sobre la muerte, y como nuestra garantía de que todo Su pueblo será más que vencedor por medio de Aquel que lo amó. “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?”

 

Luego, cuidadosamente enrollado en un lugar aparte, nuestro Señor dejó el sudario que había cubierto Su cabeza. El sudario está ahora por allá. El Señor ya no lo necesitaba cuando resucitó. Quienes lloran pueden usarlo como un pañuelo para enjugar sus lágrimas. Ustedes, viudas, y ustedes, huérfanos –ustedes hermanos que se lamentan y ustedes, hermanas que lloran- y ustedes, ustedes Raqueles, que no quieren ser consoladas porque sus hijos perecieron, aquí tienen, tomen este sudario con el que envolvieron el rostro de su Salvador, y enjuguen sus lágrimas para siempre. El Señor en verdad resucitó y, por tanto, así ha dicho Jehová: “Reprime del llanto tu voz, y de las lágrimas tus ojos… porque volverán de la tierra del enemigo”; “Tus muertos vivirán”. Oh, tú que guardas luto, tus seres queridos resucitarán conjuntamente con el cadáver del Señor; por tanto, no te aflijas como lo hacen quienes no tienen esperanza, pues si tú crees que Jesús murió y resucitó, el Señor llevará también consigo a quienes duermen en Jesús.

 

¿Qué más dejó tras de sí el Salvador resucitado? Nuestra fe ha aprendido a recoger unos dulces recuerdos del lecho del tranquilo sueño de nuestro Señor. Bien, amados, Él dejó ángeles tras de sí, convirtiendo así a la tumba en:

 

“Una celda donde los ángeles suelen

Ir y venir con nuevas celestiales”.

 

Los ángeles no habían estado antes en la tumba, pero, en Su resurrección, descendieron; uno de ellos rodó la piedra, y otros se sentaron donde había sido colocado el cuerpo de Jesús. Ellos eran asistentes personales y escoltas del Grandioso Príncipe, y, por tanto, le asistieron en Su resurrección, vigilando la entrada y respondiendo a las preguntas de Sus amigos. Los ángeles están llenos de vida y de vigor, pero no dudaron en reunirse en el sepulcro para adornar la resurrección de la misma manera que las flores engalanan a la primavera. Yo no leo que nuestro Señor haya retirado jamás a los ángeles de los sepulcros de Sus santos; y ahora, si los creyentes mueren tan pobres como Lázaro, y tan enfermos y tan despreciados como él, los ángeles transportarán sus almas al seno de su Señor, y sus cuerpos también serán vigilados por espíritus guardianes, tan ciertamente, como Miguel guardó el cuerpo de Moisés y contendió por él con el enemigo. Los ángeles son tanto servidores de los santos vivientes como son custodios de su polvo.

 

¿Qué más dejó tras de Sí nuestro Bienamado? Dejó un pasaje abierto desde la tumba, pues la piedra fue rodada; esa casa de la muerte está sin puertas. Si el Señor no viniera pronto, nosotros descenderemos al calabozo de la tumba. ¿Qué dije? Lo llamé: “calabozo”, pero ¿cómo llamarlo un calabozo si no tiene ni cerrojos ni pasadores? ¿Es acaso un calabozo si no tiene ni siquiera una puerta que encierre a sus ocupantes? Nuestro Sansón arrancó los postes y se llevó las puertas de la tumba con todas sus barras. La llave fue retirada del cinturón de la muerte y es sostenida por la mano del Príncipe de la Vida. El sello roto y los vigilantes desfallecidos son señales de que los calabozos de la muerte no pueden retener más a sus cautivos. Así como Pedro, cuando fue visitado por el ángel, vio que sus cadenas se rompían y que las puertas de hierro se abrían para él por sí solas, así también los santos encontrarán un escape disponible en la mañana de la resurrección. Dormirán por un tiempo, cada uno en su lugar de descanso, pero se levantarán sin problemas, ya que la piedra fue rodada. Un poderoso ángel rodó la piedra, pues era muy grande, y cuando lo hubo realizado, se sentó sobre la piedra. Sus vestiduras eran blancas como la nieve, y su rostro era como el relámpago, y estando sentado sobre la piedra parecía decirles a la muerte y al infierno: “Ruédenla de regreso si pueden”.

 

“¿Quién reconstruirá la prisión del tirano?

El cetro que cayó de sus manos quedó roto;

Su dominio ha concluido; el Señor resucitó;

Los indefensos pronto será liberados de sus lazos”.

 

Me aventuro a mencionar una cosa más que dejó mi Señor en  Su tumba abandonada. Visité hace unos cuantos meses varios de los grandes edificios con nichos para urnas cinerarias (columbarios) que se encuentran fuera de las puertas de Roma. Entras a un gran edificio cuadrado, hundido en la tierra, y desciendes por muchos escalones, y conforme desciendes observas a los cuatro costados de la gran cámara, innumerables pequeños casilleros en los que están depositadas las cenizas de decenas de miles de personas que han fallecido. Usualmente enfrente de cada compartimento preparado para la recepción de las cenizas hay una lámpara. He visto cientos si no es que miles de esas lámparas, pero todas están apagadas, y ciertamente dan la impresión de no haber sido iluminadas nunca. No proyectan ningún rayo sobre las tinieblas de la muerte. Pero nuestro Señor entró en la tumba y la iluminó con Su presencia: “la lámpara de su amor es nuestro guía a través de la penumbra”. Jesús ha traído la vida y la inmortalidad a la luz por medio del Evangelio; y ahora hay luz en los palomares donde anidan los cristianos; sí, en cada cementerio hay una luz que arderá a través de las vigilias de la noche de la tierra hasta que amanezca el día y las sombras huyan y despunte la mañana de la resurrección.

 

Así, entonces, la tumba vacía del Salvador nos deja muchas dulces reflexiones que atesoraremos para nuestra instrucción.

 

II.   Nuestro texto habla expresamente de BÚSQUEDAS VANAS: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado”.

 

Hay lugares donde los buscadores de Jesús no deberían esperar encontrarlo, prescindiendo de cuán diligente sea su búsqueda y de cuán sincero sea su deseo. No se puede encontrar a un hombre donde no está, y hay ciertos sitios en los que Cristo no puede ser encontrado nunca. En este momento presente veo a muchos seres que buscan a Cristo entre los monumentos del ceremonialismo, o lo que Pablo llamó “los débiles y pobres rudimentos”, pues ellos, “guardan los días, los meses, los tiempos y los años”. Desde que nuestro Señor resucitó, el judaísmo y toda forma de ceremonia simbólica no pasan de ser nada mejor que sepulcros. Los tipos fueron ordenados por el propio Dios, pero cuando vino la sustancia, los tipos se convirtieron en sepulcros vacíos y nada más. Desde entonces los hombres han inventado otros símbolos que ni siquiera tienen la sanción de la autoridad divina, y sólo son tumbas de muertos. En esta época presente el mundo ha ido locamente en pos de sus ídolos, siendo engañado y embaucado por aquellos que tienen un celo por Dios, pero no conforme a ciencia. Ciertamente nunca hubo un período, incluso cuando Roma era dominadora, en el que los hombres se allegaran ceremonias a tanta velocidad como en el presente día. Han convertido al cristianismo en un yugo más grande de servidumbre de lo que fue el propio judaísmo; pero un alma sincera y despierta en vano esperará encontrar a Jesús entre esas vanas representaciones. Puedes deslizarte de un día santo a otro, y de un lugar santo a otro, y de unas palabras mágicas a otras, pero no encontrarás al Salvador en nada de eso, pues Él mismo ha declarado así: “Ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre… mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren”. Jesús ha rasgado el velo y ha abolido la adoración ceremonial, y sin embargo, los hombres buscan revivirlos, edificando los sepulcros que el Señor ha demolido. Él repite a nuestros oídos la advertencia en este día: “Guardad, pues, mucho vuestras almas; pues ninguna figura visteis el día que Jehová habló con vosotros de en medio del fuego; para que no os corrompáis y hagáis para vosotros escultura, imagen de figura alguna, efigie de varón o hembra”. Sin embargo, ciertos hombres entre nosotros están dedicados a erigir los altares que nuestros piadosos antepasados derribaron, y la obra de los reformadores y de los protestantes tiene que ser realizada de nuevo ahora. ¡Que Dios nos envíe a un Knox o a un Lutero con un potente martillo para hacer pedazos a los ídolos que los sacerdotes de Baal están erigiendo! Buscan a los vivos entre los muertos. Jesús no está en sus misas ni en sus procesiones. Él resucitó muy por encima de tal adoración carnal. Si fuese un Cristo muerto, una tal adoración podría ser, tal vez, un apropiado desfile sobre su tumba, pero para uno que vive para siempre, ha de ser insultante presentar un servicio tan materialista.

 

¡Ay!, hay muchas otras personas que están buscando a Cristo como su Salvador entre las tumbas de la reforma moral. Nuestro Señor comparó a los fariseos con sepulcros blanqueados; internamente estaban llenos de huesos de muertos, pero exteriormente estaban hermosamente adornados. ¡Oh, de qué manera tratan de blanquearse los hombres, cuando se ponen intranquilos acerca de sus almas! Renuncian a algún pecado grave, no de corazón, sino únicamente en apariencia, y cultivan una cierta virtud, no en el alma, sino únicamente en el acto externo, y así esperan ser salvados aunque sigan siendo enemigos de Dios, amantes del pecado y avaros buscadores de la paga de la injusticia. Esperan que el limpio exterior del vaso y del plato satisfaga al Altísimo, y que Él no sea tan severo como para revisar el interior y probar sus corazones.

 

Oh, señores, ¿buscan a los vivos entre los muertos? Muchos han buscado paz para sus conciencias por medio de sus reformas morales, pero si el Espíritu Santo los ha convencido verdaderamente de pecado, pronto descubren que estaban buscando a un Cristo vivo entre las tumbas. Él no está aquí, pues ha resucitado. Si Cristo estuviera muerto, muy bien podríamos decirles: “Vayan y hagan todo lo que puedan para ser sus propios salvadores”, pero en tanto que Cristo está vivo, Él no necesita de su ayuda, Él los salvará de principio a fin, o no lo hará del todo. Él será el Alfa y la Omega para ustedes, pero si ustedes pusieran su mano sobre Su obra, y pensaran que pueden ayudarle de cualquier manera, habrían deshonrado Su santo nombre, y Él no tendría nada que ver con ustedes. No busquen una salvación viva entre los sepulcros de la formalidad externa.

 

Muchísimas personas están también esforzándose por encontrar al Cristo vivo entre las tumbas que se aglomeran al pie del Sinaí; miran a la ley buscando la vida, pero su ministerio es muerte. Los hombres piensan que han de ser salvados guardando los mandamientos de Dios, que han de hacer lo mejor que puedan, y conciben que sus esfuerzos sinceros serán aceptados, y que así se salvarán ellos mismos. Esta idea de justicia propia es diametralmente opuesta al espíritu integral del Evangelio. El Evangelio no es para ti, que crees que puedes salvarte a ti mismo, sino que es para quienes están perdidos. Si puedes salvarte a ti mismo, anda y hazlo, y no te mofes del Salvador con tus hipócritas oraciones. Anda y tropieza entre las tumbas del antiguo Israel, y perece como perecieron ellos en el desierto, pues ni Moisés ni la ley pueden conducirte al reposo. El Evangelio es para los pecadores que no pueden guardar la ley, que la han quebrantado y que han incurrido en su castigo, y que saben que lo han hecho y lo confiesan. Para tales personas ha venido un Salvador vivo que borra sus transgresiones. No busquen la salvación por las obras de la ley, pues por ellas ninguna carne viviente será justificada. Por la ley es el conocimiento del pecado, y nada más; pero la justicia, la paz, la vida y la salvación vienen por la fe en el Señor Jesucristo vivo y no por otros medios. “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”; pero si tu propósito fuera establecer tu propia justicia, con toda seguridad perecerás, porque habrás rechazado la justicia de Cristo.

 

Otros hay que buscan al Jesús vivo entre las tumbas, tratando de identificar algo bueno en la naturaleza humana, en sus propios corazones y en su disposición natural. Puedo verte ahora, pues te he conocido desde hace mucho tiempo, y esa ha sido siempre tu insensatez: irás al osario de tu propia naturaleza, y preguntarás: “¿Está Jesús aquí?” Amado, tú estás triste y deprimido, y no me sorprende. Mira aquellos huesos secos y esos esqueletos blanqueados. Mira ese montón de podredumbre, esa masa de corrupción, ese cuerpo de muerte; ¿puedes tolerar el espectáculo? “¡Ah”, -respondes tú- “soy un hombre desventurado en verdad, pero anhelo encontrar algo bueno en mi carne!” Oh, amado, suspiras en vano, pues mirar en tu propia naturaleza carnal para encontrar consolación equivale a rastrillar el infierno para encontrar allí el cielo. He aquí, en este día, Dios ha abandonado a la vieja naturaleza y la ha entregado a la muerte. Bajo la antigua ley, la circuncisión significaba remover la inmundicia de la carne, como si después de que esa inmundicia desapareciera la carne pudiera ser mejorada, pero ahora, bajo el nuevo pacto, tenemos un símbolo mucho más profundo, pues “¿No sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva”. El hombre viejo está enterrado como algo muerto de lo que no puede salir nada bueno. “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado”. Dios no intenta renovar la vieja mente carnal, sino hacernos nuevas criaturas en Cristo Jesús. Si cualquier hombre practica la introspección con miras a la consolación, bien podría acumular bloques de hielo de Wenham con miras a quemar una ciudad. Si ustedes están dándole vueltas a sus cuerpos y a sus sentimientos, a sus pensamientos e imaginaciones con el fin de descubrir consuelo, es como si esperaran encontrar preciosos diamantes en las barreduras de las carreteras. “No está aquí”, dice la totalidad de nuestra vieja naturaleza. No está aquí; resucitó; y para consolación, han de mirar únicamente a Él, que está entronizado sobre los cielos.

 

Además, demasiadas personas han intentado encontrar a Cristo en medio de las lúgubres catacumbas de la filosofía del mundo. Por ejemplo, el día domingo les encanta recibir un sermón saturado de pensamiento, y el significado moderno de pensamiento es algo que está más allá, si no es que contrapuesto a la simple enseñanza de la Biblia. Si un hombre le habla a su congregación de lo que encuentra en las Escrituras, se dice de él que “habla perogrulladas”; pero si un hombre divierte a su congregación con sus propios sueños, sin importar cuán opuestos pudieran ser a los pensamientos de Dios, entonces es un “pensador”, es un “predicador altamente intelectual”. Pudiera haber algunos que amen las divagaciones de los soñadores y las crudezas de los escépticos por encima de todas las cosas. Si pueden oír lo que ha dicho un profesante infiel en contra de la inspiración, si pueden ser entretenidos con la más reciente blasfemia, algunos oyentes sienten que están logrando avances en esa cultura más sofisticada, que es tan alardeada en nuestros días. Pero, créanme, las cavernas frecuentadas por los murciélagos de la falsa filosofía y de la pretendida ciencia han sido exploradas una y otra vez, mas la salvación no habita en ellas. En los días de Pablo había gnósticos que rastreaban todos los serpeantes parajes de la erudición vanagloriosa, pero sólo descubrieron “otro evangelio que no era otro”. El mundo no conoció a Dios por la sabiduría. Después de deambular en medio de las sombrías catacumbas de la filosofía, regresamos a respirar el aire fresco de la Palabra viva, y en lo tocante a los laberintos de la ciencia, expresamos con voz entrecortada la frase: “No está aquí”. La razón no lo ha encontrado en sus más profundas minas, ni la especulación en sus más elevados vuelos, aunque en verdad Él no está lejos de ninguno de nosotros. Atenas tiene su Dios desconocido, pero, en el simple Evangelio, Dios es conocido en la persona de Jesús. Sócrates y Platón sostienen sus velas, pero Jesús es el sol. Nuestros pensadores modernos critican y disputan y, sin embargo, en medio de nosotros, un Cristo vivo convierte a los pecadores, anima a los santos y glorifica a Dios. Si el Señor fuera un tema muerto para debate, la filosofía podría ayudarnos; pero como Él es un poder viviente, un grano de fe en Él es mejor que las montañas de la filosofía.

 

Oh, ustedes que no conocen la vida interior, ni el Espíritu vivificador, ¿que tienen que ver con el Señor resucitado? Que ustedes se convirtieran en los árbitros de la verdad concerniente a Jesús nuestro Señor, equivaldría a que el gusano de la corrupción se convirtiera en un juez de los querubines.

 

Cuán ansiosamente deseo, en verdad, que ustedes que han estado buscando la salvación en cualquiera de estas direcciones, renunciaran a esa desesperada tarea y entendieran que Cristo está cerca de ustedes, y si creen en Él con el corazón, y con la boca lo confiesan, serán salvos. “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más”: éste es el clamor de Él para ustedes. “La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”. “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”, Jesús vive todavía, y puede salvar perpetuamente. Todo lo que tienes que hacer es simplemente volver a Él la mirada de tu fe: por esa fe, Él se vuelve tuyo, y tú eres salvo, pero, oh, no busques entre los muertos al que vive, pues Él resucitó.

 

III.   Vamos a cambiar otra vez nuestro tenor y vamos a considerar, en tercer lugar, LOS DOMICILIOS INADECUADOS. Los ángeles les dijeron a las mujeres: “No está aquí, sino que ha resucitado”. Que equivale a decir: puesto que Él vive, no reside aquí. El Cristo vivo hubiera podido quedarse en la tumba y convertir al sepulcro en Su lugar de reposo, pero eso no habría sido apropiado; y así nos enseña hoy que los cristianos deben morar en lugares apropiados para ellos. Ustedes resucitaron en Cristo, por tanto, no deberían residir en el sepulcro. Voy a hablarles ahora a quienes, para efectos prácticos, viven el sepulcro aunque hayan resucitado de los muertos.

 

Algunos de ellos son excelentes individuos, pero su temperamento y tal vez sus erradas convicciones del deber, los conducen a estar perpetuamente sombríos y desanimados. Esperan haber creído en Cristo, pero no están seguros; confían que son salvos, pero no serían lo suficientemente presuntuosos para decirlo. No se atreven a ser felices disfrutando de la convicción de que son aceptos en el Amado. Aman la cuerda luctuosa del arpa, y lamentan a un Dios ausente. Esperan que las promesas divinas serán cumplidas; confían que, tal vez, uno de estos días, ellos podrán salir a la luz y que verán un poco de la luminosidad del amor del Señor, pero por ahora están dispuestos a detenerse y, mientras, moran en el valle de sombra de muerte y su alma está dolorosamente cargada.

 

Querido amigo; ¿piensas tú que ésta es una condición apropiada para un cristiano? Yo no voy a negar tu cristianismo ni por un momento, pues no tengo ni la mitad de dudas acerca de eso de las que tú tienes; tengo una mejor opinión de ti de la que tú mismo tienes de ti. El más trémulo creyente en Jesús es salvo, y tu poca fe te salvará; pero, ¿realmente crees que Cristo tenía la intención de que te quedaras donde estás, sentado en la fría y silenciosa tumba, en medio del polvo y de las cenizas? ¿Por qué habrías de mantenerte en la clandestinidad? ¿Por qué no venir al huerto del Maestro donde las flores exhalan su perfume? ¿Por qué no gozar de la fresca luz de la plena seguridad y del dulce aliento de las influencias consoladoras del Espíritu? El que habitaba entre las tumbas era un loco: no lo imites. No digas: he sido tal pecador que ésto es todo lo que merezco gozar, pues si hablas de merecer, has dejado por completo el Evangelio. Yo sé que crees en Jesús, y que no renunciarías a tu esperanza por nada del mundo; sientes, después de todo, que Él es un Cristo precioso para ti; ven, entonces, regocíjate en Él, aunque no puedas regocijarte en ti mismo. ¡Ven, amado, sal fuera de esa horrible cripta, déjala de inmediato! ‘Bien que fuisteis echados entre los tiestos, seréis como alas de paloma cubiertas de plata, y sus plumas con amarillez de oro’. Tu Señor se acerca a ti ahora y te dice: “Paloma mía, que estás en los agujeros de la peña, en lo escondido de escarpados parajes, muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz; porque dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto”. Miembros del cuerpo de un Salvador resucitado, ¿se van a quedar todavía en la tumba? ¡Levántense y salgan afuera! No lo duden más. Oh, creyente, ¿qué motivo tienes tú para dudar de tu Dios? ¿Te ha mentido alguna vez? No cuestiones más el poder de la sangre preciosa. ¿Por qué habrías de dudar de él? ¿No es capaz de limpiarte del pecado? No preguntes más acerca de si eres salvo o si puedes serlo; si tú crees, estás tan seguro como lo está Cristo. Si estás apoyado en Él, no puedes perecer más de lo que Cristo pudiera perecer; Su palabra lo ha garantizado, Su honor está involucrado en ello y Él seguramente te llevará al reposo prometido; por tanto, debes ser dichoso.

 

Vamos, yo conozco a un hermano que ha vivido enterrado en las catacumbas y en las criptas por tanto tiempo, que condena a sus hermanos porque viven a la luz del sol, y ha dicho: “no puedo entender que un hombre hable tan confiadamente, no puedo entenderlo”. Mi querido hermano, que tú no puedas entenderlo no quiere decir que esté mal. Hay mucho acerca de las águilas que los búhos no entienden. Tú, que estás inquietándote y preocupándote siempre de esa manera, estás pecando contra Dios, estás contristando a Su Espíritu, estás actuando inconsistentemente con tu profesión cristiana, y sin embargo, te atreves a juzgar a otros que creen que Dios es veraz y le toman la palabra, y por tanto, obtienen gozo y consuelo de Su promesa. No hagas eso nunca; sería algo malvado en verdad que te erigieras en juez. En lugar de eso, ora pidiéndole al Señor que alce la luz de Su rostro sobre ti, para que te dé gozo y paz en la fe, pues ésto dice Él: “Alegraos en Jehová y gozaos, justos; y cantad con júbilo todos vosotros los rectos de corazón”. Sal de la tumba, querido hermano, pues Jesús no está allí, y si Él no está allí, ¿por qué habrías de estar tú? Él ha resucitado. Oh, levántate y sé consolado, también, en el poder de Su Espíritu.

 

Otro tipo de gente pareciera morar entre las tumbas: me refiero a cristianos –y confío que sean verdaderos cristianos- pero que son muy, muy mundanos. Que un hombre sea diligente en los negocios no es pecado, pero es una falla lastimosa cuando la diligencia en los negocios destruye el fervor del espíritu, y cuando no se sirve a Dios en la vida cotidiana. Un cristiano debería ser diligente como para proveer cosas honestas a los ojos de todos los hombres, pero hay algunos que no se contentan con ésto. Tienen lo suficiente pero codician más, y cuando tienen más, todavía extienden sus brazos como mares para asir toda la costa, y su pensamiento principal no es Dios, sino el oro; no es Cristo, sino la riqueza.

 

Oh, hermanos, hermanos, permítanme reprenderlos sinceramente, para que no reciban un severo reproche, en la providencia, en sus propias almas. ¡Cristo no está aquí! Él no habita en los montones de plata. Ustedes podrían ser muy ricos, y sin embargo, podrían no encontrar a Cristo en todas esas riquezas; y podrían ser pobres, y sin embargo, si Cristo estuviera con ustedes, serían felices como los ángeles. ¡No está aquí, resucitó! No podría retenerlo una tumba de mármol, ni una tumba de oro podría contenerlo. No permitas que te contenga a ti. Desenvuelve la mortaja encerada de tu corazón; echa todo tu cuidado sobre Dios que cuida de ti. Deja que tu conversación sea en el cielo. No pongas tu afecto en las cosas de la tierra, sino ponlo en las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios.

 

Diré algo más sobre este punto y es un tema más doloroso todavía: hay algunos profesantes que viven en el depósito de cadáveres del pecado. Sin embargo, dicen que son miembros del pueblo de Dios. No, no diré que viven en el pecado, pero hacen algo que tal vez sea peor: buscan el pecado para encontrar sus placeres. Yo supongo que podemos juzgar a un hombre más por aquello en donde encuentra su placer, que casi por cualquier otra cosa. Un hombre podría decir: “yo no frecuento habitualmente los alborozos del mundo; no siempre me encuentran donde el pecado se mezcla con el júbilo ni donde los mundanos danzan al borde del infierno, pero voy allí de vez en cuando para darme un gusto”.

 

No puedo evitar citar la observación de Rowland Hill, quien, cuando se reunió con un profesante que iba al teatro y que era un miembro de su iglesia; le dijo: “Entiendo que asistes al teatro”. “No”, -le respondió- “yo solo voy de vez en cuando para darme un gusto”. “Ah”, -dijo el señor Hill- “eso lo empeora todo. Supón que alguien dijera: ‘el señor Hill es un ser extraño pues come carroña’. Entonces me preguntan: ¿es verdad, señor Hill, que usted vive de la carroña?’ ‘No, yo no como carroña habitualmente, pero como un platillo de carroña de vez en cuando para darme un gusto’. Pues bien, tú pensarías que yo soy más sucio de lo que habría sido si la comiera ordinariamente”.

 

Hay mucha fuerza en esa observación. Si todo aquello que bordea con lo inmundo y lascivo es un gusto para ti, entonces tu propio corazón es inmundo, y tú estás buscando tu placer y consuelo entre los muertos. Hay algunas cosas de las que los hombres derivan placer en nuestros días, que sólo son idóneas para hacer reír a los idiotas o para hacer llorar a los ángeles. Sean selectivos, hombres y mujeres cristianos, en cuanto a su compañía. Ustedes son hermanos de Cristo; ¿acaso se han de juntar con los hijos de Belial? Ustedes son herederos de la perfección en Cristo; incluso ahora están vestidos de lino inmaculado y son hermosos y bellos a los ojos de Dios; ustedes son un sacerdocio real, son los elegidos de la humanidad; ¿arrastrarán sus vestiduras en el cieno y se convertirán en el hazmerreír de los filisteos? ¿Se juntarán con los menesterosos hijos del mundo? No; actúen de acuerdo a su estirpe y a su naturaleza nacida de nuevo, y no busquen nunca a los vivos entre los muertos. Jesús nunca estuvo allí; no vayan allí tampoco ustedes. Él no amó el ruido ni el barullo de los placeres del mundo; Él tenía alimentos de otro tipo. Que Dios les conceda sentir la sólida vida de resurrección dentro de sus espíritus.

 

IV.   Pero sigo adelante. En cuarto lugar, quiero advertirles contra LOS SERVICIOS IRRAZONABLES. Esas buenas gentes a quienes los ángeles dijeron: “No está aquí, sino que ha resucitado”, llevaban una carga, ¿y qué era lo que llevaban? ¿Qué carga llevaban Juana y sus siervos y María? Bien, lino fino, y ¿qué más? Llevaban libras de especias, las más preciosas que pudieron comprar. ¿Qué pretenden hacer? Ah, si un ángel pudiera reír, yo pensaría que debe de haber reído al darse cuenta de que venían a embalsamar a Cristo. “No está aquí; es más, no está muerto, no necesita ser embalsamado, Él vive”. Tal vez hayan visto por toda Inglaterra el Viernes Santo, y también el Domingo de Gloria, a multitudes de personas –no tengo ninguna duda de que son personas muy sinceras- que vienen a embalsamar a Cristo. Tocan una campana porque Él está muerto, y cuelgan papel crepé sobre lo que ellos llaman ‘sus altares’ porque Él está muerto, y ayunan y cantan tristes himnos acerca de su Salvador muerto.

 

Yo bendigo al Señor porque mi Redentor no está muerto, ni tengo que tocar una campana fúnebre por Él. ¡Él resucitó, Él no está aquí! Aquí vienen, multitudes de ellos con sus linos finos, y sus preciosas especias para envolver a un Cristo muerto. ¿Están locos esos hombres? Pero, responden ellos, nosotros sólo estábamos llevando a cabo una representación otra vez. Oh, ¿se trataba de eso? ¿Se trataba de farsas prácticas? ¡Actuar la gloriosa expiación del Calvario como si fuese una obra teatral! Entonces yo acuso a los actores de blasfemia delante del trono del Dios eterno que oye mis palabras; los acuso de irreverencia por atreverse a ensayar en mímica lo que fue hecho una vez y para siempre, y que no se ha de repetir nunca. No, no puedo suponer que tuvieran la intención de remedar el grandioso sacrificio, y, por tanto, concluyo que pensaron que su Salvador estaba muerto, y entonces ellos dijeron: “¡Toquen la campana por Él! Arrodíllense y lloren delante de Su imagen en la cruz”. Si yo creyera que Jesucristo murió el Viernes Santo, yo festejaría todo el día debido a que Su muerte ya pasó; como él ha ordenado que el excelso festival de la Cena del Señor sea Su conmemoración, y yo sigo Su mandato, y no guardo ningún ayuno. ¿Quién se sentaría y sollozaría por un amigo que murió, si supieras que fue restaurado a la vida y que fue exaltado en poder? ¿Por qué doblar a muertos por un amigo vivo? Sin embargo, no condeno más a la buena gente de lo que los ángeles condenaron a aquellas santas mujeres, sólo que pueden llevarse las especias a casa y su lino fino también, pues Jesús vive y no los necesita.

 

Muchas personas exigentes hacen lo mismo de otras maneras. Miren cómo dan un paso al frente en defensa del Evangelio. Se ha descubierto por medio de la geología y de la aritmética que Moisés está equivocado. Al instante salen muchos a defender a Jesucristo. Argumentan a favor del Evangelio, y se disculpan por él, como si estuviera ahora un poco rancio, y como si necesitáramos cambiarlo para adecuarlo a los descubrimientos modernos y a las filosofías de la época presente. Eso me parece que equivale exactamente a que te aproximes con tu lino fino y con tus especias preciosas para envolverlo. Llévatelos. Yo me pregunto si Butler y Paley no han creado juntos más infieles de los que han curado jamás, y si la mayoría de las defensas del Evangelio no son sino puras impertinencias. El Evangelio no necesita que se le defienda. Si Jesucristo no estuviera vivo, y no pudiera pelear Sus propias batallas, entonces el cristianismo estaría en una situación riesgosa. Pero Él vive, y sólo tenemos que predicar Su Evangelio en toda su desnuda simplicidad, y el poder que sale con él será la evidencia de su divinidad. Ninguna otra evidencia convencerá jamás a la humanidad. Las apologías y las defensas tienen buenas intenciones, sin duda, como también el embalsamamiento tenía buenas intenciones por parte de esas buenas mujeres, pero son de pequeño valor. Denle espacio a Cristo, denle espacio y oportunidades a Sus predicadores para predicar el Evangelio y dejen que la verdad sea llevada en un lenguaje sencillo, y pronto oirán decir al Maestro: “¡Llévense las especias, llévense el lino! Yo estoy vivo, y no necesito de esas cosas”.

 

Vemos el mismo tipo de cosas en otras buenas personas que se aferran a formas pasadas de moda y estereotipadas; para ellas todo ha de ser conducido exactamente como solía ser conducido hace cien o doscientos años. El orden puritano ha de ser mantenido, y no debe haber ninguna divergencia, y la manera de exponer el Evangelio tiene que ser exactamente de la misma manera en la que fue expuesto por el buen anciano, el doctor Fulano de Tal, y en el púlpito debe existir la más terrible monotonía que pueda ser urdida, y el predicador debe ser devotamente insulso, y toda la adoración debe ser serenamente apropiada: muchas especias y lino fino con las que envolver a un Cristo muerto. A mí me deleita hacer pedazos las cosas convencionales y apropiadas. Es algo grandioso pisotear las meras regulaciones humanas, porque la vida no puede ser maniatada con regulaciones apropiadas únicamente para los muertos. La muerte yace amortajada como una momia en el museo; siempre hará lo apropiado, o más bien no hará nada en absoluto; pero la vida, la verdadera vida, se manifestará de formas inesperadas. La vida dirá lo que la muerte no podría decir, surgirá donde no era esperada, y quebrará todas sus leyes y regulaciones en mil pedazos. Pero todavía veo a la buena gente alzando sus manos en horror, y clamando: “Traigan aquí la goma arábiga, la mirra y los áloes, traigan aquí el lino; debemos cuidar a nuestro amado Maestro muerto”. Déjalo en paz, déjalo en paz, hombre, Él está vivo y no necesita que lo envuelvas. No dudo en decir que gran parte del orden de la iglesia entre los disconformes y los episcopalianos, presbiterianos, y todo tipo de denominaciones, y una buena parte de lo apropiado y del decoro, y de la regulación, y del “Así como era en el principio, ahora y siempre será”, no son sino otras tantas especias y lino fino para un Cristo muerto, pero Cristo está vivo, ¡y lo que necesita es espacio! No digo esto para mi propio beneficio -¿acaso no soy siempre correcto?- pero lo digo en beneficio de algunos sinceros hermanos evangelistas que, cuando predican a los pobres, usan un lenguaje extravagante y tal vez también una acción extravagante. Que los usen. Los críticos dicen que son histriónicos. ¿Hubo alguna vez alguien que fuera la mitad de histriónico que Ezequiel? ¿No hicieron todos los profetas cosas extrañas para ganarse la atención del pueblo? Vamos, la misma acusación fue presentada contra Whitefield y Wesley: “Estas personas están quebrantando completamente todas las reglas”, etcétera. ¡Qué bendición es cuando los hombres pueden hacer eso!

 

El señor Hill fue a Escocia para predicar el Evangelio, y decían que él cabalgaba sobre los lomos de todo orden y decoro. Entonces dijo él: “Voy a llamar a mi par de corceles con esos nombres, para que sea cierto”. Era cierto; sin duda él cabalgó sobre los lomos del orden y del decoro, pero él llevaba a las almas a Cristo con esos dos extraños corceles y con su quebrantamiento de todas las reglas para llegar a hombres y mujeres que nunca habrían sido alcanzados de ninguna otra manera. Estén preparados a dejar a Cristo en libertad, y denles a Sus siervos libertad para servirle como el Espíritu de Dios los guíe.

 

V.   Por último, quería hablarles sobre LAS ASOMBROSAS NUEVAS que recibieron esas buenas mujeres: “No está aquí, sino que ha resucitado”. Esas eran pasmosas nuevas para Sus enemigos. Ellos decían: “Lo matamos; lo pusimos en la tumba; todo terminó para Él”. ¡Ajá!, escriba, fariseo, sacerdote, ¿qué has hecho? ¡Su obra ha sido revertida, pues Él resucitó! Esas fueron pasmosas nuevas para Satanás. Él, sin duda, soñaba que había destruido al Salvador, ¡pero Él resucitó! ¡Qué estremecimiento recorrió todas las regiones del infierno! ¡Qué noticia fue para la tumba! ¡Ahora estaba completamente destruida, y la muerte había perdido su aguijón! Qué noticia fue para los trémulos santos: “Ha resucitado el Señor verdaderamente”. Cobraron ánimo y dijeron: “La buena causa es la correcta todavía, y vencerá, pues nuestro Cristo vive y la encabeza. Fue una buena noticia para los pecadores. Sí, es una buena noticia para todo pecador aquí presente. Cristo vive; si lo buscas lo encontrarás. Yo no los estoy dirigiendo hoy a un Cristo muerto. Él resucitó; Él puede salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios. No hay mejores noticias que éstas para los hombres tristes, para los hombres desasosegados, desalentados y desesperados: el Salvador vive, y es todavía capaz de salvar y está dispuesto a recibirte en Su tierno corazón. Éstas fueron noticias alegres, amados, para todos los ángeles y para todos los espíritus del cielo; fueron alegres nuevas, en verdad, para ellos. Y en este día serán alegres nuevas para nosotros, y viviremos en su poder con la ayuda de Su Espíritu, y las contaremos a nuestros hermanos para que se regocijen con nosotros, y no nos desesperaremos más. No daremos más entrada a las dudas ni a los temores, sino que nos diremos los unos a los otros: “Ha resucitado el Señor verdaderamente”. Que el Señor los bendiga, y que al acercarse a Su mesa -y confío que muchos miembros de Su pueblo se acercarán- encontremos a nuestro Señor resucitado. Amén.

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Lucas 24.     

 

        

 

Traductor: Allan Román

26/Abril/2011

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