El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
“Ha Resucitado
el Señor Verdaderamente”.
NO.
1106
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“¿Por qué
buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado.
Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea”. Lucas 24: 5, 6.
El primer día de la
semana conmemora la resurrección de Cristo, y, siguiendo el ejemplo apostólico,
hemos constituido el primer día de la semana como nuestro día de reposo. ¿No
nos sugiere ésto que el reposo de nuestras almas ha de ser encontrado en la
resurrección de nuestro Salvador? ¿No es cierto que una clara comprensión de la
resurrección de nuestro Señor es, a través del
Espíritu Santo, el medio más seguro de traer paz a nuestras mentes? Ser
partícipes de la resurrección de Cristo es gozar de ese día de reposo que queda
para el pueblo de Dios. Quienes hemos creído en el Señor resucitado entramos en
el reposo, así como Él mismo reposa a la diestra del Padre. En Él descansamos
porque Su obra ha sido consumada y Su resurrección es la garantía de que ha
perfeccionado todo lo necesario para la salvación de Su pueblo, y nosotros
estamos completos en Él. Yo confío que, por el poder del Espíritu Santo, sean
sembrados en las mentes de los creyentes algunos pensamientos conducentes al
reposo, mientras realizamos una peregrinación al nuevo sepulcro de José de
Arimatea y vemos el lugar donde estuvo sepultado el Señor.
I. Primero,
esta mañana voy a hablarles sobre ciertos RECUERDOS INSTRUCTIVOS que se
aglutinan en torno al lugar donde Jesús durmió
“con los ricos en su muerte”. Aunque Él no está allí, con toda certeza estuvo
allí una vez, pues “fue crucificado, muerto y sepultado”. Estuvo tan muerto
como están los muertos ahora, y aunque no podía ver corrupción, ni podía ser
retenido por los lazos de la muerte más allá del tiempo predestinado, con todo,
Él estuvo indudablemente muerto. No quedó ninguna luz en Sus ojos, ni vida alguna
en Su corazón. El pensamiento huyó de Su frente coronada de espinas, y Su boca
de oro enmudeció. Él no murió simplemente en apariencia, sino en realidad; la
lanzada resolvió esa duda de una vez por todas; por tanto, habiendo muerto, fue
colocado en el sepulcro como un idóneo ocupante de la callada tumba. Sin
embargo, como Él no está ahora allí sino que resucitó, nos corresponde a
nosotros buscar los objetos que nos recuerdan que estuvo allí. No contenderemos
con los sectarios supersticiosos por el “santo sepulcro”, sino que vamos a
recoger en espíritu las preciosas reliquias del Redentor resucitado.
Primero, Él dejó en la
tumba las especias. Cuando resucitó,
no se llevó las costosas hierbas aromáticas con las que había sido envuelto Su
cuerpo, sino que las dejó allí. José había traído cerca de cien libras de peso
de mirra y áloes, cuyo olor permanece todavía. Nuestro Señor Jesús ha llenado de
fragancia el sepulcro en el más dulce sentido espiritual. Ya no huele más a
corrupción ni a fétida putrefacción, sino que podemos cantar con el poeta del
santuario:
“¿Por qué habríamos de temer que depositen
Nuestros cuerpos en la tumba?
Allí estuvo la amada carne de Jesús,
Y dejó un perfume duradero”.
Aquel humilde lecho en
la tierra está ahora perfumado con costosas especias y se muestra engalanado
con aromáticas flores, pues sobre su almohada apoyó una vez Su santa cabeza
nuestro Amigo más verdadero. No retrocederemos con horror de las cámaras de los
muertos, pues el propio Señor las ha recorrido, y donde Él ha estado, el terror
se disipa.
El Maestro dejó también
Sus vendas al partir. No salió de la
tumba envuelto con una mortaja; no llevaba las vendas de la tumba como un traje
para la vida, sino que cuando Pedro entró al sepulcro, vio las vendas solas y
cuidadosamente dobladas. Me atrevo a decir que las dejó allí para que fueran
las cortinas del aposento real en el que Sus santos se entregan al sueño.
¡Miren cómo ha encortinado nuestro último lecho! Nuestro dormitorio ya no es
más lóbrego y desnudo, como la celda de una prisión, sino que está decorado con
lino fino y con hermosos tapices: ¡es un aposento digno de los príncipes!
Iremos a nuestro último aposento en paz, porque Cristo lo ha amueblado para
nosotros. O, si cambiamos la metáfora, podríamos decir que nuestro Señor dejó
esas vendas para que las consideremos como garantías de Su comunión con
nosotros en nuestro humilde estado, y como recordatorios de que así como Él se
despojó de las vestiduras de la muerte, así también lo haremos nosotros. Él se
levantó de Su diván y dejó allí Sus ropas de dormir, en señal de que cuando
despertemos habrá también otras vestiduras dispuestas para nosotros.
Cambiaré de nuevo la
figura, y diré que así como hemos visto viejas banderas andrajosas colgadas en
las catedrales y en otros edificios nacionales, como recordatorios de los
enemigos derrotados y de las victorias ganadas, así también en la cripta donde
Jesús venció a la muerte están colgadas Sus vendas, como trofeos de Su victoria
sobre la muerte, y como nuestra garantía de que todo Su pueblo será más que
vencedor por medio de Aquel que lo amó. “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?
¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?”
Luego, cuidadosamente
enrollado en un lugar aparte, nuestro Señor dejó el sudario que había cubierto Su cabeza. El sudario está ahora por
allá. El Señor ya no lo necesitaba cuando resucitó. Quienes lloran pueden
usarlo como un pañuelo para enjugar sus lágrimas. Ustedes, viudas, y ustedes,
huérfanos –ustedes hermanos que se lamentan y ustedes, hermanas que lloran- y
ustedes, ustedes Raqueles, que no quieren ser consoladas porque sus hijos
perecieron, aquí tienen, tomen este sudario con el que envolvieron el rostro de
su Salvador, y enjuguen sus lágrimas para siempre. El Señor en verdad resucitó
y, por tanto, así ha dicho Jehová: “Reprime del llanto tu voz, y de las
lágrimas tus ojos… porque volverán de la tierra del enemigo”; “Tus muertos vivirán”.
Oh, tú que guardas luto, tus seres queridos resucitarán conjuntamente con el
cadáver del Señor; por tanto, no te aflijas como lo hacen quienes no tienen
esperanza, pues si tú crees que Jesús murió y resucitó, el Señor llevará
también consigo a quienes duermen en Jesús.
¿Qué más dejó tras de sí
el Salvador resucitado? Nuestra fe ha aprendido a recoger unos dulces recuerdos
del lecho del tranquilo sueño de nuestro Señor. Bien, amados, Él dejó ángeles tras de sí, convirtiendo así a
la tumba en:
“Una celda donde los ángeles suelen
Ir y venir con nuevas celestiales”.
Los ángeles no habían
estado antes en la tumba, pero, en Su resurrección, descendieron; uno de ellos
rodó la piedra, y otros se sentaron donde había sido colocado el cuerpo de
Jesús. Ellos eran asistentes personales y escoltas del Grandioso Príncipe, y,
por tanto, le asistieron en Su resurrección, vigilando la entrada y
respondiendo a las preguntas de Sus amigos. Los ángeles están llenos de vida y de
vigor, pero no dudaron en reunirse en el sepulcro para adornar la resurrección
de la misma manera que las flores engalanan a la primavera. Yo no leo que
nuestro Señor haya retirado jamás a los ángeles de los sepulcros de Sus santos;
y ahora, si los creyentes mueren tan pobres como Lázaro, y tan enfermos y tan
despreciados como él, los ángeles transportarán sus almas al seno de su Señor,
y sus cuerpos también serán vigilados por espíritus guardianes, tan ciertamente,
como Miguel guardó el cuerpo de Moisés y contendió por él con el enemigo. Los
ángeles son tanto servidores de los santos vivientes como son custodios de su
polvo.
¿Qué más dejó tras de Sí
nuestro Bienamado? Dejó un pasaje abierto
desde la tumba, pues la piedra fue rodada; esa casa de la muerte está sin
puertas. Si el Señor no viniera pronto, nosotros descenderemos al calabozo de
la tumba. ¿Qué dije? Lo llamé: “calabozo”, pero ¿cómo llamarlo un calabozo si
no tiene ni cerrojos ni pasadores? ¿Es acaso un calabozo si no tiene ni
siquiera una puerta que encierre a sus ocupantes? Nuestro Sansón arrancó los
postes y se llevó las puertas de la tumba con todas sus barras. La llave fue
retirada del cinturón de la muerte y es sostenida por la mano del Príncipe de
“¿Quién reconstruirá la prisión del tirano?
El cetro que cayó de sus manos quedó roto;
Su dominio ha concluido; el Señor resucitó;
Los indefensos pronto será liberados de sus lazos”.
Me aventuro a mencionar
una cosa más que dejó mi Señor en Su
tumba abandonada. Visité hace unos cuantos meses varios de los grandes edificios
con nichos para urnas cinerarias (columbarios) que se encuentran fuera de las
puertas de Roma. Entras a un gran edificio cuadrado, hundido en la tierra, y
desciendes por muchos escalones, y conforme desciendes observas a los cuatro
costados de la gran cámara, innumerables pequeños casilleros en los que están depositadas
las cenizas de decenas de miles de personas que han fallecido. Usualmente
enfrente de cada compartimento preparado para la recepción de las cenizas hay una lámpara. He visto cientos si no es
que miles de esas lámparas, pero todas están apagadas, y ciertamente dan la
impresión de no haber sido iluminadas nunca. No proyectan ningún rayo sobre las
tinieblas de la muerte. Pero nuestro Señor entró en la tumba y la iluminó con
Su presencia: “la lámpara de su amor es nuestro guía a través de la penumbra”.
Jesús ha traído la vida y la inmortalidad a la luz por medio del Evangelio; y
ahora hay luz en los palomares donde anidan los cristianos; sí, en cada
cementerio hay una luz que arderá a través de las vigilias de la noche de la
tierra hasta que amanezca el día y las sombras huyan y despunte la mañana de la
resurrección.
Así, entonces, la tumba
vacía del Salvador nos deja muchas dulces reflexiones que atesoraremos para
nuestra instrucción.
II. Nuestro
texto habla expresamente de BÚSQUEDAS VANAS: “¿Por qué buscáis entre los
muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado”.
Hay lugares donde los
buscadores de Jesús no deberían esperar encontrarlo, prescindiendo de cuán
diligente sea su búsqueda y de cuán sincero sea su deseo. No se puede encontrar
a un hombre donde no está, y hay ciertos sitios en los que Cristo no puede ser
encontrado nunca. En este momento presente veo a muchos seres que buscan a
Cristo entre los monumentos del ceremonialismo,
o lo que Pablo llamó “los débiles y pobres rudimentos”, pues ellos,
“guardan los días, los meses, los tiempos y los años”. Desde que nuestro Señor
resucitó, el judaísmo y toda forma de ceremonia simbólica no pasan de ser nada
mejor que sepulcros. Los tipos fueron ordenados por el propio Dios, pero cuando
vino la sustancia, los tipos se convirtieron en sepulcros vacíos y nada más.
Desde entonces los hombres han inventado otros símbolos que ni siquiera tienen
la sanción de la autoridad divina, y sólo son tumbas de muertos. En esta época
presente el mundo ha ido locamente en pos de sus ídolos, siendo engañado y
embaucado por aquellos que tienen un celo por Dios, pero no conforme a ciencia.
Ciertamente nunca hubo un período, incluso cuando Roma era dominadora, en el
que los hombres se allegaran ceremonias a tanta velocidad como en el presente
día. Han convertido al cristianismo en un yugo más grande de servidumbre de lo
que fue el propio judaísmo; pero un alma sincera y despierta en vano esperará encontrar
a Jesús entre esas vanas representaciones. Puedes deslizarte de un día santo a
otro, y de un lugar santo a otro, y de unas palabras mágicas a otras, pero no
encontrarás al Salvador en nada de eso, pues Él mismo ha declarado así: “Ni en
este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre… mas la hora viene, y ahora es,
cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad;
porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren”. Jesús ha rasgado
el velo y ha abolido la adoración ceremonial, y sin embargo, los hombres buscan
revivirlos, edificando los sepulcros que el Señor ha demolido. Él repite a
nuestros oídos la advertencia en este día: “Guardad, pues, mucho vuestras
almas; pues ninguna figura visteis el día que Jehová habló con vosotros de en
medio del fuego; para que no os corrompáis y hagáis para vosotros escultura,
imagen de figura alguna, efigie de varón o hembra”. Sin embargo, ciertos
hombres entre nosotros están dedicados a erigir los altares que nuestros
piadosos antepasados derribaron, y la obra de los reformadores y de los protestantes
tiene que ser realizada de nuevo ahora. ¡Que Dios nos envíe a un Knox o a un
Lutero con un potente martillo para hacer pedazos a los ídolos que los
sacerdotes de Baal están erigiendo! Buscan a los vivos entre los muertos. Jesús
no está en sus misas ni en sus procesiones. Él resucitó muy por encima de tal
adoración carnal. Si fuese un Cristo muerto, una tal adoración podría ser, tal
vez, un apropiado desfile sobre su tumba, pero para uno que vive para siempre,
ha de ser insultante presentar un servicio tan materialista.
¡Ay!, hay muchas otras
personas que están buscando a Cristo como su Salvador entre las tumbas de la reforma moral. Nuestro Señor comparó
a los fariseos con sepulcros blanqueados; internamente estaban llenos de huesos
de muertos, pero exteriormente estaban hermosamente adornados. ¡Oh, de qué
manera tratan de blanquearse los hombres, cuando se ponen intranquilos acerca
de sus almas! Renuncian a algún pecado grave, no de corazón, sino únicamente en
apariencia, y cultivan una cierta virtud, no en el alma, sino únicamente en el
acto externo, y así esperan ser salvados aunque sigan siendo enemigos de Dios,
amantes del pecado y avaros buscadores de la paga de la injusticia. Esperan que
el limpio exterior del vaso y del plato satisfaga al Altísimo, y que Él no sea
tan severo como para revisar el interior y probar sus corazones.
Oh, señores, ¿buscan a
los vivos entre los muertos? Muchos han buscado paz para sus conciencias por
medio de sus reformas morales, pero si el Espíritu Santo los ha convencido
verdaderamente de pecado, pronto descubren que estaban buscando a un Cristo
vivo entre las tumbas. Él no está aquí, pues ha resucitado. Si Cristo estuviera
muerto, muy bien podríamos decirles: “Vayan y hagan todo lo que puedan para ser
sus propios salvadores”, pero en tanto que Cristo está vivo, Él no necesita de
su ayuda, Él los salvará de principio a fin, o no lo hará del todo. Él será el
Alfa y
Muchísimas personas
están también esforzándose por encontrar al Cristo vivo entre las tumbas que se
aglomeran al pie del Sinaí; miran a la
ley buscando la vida, pero su ministerio es muerte. Los hombres piensan que
han de ser salvados guardando los mandamientos de Dios, que han de hacer lo
mejor que puedan, y conciben que sus esfuerzos sinceros serán aceptados, y que
así se salvarán ellos mismos. Esta idea de justicia propia es diametralmente
opuesta al espíritu integral del Evangelio. El Evangelio no es para ti, que
crees que puedes salvarte a ti mismo, sino que es para quienes están perdidos.
Si puedes salvarte a ti mismo, anda y hazlo, y no te mofes del Salvador con tus
hipócritas oraciones. Anda y tropieza entre las tumbas del antiguo Israel, y
perece como perecieron ellos en el desierto, pues ni Moisés ni la ley pueden
conducirte al reposo. El Evangelio es para los pecadores que no pueden guardar
la ley, que la han quebrantado y que han incurrido en su castigo, y que saben
que lo han hecho y lo confiesan. Para tales personas ha venido un Salvador vivo
que borra sus transgresiones. No busquen la salvación por las obras de la ley,
pues por ellas ninguna carne viviente será justificada. Por la ley es el
conocimiento del pecado, y nada más; pero la justicia, la paz, la vida y la
salvación vienen por la fe en el Señor Jesucristo vivo y no por otros medios.
“Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”; pero si tu propósito fuera
establecer tu propia justicia, con toda seguridad perecerás, porque habrás
rechazado la justicia de Cristo.
Otros hay que buscan al
Jesús vivo entre las tumbas, tratando de identificar algo bueno en la naturaleza humana, en sus propios
corazones y en su disposición natural. Puedo verte ahora, pues te he conocido
desde hace mucho tiempo, y esa ha sido siempre tu insensatez: irás al osario de
tu propia naturaleza, y preguntarás: “¿Está Jesús aquí?” Amado, tú estás triste
y deprimido, y no me sorprende. Mira aquellos huesos secos y esos esqueletos
blanqueados. Mira ese montón de podredumbre, esa masa de corrupción, ese cuerpo
de muerte; ¿puedes tolerar el espectáculo? “¡Ah”, -respondes tú- “soy un hombre
desventurado en verdad, pero anhelo encontrar algo bueno en mi carne!” Oh,
amado, suspiras en vano, pues mirar en tu propia naturaleza carnal para
encontrar consolación equivale a rastrillar el infierno para encontrar allí el
cielo. He aquí, en este día, Dios ha abandonado a la vieja naturaleza y la ha
entregado a la muerte. Bajo la antigua ley, la circuncisión significaba remover
la inmundicia de la carne, como si después de que esa inmundicia desapareciera
la carne pudiera ser mejorada, pero ahora, bajo el nuevo pacto, tenemos un
símbolo mucho más profundo, pues “¿No sabéis que todos los que hemos sido
bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos
sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como
Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros
andemos en vida nueva”. El hombre viejo está enterrado como algo muerto de lo
que no puede salir nada bueno. “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue
crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a
fin de que no sirvamos más al pecado”. Dios no intenta renovar la vieja mente
carnal, sino hacernos nuevas criaturas en Cristo Jesús. Si cualquier hombre
practica la introspección con miras a la consolación, bien podría acumular
bloques de hielo de Wenham con miras a quemar una ciudad. Si ustedes están
dándole vueltas a sus cuerpos y a sus sentimientos, a sus pensamientos e
imaginaciones con el fin de descubrir consuelo, es como si esperaran encontrar
preciosos diamantes en las barreduras de las carreteras. “No está aquí”, dice
la totalidad de nuestra vieja naturaleza. No está aquí; resucitó; y para
consolación, han de mirar únicamente a Él, que está entronizado sobre los
cielos.
Además, demasiadas
personas han intentado encontrar a Cristo en medio de las lúgubres catacumbas
de la filosofía del mundo. Por ejemplo,
el día domingo les encanta recibir un sermón saturado de pensamiento, y el
significado moderno de pensamiento es algo que está más allá, si no es que contrapuesto
a la simple enseñanza de
Oh, ustedes que no
conocen la vida interior, ni el Espíritu vivificador, ¿que tienen que ver con
el Señor resucitado? Que ustedes se convirtieran en los árbitros de la verdad
concerniente a Jesús nuestro Señor, equivaldría a que el gusano de la corrupción
se convirtiera en un juez de los querubines.
Cuán ansiosamente deseo,
en verdad, que ustedes que han estado buscando la salvación en cualquiera de
estas direcciones, renunciaran a esa desesperada tarea y entendieran que Cristo
está cerca de ustedes, y si creen en Él con el corazón, y con la boca lo
confiesan, serán salvos. “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la
tierra, porque yo soy Dios, y no hay más”: éste es el clamor de Él para
ustedes. “La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”. “Cree en el
Señor Jesucristo, y serás salvo”, Jesús vive todavía, y puede salvar
perpetuamente. Todo lo que tienes que hacer es simplemente volver a Él la
mirada de tu fe: por esa fe, Él se vuelve tuyo, y tú eres salvo, pero, oh, no
busques entre los muertos al que vive, pues Él resucitó.
III. Vamos
a cambiar otra vez nuestro tenor y vamos a considerar, en tercer lugar, LOS
DOMICILIOS INADECUADOS. Los ángeles les dijeron a las mujeres: “No está aquí,
sino que ha resucitado”. Que equivale a decir: puesto que Él vive, no reside
aquí. El Cristo vivo hubiera podido quedarse en la tumba y convertir al sepulcro
en Su lugar de reposo, pero eso no habría sido apropiado; y así nos enseña hoy
que los cristianos deben morar en lugares apropiados para ellos. Ustedes
resucitaron en Cristo, por tanto, no deberían residir en el sepulcro. Voy a
hablarles ahora a quienes, para efectos prácticos, viven el sepulcro aunque hayan
resucitado de los muertos.
Algunos de ellos son
excelentes individuos, pero su temperamento y tal vez sus erradas convicciones
del deber, los conducen a estar perpetuamente sombríos y desanimados. Esperan haber creído en Cristo, pero no
están seguros; confían que son salvos, pero no serían lo suficientemente
presuntuosos para decirlo. No se atreven a ser felices disfrutando de la
convicción de que son aceptos en el Amado. Aman la cuerda luctuosa del arpa, y
lamentan a un Dios ausente. Esperan que las promesas divinas serán cumplidas;
confían que, tal vez, uno de estos días, ellos podrán salir a la luz y que verán
un poco de la luminosidad del amor del Señor, pero por ahora están dispuestos a
detenerse y, mientras, moran en el valle de sombra de muerte y su alma está dolorosamente
cargada.
Querido amigo; ¿piensas
tú que ésta es una condición apropiada para un cristiano? Yo no voy a negar tu
cristianismo ni por un momento, pues no tengo ni la mitad de dudas acerca de
eso de las que tú tienes; tengo una mejor opinión de ti de la que tú mismo
tienes de ti. El más trémulo creyente en Jesús es salvo, y tu poca fe te
salvará; pero, ¿realmente crees que Cristo tenía la intención de que te
quedaras donde estás, sentado en la fría y silenciosa tumba, en medio del polvo
y de las cenizas? ¿Por qué habrías de mantenerte en la clandestinidad? ¿Por qué
no venir al huerto del Maestro donde las flores exhalan su perfume? ¿Por qué no
gozar de la fresca luz de la plena seguridad y del dulce aliento de las
influencias consoladoras del Espíritu? El que habitaba entre las tumbas era un
loco: no lo imites. No digas: he sido tal pecador que ésto es todo lo que
merezco gozar, pues si hablas de merecer, has dejado por completo el Evangelio.
Yo sé que crees en Jesús, y que no renunciarías a tu esperanza por nada del
mundo; sientes, después de todo, que Él es un Cristo precioso para ti; ven,
entonces, regocíjate en Él, aunque no puedas regocijarte en ti mismo. ¡Ven,
amado, sal fuera de esa horrible cripta, déjala de inmediato! ‘Bien que
fuisteis echados entre los tiestos, seréis como alas de paloma cubiertas de
plata, y sus plumas con amarillez de oro’. Tu Señor se acerca a ti ahora y te
dice: “Paloma mía, que estás en los agujeros de la peña, en lo escondido de
escarpados parajes, muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz; porque dulce es la
voz tuya, y hermoso tu aspecto”. Miembros del cuerpo de un Salvador resucitado,
¿se van a quedar todavía en la tumba? ¡Levántense y salgan afuera! No lo duden
más. Oh, creyente, ¿qué motivo tienes tú para dudar de tu Dios? ¿Te ha mentido alguna
vez? No cuestiones más el poder de la sangre preciosa. ¿Por qué habrías de
dudar de él? ¿No es capaz de limpiarte del pecado? No preguntes más acerca de
si eres salvo o si puedes serlo; si tú crees, estás tan seguro como lo está
Cristo. Si estás apoyado en Él, no puedes perecer más de lo que Cristo pudiera
perecer; Su palabra lo ha garantizado, Su honor está involucrado en ello y Él
seguramente te llevará al reposo prometido; por tanto, debes ser dichoso.
Vamos, yo conozco a un
hermano que ha vivido enterrado en las catacumbas y en las criptas por tanto
tiempo, que condena a sus hermanos porque viven a la luz del sol, y ha dicho:
“no puedo entender que un hombre hable tan confiadamente, no puedo entenderlo”.
Mi querido hermano, que tú no puedas entenderlo no quiere decir que esté mal.
Hay mucho acerca de las águilas que los búhos no entienden. Tú, que estás inquietándote
y preocupándote siempre de esa manera, estás pecando contra Dios, estás contristando
a Su Espíritu, estás actuando inconsistentemente con tu profesión cristiana, y
sin embargo, te atreves a juzgar a otros que creen que Dios es veraz y le toman
la palabra, y por tanto, obtienen gozo y consuelo de Su promesa. No hagas eso
nunca; sería algo malvado en verdad que te erigieras en juez. En lugar de eso,
ora pidiéndole al Señor que alce la luz de Su rostro sobre ti, para que te dé
gozo y paz en la fe, pues ésto dice Él: “Alegraos en Jehová y gozaos, justos; y
cantad con júbilo todos vosotros los rectos de corazón”. Sal de la tumba,
querido hermano, pues Jesús no está allí, y si Él no está allí, ¿por qué
habrías de estar tú? Él ha resucitado. Oh, levántate y sé consolado, también,
en el poder de Su Espíritu.
Otro tipo de gente
pareciera morar entre las tumbas: me refiero a cristianos –y confío que sean
verdaderos cristianos- pero que son muy, muy mundanos. Que un hombre sea diligente en los negocios no es pecado,
pero es una falla lastimosa cuando la diligencia en los negocios destruye el
fervor del espíritu, y cuando no se sirve a Dios en la vida cotidiana. Un
cristiano debería ser diligente como para proveer cosas honestas a los ojos de
todos los hombres, pero hay algunos que no se contentan con ésto. Tienen lo
suficiente pero codician más, y cuando tienen más, todavía extienden sus brazos
como mares para asir toda la costa, y su pensamiento principal no es Dios, sino
el oro; no es Cristo, sino la riqueza.
Oh, hermanos, hermanos,
permítanme reprenderlos sinceramente, para que no reciban un severo reproche,
en la providencia, en sus propias almas. ¡Cristo no está aquí! Él no habita en
los montones de plata. Ustedes podrían ser muy ricos, y sin embargo, podrían no
encontrar a Cristo en todas esas riquezas; y podrían ser pobres, y sin embargo,
si Cristo estuviera con ustedes, serían felices como los ángeles. ¡No está
aquí, resucitó! No podría retenerlo una tumba de mármol, ni una tumba de oro
podría contenerlo. No permitas que te contenga a ti. Desenvuelve la mortaja
encerada de tu corazón; echa todo tu cuidado sobre Dios que cuida de ti. Deja
que tu conversación sea en el cielo. No pongas tu afecto en las cosas de la
tierra, sino ponlo en las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la
diestra de Dios.
Diré algo más sobre este
punto y es un tema más doloroso todavía: hay algunos profesantes que viven en el
depósito de cadáveres del pecado. Sin
embargo, dicen que son miembros del pueblo de Dios. No, no diré que viven en el
pecado, pero hacen algo que tal vez sea peor: buscan el pecado para encontrar
sus placeres. Yo supongo que podemos juzgar a un hombre más por aquello en donde
encuentra su placer, que casi por cualquier otra cosa. Un hombre podría decir:
“yo no frecuento habitualmente los alborozos del mundo; no siempre me
encuentran donde el pecado se mezcla con el júbilo ni donde los mundanos danzan
al borde del infierno, pero voy allí de vez en cuando para darme un gusto”.
No puedo evitar citar la
observación de Rowland Hill, quien, cuando se reunió con un profesante que iba
al teatro y que era un miembro de su iglesia; le dijo: “Entiendo que asistes al
teatro”. “No”, -le respondió- “yo solo voy de vez en cuando para darme un gusto”.
“Ah”, -dijo el señor Hill- “eso lo empeora todo. Supón que alguien dijera: ‘el señor
Hill es un ser extraño pues come carroña’. Entonces me preguntan: ¿es verdad,
señor Hill, que usted vive de la carroña?’ ‘No, yo no como carroña
habitualmente, pero como un platillo de carroña de vez en cuando para darme un
gusto’. Pues bien, tú pensarías que yo soy más sucio de lo que habría sido si
la comiera ordinariamente”.
Hay mucha fuerza en esa
observación. Si todo aquello que bordea con lo inmundo y lascivo es un gusto
para ti, entonces tu propio corazón es inmundo, y tú estás buscando tu placer y
consuelo entre los muertos. Hay algunas cosas de las que los hombres derivan
placer en nuestros días, que sólo son idóneas para hacer reír a los idiotas o para
hacer llorar a los ángeles. Sean selectivos, hombres y mujeres cristianos, en
cuanto a su compañía. Ustedes son hermanos de Cristo; ¿acaso se han de juntar
con los hijos de Belial? Ustedes son herederos de la perfección en Cristo;
incluso ahora están vestidos de lino inmaculado y son hermosos y bellos a los
ojos de Dios; ustedes son un sacerdocio real, son los elegidos de la humanidad;
¿arrastrarán sus vestiduras en el cieno y se convertirán en el hazmerreír de
los filisteos? ¿Se juntarán con los menesterosos hijos del mundo? No; actúen de
acuerdo a su estirpe y a su naturaleza nacida de nuevo, y no busquen nunca a
los vivos entre los muertos. Jesús nunca estuvo allí; no vayan allí tampoco
ustedes. Él no amó el ruido ni el barullo de los placeres del mundo; Él tenía
alimentos de otro tipo. Que Dios les conceda sentir la sólida vida de
resurrección dentro de sus espíritus.
IV. Pero
sigo adelante. En cuarto lugar, quiero advertirles contra LOS SERVICIOS
IRRAZONABLES. Esas buenas gentes a quienes los ángeles dijeron: “No está aquí,
sino que ha resucitado”, llevaban una carga, ¿y qué era lo que llevaban? ¿Qué
carga llevaban Juana y sus siervos y María? Bien, lino fino, y ¿qué más?
Llevaban libras de especias, las más preciosas que pudieron comprar. ¿Qué
pretenden hacer? Ah, si un ángel pudiera reír, yo pensaría que debe de haber
reído al darse cuenta de que venían a embalsamar a Cristo. “No está aquí; es
más, no está muerto, no necesita ser embalsamado, Él vive”. Tal vez hayan visto
por toda Inglaterra el Viernes Santo, y también el Domingo de Gloria, a multitudes
de personas –no tengo ninguna duda de que son personas muy sinceras- que vienen
a embalsamar a Cristo. Tocan una campana porque Él está muerto, y cuelgan papel
crepé sobre lo que ellos llaman ‘sus altares’ porque Él está muerto, y ayunan y
cantan tristes himnos acerca de su Salvador muerto.
Yo bendigo al Señor
porque mi Redentor no está muerto, ni tengo que tocar una campana fúnebre por
Él. ¡Él resucitó, Él no está aquí! Aquí vienen, multitudes de ellos con sus
linos finos, y sus preciosas especias para envolver a un Cristo muerto. ¿Están
locos esos hombres? Pero, responden ellos, nosotros sólo estábamos llevando a
cabo una representación otra vez. Oh, ¿se trataba de eso? ¿Se trataba de farsas
prácticas? ¡Actuar la gloriosa expiación del Calvario como si fuese una obra
teatral! Entonces yo acuso a los actores de blasfemia delante del trono del
Dios eterno que oye mis palabras; los acuso de irreverencia por atreverse a
ensayar en mímica lo que fue hecho una vez y para siempre, y que no se ha de
repetir nunca. No, no puedo suponer que tuvieran la intención de remedar el
grandioso sacrificio, y, por tanto, concluyo que pensaron que su Salvador
estaba muerto, y entonces ellos dijeron: “¡Toquen la campana por Él!
Arrodíllense y lloren delante de Su imagen en la cruz”. Si yo creyera que
Jesucristo murió el Viernes Santo, yo festejaría todo el día debido a que Su
muerte ya pasó; como él ha ordenado que el excelso festival de
Muchas personas exigentes
hacen lo mismo de otras maneras. Miren cómo dan un paso al frente en defensa
del Evangelio. Se ha descubierto por medio de la geología y de la aritmética
que Moisés está equivocado. Al instante salen muchos a defender a Jesucristo.
Argumentan a favor del Evangelio, y se disculpan por él, como si estuviera ahora
un poco rancio, y como si necesitáramos cambiarlo para adecuarlo a los
descubrimientos modernos y a las filosofías de la época presente. Eso me parece
que equivale exactamente a que te aproximes con tu lino fino y con tus especias
preciosas para envolverlo. Llévatelos. Yo me pregunto si Butler y Paley no han
creado juntos más infieles de los que han curado jamás, y si la mayoría de las
defensas del Evangelio no son sino puras impertinencias. El Evangelio no necesita
que se le defienda. Si Jesucristo no estuviera vivo, y no pudiera
pelear Sus propias batallas, entonces el cristianismo estaría en una situación
riesgosa. Pero Él vive, y sólo tenemos que predicar Su Evangelio en toda su
desnuda simplicidad, y el poder que sale con él será la evidencia de su
divinidad. Ninguna otra evidencia convencerá jamás a la humanidad. Las
apologías y las defensas tienen buenas intenciones, sin duda, como también el
embalsamamiento tenía buenas intenciones por parte de esas buenas mujeres, pero
son de pequeño valor. Denle espacio a Cristo, denle espacio y oportunidades a
Sus predicadores para predicar el Evangelio y dejen que la verdad sea llevada
en un lenguaje sencillo, y pronto oirán decir al Maestro: “¡Llévense las
especias, llévense el lino! Yo estoy vivo, y no necesito de esas cosas”.
Vemos el mismo tipo de
cosas en otras buenas personas que se aferran a formas pasadas de moda y
estereotipadas; para ellas todo ha de ser conducido exactamente como solía ser
conducido hace cien o doscientos años. El orden puritano ha de ser mantenido, y
no debe haber ninguna divergencia, y la manera de exponer el Evangelio tiene
que ser exactamente de la misma manera en la que fue expuesto por el buen
anciano, el doctor Fulano de Tal, y en el púlpito debe existir la más terrible
monotonía que pueda ser urdida, y el predicador debe ser devotamente insulso, y
toda la adoración debe ser serenamente apropiada: muchas especias y lino fino
con las que envolver a un Cristo muerto. A mí me deleita hacer pedazos las
cosas convencionales y apropiadas. Es algo grandioso pisotear las meras
regulaciones humanas, porque la vida no puede ser maniatada con regulaciones
apropiadas únicamente para los muertos. La muerte yace amortajada como una
momia en el museo; siempre hará lo apropiado, o más bien no hará nada en
absoluto; pero la vida, la verdadera vida, se manifestará de formas
inesperadas. La vida dirá lo que la muerte no podría decir, surgirá donde no
era esperada, y quebrará todas sus leyes y regulaciones en mil pedazos. Pero
todavía veo a la buena gente alzando sus manos en horror, y clamando: “Traigan
aquí la goma arábiga, la mirra y los áloes, traigan aquí el lino; debemos
cuidar a nuestro amado Maestro muerto”. Déjalo en paz, déjalo en paz, hombre,
Él está vivo y no necesita que lo envuelvas. No dudo en decir que gran parte
del orden de la iglesia entre los disconformes y los episcopalianos,
presbiterianos, y todo tipo de denominaciones, y una buena parte de lo
apropiado y del decoro, y de la regulación, y del “Así como era en el
principio, ahora y siempre será”, no son sino otras tantas especias y lino fino
para un Cristo muerto, pero Cristo está vivo, ¡y lo que necesita es espacio! No
digo esto para mi propio beneficio -¿acaso no soy siempre correcto?- pero lo
digo en beneficio de algunos sinceros hermanos evangelistas que, cuando
predican a los pobres, usan un lenguaje extravagante y tal vez también una
acción extravagante. Que los usen. Los críticos dicen que son histriónicos.
¿Hubo alguna vez alguien que fuera la mitad de histriónico que Ezequiel? ¿No
hicieron todos los profetas cosas extrañas para ganarse la atención del pueblo?
Vamos, la misma acusación fue presentada contra Whitefield y Wesley: “Estas
personas están quebrantando completamente todas las reglas”, etcétera. ¡Qué
bendición es cuando los hombres pueden hacer eso!
El señor Hill fue a
Escocia para predicar el Evangelio, y decían que él cabalgaba sobre los lomos
de todo orden y decoro. Entonces dijo él: “Voy a llamar a mi par de corceles
con esos nombres, para que sea cierto”. Era cierto; sin duda él cabalgó sobre
los lomos del orden y del decoro, pero él llevaba a las almas a Cristo con esos
dos extraños corceles y con su quebrantamiento de todas las reglas para llegar
a hombres y mujeres que nunca habrían sido alcanzados de ninguna otra manera.
Estén preparados a dejar a Cristo en libertad, y denles a Sus siervos libertad
para servirle como el Espíritu de Dios los guíe.
V. Por
último, quería hablarles sobre LAS ASOMBROSAS NUEVAS que recibieron esas buenas
mujeres: “No está aquí, sino que ha resucitado”. Esas eran pasmosas nuevas para
Sus enemigos. Ellos decían: “Lo matamos; lo pusimos en la tumba; todo terminó
para Él”. ¡Ajá!, escriba, fariseo, sacerdote, ¿qué has hecho? ¡Su obra ha sido revertida,
pues Él resucitó! Esas fueron pasmosas nuevas para Satanás. Él, sin duda,
soñaba que había destruido al Salvador, ¡pero Él resucitó! ¡Qué estremecimiento
recorrió todas las regiones del infierno! ¡Qué noticia fue para la tumba!
¡Ahora estaba completamente destruida, y la muerte había perdido su aguijón!
Qué noticia fue para los trémulos santos: “Ha resucitado el Señor
verdaderamente”. Cobraron ánimo y dijeron: “La buena causa es la correcta
todavía, y vencerá, pues nuestro Cristo vive y la encabeza. Fue una buena
noticia para los pecadores. Sí, es una buena noticia para todo pecador aquí presente.
Cristo vive; si lo buscas lo encontrarás. Yo no los estoy dirigiendo hoy a un
Cristo muerto. Él resucitó; Él puede salvar perpetuamente a los que por él se
acercan a Dios. No hay mejores noticias que éstas para los hombres tristes,
para los hombres desasosegados, desalentados y desesperados: el Salvador vive, y
es todavía capaz de salvar y está dispuesto a recibirte en Su tierno corazón.
Éstas fueron noticias alegres, amados, para todos los ángeles y para todos los
espíritus del cielo; fueron alegres nuevas, en verdad, para ellos. Y en este
día serán alegres nuevas para nosotros, y viviremos en su poder con la ayuda de
Su Espíritu, y las contaremos a nuestros hermanos para que se regocijen con
nosotros, y no nos desesperaremos más. No daremos más entrada a las dudas ni a
los temores, sino que nos diremos los unos a los otros: “Ha resucitado el Señor
verdaderamente”. Que el Señor los bendiga, y que al acercarse a Su mesa -y
confío que muchos miembros de Su pueblo se acercarán- encontremos a nuestro
Señor resucitado. Amén.
Porción de
Traductor: Allan Román
26/Abril/2011
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