El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

El Juicio Final

NO. 1076

 

SERMÓN PREDICADO LA NOCHE DEL DOMINGO 25 DE AGOSTO DE 1872

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o malo”. 2 Corintios 5: 10.

 

Esta mañana predicamos sobre la resurrección de los muertos, y pareciera ser congruente con el orden que esta noche enfoquemos nuestros pensamientos a lo que sigue inmediatamente después de la resurrección, es decir, al juicio general, pues los muertos resucitan con el propósito de ser juzgados en sus cuerpos. La resurrección es el preludio inmediato del juicio. No hay ninguna necesidad de que intente demostrarles que habrá un juicio general, partiendo de la Escritura, pues la Palabra de Dios tiene abundantes pasajes que lo confirman. Algunos se encuentran en el Antiguo Testamento. Descubrimos a David anticipando ese juicio final en los Salmos (especialmente en tales Salmos como el cuarenta y nueve y el cincuenta, el Salmo noventa y seis, y los tres siguientes), pues el Señor viene con suma certeza, viene a juzgar a la tierra con justicia. Salomón, en Eclesiastés, advierte al joven muy solemne y tiernamente que se alegre como pueda y tome placer en su corazón en los días de su adolescencia, pero que ha de saber que Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta. Daniel, en visiones de noche mira al Hijo del Hombre venir sobre las nubes del cielo y acercarse delante del Anciano de días y luego lo mira sentarse sobre el trono del juicio y ve que las naciones son congregadas delante de Él. Esa no era ninguna nueva doctrina para los judíos, pues ellos habían recibido y aceptado como un hecho sumamente cierto que habrá un día en el que Dios juzgará a la tierra en justicia.

 

El Nuevo Testamento es muy explícito. El capítulo veinticinco de Mateo, que acabamos de leer ahora, contiene un lenguaje expresado por los labios del propio Salvador, que sería imposible que fuera más claro y definido. Él es un Testigo fiel y no puede mentir. Se nos informa que delante de Él serán reunidas todas las naciones, y que apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Hay una abundancia de otros pasajes, como, por ejemplo, el que estamos considerando, que es lo suficientemente claro. Otro pasaje que podríamos citar se encuentra en la segunda Epístola a los Tesalonicenses, en su primer capítulo, del versículo séptimo al décimo. Leámoslo: “Y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron (por cuanto nuestro testimonio ha sido creído entre vosotros).” El libro de Apocalipsis es muy gráfico en su descripción de ese último juicio general. Vayamos al capítulo veinte, y a los versículos once y doce. El vidente de Patmos dice: “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras”. No tendría el tiempo suficiente para citarles todas las Escrituras. El Espíritu Santo asevera una y otra vez, y Su palabra es verdad, que habrá un juicio de los vivos y de los muertos.

 

Junto a ese testimonio directo, debe recordarse que hay un argumento poderoso de que así tiene que ser necesariamente, que parte del hecho de que Dios, como Gobernante de todos los hombres, es justo. Todos los gobiernos humanos practican sesiones en sus tribunales. El gobierno no podría ser ejercido sin sus días de sesión y de juicio, y, en la medida en que hay evidentemente pecado e iniquidad en este mundo, puede anticiparse razonablemente que habrá un momento en el que Dios recorra Su circuito y cite a los prisioneros delante de Él, cuando los culpables recibirán su condenación.

 

Juzguen por ustedes mismos: ¿es este estado presente la conclusión de todas las cosas? Si así fuera, ¿qué evidencia aducirían acerca de la justicia divina, a la luz del hecho de que las mejores personas son a menudo las más pobres y las más afligidas de este mundo, mientras que los peores seres adquieren riquezas, practican la opresión y reciben el homenaje de la multitud? ¿Quiénes son aquéllos que están subidos sobre las alturas de la tierra? ¿No son los grandes transgresores que “por sendas de víctimas cubiertas, subieron a la cumbre soberana, y de la tierna compasión las puertas cerraron a la miseria humana”? ¿Dónde están los siervos de Dios? Con suma frecuencia están hundidos en el sufrimiento y en la oscuridad. ¿No se sientan como Job en medio de ceniza, sin que nadie se apiade de ellos, y son más bien objeto de muchos reproches? ¿Y dónde están los enemigos de Dios? ¿No visten muchos de ellos de púrpura y de lino fino, y hacen cada día banquete con esplendidez? Si no hubiese un más allá, entonces Epulón se lleva la mejor parte, y el hombre egoísta que no le teme a Dios es, después de todo, el más sabio de los hombres y ha de ser encomiado más que sus semejantes. Pero no puede ser así. Nuestro sentido común se rebela ante ese pensamiento. Tiene que haber otro estado en el que sean rectificadas todas esas anomalías. “Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres”, dice el apóstol. Los mejores hombres fueron conducidos a los peores infortunios en los tiempos de persecución, por ser siervos de Dios. ¿Cómo afirmas entonces: Finis coronat opus, el fin corona la obra? Ese no podría ser el desenlace final de la vida, o, de lo contrario, la justicia misma se vería frustrada. Tiene que haber una restitución para aquéllos que sufren injustamente y tiene que haber un castigo para el inicuo y el opresor.

 

No sólo puede afirmarse ésto a partir de un sentido general de justicia, sino que en la conciencia de la mayoría de los hombres, si no es que en todos, hay un asentimiento para ese hecho. Como dice un viejo puritano: “Dios sostiene una audiencia en un tribunal de jurisdicción limitada, es decir, en la conciencia de todo hombre, que es el anticipo del juicio que sostendrá tarde o temprano, pues casi todos los hombres se juzgan a sí mismos, y su conciencia les indica qué cosa está mal y qué cosa está bien. Digo: ‘casi todos’ porque pareciera que hay en esta generación una raza de hombres que han atrofiado de tal manera a su conciencia, que la chispa pareciera haberse apagado y entonces toman lo amargo por dulce y lo dulce por amargo. Parecieran aprobar la mentira pero no reconocen a la verdad. Pero si dejan en paz a la conciencia y no la atrofian, verán que da testimonio de que hay un Juez de toda la tierra que ha de hacer lo que es justo”.

 

Ahora, ese es peculiarmente el caso cuando se le da rienda suelta a la conciencia. Los hombres que están ocupados con su trabajo o que están entretenidos con sus placeres, mantienen a menudo tranquilas a sus conciencias. Tal como lo expresa John Bunyan: ‘encierran a la señora Conciencia; ciegan sus ventanas; ponen barricadas contra sus puertas; y en cuanto a la gran campana ubicada sobre el techo de la casa que la vieja dama estaba habituada a repicar, le cortan la cuerda al badajo para que ella ya no pueda alcanzarlo, pues no desean que perturbe a la ciudad de ‘Almahumana’’. Pero cuando llega la muerte, sucede con frecuencia que la señora Conciencia escapa de su prisión y, entonces les garantizo que hará un barullo tal que no habrá ni una sola cabeza que duerma en toda ‘Almahumana’. Conciencia dará voces y se vengará por su obligado silencio, y hará saber al hombre que hay algo en su interior que no está muerto, que grita todavía pidiendo justicia, y que el pecado no puede quedar sin castigo. Entonces, tiene que haber un juicio. La Escritura lo asevera, y eso nos basta; pero por vía de evidencia colateral, el orden natural de las cosas así lo requiere y la conciencia lo atestigua.

 

Ahora vamos a considerar lo que dice nuestro texto acerca del Juicio. Les ruego, hermanos, que me perdonen si hablara fríamente esta noche sobre esta verdad tan trascendental, o si dejara de captar su atención y de agitar sus más profundas emociones, y que Dios me perdone pues tendré una buena razón para pedir Su perdón, viendo que si hay un tópico que debería despertar a celo al predicador por el honor de su Señor y por el bienestar de sus semejantes, y conducirlo a ser doblemente denodado, es éste precisamente.

 

Pero permítanme decirles también que si hubo alguna vez un tema muy independiente del predicador, que por sus propios méritos debería invitar a la reflexión de ustedes, es el que ahora les presento. No siento ninguna necesidad de recurrir a la oratoria o a un lenguaje rebuscado; la simple mención del hecho de que ese juicio es inminente y que tendrá lugar antes de que pase mucho tiempo, debería dejarlos en silencio y sin aliento, debería paralizar los latidos de su pulso, y debería ahogar la expresión de mis labios. Su certeza, su realidad, sus concomitantes terrores y la imposibilidad de escapar de él, todo eso apela a nosotros ahora y exige nuestra vigilancia.

 

I.   Ahora les pregunto: ¿QUIÉN, O QUIÉNES, TENDRÁN QUE COMPARECER DELANTE DEL TRONO DEL JUICIO? La respuesta es clara y no admite ninguna exención: “Es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo”. Esto es muy decisivo incluso si no existiera ningún otro texto. Todos nosotros debemos comparecer, es decir, cada uno de los miembros de la raza humana. Todos nosotros debemos comparecer. Y es muy claro que los piadosos no estarán exentos de esta comparecencia, pues el apóstol les está hablando aquí a los cristianos. Pablo dice: “Por la fe andamos, no por vista. “Nosotros confiamos. “Procuramos”, y así sucesivamente; y luego se expresa así: “Es necesario que todos nosotros comparezcamos”. De tal manera que, además de todos los demás, es un hecho que todos los cristianos deben comparecer allí. El texto es sumamente concluyente sobre ese punto. Y si no tuviéramos este texto, contamos con el pasaje de Mateo que acabamos de leer, en el que las ovejas son convocadas allí tan verdaderamente como lo son los cabritos, y también con el pasaje de Apocalipsis, donde todos los muertos son juzgados de acuerdo a las cosas que están escritas en los libros. Todos ellos están allí. Y si alguien presentase esta objeción: “Nosotros creíamos que debido a que los pecados de los justos fueron perdonados, y fueron borrados para siempre, no tendrían que presentarse a juicio nunca”, sólo tenemos que recordarles, amados, que si son perdonados y borrados, como indudablemente lo son, los justos no tienen ningún motivo para temerle al juicio. Son las personas que ansían el juicio y que podrán comparecer para recibir una pública absolución de boca del grandioso Juez. ¿Quién desearía entre nosotros, por decirlo así, ser introducido ilegalmente al cielo? ¿Quién desearía que los condenados del infierno le dijeran: “Tú no fuiste juzgado nunca, pues de lo contrario habrías sido condenado igual que lo fuimos nosotros”? No, hermanos, nosotros tenemos la esperanza de que podemos enfrentar el juicio. El camino de la justicia por medio de Cristo Jesús nos permite someternos a las más tremendas pruebas que traiga incluso aquel ardiente día. No tenemos miedo de ser colocados en la balanza. Incluso deseamos aquel día cuando nuestra fe en Jesucristo será fuerte y firme, pues decimos: “¿Quién es el que condenará?” Podemos desafiar al día del juicio. ¿Quién es el que nos acusará de algo en aquel día, o en cualquier otro día, puesto que Cristo murió y ha resucitado? Es necesario que los justos estén allí para que no haya ninguna parcialidad de ningún tipo en esa materia, para que todo sea claro y recto, y para que se vea que las recompensas de los justos, aunque son por gracia, se otorgan sin ninguna violación de la más rigurosa justicia.

 

Amados hermanos, ¡qué gran día será para los justos! Pues algunos de ellos fueron objeto –tal vez algunos de los presentes lo sean- de alguna muy terrible acusación de la cual son perfectamente inocentes. Todo será aclarado entonces, y esa será una gran bendición de aquel día. Habrá una resurrección de reputaciones así como de cuerpos. Los hombres llaman necios a los justos; entonces resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. Les dieron caza hasta matarlos, como si no fueran aptos para vivir. En los primeros tiempos arrojaban contra los cristianos acusaciones de un carácter tan terrible que yo consideraría una vergüenza mencionar. Pero entonces todos ellos serán exonerados; y aquéllos de quienes el mundo no era digno, que fueron acorralados y perseguidos por todas partes y obligados a morar en las cavernas de la tierra, saldrán como seres dignos y el mundo reconocerá a su verdadera aristocracia y la tierra reconocerá a su verdadera nobleza. Los hombres cuyos nombres el mundo desechó como inicuos, serán tenidos entonces en gran estima, pues quedarán limpios y transparentes, sin mancha ni arruga. Es bueno que haya un juicio para los justos, para su exoneración, para su vindicación, y que sea público, desafiando las hostilidades y las críticas de toda la humanidad.

 

“Es necesario que todos nosotros comparezcamos”. ¡Cuán vasta asamblea será, cuán prodigiosa reunión de la raza humana entera! Cuando meditaba sobre este tema se me ocurrió preguntarme: ¿cuáles habrán de ser los pensamientos de nuestro padre Adán, al comparecer allí con nuestra madre Eva y mirar a su progenie? Será la primera vez que tenga la oportunidad de ver reunidos a todos sus hijos. ¡Qué espectáculo contemplará entonces, el cual cubrirá vastas extensiones, todo el globo que habitan, suficiente no sólo para poblar las llanuras de toda la tierra, sino para coronar las cimas de sus montes y cubrir incluso las olas del mar; tan incontable habrá de ser la raza humana, cuando todas las generaciones que han vivido jamás, o que vivirán jamás, resuciten a la vez! ¡Oh, qué espectáculo será! ¿No es demasiado maravilloso para que lo esboce nuestra imaginación? Sin embargo, es muy cierto que la asamblea será convocada y que el espectáculo será contemplado. Cada uno de los seres antediluvianos, cada uno de los seres de los días de los patriarcas, de los tiempos de David, del reino de Babilonia, todas las legiones de Asiria, todas las huestes de Persia, todas las falanges de Grecia, todos los vastos ejércitos y las legiones de Roma, los bárbaros, los escitas, los esclavos, los libres, hombres de todo color y de toda lengua, estarán presentes en aquel gran día delante del Tribunal de Cristo. Allá vienen los reyes que no son más grandes que los hombres a quienes llaman sus vasallos. Allá vienen los príncipes, que se han quitado sus diademas, pues deben comparecer como seres humanos comunes. Acá vienen los jueces para ser ellos mismos juzgados, y también los abogados y los legistas, que ahora necesitan un defensor para su propio caso. Aquí vienen aquéllos que se consideraban demasiado buenos y que acaparaban toda la calle para sí. Allí están los fariseos, recibiendo los empellones de los publicanos  a sus costados y reducidos al mismo nivel natural que ellos. Observen a los campesinos que se levantan del suelo; ¡vean a las pululantes miríadas que vienen para comparecer desde las afueras de las grandes ciudades, incontables huestes que ni Alejandro ni Napoleón contemplaron jamás! ¡Vean cómo el siervo es tan grande como su señor! Ahora se proclama: “Libertad, Igualdad, Fraternidad”. Ni los reyes, ni los príncipes ni los nobles pueden refugiarse detrás de su orden, ni afirmar algún privilegio o reclamar alguna inmunidad. Iguales sobre un nivel común, comparecen todos juntos para ser juzgados por el último y terrible tribunal. Vendrán los malvados de todo tipo. El altivo Faraón estará allí; Senaquerib, el arrogante; Herodes, que hubiera querido aniquilar a los infantes; Judas, que traicionó a su Maestro; Demas, que le vendió por oro, y Pilato, que gustosamente se habría querido lavar las manos en inocencia. La larga lista de los infalibles, la sucesión completa de los papas, vendrá para recibir su condenación de manos del Todopoderoso, y también los sacerdotes que pisotearon los cuellos de las naciones y los tiranos que usaron a los sacerdotes como sus instrumentos. Todos ellos vendrán para recibir las descargas de los rayos de Dios que tan ricamente merecen. ¡Oh, qué escena será ésa! Estos grupitos, que nos parecen muy imponentes cuando se congregan bajo este techo, se encogen y se vuelven como una gota dentro de una cubeta, comparados con el océano de vida que se henchirá en torno al trono en el día del último gran Juicio. Todos ellos estarán allí.

 

Ahora, el pensamiento más importante para vinculado con ésto, es que yo estaré allí; para ustedes, jóvenes, es que ustedes estarán allí; para ustedes, personas de avanzada edad de todo tipo, es que cada uno de ustedes, en propia persona, estará allí. ¿Eres rico? Tendrás que despojarte de tu hermoso vestido. ¿Eres pobre? Tus harapos no te eximirán de asistir a esa corte. Nadie dirá: “Yo soy demasiado oscuro”, pues deberás salir de tu escondite. Nadie dirá: “Yo soy demasiado público”, pues tendrás que bajar de ese pedestal. Todo el mundo debe estar allí. Noten la palabra: “Nosotros”. “Es necesario que todos nosotros comparezcamos”.

 

Noten adicionalmente la palabra: “Comparezcamos”. “Es necesario que todos nosotros comparezcamos”. No será posible ningún disfraz. No pueden presentarse allí con el disfraz de una profesión o con el atuendo de las ropas de estado, sino que deben comparecer; debemos ser vistos claramente, debemos ser exhibidos, debemos ser revelados; todos serán despojados de sus vestidos, y su espíritu será juzgado por Dios, no según las apariencias, sino de acuerdo a lo íntimo del corazón. ¡Oh, qué día será aquél, cuando todo hombre se vea a sí mismo, y todo hombre vea a su semejante, y los ojos de los ángeles y los ojos de los demonios, y los ojos del Dios sentado en el trono nos miren hasta lo más íntimo! Guarden en sus mentes estos pensamientos que son dados como respuesta a nuestra primera pregunta: ¿quién habrá de ser juzgado?

 

II.   Nuestra segunda pregunta es: ¿QUIÉN SERÁ EL JUEZ? “Es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo”. Es sumamente apropiado y conveniente que Cristo sea nombrado el juez de toda la humanidad. Nuestra ley británica establece que un hombre sea juzgado por sus pares, y hay justicia en ese estatuto. Ahora, el Señor Dios juzgará a los hombres, pero al mismo tiempo será en la persona de Jesucristo hombre. Los hombres serán juzgados por un hombre. Aquél que una vez fue juzgado por los hombres, juzgará a los hombres. Jesús conoce lo que es el hombre; Él mismo ha estado en profunda humildad bajo la ley, y es ordenado para administrar la ley con excelsa autoridad. Él puede sostener equilibradamente los platillos de la balanza de la justicia, pues ha ocupado el lugar del hombre y ha soportado y arrostrado las tentaciones del hombre; por tanto, es el juez más idóneo que pudiese ser seleccionado.

 

Algunas veces he oído y he leído sermones en los que el predicador mencionaba que un cristiano debería alegrarse de que su juez sea su amigo. Tal vez no haya ninguna intención indebida, pero aun así me parece que es una sugerencia más bien cuestionable. A mí no me gustaría explicármelo de esa manera, porque cualquier juez que fuera parcial para con sus amigos cuando preside en el tribunal, merecería abandonar ese tribunal de inmediato. Yo no espero ningún favoritismo de Cristo como juez. Espero que, cuando presida en el tribunal, imparta una justicia imparcial para todos. No puedo ver cómo pudiera ser correcto que algún ministro sostenga que deberíamos encontrar aliento en el hecho de que el juez sea nuestro amigo. Amigo o no amigo, cada uno de nosotros comparecerá para recibir un juicio justo, y Cristo no hará acepción de personas. No se dirá de Aquel a quien Dios ha designado para juzgar al mundo, cuando la sesión del juicio concluya, que hizo caso omiso de los crímenes de algunos o que los atenuó, mientras que investigó a fondo las fallas de otros y las condenó. Será justo y recto en todo momento. Él es nuestro amigo, les concedo eso, y será nuestro amigo y Salvador eternamente; pero debemos asirnos al pensamiento -y debemos creerlo y sostenerlo- que como juez será imparcial para con todos los hijos de los hombres.

 

Amigo, tú tendrás un juicio justo. Aquel que te ha de juzgar no tomará partido contra ti. Algunas veces hemos pensado que los hombres han sido protegidos del castigo que merecían, porque pertenecían a alguna cierta profesión clerical, o porque ocupaban alguna cierta posición oficial. Un pobre obrero que mata a su esposa será ahorcado indefectiblemente, pero cuando otro hombre de una condición superior realiza un acto semejante de violencia y mancha sus manos con la sangre de la mujer a quien jurado amar y apreciar, la pena capital no será ejecutada contra él. Por todas partes vemos en el mundo que, con las mejores intenciones, de alguna manera u otra, la justicia se tuerce un poco. Incluso en este país se da la más ligera inclinación posible de la balanza, y que Dios nos conceda que eso pueda remediarse pronto. No creo que sea intencional, y yo espero que la nación no tenga que quejarse de eso por largo tiempo. Tiene que haber la misma justicia para el mendigo más pobre que se arrastra hasta un albergue temporal, como por ‘su señoría’ que es propietario del mayor número de acres en toda Inglaterra. Ante la ley, al menos, todos los hombres deben comparecer como iguales. Así será con el Juez de toda la tierra. Fiat justitia, ruat coelum. (Hágase justicia aunque se desplome el cielo). Cristo sostendrá a toda costa las balanzas equilibradas. Tú tendrás un juicio justo y también un juicio exhaustivo. No habrá ningún ocultamiento de nada a tu favor, y no se quedará sin mencionar nada en tu contra. Ningún testigo será transportado al otro lado del mar para que no pueda comparecer. Todos ellos estarán allí, y todo el testimonio estará allí, y todo lo que se necesite para condenar o absolver será presentado en plena sesión durante el juicio, y por esta razón será un juicio final. No habrá ninguna apelación ante esa corte. Si Cristo dice: “¡Malditos!”, malditos serán eternamente. Si Cristo dice: “¡Benditos!”, benditos serán por siempre jamás. Bien, ésto es lo que hemos de esperar, entonces: hemos de comparecer ante el trono del hombre Cristo Jesús, el Hijo de Dios, para ser juzgados allí.

 

III.   Ahora, el tercer punto es: ¿CUÁL SERÁ LA REGLA DE LA ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA? El texto dice: “Para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o malo”. Entonces parecería que nuestras acciones serán tomadas como evidencia al final. Nuestras acciones serán tomadas como evidencia al final, y no nuestra profesión ni nuestras jactancias, y todo hombre recibirá de acuerdo a lo que ha hecho en el cuerpo. Eso implica que todo lo hecho por nosotros en este cuerpo será conocido. Todo está registrado y todo será sacado a la luz. En consecuencia, cada pecado secreto será publicado en aquel día. Lo que fue hecho en el aposento, lo que fue ocultado por las tinieblas, todo lo secreto, será publicado como desde el techo de la casa. Con extremo cuidado lo has ocultado, y muy diestramente lo has cubierto; pero, para asombro tuyo, será dado a conocer para que forme parte de tu juicio. Tanto las acciones hipócritas como los pecados secretos serán puestos al descubierto allí. El fariseo que devoró la casa de la viuda y que hizo largas oraciones se encontrará con que la casa de la viuda es presentada en su contra, lo mismo que las largas oraciones, pues se entenderá entonces que cada larga oración no fue sino una larga mentira contra Dios de principio a fin. ¡Oh, cuán hermosas podemos hacer que se vean algunas cosas con la ayuda de la pintura y del barniz y de los adornos; pero, en el último día, el barniz y el recubrimiento se caerán, y el verdadero metal, la sustancia real, quedará entonces al descubierto!

 

Cuando se dice que todo lo que se haga en el cuerpo será presentado como evidencia, ya sea en contra nuestra o a favor nuestro, recuerden que ésto incluye toda omisión así como toda comisión, pues aquello que debía ser hecho y no fue hecho es tan grave pecado como hacer lo que no debía hacerse. Cuando leíamos el capítulo veinticinco de Mateo, ¿notaron cómo los que estaban a la izquierda fueron condenados, no por lo que hicieron, sino por lo que no hicieron: “Tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber”? Según esta regla, ¿dónde se encuentran algunos de ustedes que han vivido en el descuido de la santidad y en el descuido de la fe y en el descuido del arrepentimiento delante de Dios a lo largo de todos sus días? Considérenlo, se los ruego.

 

Recuerden, también, que todas nuestras palabras saldrán a relucir. De cada palabra ociosa que hable el hombre tendrá que rendir cuentas. Y de todos nuestros pensamientos, también, pues los pensamientos subyacen en el fondo de nuestras acciones y les dan el verdadero color, bueno o malo. Nuestros motivos, nuestros pecados del corazón, y especialmente nuestro odio a Cristo, nuestro descuido del Evangelio, nuestra incredulidad: todas esas cosas serán leídas en voz alta y serán publicadas sin reservas.

 

“Bien”, -dirá alguien- “¿quién, pues, podrá ser salvo?” ¡Ah, en verdad, quién, pues, podrá ser salvo! Permíteme decirte quién. Pasarán al frente aquéllos que creyeron en Jesús, y aunque tienen muchos pecados ante los cuales confesarse culpables, serán capaces de decir: “Grandioso Dios, Tú proveíste un sustituto para nosotros, y Tú dijiste que si lo aceptábamos sería nuestro sustituto y tomaría sobre Sí nuestros pecados, y nosotros en verdad lo aceptamos y nuestros pecados fueron puestos sobre Él y ahora no tenemos ningún pecado; fueron transferidos de nosotros hacia el grandioso Salvador, Sustituto y Sacrificio”. Y en aquel día no habrá nadie que pudiera poner algún reparo contra ese argumento: será válido, pues Dios ha dicho: “Todo aquel que crea en Cristo Jesús no será condenado nunca”. Entonces serán presentadas las acciones de los justos, las acciones de gracia, para demostrar que tuvieron fe. Pues la fe que no se manifiesta nunca mediante buenas obras es una fe muerta y es una fe que nunca salvará a ningún alma. Ahora, si el ladrón moribundo fuera presentado, diría: “Mis pecados fueron puestos sobre Jesús”. “Sí, pero, ¿qué hay de tus buenas obras? Tú tienes que tener alguna evidencia de tu fe”, podría replicar Satanás. Entonces el ángel registrador diría: “El ladrón moribundo le dijo a su compañero ladrón que estaba muriendo con él: ‘¿Por qué razón maldices?’ En sus últimos momentos hizo lo que pudo: censuró al ladrón que moría con él e hizo una buena confesión de su Señor. Allí tenemos la evidencia de la sinceridad de su fe”.

 

Amado oyente, ¿habrá alguna evidencia de la sinceridad de tu fe? Si tu fe no tuviera ninguna evidencia delante del Señor, ¿qué harás? Supón que pensaste que tenías una fe pero continuaste bebiendo. Supón que hiciste lo que yo sé que han hecho algunos aquí: que fuiste directo de aquí a la cantina. O suponte que te uniste a la iglesia cristiana pero seguiste siendo un borracho. Sí, y hay mujeres que han hecho eso igual que también hombres. Supón que profesaste tener fe en Cristo y, sin embargo, hiciste trampa con tus pesas y medidas y en tus tratos rutinarios. ¿Piensas que Dios no requerirá estas cosas de tus manos?

 

Oh, señores, si no fueran mejores que otros hombres en su conducta, entonces no son mejores que otros hombres en su carácter, y no estarán mejor que otros hombres en el día del juicio. Si sus acciones no fueran superiores a las de ellos, pueden profesar lo que quieran acerca de su fe, pero están engañados, y, como engañadores serán descubiertos en el último gran día. Si la gracia no nos hace diferir de otros hombres, no se trata de la gracia que Dios da a Sus elegidos. Aunque nosotros no somos perfectos, todos los santos de Dios mantienen sus ojos fijos en la gran norma de perfección, y, con un fuerte deseo procuran caminar como es digno de su supremo llamamiento de Dios y realizar obras que demuestren que aman a Dios; y si no tenemos esas señales que se dan con la fe, o si no son introducidas como evidencia para nosotros, en el último gran día no seremos capaces de demostrar nuestra fe.

 

¡Oh, ustedes que no tienen ninguna fe en Cristo, ninguna fe en Jesús, el sustituto: esa terrible negativa, esa traicionera incredulidad suya, será un pecado condenatorio contra ustedes! Será una prueba contundente de que odiaron a Dios, pues un hombre que desprecia los consejos de Dios, que no presta atención a Su reproche, que escarnece Su gracia y que reta la venganza de Aquel que le señala la vía de escape y el sendero que conduce a la vida, es alguien que debe odiar a Dios. El que no quiere ser salvado por la misericordia de Dios demuestra que odia al Dios de la misericordia. Si Dios entrega a Su propio Hijo a la muerte y los hombres no quieren confiar en Su Hijo, si no quieren tenerlo como su Salvador, ese único pecado -aunque no tuvieran ningún otro- demostraría de inmediato que son enemigos de Dios y que tienen un corazón negro. Pero si tu fe está en Jesús, si amas a Jesús, si tu corazón está con Jesús, si tu vida es influenciada por Jesús, si tú lo conviertes en tu ejemplo así como también en tu Salvador, habrá evidencia a tu favor aunque tú no puedas verla. Pues noten estas agraciadas cosas: cuando la evidencia fue presentada, y Cristo dijo: “Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber”, ellos dijeron: “Oh, Señor, nunca nos dimos cuenta de eso”. Si alguien se pusiera de pie aquí y dijera: “Yo cuento con una abundante evidencia para demostrar mi fe”, yo le replicaría: “¡Cállate la boca, amigo! ¡Cállate la boca! Me temo que no tienes fe del todo, pues de lo contrario no estarías hablando acerca de tu evidencia”. Pero si dices: “Oh, yo me temo que no tengo la evidencia que me pondrá en una buena posición al final”, pero si a la vez has estado alimentando a los hambrientos todo el tiempo, y vistiendo a los desnudos, y haciendo todo lo que puedes por Cristo, yo te diría que no tengas miedo. El Maestro encontrará testigos que digan: “Ese hombre me socorrió cuando yo estaba sumido en la pobreza. Él sabía que yo era uno de los de Cristo y vino y me ayudó”. Y otro vendrá y dirá (tal vez sea un ángel quien lo diga) “Lo vi cuando estaba solo en su aposento y lo oí orar por sus enemigos”. Y el Señor dirá: “Leí en su corazón cuando contemplé cómo aguantó el reproche, y la calumnia, y la persecución, y se quedaba sin responder por mi causa. Él hizo todo eso como evidencia de que mi gracia estaba en su corazón”. Tú no tendrás que poner los testigos; el juez los llamará, pues Él sabe todo acerca de tu caso; y conforme llame a los testigos, tú te sorprenderás al descubrir cómo incluso los impíos se verán obligados a consentir en la justa salvación de los justos.

 

¡Oh, los actos secretos y la verdadera sinceridad del corazón de los justos, cuando sean manifestados así, cómo provocarán que los diablos se muerdan su lengua llenos de ira al pensar que hubo tanta gracia dada a los hijos de los hombres para derrotar a la persecución, vencer a la tentación y seguir en obediencia al Señor! Oh, sí, las obras, las obras, las obras de los hombres, y no su habladuría, ni su profesión, ni su plática, sino sus obras (aunque nadie será salvado por los méritos de sus obras), sus obras serán la evidencia de su gracia, o sus obras serán la evidencia de su incredulidad; y así, por sus obras se sostendrán delante del Señor, o por sus obras serán condenados, como evidencia y nada más.

 

IV.   El último punto es ahora: ¿cuál es el propósito de ese juicio? ¿Se impartirá una sentencia absolutoria o condenatoria y después todo habrá concluido? Lejos de eso. El juicio es con miras al más allá: “Para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo”. El Señor concederá a Su pueblo una abundante recompensa por todo lo que han hecho. No es que merezcan ninguna recompensa, sino que primero Dios les dio gracia para hacer buenas obras, y luego tomó sus buenas obras como evidencia de un corazón renovado, y después les dio una recompensa por lo que hicieron. Oh, qué bienaventuranza será oír que se te diga: “Bien, buen siervo y fiel”, a ti, que has trabajado para Cristo cuando nadie lo sabía; descubrir que Cristo te tomó todo en cuenta, a ti, que serviste al Señor a pesar de ser tergiversado; descubrir que el Señor Jesús apartó el tamo del trigo sabiendo que tú eras alguien precioso para Él. Oh, qué bienaventuranza será para ti que entonces Él te diga: “Entra en el gozo de tu Señor”.

 

Pero para los impíos será muy terrible. Ellos han de recibir las cosas que han hecho, es decir, el castigo debido, aunque no todos de igual manera, sino el mayor pecador recibirá mayor condenación; para el hombre que pecó contra la luz habrá una mayor condenación que para el hombre que no tuvo la misma luz; Sodoma y Gomorra tendrán su lugar, Tiro y Sidón tendrán su lugar, y luego Capernaum y Betsaida tendrán su lugar de más intolerable tormento, porque tenían el Evangelio y lo rechazaron, según nos informa nuestro propio Señor. Y el castigo no sólo será aplicado en proporción a la transgresión en sí misma, sino que se acrecentará con las inicuas consecuencias generadas por los inicuos actos realizados, ya que cada hombre habrá de comer el fruto de sus propios caminos. El pecado, según el orden natural, madura en aflicción. Esto no es un ciego destino, sino que es la operación de una ley divina, sabia e invariable. Oh, cuán terrible será para el hombre malicioso tener que roer eternamente su propio corazón envidioso, y descubrir que su malicia se le revierte tal como los pájaros vienen a casa para anidar y ulular para siempre en su propia alma; cuán terrible será para el hombre lascivo sentir la lascivia ardiendo en cada vena aunque nunca puede gratificarla; cuán terrible será para el borracho tener una sed que ni siquiera una gota de agua puede apaciguar y para el glotón que hacía cada día banquete con esplendidez, estar hambriento perpetuamente; cuán terrible será para el alma que ha sido iracunda, ser iracunda para siempre, con el fuego de la ira ardiendo eternamente como un volcán en su alma; y para el rebelde contra Dios, ser sempiternamente un rebelde y maldecir a Dios a quien no puede tocar y descubrir que sus maldiciones se revierten sobre él. No hay peor castigo para un hombre con una disposición pecaminosa, que gratificar sus lascivias, saciar sus perversas propensiones, y multiplicar y engordar sus vicios. ¡Dejen que los hombres se desarrollen y sean lo que quisieran ser, y luego vean en qué se convierten! Supriman a los policías en algunas partes de Londres, y denles a las gentes dinero en abundancia, y déjenlas hacer lo que quieran. Entonces se enterarían que el sábado pasado hubo media docena de cráneos fracturados, y que las esposas y los hijos estuvieron involucrados en una reyerta general. Mantengan juntas a esas personas; dejen que su vigor continúe sin ningún menoscabo por la edad o por la corrupción, mientras sigan desarrollando su carácter. Vamos, serían peores que una manada de tigres. Si dan paso a su ira y a su enojo, sin nada que controle sus pasiones, si dejan que personas tacañas y avaras continúen por siempre con su avaricia, eso ya las hace miserables aquí; pero si esas cosas fuesen disfrutadas para siempre, ¿qué peor infierno querrían? Oh, el pecado es el infierno y la santidad es el cielo. Los hombres recibirán según lo que hayan hecho mientras estaban en el cuerpo. Si Dios ha hecho que lo amen, continuarán amándolo; si Dios ha hecho que confíen en Él, continuarán confiando en Él; si Dios ha hecho que sean semejantes a Cristo, continuarán siendo semejantes a Cristo, y recibirán como recompensa lo que hayan hecho mientras estaban en el cuerpo; pero si un hombre ha vivido en pecado, “el que es inmundo sea inmundo todavía”, y el que ha sido incrédulo sea incrédulo todavía. Éste, entonces, será el gusano que nunca muere, y el fuego que no se apaga nunca, a todo lo cual será agregada la ira de Dios por los siglos de los siglos. ¡Oh, que cada uno de nosotros reciba la gracia para huir a Cristo! Allí está nuestra única seguridad. La fe simple en Jesús es la base para el carácter que será la evidencia al final de que tú eres elegido de Dios. Una simple creencia en el mérito del Señor Jesús, obrada por el Espíritu Santo en nosotros, es el cimiento de roca sobre el cual será edificado, por las mismas manos divinas, el carácter que evidenciará que el reino fue preparado para nosotros desde antes de la fundación del mundo. Que Dios obre en nosotros un carácter así, por Cristo nuestro Señor. Amén.

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Mateo 25.          

 

 

Traductor: Allan Román

16/Febrero/2011

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