El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Una Gloriosa
Predestinación
NO.
1043
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Porque a los
que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la
imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos”.
Romanos 8: 29.
Habrán notado que Pablo
ha estado exponiendo una experiencia interna y espiritual muy profunda en este
capítulo. Ha escrito respecto al espíritu de servidumbre y al espíritu de
adopción; respecto a las debilidades de la carne y a las ayudas del espíritu; respecto
a la espera de la redención del cuerpo y a los gemidos que son indecibles. Era
muy natural, entonces, que una profunda experiencia espiritual lo llevara a una
clara percepción de las doctrinas de la gracia, pues una experiencia así es la
única escuela en la que se aprenden eficazmente esas grandiosas verdades. Una
falta de profundidad en la vida interior da cuenta de la mayoría de los errores
doctrinales en la iglesia. Una sólida convicción de pecado, una profunda
humillación por su causa, y un sentido de completa debilidad e indignidad
conducen naturalmente a la mente a creer en las doctrinas de la gracia,
mientras que la falta de profundidad en estos asuntos hace que el hombre se
contente con un credo superficial. Esas enseñanzas que son llamadas comúnmente las
doctrinas calvinistas son usualmente más amadas y mejor recibidas por quienes
han experimentado mucho conflicto de alma, y que por esa razón, han aprendido
la fuerza de la corrupción y la necesidad de la gracia.
Noten, también, que
Pablo ha estado tratando en este capítulo acerca de los sufrimientos de este
tiempo presente; y aunque por fe los considera como muy insignificantes
comparados con la gloria que ha de ser revelada, nosotros sabemos que no eran
insignificantes en su caso. Pablo era un hombre que había sufrido muchas
tribulaciones. Por causa de Cristo iba de tribulación en tribulación y para
servir a la iglesia nadaba a través de muchos mares de aflicción. Por tanto no
me sorprende que en sus epístolas hablara a menudo sobre las doctrinas del conocimiento
anticipado, de la predestinación y del amor eterno, porque constituyen un
vigoroso reconstituyente para el espíritu desfalleciente. Para estar alegre
pese a muchas cosas que de otro modo lo deprimirían, el creyente puede
dirigirse a los incomparables misterios de la gracia de Dios, que son vinos purificados.
Cuando el ser humano es sustentado por la gracia selectiva, aprende a gloriarse
también en las tribulaciones y, fortalecido por el amor electivo, desafía el
odio del mundo y las pruebas de la vida. El sufrimiento es la escuela de la
ortodoxia. Muchos Jonases que ahora rechazan las doctrinas de la gracia de Dios,
sólo necesitan ser introducidos en el vientre de la ballena para que clamen
junto con el más ortodoxo creyente en la gracia libre: “La salvación es de
Jehová”. Los prósperos profesantes que no hacen negocios en medio de las ondas
y las olas, pudieran no darle mucha importancia al bendito anclaje del
propósito eterno y del perdurable amor; pero quienes están “fatigados con
tempestad, sin consuelo, piensan diferente”. Estas cuantas frases nos han de
servir de prefacio. No las digo motivado por un espíritu de controversia, sino
todo lo contrario.
Nuestro texto comienza
con la expresión: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó”, y
muchos sentidos le han sido asignados a estas palabras: “conocer antes”, aunque
en este caso, hay un sentido que se hace más recomendable que cualquier otro.
Algunos han pensado que significa simplemente que Dios predestinó a unos seres
humanos cuya historia futura ya conocía de antemano. No podemos entender de esa
manera el texto que estamos considerando, porque el Señor conoce de antemano la
historia de todo ser humano, y de todo ángel y demonio. En lo que a la presciencia
se refiere, cada ser humano es conocido de antemano, y sin embargo, nadie
aseveraría que todos los hombres han sido predestinados a ser conformados a la imagen
del Señor Jesús. Pero, se asevera adicionalmente que el Señor sabía de antemano
quién llegaría a arrepentirse, quién creería en Jesús y quién perseveraría en
una vida consistente hasta el fin. Esto está sobreentendido, pero un lector
tendría que usar unos lentes de aumento muy potentes antes de ser capaz de
descubrir ese sentido en el texto. Después de repasar cuidadosamente mi Biblia
yo no percibo ninguna declaración de ese tipo. ¿Dónde están esas palabras que
agregaste: “A los que supo de antemano que se arrepentirían, que creerían, y
que perseverarían en la gracia”? No las encuentro ni en la versión en inglés ni
en el original griego. Si pudiera leerlas de esa manera, el pasaje sería
ciertamente muy fácil, y alteraría grandemente mis creencias doctrinales; pero,
como no encuentro esas palabras ahí, les pido que me disculpen, pero no creo en
ellas. Por sabia y aconsejable que sea una interpolación hecha por el hombre,
no tiene ninguna autoridad para nosotros; nosotros nos inclinamos ante la santa
Escritura, pero no ante glosas que pudieran elegir los teólogos para superponerlas
en ella. El texto no hace ninguna alusión a ninguna virtud vista de antemano
como tampoco a ningún pecado visto de
por anticipado, y, por tanto, nos vemos obligados a encontrarles otro
significado a esas palabras. Encontramos que la palabra “conocer” es usada
frecuentemente en
No estoy ansioso por
detenerme en asuntos controvertidos, sino por llegar al tema de mi sermón. El
texto nos dice que el propósito de la
predestinación es ser hechos conformes a Cristo; tenemos, en segundo lugar,
que la predestinación es la fuerza
impelente que permite alcanzar esa conformación; y tenemos, en tercer
lugar, al Primogénito mismo quien es expuesto
ante nosotros como el propósito final de la predestinación y de la
conformación. “Para que ÉL sea el primogénito entre muchos hermanos”.
I. Observen
cuidadosamente, entonces, que EL SAGRADO PROPÓSITO DE
Observen ahora que esta
conformación a Cristo consiste en varias cosas. Primero, hemos de ser hechos
conformes a Él en cuanto a nuestra naturaleza.
¿Cuál era la naturaleza de Cristo, entonces, como divino? No debemos
atisbar en ella, pero sabemos que Él era verdaderamente de la naturaleza de
Dios. “Engendrado no creado”, dice el Credo de Atanasio, y dice, también, verazmente,
“siendo de la misma sustancia con el Padre”. Ahora, aunque al momento de
nuestra conversión somos nuevas criaturas, se dice de nosotros que también nos
hizo “renacer para una esperanza viva”.
Ser engendrados es algo más que ser creados: esta es una obra más personal de
Dios, y lo que es engendrado está en una más íntima afinidad para con Él que lo
que es solamente creado. Así como Cristo estuvo -como el unigénito del Padre-
muy por encima de las simples criaturas, así también ser engendrados por Dios,
en nuestro caso, significa mucho más de lo que incluso la primera creación
perfecta podía implicar. En cuanto a Su humanidad, cuando nuestro bendito Señor
vino a este mundo, experimentó un nacimiento que fue un tipo notable de nuestro
segundo nacimiento. Nació en este mundo en un lugar muy humilde, en medio de
unos bueyes y en un pesebre; sin embargo, no le faltaron los cánticos de los
ángeles ni la adoración de las huestes celestiales. De igual manera, nosotros
nacimos también del Espíritu sin que lo vieran ojos humanos; los hombres de
este mundo no vieron ninguna gloria de ningún tipo en nuestra regeneración,
pues no fue realizada mediante unos ritos místicos, ni se hizo con pompa
sacerdotal. El Espíritu de Dios nos encontró en nuestra vil condición, y nos
dio vida sin ningún despliegue externo. Sin embargo, en ese preciso instante,
allí donde los ojos humanos no vieron nada, los ojos seráficos contemplaron
unas maravillas de la gracia, y los ángeles en el cielo se regocijaron por un
pecador arrepentido, y cantaron una vez más: “gloria a Dios en las alturas”.
Cuando nuestro Señor nació, unos pocos espíritus escogidos saludaron Su
nacimiento; una Ana y un Simeón estaban listos para tomar en sus brazos al niño
recién nacido y para bendecir a Dios por Él; y de igual manera, hubo quien
saludó nuestro nuevo nacimiento con muchas acciones de gracias; amigos y simpatizantes
que habían estado atentos a nuestra salvación se alegraron cuando contemplaron
en nosotros la verdadera vida celestial y alegremente nos tomaron en los brazos
de la crianza cristiana. Tal vez, hubo alguien también que sufrió dolores de
parto hasta que Cristo, la esperanza de gloria, fue formado en nosotros, y cuán
feliz fue ese espíritu al ver que nacimos para Dios; cómo ponderó nuestro
progenitor espiritual cada palabra agraciada que expresamos, y cómo dio gracias
a Dios por las buenas señales de gracia que podían encontrarse en nuestra
conversación. Entonces alguien peor que Herodes también buscó matarnos. Satanás
estaba ansioso de que el recién nacido niño de la gracia muriese, y, por tanto,
envió fieras tentaciones para eliminarnos; pero el Señor encontró un refugio
para nuestra vida espiritual infantil y mantuvo vivo al niño. La simiente viva
e incorruptible permaneció y creció en nosotros. Todos los que han nacido de
nuevo han sido hechos conformes a la imagen de Cristo en el asunto de Su
nacimiento, y ahora ustedes son partícipes de Su naturaleza. No es posible que nosotros
seamos divinos y, no obstante, escrito está que somos hechos “participantes de
la naturaleza divina”. Nosotros no podemos ser precisamente como Dios es, sin
embargo, así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la
imagen del celestial, cualquiera que esa imagen sea. El nuevo nacimiento nos
sella muy seguramente con la imagen de Cristo de la misma manera que nuestro
primer nacimiento imprimió en nosotros un parecido con los padres de nuestra carne.
Nuestro primer nacimiento nos dio humanidad; nuestro segundo nacimiento nos une
con
Además, esta
conformación a Cristo se da en la
relación así como en la naturaleza. Nuestro Señor es el Hijo del Altísimo,
el Hijo de Dios; y verdaderamente, amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no
se ha manifestado lo que hemos de ser, pero sabemos que cuando Él se
manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es. Jehová
ha declarado que Él será un padre para nosotros, y que nosotros seremos Sus
hijos y Sus hijas. Tan ciertamente como Jesús es un hijo, igual de cierto lo
somos nosotros, pues el mismo Espíritu da testimonio de ambas cosas, según está
escrito: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu
de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” Cuando Jesús vino al mundo como el
Hijo de Dios, no se dejó a Sí mismo sin testimonio. Su primera aparición
pública, cuando se acercó a las aguas del bautismo, fue señalada por una voz
proveniente de la excelente gloria que dijo: “Este es mi Hijo amado”, y por el
Espíritu que descendió como paloma y vino sobre Él. Lo mismo sucede con
nosotros. La voz de Dios en la palabra nos ha dado testimonio del amor de
nuestro Padre celestial; y el Espíritu Santo ha dado testimonio a nuestro espíritu
de que somos hijos de Dios. Cuando nos atrevimos a dar un paso al frente por
primera vez y a decir: “Estamos del lado del Señor”, algunos de nosotros
recibimos señales sagradas de nuestra condición de hijos que no hemos olvidado,
y muchas veces desde entonces hemos recibido sellos renovados de la adopción
que hizo de nosotros el Grandioso Padre de nuestros espíritus. “El que cree en
el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo”, de tal manera que puede
decir claramente con sus hermanos: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte
a vida”. Dios nos ha dado una plena seguridad, y un infalible testimonio y en
todo esto nos regocijamos. Hemos creído en Jesús, y escrito está: “Mas a todos
los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser
hechos hijos de Dios”.
Las acciones que nuestro
Señor realizó, tanto para con Dios como para con el hombre, declararon que Él
era el Hijo de Dios. Como un Hijo sirvió a Su Padre, y se podía ver la
naturaleza de Dios en Él en Su profunda afinidad con Dios y en Su exacta
imitación de Dios. Todo lo que Dios hubiera hecho en las mismas circunstancias,
eso hizo Jesús. Por Sus actos se percibe de inmediato que Su naturaleza era divina.
Sus obras daban testimonio de Él. Era muy claro perennemente que Él actuaba
para con Dios como un hijo actúa para con su padre. Ahora, en la medida en que
la determinación de Dios ha sido cumplida en nosotros, nosotros actuamos
también con Dios como lo hacen los hijos con su amoroso padre, y mientras que
los hijos de las tinieblas hablan de lo suyo, e igual que su padre, que es un
mentiroso, dicen la mentira, e igual que su padre, que es un asesino, actúan
guiados por la ira y la amargura, de igual manera los hijos de Dios dicen la
verdad, pues Dios es veraz, y están llenos de amor, pues Dios es amor, y su
vida es luz, pues su Dios es luz. Ellos sienten que deben actuar, en las
circunstancias en las que se encuentran, como suponen que Jesús habría actuado,
quien es el Hijo del siempre bendito Padre. Además, Cristo obró milagros de
misericordia en favor de los hombres que demostraron que Él era el Hijo de
Dios. Es verdad que nosotros no podemos hacer milagros; sin embargo, nosotros podemos
realizar obras que nos identifican como hijos de Dios. Nosotros no podemos
partir el pan y multiplicarlo, pero podemos distribuir generosamente lo que
tenemos, y así, alimentando a los hambrientos, demostramos que somos hijos de
nuestro Padre que está en el cielo; no podemos tocar a los enfermos y sanarlos,
pero podemos cuidar a los enfermos, y así, en el amor demostrado por los que
sufren, podemos comprobar que somos hijos del tierno y siempre compasivo Dios. Pero
nuestro Señor nos ha dicho que haremos obras mayores que las Suyas, porque Él ha
ido al Padre; y nosotros hacemos esas obras mayores. Podemos obrar milagros
espirituales. ¿Acaso no nos podemos poner hoy junto a la tumba de algún pecador
muerto, y decir: “¡Lázaro, ven fuera!”? ¿Y acaso Dios no ha hecho a menudo que
los muertos resuciten a una palabra nuestra, por el poder de Su Espíritu? Hoy podemos
predicar también el Evangelio de Jesucristo, desplegándolo alrededor nuestro
como si fuera nuestro manto, y quien toca su orla ¿no será sanado también igual
que cuando Jesús estaba entre los hombres? Si bien en este día no partimos
peces ni pan de cebada, les traemos un mejor alimento; si bien en este día no
podemos abrir los ojos de los hombres ni destapar sus oídos, con todo, en la
enseñanza del Evangelio de Jesús, por el poder del Espíritu, el ojo mental es
limpiado, y el oído del alma es también purificado, de tal manera que en todo
hijo de Dios, en proporción a su trabajo tenaz por Cristo en el poder del
Espíritu, las obras que hace dan testimonio de él en el sentido de que es un
hijo de Dios. Su celo al realizarlas demuestra que tiene el espíritu de un hijo
de Dios, y el resultado de esas obras demuestra que Dios obra en él como nunca
lo haría en nadie excepto en Sus propios hijos. Así, tanto en las relaciones como
en la naturaleza somos hechos conformes a la imagen de Cristo.
En tercer lugar, hemos
de ser hechos conformes a la imagen de Cristo en nuestra experiencia. Esta es la parte del tema de la que nuestros pusilánimes
espíritus a menudo rehúyen, pero si fuéramos sabios no sería así. ¿Cuál fue la
experiencia de Cristo en este mundo? Ésa será la nuestra. Podemos resumirla
como una relación con Dios, con los hombres, con el demonio y con todo mal.
¿Cuál fue Su experiencia
con respecto a Dios? “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la
obediencia”. Aunque sin pecado, no estuvo exento de sufrimiento. El primogénito
de la familia divina fue castigado más severamente que cualquier otro miembro
del hogar; fue herido de Dios y abatido hasta que, como clímax de todo, exclamó:
“Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?” Oh, la
amargura de ese grito: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Era
el padre que estaba hiriendo al hijo primogénito; y, si ustedes y yo, hermanos,
hemos de ser hechos conformes a la imagen del primogénito, aunque podemos
esperar de Dios mucho amor paternal, también debemos calcular que se manifestará
en disciplina paterna. ‘Si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido
participantes, entonces sois bastardos, y no hijos; pero, si son verdaderos
hijos, hechos semejantes al primogénito, la vara hará que se duelan, y algunas
veces se verán obligados a decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?” “Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que
recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque
¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?” Si somos predestinados a
ser hechos conformes a la imagen de Su Hijo, el Señor nos ha predestinado a
mucha tribulación y a través de ella heredaremos el reino.
A continuación
inspeccionen la amada Cabeza del pacto en Su experiencia en relación a los
hombres. “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron”. “Despreciado y
desechado entre los hombres”. Él dijo: “El escarnio ha quebrantado mi corazón,
y estoy acongojado”. Ahora, hermanos, en la misma proporción en que somos
hechos conformes a la imagen de Cristo tendremos que hacer esto: “Salgamos,
pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio”, pues el discípulo, si
es un verdadero discípulo, no es más que su Maestro, ni el siervo más que su
Señor. Si al padre de familia llamaron Beelzebú, cuánto más a los de su casa
llamarán con un título más oprobioso, si pudieran inventarlo. Los santos de
Dios no han de esperar coronas donde Cristo encontró una cruz; no deben esperar
cabalgar triunfantes a lo largo de esas calles que vieron al Salvador siendo
llevado apresuradamente a la muerte de un malhechor. Hemos de sufrir con Él si
queremos ser glorificados con Él. La comunión en Sus sufrimientos en necesaria
para la comunión con Su gloria.
Luego, consideren la
experiencia de nuestro Señor con respecto al príncipe del poder del aire.
Satanás no era ningún amigo de Cristo, antes bien, encontrándolo en el
desierto, vino a Él con este maldito “si”: “Si eres Hijo de Dios”. El diablo
comenzó la batalla con ese ataque contra Su condición de Hijo. “Si eres Hijo de
Dios”. Ustedes saben cómo lo acometió tres veces con esas tentaciones que
tienden a ser altamente atractivas para la pobre humanidad, pero Jesús las
venció a todas ellas. El archienemigo, el dragón antiguo, estaba mordisqueando
siempre el talón de nuestro grandioso Miguel, que aplastó para siempre su
cabeza. Estamos predestinados a ser hechos conformes a Cristo en ese sentido;
la sutileza y la crueldad de la serpiente nos acometerán a nosotros también. Una
cabeza tentada implica unos miembros tentados. Satanás nos ha pedido para
zarandearnos como a trigo. Él atacó al Pastor y nunca cesará de afligir a las
ovejas. Puesto que somos de la simiente de la mujer, tiene que haber enemistad
entre nosotros y la simiente de la serpiente.
Y, en cuanto a todo mal,
la vida entera de nuestro Señor fue una perpetua batalla. Él estuvo combatiendo
contra el mal en los lugares altos y en los lugares bajos, el mal entre los
sacerdotes y entre el pueblo, el mal vestido con un traje religioso, el mal en
el fariseísmo, y el mal con el vestido de la filosofía en medio de los
saduceos; lo combatió por doquier; Él era el enemigo de todo lo malo, de lo falso,
de lo egoísta, de lo profano o de lo impuro. Y ustedes y yo tenemos que ser
hechos conformes a Cristo en este respecto. Hemos de ser santos, inofensivos,
sin mancha y separados de los pecadores. ‘Hijitos, vosotros sois de Dios, y el
mundo entero está bajo el maligno’. Al elegirnos nos ha sacado del mundo para
ser un linaje escogido, adversarios de todo mal sin que envainemos jamás la
espada hasta que entremos en nuestro reposo. Entonces hemos de ser como Él en
naturaleza, en relación y en experiencia.
En cuarto lugar, hemos
de ser hechos conformes a Cristo Jesús en cuanto al carácter. Carecemos de tiempo y de capacidad para hablar de esto.
Sólo oro para que el Espíritu de Dios haga que nuestras vidas hablen de ello.
Él estaba consagrado a Dios; nosotros también lo estamos. El celo de la casa de
Dios lo consumía; debería consumirnos también a nosotros. Él se ocupó en los
negocios de Su Padre; así debemos ocuparnos siempre. Él era todo amor para el
hombre; nos corresponde a nosotros ser lo mismo. Él era afectuoso y amable y
tierno; tal como fue, así debemos ser nosotros en este mundo. No quebró la caña
cascada, ni apagó el pábilo que humeaba; tampoco debemos hacerlo nosotros. Sin
embargo, cuán severo fue en la denuncia de todo mal; así debemos serlo
nosotros. La pureza, la santidad, la abnegación, y todas las virtudes deben
resplandecer en nosotros tal como brillaron en Él. Ah, y bendito sea Dios
porque brillarán también, por la obra del Espíritu. Nuestro texto no sólo habla
de lo que debemos ser, sino de lo que seremos, pues somos predestinados a ser
hechos conformes a la imagen del Hijo de Dios.
¡Hermanos míos, qué
glorioso modelo! Contémplenlo, asómbrense ante él y bendigan a Dios por él. Ustedes
no han de ser hechos conformes al más poderoso de los apóstoles; un día serán
más puros de lo que fue Pablo o Juan mientras estuvieron aquí abajo; no han de
ser hechos conformes al más sublime de los profetas, sino que serán semejantes
al Señor de los profetas; no deben contentarse con su propia concepción de lo
que es hermoso o amable, sino que a la concepción perfecta de Dios, encarnada
en Su propio Hijo, es a la que serán llevados ciertamente por la predestinación
de Dios.
Tan sólo una frase sobre
otro punto. En quinto lugar, hemos de ser hechos conformes a la imagen de Su Hijo
en cuanto a nuestra herencia, pues Él
es heredero de todas las cosas, y ¿qué es lo que no heredaremos ya que todas
las cosas son nuestras? Él es heredero de este mundo. “Le hiciste señorear
sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies: ovejas y
bueyes, todo ello, y asimismo las bestias del campo, las aves de los cielos y
los peces del mar; todo cuanto pasa por los senderos del mar”. Todavía no vemos
que todas las cosas le sean sujetas al hombre, pero vemos a aquel que fue hecho
un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa
del padecimiento de la muerte; y en la persona de Cristo Jesús, en este día,
nosotros -los hombres que somos hechos a Su imagen- tenemos dominio sobre todas
las cosas, siendo hechos todos reyes y sacerdotes para Dios, y ordenados en
Cristo Jesús a reinar con Él por los siglos de los siglos. “Y si hijos, también
herederos”, dice el apóstol; por tanto, todo lo que Cristo tiene, lo tenemos
nosotros, y aunque pudiéramos ser muy pobres y desconocidos, con todo, todo lo
que pertenezca a Cristo, nos pertenece. “La riqueza de la tierra de Egipto será
vuestra”, les dijo José a sus hermanos, y Jesús le dice a todo Su pueblo lo
siguiente: “Todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios”.
Debo concluir este punto
–el tiempo pasa demasiado rápidamente esta mañana, disertando sobre este
deleitable tema- observando que hemos de ser hechos conformes a Cristo en Su gloria. Vamos a pensar en nuestros
cuerpos, ya que ese es un punto rodeado de consolación, puesto que Él cambiará
nuestro vil cuerpo y lo hará semejante a Su cuerpo glorioso. Somos ahora
semejantes a Adán en dolor y debilidad, y pronto seremos semejantes a él en la
muerte, regresando a la tierra de donde fuimos tomados; pero resucitaremos a
una mejor vida, y entonces llevaremos en gloria e incorrupción la imagen del
segundo Adán, el Señor del cielo. Conciban la hermosura del Redentor
resucitado. Hagan que su fe y su imaginación trabajen conjuntamente para que se
figuren las indecibles glorias de Emanuel, Dios con nosotros, ahora que está
sentado a la diestra del Padre. Así serán nuestras glorias y así de brillantes,
en el día de la redención del cuerpo. Contemplaremos Su gloria, y estaremos con
Él donde Él está y nosotros mismos seremos gloriosos en Su gloria. ¿Es Él
exaltado? Ustedes también serán encumbrados. ¿Es Él un rey? Ustedes no
carecerán de corona. ¿Es Él victorioso? Ustedes también portarán una palma.
¿Está Él lleno de gozo y regocijo? Así también el alma suya estará llena de deleites
hasta el borde. Donde Él está estará todo santo dentro de poco.
Esto basta en cuanto al
sagrado propósito de la predestinación.
II. Ahora,
observen que
Y de igual manera, es
más bien una obra de Dios que una
obra nuestra. Hemos de trabajar con Dios en el proceso de ser hechos semejantes
a Cristo. No hemos de ser pasivos como la madera o el mármol; hemos de ser
seres que oran, vigilantes, fervientes, diligentes, obedientes, denodados, y
creyentes, pero, aun así, la obra es de Dios. La santificación es una obra del
Señor en nosotros. “Hiciste en nosotros todas nuestras obras”. Desde el
principio, y en el presente, y hasta el final, “el que nos hizo para esto mismo
es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu”. No hay ninguna santidad en
nosotros que fuera generada por nosotros mismos; nada bueno que proviniera de
nuestra propia conformación. “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende
de lo alto”. “No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da
gloria”. Aun así, cierto como es que somos agentes libres, con todo, el Señor
es el alfarero y nosotros somos la arcilla en la rueda, y es Su obra, y no la
nuestra, la que nos hace semejantes a Cristo. Si tocamos con nuestro dedo en
cualquier punto de la vasija, se desfigura y pierde belleza. Es sólo donde la
mano de Dios se ha posado que la vasija comienza a asumir la forma del modelo.
Por tanto, amados, toda
la gloria ha de ser para Dios y no
para nosotros. Es un gran honor para cualquier ser humano que sea semejante a
Cristo; Dios no tiene la intención de que Sus hijos no tengan ningún honor,
pues Él da honor a Su propio pueblo; pero, aun así, la verdadera gloria le
corresponde a Él, puesto que Él nos ha hecho y no nosotros a nosotros mismos.
¿No podemos decir esta mañana con corazones agradecidos: “Por la gracia de Dios
soy lo que soy”? ¿Y no sentimos que pondremos todos nuestros honores,
cualesquiera que sean, a los pies Aquel que conforme a Su abundante
misericordia nos predestinó para ser hechos conformes a la imagen de Su hijo?
III. Ahora
debo abordar el tercer punto, y voy a hacerlo brevemente. Dulcemente se revela
que el FIN ÚLTIMO DE TODO ESTO ES CRISTO. “Los predestinó para que fuesen
hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que ÉL –“para que ÉL”- Dios tiene
siempre en mente algo para Él, Su bienamado Hijo. Él tiene el propósito de Su
propia gloria en la gloria de Su amado Hijo; si Él nos bendice, el texto del domingo
pasado sigue siendo válido: “No lo hago por vosotros”; es por causa de alguien
más excelso, de alguien mejor de lo que somos nosotros, es “para que Él sea el primogénito”. Ahora, si entiendo
el pasaje que estamos considerando, significa esto. Primero, Dios nos
predestina para que seamos hechos semejantes a Jesús, para que Su amado Hijo
sea el primero de un nuevo orden de seres, exaltado por sobre todas las demás
criaturas, y más cercano a Dios que cualesquiera otros seres. Él era Señor de
los ángeles, y los serafines y querubines obedecían Sus órdenes; pero el Hijo
deseaba estar a la cabeza de una raza de seres que estuvieran más íntimamente unidos
a Él que cualquier otro espíritu existente. No había ningún parentesco entre el
Señor Jesús y los ángeles, pues ¿a cuál de los ángeles dijo el Padre jamás: “Mi
Hijo eres tú”? Ellos por naturaleza son siervos, y Él es el Hijo, y esta es una
sustancial distinción. El Hijo eterno deseaba una asociación con seres que
fueran hijos como Él, con quienes Él tuviera una íntima relación, siendo
semejante a ellos en naturaleza y en su condición de hijos, y, por tanto, el Padre
ordenó que una simiente escogida por Él fuera hecha conforme a la imagen del
Hijo, para que Su Hijo encabezara y fuera el principal en un orden de seres más
íntimamente semejantes a Dios que cualquier otro. La serpiente le dijo a Eva: “Sabe
Dios… que seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal”. Esa mentira contenía un
residuo de verdad, pues por la gracia soberana nos hemos convertido en tales
personas. No había criaturas obedientes de ese tipo en el mundo, sabiendo el bien
y el mal, en los días de gloria del Edén. Los ángeles en el cielo habían
conocido el bien, y sólo el bien, y preservados por la gracia, no cayeron; el
espíritu malo había caído, y él conocía el mal pero había olvidado el bien, y
era incapaz de elegirlo de nuevo; él ha sido proscrito para siempre de la
esperanza de restauración. Pero aquí estamos nosotros, que sabemos tanto del
bien como del mal; entendemos lo uno y también lo otro, y ahora ha sido
engendrada en nosotros una naturaleza que ama la santidad y que no puede pecar,
porque es nacida de Dios; hemos sido dejados como agentes libres, sí, somos más
libres de lo que jamás fuimos, y sin embargo, en esta vida, y en la vida
venidera, nuestra senda es como la de los justos cuyo brillo va en aumento
hasta que el día es perfecto. Los ángeles no conocen el mal; nunca han tenido
que luchar con el mal conocido y sentido en el interior; no han probado las
sendas del placer pecaminoso, y por la gracia han sido apartados de ellas, de
manera que con un íntegro propósito de corazón se aferran a la santidad
perennemente. Jesús encabeza ahora una raza asediada pero victoriosa; agudamente
tentada pero con la capacidad de vencer. Gozosa y alegremente será nuestro
deleite para siempre hacer la voluntad del Padre. Para siempre con Cristo a
nuestra cabeza, seremos los más cercanos al trono eterno; seremos los siervos
más leales porque también somos hijos; los más firmemente apegados al bien,
porque una vez conocimos la amargura del mal. Así como Cristo tuvo que beber la
copa del sufrimiento por el pecado, nosotros hemos sorbido también de ella.
Hemos conocido el horror provocado por la culpa, y, por esa razón, en el futuro
seremos una raza más noble a lo largo de toda la eternidad, más libre para
servir, y para servir a Dios de una manera más noble que cualesquiera otras
criaturas en el universo. Entiendo que ése es el significado del texto: que el
Señor quiere que Cristo sea el primero de un orden más noble de seres.
Pero, en segundo lugar,
el propósito de la gracia es que haya algunos en el cielo con quienes Cristo
pueda sostener una relación hermanable. Noten la expresión: “Muchos hermanos”;
no que Él sea el primogénito entre ‘muchos’, sino entre “muchos hermanos”, que
han de ser como Él mismo. Nuestro bendito Señor se deleita en la comunión; tal
es la grandeza de Su corazón que no quiere estar solo en Su gloria, sino que
quiere tener asociados en Su felicidad. Ahora hablo con aliento entrecortado.
Dios puede hacer todas las cosas, pero yo no veo ninguna manera por la cual
pudiera dar a Su unigénito Hijo seres que sean afines a Él mismo, excepto a
través de los procesos que descubrimos en la economía de la gracia. He aquí
seres que conocen el mal, y que conocen también el bien, seres que tienen
infinitos compromisos, por lazos de amor y de gratitud, para elegir
perdurablemente el bien, seres con una naturaleza tan renovada que siempre han
de ser seres santos; y estos seres pueden tener comunión con el Dios encarnado
en el sufrimiento como no pueden tenerla los ángeles; comunión en el castigo de
la culpa como no pueden tenerla los ángeles; comunión en las angustias del
corazón, en los conflictos, en los vituperios, y en el quebrantamiento de
espíritu como no pueden tenerla los ángeles; y a ellos el Señor Jesús puede
revelarles la gloria de la santidad, la bienaventuranza de la victoria sobre el
pecado, y la dulzura de la benevolencia como sólo ellos pueden comprenderla.
Los hombres renovados son hechos compañeros idóneos para el Hijo de Dios. Él se
complacerá todavía más gozosamente porque ellos comerán el pan con Él en Su
reino. Él estará gozoso cuando declare el nombre del Señor a Sus hermanos. Él
se gozará en el gozo de ellos y se alegrará en la alegría de ellos.
Sin embargo, el texto
quiere decir sin duda que ellos amarán y honrarán por siempre al propio Señor
Jesucristo. Los hijos admiran al primogénito. En el oriente el primogénito es
el rey y señor del hogar. Nosotros amamos ahora a Jesús, y lo consideramos
nuestra cabeza y nuestro jefe. Una vez que lleguemos al cielo, cómo le amaremos
y le adoraremos como a nuestro amado hermano mayor con quien tendremos la familiaridad
más íntima y a quien le rendiremos la obediencia más reverente. Cuán
gozosamente le serviremos, cuán extasiadamente le adoraremos. ¿No querríamos
que nuestras voces fueran más fuertes hasta volverse como truenos, o como las
muchas aguas? De lo contrario seguramente no seremos capaces de alabarle como
quisiéramos. Si hubiese que realizar trabajos para Él en futuras edades,
nosotros seríamos los primeros en ofrecernos como voluntarios para el servicio;
si hubiese que pelear batallas en tiempos venideros contra otras razas
rebeldes, si se requiriesen siervos para volar sobre los vastos dominios del
infinito para llevar los mensajes de Jehová, ¿quién volará tan velozmente como
nosotros lo haremos una vez que sintamos que en Sus atrios moraremos, no como
meros siervos, sino como miembros de la familia real, siendo partícipes de la
naturaleza divina y siendo los más cercanos a Dios mismo? Qué bienaventuranza
es saber que Aquel que es “Dios verdadero de Dios verdadero”, y que se sienta
en el trono eterno, es también de la misma naturaleza que la nuestra, nuestro
pariente, que no se avergüenza de llamarnos hermanos ni siquiera entre las
realezas de la gloria. ¡Oh hermanos, qué honores son los nuestros! ¿Quién de
nosotros se cambiaría con Gabriel? No tendremos ninguna necesidad de envidiar a
los ángeles, pues ¿qué son ellos sino espíritus ministradores, siervos en los
salones de nuestro Padre? Pero nosotros somos hijos, e hijos no de un orden
inferior, hijos no de un rango secundario como los hijos de Abraham nacidos de
Cetura, o como el hijo de la esclava, sino que somos los Isaacs de Dios,
nacidos según la promesa, herederos de todo lo que Él tiene, una simiente amada
por siempre por el Señor. ¡Oh, qué gozo debe llenar nuestros espíritus esta
mañana, ante la perspectiva que este texto revela y que la predestinación
asegura!
Quizás nuestro
pensamiento más comprensivo con respecto a este texto es el siguiente. Dios
estaba tan complacido con Su Hijo y vio tales hermosuras en Él, que resolvió
multiplicar Su imagen. “Amado mío” –le dijo- “Tú serás el modelo a partir del
cual voy a moldear a mi más noble criatura, por Tu causa voy a hacer que los
hombres puedan compartir contigo, y los voy a atar a Ti con cuerdas de amor, y
serán mis parientes más cercanos, y en todas las cosas serán semejantes a Ti”.
He aquí que de la casa de moneda del cielo son enviadas piezas de oro de
inestimable valor, y cada una lleva la imagen y la inscripción del Hijo de
Dios. El rostro de Jesús es más amable para Dios que todos los mundos, Sus ojos
son más resplandecientes que las estrellas, Su voz es más dulce que la
bienaventuranza; por esa razón el Padre quiere que la belleza del Hijo sea
reflejada en diez mil espejos en los santos hechos semejantes a Él y que Sus
alabanzas sean cantadas por miríadas de voces de quienes le aman, porque Su
sangre los salvó. El Padre sabía cuán feliz iba a ser Su Hijo al asociarse con
sus elegidos, pues desde la antigüedad Sus delicias eran con los hijos de los
hombres. Así como un pastor ama a sus ovejas, así como un rey ama a Sus
súbditos, así a Jesús le encanta tener a Su pueblo en torno Suyo; pero más
profundo es todavía este misterio, pues no es bueno que el hombre esté solo, y
por esto deja el hombre a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos
son una sola carne y lo mismo sucede con Cristo y Su iglesia. Él fue hecho
semejante a ella para su salvación, y ahora ella es hecha semejante a Él para
Su honor. ¿De qué manera podía el Padre dar más honra a Su Hijo que formando
una raza semejante a Él, que serán los muchos hermanos entre quienes Él es el
bienamado primogénito?
Ahora, hermanos, con
estas palabras los enviaré a casa. Mantengan a su modelo frente a ustedes. Ven
en lo que se han de convertir, por tanto, fijen siempre su mirada en Cristo. Ven
lo que son predestinados a ser; propónganse lograrlo, propónganse lograrlo cada
día. Dios obra, y obra en ustedes no para que se echen a dormir, sino para
querer y hacer por Su buena voluntad. Hermanos, aflíjanse por sus fallas;
cuando vean cualquier cosa en ustedes que no sea semejante a Cristo, laméntenlo,
pues tiene que ser desechada, es un cúmulo de escoria que debe ser consumida;
no pueden guardarla pues la predestinación de Dios no les permitirá que retengan
nada con ustedes que no sea acorde con la imagen de Cristo. Clamen vigorosamente
al Espíritu Santo para que prosiga Su obra santificadora en ustedes; suplíquenle
que no esté vejado o contristado y, por tanto, que no detenga Su mano en alguna
medida. Clamen: “Señor, derríteme, disuélveme como cera, y pon Tu sello en mí
hasta que la imagen de Dios quede claramente estampada allí. Sobre todo, tengan
mucha comunión con Cristo. La comunión es la fuente de la conformación. Vivan
con Cristo y pronto crecerán como Cristo. Se dice de Aquiles, el más grande de
los héroes griegos, que cuando era niño lo alimentaban con médula de león, y
así se hizo valiente; aliméntense de Cristo y sean como Cristo. Por otro lado, se
dice acerca del sanguinario Nerón que se volvió así porque fue amamantado por
una mujer de una naturaleza feroz y bárbara. Si absorbemos nuestro nutrimento
del mundo, seremos mundanos; pero, si vivimos de Cristo y moramos en Él,
nuestra conformación con Él será fácilmente lograda, y seremos reconocidos como
hermanos de esa bendita familia de la cual Jesucristo es el primogénito. Cómo
desearía que cada quien aquí presente tuviera la participación que expresa el
texto: lamento que algunos no la tengan, pues el que no cree en el Hijo no
tiene vida, y por tanto no puede tener conformación con el Cristo viviente. Que
Dios les conceda a todos ustedes ser creyentes en Cristo, ahora y para siempre.
Amén y amén.
Porciones de
y
1 Corintios 15: 39-58.
Traductor: Allan Román
25/Octubre/2012
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